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Categoría: Confesiones

Soñando con un grafitero

Esto que les voy a relatar me lo hizo saber una persona de poca o casi ninguna preparación académica, pero con una experiencia de vida tan o más larga que la esperanza de un pobre.

 

Comenzaré por presentarles a Patricia, una joven de 33 años, experta en mercadeo, delgada (48 kg.), elegante, bajita (1’50 cm.), de piel blanca y cabellos castaños claros casi rubia, hermosas nalgas, las cuales, sin ser grandes, son redonditas y duras, bien torneadas piernas, sus senos son digamos que medianos tirando a pequeños, pero eso sí hermosamente firmes y parados, con unos pezones oscuritos que a cualquiera le quitan el sueño. Como se darán cuenta, estoy tratando de describir a toda una belleza, y creo que me quedo corto en palabras para que se puedan dar una honrada idea de cómo es esa mujer de bella.

 

Pero como no todo puede ser perfecto, la pobre Patricia era el vivo ejemplo de ese dicho que reza: “La suerte de la fea, la bonita desea”. A pesar de su alto grado de preparación, de ser toda una belleza, de hablar a la perfección tres idiomas, de ser la heredera en potencia de una de las principales familias del país, la pobre no tenía suerte con los hombres, se encontraba en una racha peor que la suerte de los pasajeros del Titanic, y no es por exagerar, pero hombre con el que salía una vez no volvía a salir con ella nuevamente, y de paso eso de llegar a mantener algún tipo de relación sexual, desde hacía bastante tiempo era algo desconocido para ella. No es que fuera virgen, cosa que no era, lo que pasaba era que a sus últimos acompañantes o presuntos pretendientes, por alguna razón u otra no los volvía a ver, o ella, en el peor de los casos, no quería saber más del tipo.

 

El que no le salía que era casado resultaba ser gay, cuando no era que sencillamente algo en él no le agradaba, como por ejemplo un mal aliento, o calzado extremadamente sucio, a tal punto de que no los quería volver a ver. En realidad Patricia era algo exigente o, mejor dicho, sumamente interesada, ya que de paso no salía con un tipo que manejase autos japoneses, o modelos con más de dos años de uso. Se fijaba mucho en los detalles, cómo la trataban y en fin todas esos pequeños detalles que para la mayoría de los hombres pasan desapercibidos. Estando en uno de esos días del mes, se encontraba algo deprimida, y se lamentaba de su suerte al momento de estar esperando su almuerzo en uno de los restaurantes de un lujoso hotel, al que había asistido a cerrar la firma de un contrato.

 

Mientras esperaban el almuerzo, en cierto momento a ella le vinieron las ganas de ir al sanitario para orinar, y muy educadamente luego de pedir permiso se dirigió al sanitario.

 

Este se encontraba radiante de lo limpio que estaba, y ella se sintió algo mejor a pesar de una sensación de tristeza que le embargaba cuando se encontraba en dicho periodo, al sentarse en el bidé se quedó observando la blanca y pulcra puerta, y en ese momento pensó en escribir; el solo pensarlo la hizo sentir mejor, por lo que habiendo terminado de orinar, permaneció sentada y se imaginó cómo quedarían esas palabras en las que había pensado escritas en dicha puerta, y así como quien está haciendo algo indebido, miró a su alrededor, observó la parte superior de la puerta y del resto del cubículo donde se encontraba, y cuando se encontró lo suficientemente segura de que no la descubrirían, nerviosamente sacó su bolígrafo de su pequeña cartera y, en un dos por tres, escribió contra la puerta del baño una pequeña frase que decía en letras muy pequeñas: «Quiero verga».

 

Al terminar de escribir eso Patricia sintió un cambio de su estado de ánimo, el cual no asoció a su pequeña travesura; sentada todavía en el bidé cambió la toalla sanitaria, se lavó su sangrante coño con un tibio chorro de agua y al hacerlo se acarició ligeramente su clítoris, lo que la hizo sentir mucho mejor tras secarse con papel sanitario la superficie externa de su vulva y hacer uso de su desodorante intimo. Se colocó su nueva toalla sanitaria y alegremente se subió sus pantaletas, luego se arregló el vestido y salió con una sonrisa pícara, la que observó mientras se lavaba las manos y posteriormente se retocaba coquetamente su maquillaje.

 

El resto del día lo pasó bien. A pesar de encontrarse en pleno periodo, cuando llegó a su apartamento a última hora de la tarde, rápidamente se desvistió y se dirigió a la ducha para refrescarse y asearse debidamente luego de un ajetreado día de trabajo, mientras se duchaba con agua caliente para relajar sus músculos; sin darse cuenta comenzó a dibujar un pene de gran tamaño en el cristal de la ducha, y frente a él una pequeña figura femenina con las piernas abiertas. Al salir del baño no pensó más en eso, pero se encontraba bastante relajada.

 

Desde ese día, cada vez que por alguna razón u otra iba a un sanitario, ya fuera en su trabajo o en cualquier otro lugar como algún restaurante al que fuera a comer, o cualquier otro establecimiento, Patricia escribía algo ya fuera en las puertas o en alguna de la paredes, al inicio eran frases de dos o tres palabras, como «quiero verga», pero con el tiempo eso fue cambiando a oraciones completas, con un fuerte contenido erótico, para luego dar paso a escribir párrafos completos de sus insatisfechas necesidades sexuales. De esa manera Patricia entró al selecto grupo de las escritoras de grafitis.

 

En cierta ocasión había estado almorzando en uno de esos restaurantes de comida rápida de manera continua, y cuál no sería su sorpresa al encontrar justo al lado de uno de sus escritos una abierta invitación a mantener una relación lesbiana. Tras pensarlo un par de días le dejó un mensaje a la otra escritora; realmente le respondió más por curiosidad que otra cosa, ya que aunque la joven Patricia en ocasiones había jugado con más de una de sus compañeras de clases, de adulta se había declarado abiertamente heterosexual, por lo que con algo de suspicacia le dejó un mensaje a la otra escritora de grafitis, preguntándole sencillamente cuándo y dónde.

 

Al día siguiente la respuesta no se hizo esperar; decía “Hoy a las 22 en el estacionamiento de la plaza de toros”. Para Patricia era obvio que se reunirían en ese sitio y de allí partirían a otro lugar, por lo que hasta evaluó como alternativa un pequeño apartamento amueblado de su propiedad, que pensaba próximamente ponerlo en alquiler.

 

A la hora acordada, Patricia se encontraba dentro de su BMW en espera de que llegase otro auto, y justo a las 22 horas llegó otro idéntico al modelo de ella, hasta en el color. En el asiento del conductor Patricia pudo apreciar una joven mujer como ella que le hizo señas para que la siguiera, lo cual Patricia hizo con cierta precaución, hasta que se dio cuenta que se dirigían a uno de los más caros hoteles de la ciudad. Luego de estacionar relativamente cerca la una de la otra, se bajaron de sus respectivos autos y se saludaron como si se conocieran desde hacía tiempo; se dirigieron a la barra del restaurante, donde cada una pidió un trago, y se presentaron formalmente, conversando por espacio de una media hora, tras lo cual, a sugerencia de Patricia, decidieron ir a un lugar más íntimo. Ahí fue cuando Irma, la nueva conocida de Patricia, la sorprendió al decirle que se había tomado la libertad de rentar una suite por esa noche.

 

Las dos mujeres jóvenes subieron directo a la habitación, y ya estando en ella se comenzaron a besar y acariciar mientras se ayudaban mutuamente a quitarse la ropa; en cosa de pocos minutos la una disfrutaba de la otra y viceversa, la boca y lengua de Patricia comenzaron a recorrer el cuerpo de Irma, la cual temblaba de placer al sentir el contacto de ese húmedo músculo contra los muslos de sus piernas. Los dedos de Patricia acariciaban con suavidad los firmes senos de su nueva conocida, la que a la vez con sus dedos jugaba con el clítoris de Patricia. Como era de esperar, ambas mujeres alcanzaron más de una vez fuertes orgasmos, tras lo cual quedaron rendidas por el cansancio.

 

Al día siguiente, tras levantarse, se arreglaron y se despidieron quedando en verse en otra ocasión. Pero Patricia continuaba con esa práctica de estar escribiendo cosas obscenas en las puertas de los distintos baños que frecuentaba, y cada vez eran más fuertes las ideas expresadas en dichos lugares. Las personas a las que más afectaba dicha práctica era al personal de limpieza del edificio donde se encontraban sus oficinas, ya que tenía la precaución de no usar su propio baño, pues era la única que entraba en él y desde luego era evidente que, si las paredes o puertas de su baño estaban escritas, la única que lo podía hacer era ella.

 

En su lugar se dedicaba a ir a cada uno de los distintos baños en los distintos pisos y escribía lo que en ese momento sentía o se le ocurría. La señora de la limpieza llamó a su supervisor y le contó lo que sucedía en dichos baños, ya que por más que ella limpiase siempre había una persona que entraba al baño de las damas y dejaba escritas cosas que la señora no se atrevía a repetir.

 

José era un hombre de 50 años, de profesión capitán mercante, pero se encontraba en espera de que le entregasen un nuevo barco de carga que se encontraba en construcción en los astilleros; así que mientras le estaba echando una mano a un hermano de él que era el dueño de la compañía de limpieza a cargo de ese edificio. Desde el primer día que se enteró del problema decidió hacerse cargo personalmente del asunto, estudiando durante varios días lo que sucedía.

 

Luego de que el personal del edificio salía, José entraba a cada uno de los baños y leía detenidamente cada uno de los mensajes dejados por la perra esa que al parecer no tenía más oficio que el de rayar las paredes de los baños con mensajes extremadamente vulgares, tales como: «Quiero que me la metas por el culo, sin compasión y me hagas llorar de dolor, para que luego me pongas a mamar hasta que tu leche llene toda mi boca, y me obligues a tragármela mientras lloro, y cuando tú quieras me metas las manos en mi depilado coño y me hagas ver las estrellas de placer».

 

Y esos eran de los escritos más suaves que escribía Patricia en las paredes de los baños del edificio, escritos que José leía una y otra vez tratando de imaginar cómo sería la perra que se dedicaba a escribirlos. En ocasiones fantaseaba que era una de las empleadas de mantenimiento, y otras veces se imaginaba que se trataba de una vieja secretaria la cual debía tener una historia más oscura que el propio agujero de su culo; hasta soñaba sorprenderla escribiendo uno de esos rótulos.

 

Cierta tarde, a la hora de salir, Patricia sintió la fuerte necesidad de orinar, pero al mismo tiempo pensó en hacerlo fuera de su oficina para escribir algo nuevo. All dirigirse al baño de su piso lo encontró cerrado, cuando vio a una de las señoras de la limpieza y le preguntó qué había pasado, respondiéndole esta que alguien había tapado la cañería principal, por lo que los baños de ese piso y de todos los del edificio menos los del sótano se encontraban cerrados por la reparación.

 

En ese momento Patricia se sintió frustrada, pero al recordar que la empleada había dicho que los baños del sótano se encontraban abiertos, rápidamente agarró el elevador y se dirigió al sótano; una vez allí buscó desesperada los baños hasta que los localizó y casi de inmediato se metió con la idea de orinar. Rápidamente se subió lo más que pudo la corta minifalda que vestía ese día, y acto seguido se bajó la pequeña tanga negra de hilo dental que usaba hasta dejarla en el piso, tras lo cual se sentó en el inodoro del pequeño aseo, dándose a la tarea de descargar su vejiga.

 

Mientras lo hacía se quedó observando la blanca pared que se encontraba a su lado, sin ningún tipo de escrito en su superficie; de inmediato le vino a la mente la necesidad de escribir y hasta de dibujar sus deseos sexuales.Patricia se encontraba de lo más concentrada escribiendo con un marcador de tinta negra al tiempo que había dejado de orinar y ya su mano izquierda acariciaba su clítoris completamente, manteniendo sus piernas completamente abiertas.

 

Mientras la joven se acariciaba el coño y rayaba la pared, se imaginaba que todo sobre lo que escribía se realizaba en ese mismo instante. Hasta podía sentir el sabor a verga de macho dentro de su boca. Sus ojos se encontraban totalmente en blanco, su húmeda chorreaba entre los dedos de su mano izquierda. Tal era el sentimiento puesto en esos momentos que ya estaba alcanzando un tremendo orgasmo, como hacía tiempo que no sentía.

 

De golpe se abrió la puerta del pequeño baño, y frente a Patricia se encontraba un hombre corpulento, moreno de piel, de expresión ruda, pelo corto estilo militar y mucho vello en el cuello y los brazos; parecía un orangután de lo feo que era. Este dio un par de pasos hasta encontrarse totalmente frente a frente. La sorprendida joven, sentada como estaba en el inodoro, se quedó por un lapso de tiempo petrificada; la peor de sus pesadillas, o su deseo más anhelado, se había cumplido: la habían atrapado con las manos en la masa.

 

El hombre, que desde luego era José, le había tendido una trampa, pues a los pocos días de estar al tanto de la situación sospechó de ella, y siguiendo su corazonada actuó en consecuencia. Patricia comenzó a balbucear algo, pero de inmediato él se desabrochó los sucios pantalones de trabajo, se bajó los slips de color blanco amarillento y  sacó una enorme verga casi erecta de su encierro. Patricia abrió los ojos como platos al ver ese tremendo pollón que rondaría los 20 cm, pero lo que la hizo temblar fue lo gruesa que era, más que el antebrazo de la joven.Tomando a Patricia por la nuca, acercó su sorprendido rostro a su miembro. Ella escuchó la grave voz del hombre diciéndole:

 

-Esto es lo que has estado pidiendo, métetelo en la boca y mírame mientras le das un besito y me lo mamas muy despacio.

 

Patricia trató de rebelarse, pero una fuerte sacudida la hizo desistir de sus supuestas intenciones de terminar con eso inmediatamente. Tímidamente abrió sus labios y, casi de inmediato, el enorme y rojo hongo que tenía frente a sus ojos se introdujo en su boca como si tuviera vida propia. Ella lo miró a los ojos, dio un tímido beso a la punta y con lentitud comenzó a lamer esa caliente y dura cabezota que entraba y salía solo unos centímetros de su boca, sin apartar la mirada de José.

 

Este se encontraba disfrutando de la suave mamada. Hacía tiempo que no recibía algo así y le recordó la vez que visitó un pequeño puerto pesquero en el mar de la China, donde una adolescente de edad indescifrable le hizo la madre de las mamadas.

 

Regresando a su realidad, el rudo marinero disfrutó por completo esos sabrosos momentos, pero no quería correrse aún, por lo que tomó a Patricia por los pelos y bruscamente la separó de su miembro. La boca de Patricia permaneció por unos breves instantes como si esperase que nuevamente fuera penetrada por ese caliente y duro pedazo de carne, cuando José tras verle la cara le dijo: -¿Cómo que le agarraste el gusto a eso de estar mamando, puta de cuello blanco? Ella no sabía qué decir o hacer, hasta que él señalándole lo que recién había escrito le dijo: -Prepárate para que sepas lo que es bueno de verdad.

 

La joven se turbó por completo al leer la oración que José le señalaba; claramente decía en letras grandes: "quiero que me des por el culo y me hagas llorar…" al leer eso nuevamente, Patricia trató de salir corriendo, pero ya el hombre había tomado la precaución de cerrar la puerta del baño, y además  había dejado de sujetarla por sus largos cabellos, para hacerlo por uno de sus brazos. En ese momento la joven pensó en pedir ayuda a gritos, pero él como si le hubiera leído la mente le dijo: "Acuérdate que ya todo el mundo dejó el edificio, estamos tú y yo completamente a solas, pero si me quieres ver de verdad excitado ponte a gritar para que sepas lo que se siente al recibir uno de estos en la boca, y al tiempo que decía eso colocó a pocos centímetros del rostro de Patricia su enorme puño fuertemente cerrado.

 

José cerró la tapa del inodoro y se sentó en el mismo; los ojos de Patricia no dejaban de apreciar la descomunal verga de ese hombre, la cual en comparación con lo que ella recordaba de su último amante masculino, por mucho le ganaba en todos los aspectos.

 

 

 

Con sus grandes manazas la sujetó de la cintura poniéndola de espaldas a él y la subió como si fuera de papel para después bajarla despacio hasta que su pene rozó el depilado coño; estuvo un buen rato restregando el pollón contra su rajita, sin llegar a metérsela, contemplando el tatuaje de una mariposa a color que tenía al final de la espalda, justo encima del culo.

 

-Anda, si aparte de pija eres una rebelde, te gusta mostrar eso mientras te follan cielo?

 

Con una mano le metía el pulgar en la boca y con la otra le masajeaba los cachetes del culo, dirigiendo uno de sus gordos dedos al esfínter, haciendo círculos e introduciéndolo un poco, a lo que ella respondió dando un respingo.

-Esto es lo que más me gusta, ¿sabes? Tengo que pagarle a las putas para encularlas, porque a las pijitas blanquitas como tú les duele mucho. Pero tranquila amor que te va a gustar.

Patricia volvió a tensarse y se dio cuenta de lo que iba a hacerle.

-No por favor, eso sí que no, si quiere se la chupo hasta que se corra, pero no me lo haga por ahí, se lo ruego, nunca lo he hecho y me va a doler mucho!

-Putita no me trates de usted, tan perra eres escribiendo y después en persona eres una tímida… Tranquila mi vida, te lo haré con cuidado, al principio tienes que relajarlo bien para que lo disfrutes.

 

Sin soltarle el brazo, con una mano la fue acomodando, llevando la otra hasta sus nalgas y comenzó a separarlas, como procedimiento previo a ser penetrada por el culo; ya Patricia sin que él tocase todavía el apretado esfínter sentía que le dolía, y hasta un par de lágrimas corrieron por su mejilla, pero José dándole una buena nalgada le dijo: -Ahora se me antoja metértelo por el coño, así que date la vuelta, que deseo ver tu cara de puta cara disfrutando de la misma manera que yo lo hago.

Al estar frente a frente Patricia abrió sus piernas lo más que pudo y lentamente se fue acomodando sobre el tremendo pollón, el cual se le antojaba más gordo que antes; los dos vieron cómo la cabeza desaparecía dentro de la húmeda gruta. La joven soltó un leve quejido y se tensó; José empujó otro poco y metió casi hasta la mitad, haciéndola gritar nuevamente. Se quedó quieto unos instantes y lentamente empezó a bombearla, al principio despacio pero uniforme para después pasar a darle más duro, convirtiendo aquello en una auténtica follada animal.

 

A partir de ese momento ella aumentó la intensidad de sus gemidos, sus brazos se enlazaron y como desesperados se arrancaron la ropa el uno al otro, la boca de José buscó los firmes pezones de Patricia, a medida que él metía y sacaba su verga de la húmeda y estrecha vulva de ella. Patricia comenzó a dar gritos de placer y dejaba la cabeza a modo de timidez en su peludo pecho, el cual hasta mordió en una de las embestidas tan fuerte que le dio, mientras iba sintiendo un creciente orgasmo. José continuaba metiéndolo y sacándolo cada vez con más fuerza y rapidez, hasta que finalmente paró en seco, palpitando la verga y empezando a soltar auténticos borbotones de leche espesa dentro del depilado coño. Patricia levantó una pierna para salirse y un largo chorro de corrida cayó al suelo, haciendo incluso ruido de tal cantidad de grumo.

Los dos cuerpos exhaustos descansaron por un rato, tras lo cual salieron del pequeño baño tal como se encontraban; por un rato mantuvieron silencio, pero en cierto momento y sin previo aviso, Patricia se agachó frente a José y agarrándole la verga se puso a mamársela nuevamente. En cosa de segundos volvió a tomar el mismo cuerpo que momentos antes la había hecho disfrutar tanto.

 

Ella continuó mamándosela al hombre mirándolo a los ojos, y de repente José la cogió de la cabellera y empezó a follarle la boca literalmente, dejándosela enterrada en la garganta haciendo que ella presionara con sus manitas contra su vientre inútilmente, tocando con la punta de la nariz la mata de pelos rizados del hombre.

 

Le sacó la verga de la boca, cayendo hilos de saliva de los labios de Patricia, quien le recriminó el trato brusco que le había dado. Él hizo caso omiso, estaba como loco, y en el mismo pasillo que conducía al ascensor, y como dicen una imagen vale más que mil palabras, no se debía ser muy inteligente para saber qué era lo que buscaba José. La empotró mirando a la pared, escupió sus gordos dedos y acto seguido comenzó a introducirlos uno a uno dentro del culo.

 

-No por favor, tengo miedo- dijo ella débilmente.

-Tranquila mi vida, esto es lo que andabas pidiendo, échate para adelante y afloja el culo.

 

Llegó el momento de la verdad; empujó firmemente sujetándola de la cinturita. Estuvo así un buen rato pero aquel pedazo de carne no entraba. Entonces él se agachó y cogió el pequeño bolso de la chica, donde encontró un pequeño bote de crema hidratante. Untó una buena cantidad en su glande y otra en el esfínter, dando la joven un respingo al notar el frío de la crema.

 

-Baja más la espalda y afloja el culo reina- ella era tan bajita que ni con los negros tacones de aguja llegaba bien a la altura de su verga. Patricia cerró los ojos y apretó los puños esperando el destrozo.

 

Acomodó el glande de nuevo en dirección al estrecho tesoro, empujó con fuerza y de repente sucedió: la cabeza comenzó a entrar, abriendo ella los ojos y soltando un grito desgarrador, que debió llegar a todos los rincones del solitario edificio.

 

-Aaaaaaaaaaaayyyyyyyy! Sácalaa por favoor, me duele muchooooo!

 

El grito fue tal que asustó a José, quedándose quieto unos minutos, en los cuales ella resoplaba fuerte, corriéndole el rímel por las lágrimas que salían de sus ojos y se deslizaban por sus mejillas. Le acarició el pelo y la espalda, diciéndole que se relajara.

 

-Ya entró la puntita mi amor, lo difícil ya pasó- le dijo pegado al oído para después chuparle la oreja. Se agachó nuevamente, le quitó los tacones para tenerla más estable cuando la enculara del todo y los arrojó con desprecio a un lado.

 

Ella no pensaba lo mismo; el culo le dolía horrores, y eso que era solo la punta.

 

José se posicionó otra vez, la sujetó de la cinturita y empujó, entrando otro poco, casi hasta la mitad. Patricia soltó otro fuerte grito y se le nubló la vista, pensando que se desmayaría. ël se echó hacia delante y le tocó los pezones mientras introducía otra porción.

 

-Las tetitas pequeñas también hay que tocárselas a las putitas como tú. Te duele princesita?

 

Aparte del dolor, a la pobre joven le estaba jodiendo el trato dominante que le estaba dando, cuando ella siempre había tomado la iniciativa en sus encuentros sexuales.

 

- Aaaaaaghhh, ayyyyyyyy! Paraaaaaa un pocoooo!  Mee duee-leee! Dale pero más despacio cabrónnnnnnn!- Rogaba la joven entre brinco y brinco hacia delante, rebotando las tetas y abriendo los dedos de los pies. Esto enardeció a José, que paró un momento para colocarse mejor y comenzó la carnicería, empotrándola salvajemente contra la pared tirándole de los brazos como si fueran las correas de un caballo. De las embestidas la frente de la chica golpeaba contra el muro, y un pendiente se le cayó al suelo incluso.

 

Estuvo así 20 minutos follándole el culo como un jabalí.

-¿Quieres recibir la leche de un hombre mi amor?- ella no respondió, solo resoplaba fuerte arrugando la cara en cada embestida, y abriendo la boca tratando de coger oxígeno.

 

No podría aguantar ese castigo mucho más, así que decidió aflojar del todo el culo para que todo terminara pronto. Él lo notó acelerando el ritmo de las embestidas, de lo que estaba disfrutando le caían hilos de saliva en la espaldita de la joven; cuando al poco le volteó la cara con una mano y le dijo:

-Mírame a la cara reina, que te voy a preñar el culo.

 

En ese momento se paró, ambos se miraron fijamente, ella con la boca entreabierta, palpitó la verga 2 veces y empezó a rellenarla como a un pavo, por lo menos 8 lefazos seguidos. Cuando la sacó, salió un hilo de espeso grumo que cayó al suelo, mezclado con restos de sangre.

 

José se vistió y se fue dejándola allí quieta; le dolía todo, las piernas le temblaban pero no se movió durante un buen rato de lo asustada que estaba.

 

Luego de esa noche Patricia dejó de escribir en las paredes de los baños que visitaba, por lo menos mientras que José se mantuvo en tierra firme.

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