Yo sólo quería perderme en medio de sus piernas, pero ella no para de hablar de su anterior pareja. Pido dos Ballantine’s más y Lidia apura el suyo casi de un trago. Después, sigue hablando de su “ex”. Sonrío mientras detalla uno por uno los motivos por los que se separó de Fernando, pero la verdad es que no la escucho; realmente me importa una mierda lo que me cuenta. Fue una mala idea invitarla a salir, pero yo sólo quería perderme en medio de sus piernas. Así que seguimos bebiendo. Una copa tras otra. No me gusta la música pero agradezco que esté tan alta, así no oigo ni una palabra de lo que Lidia me cuenta. Justo en la barra de enfrente está Raquel, mi anterior pareja, con el gilipollas de Carlos. Cuando digo que Carlos es gilipollas quiero decir que lo odio porque es más alto, más guapo y más simpático que yo; uno de esos tipos que tienen la maldita habilidad de hipnotizar a todos, de gustar y caer bien tanto a hombres como a mujeres. Pero a mí no, a mí no me hipnotiza; al menos desde que sé que sale con Raquel. Pido otra copa para Lidia y me acerco a saludar a Raquel. Hablamos. Hablamos mucho rato, nos reímos y ahora no sé por qué motivo la dejé, pero sí sé que a veces la echo de menos. Carlos está incómodo, nervioso, y trata de meterse en la conversación. Pero no puede porque hablo de personas y hechos que sé que él desconoce para evitar que pueda meter baza. Voy a la barra y le pido tres copas. Estúpido error de borracho: cuando me giro con las copas en la mano Carlos está besando a Raquel, así que, derrotado, dejo las copas sobre la mesa y regreso con Lidia. Lidia ha bebido demasiado y no para de hablar de su ex. Comienza a llorar mientras me explica cómo continúa queriendo a Fernando y que fue una estupidez dejarlo. Son ya las cinco de la madrugada y hacemos una pareja patética. Ella con el rimmel corrido y yo que no dejo de mirar a Raquel. Demasiado borracha para nada, así que me agarro a la cintura de Lidia y decido llevarla a su casa a dormir. ¡Y yo que sólo quería perderme entre sus piernas!. Antes de salir, vuelvo la cabeza hacia Raquel y allí está, sonriéndome. Hoy, resacado, no sé si esa sonrisa es una puerta que se abre amable o simplemente con ella quería decir “Jódete imbécil, tú sólo querías perderte entre mis piernas".