Ella llegó de su trabajo cansada, agobiada por sus obligaciones. Pensó que lo mejor sería darse un baño de inmersión, con aceite de jazmín, con la única iluminación de unas velas, para así poder relajarse.
Él estaba nervioso, con una inquietud que no podía explicar. Para tranquilizarse, se recostó en su sillón, sólo con el sonido e iluminación de los leños crepitantes en el hogar.
De pronto, y sin que ella se diera cuenta, se encontró en un lugar sin forma ni tiempo, donde no necesitaba abrir sus ojos para saber que estaba ante un hombre, por su respiración lenta y acompasada.
Él también viajó a ese lugar, y sin abrir tampoco sus ojos, comenzó a sentir el aroma a jazmín de la piel de una mujer desconocida.
Sin mediar palabra, por miedo a que ese sueño se terminara, se fueron acercando, primero con timidez y luego con más ansiedad en recorrer el cuerpo del otro.
Él recorrió los labios de ella con sus dedos.
Ella recorrió con sus manos el pecho de él.
Cuando las primeras caricias dejaron de ser inseguras, sus cuerpos empezaron a acercarse más y más, hasta el punto de sentir la respiración del otro en su propia piel. En ese momento, ya las caricias no alcanzaban y sus labios se encontraron en un beso trémulo y exploratorio en un principio, y luego más profundo y apasionado.
Él tomó coraje y abrió los ojos, y se encontró con una bella mujer desnuda, que se estremecía entre sus besos y sus caricias, que a esta altura ya cubrían todo su cuerpo.
Él emitió un gemido, por lo que ella también abrió los ojos, y se encontró con un hombre muy bien formado, con cabello ensortijado y moreno, y con unos ojos verdes que hicieron que perdiera el aliento.
El lugar donde estaban no se parecía a ningún lugar conocido por alguno de ellos, era más bien la imagen de una tienda de los nómades árabes, llena de almohadones y sillones de telas preciosas.
Sin poder entender cómo llegaron allí (y realmente tampoco importaba mucho) se recostaron uno junto al otro, aunque a estas alturas, se recorrían mutuamente con todos los sentidos:
Con la vista, disfrutaban el contorneo del cuerpo del otro.
Con el oído, se deleitaban oyendo los gemidos de placer que poco a poco comenzaron a emitir.
Con el olfato, cada uno comenzó a memorizar el aroma del otro.
Con el gusto, saborearon el cuerpo del otro, que comenzaba a salarse por el sudor.
Con el tacto, sentían y reconocían cada centímetro de piel del otro.
En ese momento, Él se recostó sobre Ella, y sin pensarlo, Ella separó sus piernas para dejarlo entrar.
Cuando Él finalmente entró en Ella , comenzó a moverse en forma lenta y acompasada, y siguió mirándola y besándola, sintiendo como poco a poco su cuerpo comenzó a estremecerse.
En ese momento, Ella comenzó a sentir como todo su cuerpo se estremecía, y como se acercaba a la excitación extrema. Cuando eso fue inevitable, rodeó la cintura de Él con sus piernas, haciendo la penetración más intensa, y en ese momento sintió una oleada de pasión y deseo, de fuego irrefrenable, que los llevaba hasta el clímax.
Cuando recuperaron el aliento y abrieron sus ojos, Él seguía en su sillón y Ella en su bañera, sin poder ninguno de los dos explicar qué fue lo que pasó.
Ahora, Él busca por todas partes una piel que huela a jazmín, y Ella busca entre la gente esos ojos color esmeralda, para que le iluminen tanta soledad.