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Categoría: Confesiones

Solo eran una pareja normal, disfrutaron de una noche alocada de sexo.

Su lengua recorría su miembro con glotonería. La sensación era rara, pero placentera.

Si bien, es cierto que había empezado con una cierta desgana, introduciéndoselo en la boca apenas hasta la mitad. En seguida, pudo más el vicio que el pudor y trató de abarcarla entera.  Vano intento, ya que las ganas no pudieron con la falta de práctica y las arcadas le impidieron proseguir.

Levantó los ojos hacia él, como queriendo comprobar si este nuevo juego le gustaba, disimulando su incapacidad de tragarla entera.

El la miraba desde arriba. Arrodillada, desnuda a sus pies, mirándolo intensamente. Veía en sus ojos el morbo que la embargaba, su total entrega y su necesidad de un gesto, que la indicara que le estaba gustando. La sonrió, al tiempo que empujaba su pelvis. Enseguida ella volvió a introducírsela y chuparla con fruición.

Desde el otro lado de la habitación, su marido desnudo, de rodillas y con las manos en la espalda no perdía detalle. Su pene, totalmente erecto, se proyectaba hacia delante. Lo que, junto a sus ojos y su intensa forma de mirar, no dejaba lugar a dudas de lo mucho que lo estaba disfrutando.

El miró al otro lado de la habitación y le vinieron a la cabeza las palabras de Ramón Pérez de Ayala.-“ El amor en bestias y humanos tiene muchos puntos en común. Pero mientras que las bestias lo disfrutan de una forma natural y primitiva. En los humanos hay que volver a enseñárselo”.

Quien les iba a decir a este matrimonio que iban a disfrutar tanto su condición sumisa. Apenas un tiempo atrás, no eran sino otra pareja aburrida y sujeta por los convencionalismos sociales.  Con una vida sexual aburrida, que necesitaba de nuevos alicientes.

Los dientes en su polla le devolvieron a la realidad. Las ganas podían más que la técnica y la velocidad que había impelido al movimiento de entrada y salida en su boca, magullaba la delicada piel del miembro.  Así que él decidió que debía retomar de nuevo el control de la situación.

–         Mira como follo la boca de está puta, perro.

Dijo, al tiempo que, agarrándola del pelo, se introducía más profundamente en su boca, mientras miraba hacia su marido.

Ella, sorprendida, no pudo más que dejarse empalar, mientras un escalofrío de gozo la recorría. Cosa que a él no le pasó desapercibido. De hecho, una vez repuesta de la sorpresa inicial, se entregó por completo al uso de su boca. Su marido no hizo ni dijo nada, pero su pene se enderezó un poco más.

Ahora el disfrutaba mucho más, presionando hasta el fondo de la garganta. Sintiendo como ella trataba de respirar y contenía el vómito. Como la baba caía abundantemente a cada empujón.

El suelo empezaba a estar lleno de babas, aunque el sabía que era mucho más. Ella estaba arrodillada, con las piernas bien abiertas. Su precioso culo ligeramente proyectado hacia atrás, con sus manos a la espalda también. Seguro que su coño también empezaba a chorrear.

Esa humedad no solo provenía de su boca. Su coño ya estaba abierto y listo para recibirlo. La postura le encantaba, luchando por respirar mientras usaba su boca. Le hubiera encantado tener otra polla en su coño en ese momento. No era la primera vez que la había entregado a otros. Que la habían llenado todos sus agujeros al mismo tiempo, con palpitante carne o con distintos juguetes, que le habían hecho perder el sentido. Disfrutaba como la perra que era de su señor follada por la boca, pero estaba deseando que se la enterrara en el coño.

La erección empezaba a dolerle. Quien hubiera pensado que recuperaría erecciones así viendo como otro se follaba a su mujer. Podía ver los labios de su coño bien abierto entre sus piernas. Incluso diría que podía oler desde esa distancia la humedad de su coño. Le hubiera gustado que le dieran permiso para lamerlo, pero parecía que de momento no le iban a dejar. Solo esperaba que no se corriera en su boca. Quería limpiarlo del coño de su mujer con su lengua. Degustarlos a ambos. La espera no hacía sino acrecentar sus ganas, pero sabía también que su amo no permitiría que se fuera con las ganas, a menos que se comportara mal y excepto cuando intentó probar, el resto de las veces habían superado con mucho sus fantasías y deseos.

Aunque disfrutaba mucho follándole la boca, no quería correrse de momento. “Esta puta tiene un coño y un culo riquísimo. No puedo dejarla ir sin, al menos, haber dado un repaso a cada uno.” Se le coló en sus pensamientos.

Unos metros más allá, en el suelo estaba el vestido de ella, donde lo dejara caer su marido cuando se lo quitó. La señora madurita que pasaba desapercibida por la calle, convertida en toda una zorra a pocos metros de su marido. Feliz de ser usada por su macho y feliz de que su marido estuviera allí viéndolo y participando.

La polla dejó su boca de improviso, lo que la dejó perdida sin saber que hacer. Pero sólo fue un segundo, ya que sintió como tiraban de su collar. Se dejó hacer pensando que quería darle la vuelta. Y lo hizo. Sólo que, levantándola, la llevó más allá, hasta ponerla frente a su marido. La erección de su marido lucía imponente y le encantó, aunque estaba deseando que le follara su amo.

La hizo inclinarse hacia adelante, abriendo sus piernas. Tiró del pelo levantando su cabeza y la emplazó cara a cara con su marido, al tiempo que la penetró. Ella perdió de vista el mundo que la rodeaba. Su marido veía que sus ojos, pese a estar muy abiertos, en ese momento no veían nada. Pudo sentir como el llegaba hasta el fondo de ella.

Caliente, húmedo, delicioso…. Ese coño, su coño, era una maravilla. En ese momento no le importaba nada más en el mundo. Sabía que si se dejaba llevar se correría sin remedio de lo a gusto que estaba y no quería. Tenía, debía devolverla a casa bien abiertos todos sus agujeros, bien follada y llena de leche que su marido pudiera disfrutar. Así empezó a moverse lentamente. Quería que la notara en cada rincón para que se corriera suavemente, antes de follarla duramente y hacerla gritar de placer. Así que empezó a moverse lentamente. Bajo la mano que sostenía aún su pelo hasta su cadera, para asirla firmemente.

–         Besa al perro.

La orden le pilló por sorpresa, pero aprovechó que en ese momento se la clavaba, para moverse hacia adelante, encontrando la ávida lengua de su marido que la esperaba. Entró en su boca y se sintió bien. Llena… por ambos lados.

El notaba el ligero movimiento cada vez que la penetraba el coño y su golosa lengua en la boca. Cómo se iba deshaciendo, mientras la disfrutaban entre ambos. Le entraron unas ganas locas de pasar sus brazos hacia adelante y tocar esos pechos, de erguidos pezones.

-Perro, acaríciale el clítoris con una mano.

Esta era la suya, aprovechó y cogió un pezón, mientras buscaba el botón de su mujer con su dedo corazón. A ella se le escapó un gemido.

…………………………………

Era un matrimonio andando por la calle, normal, vestidos de forma normal. Maduros ambos, sin nada especial; sin embargo, todo el mundo se les quedaba mirando sin saber muy bien qué, pero había algo que les resultaba chocante y agradable.

No sabrían decir qué, pero irradiaban felicidad y complicidad.

A ellas les parecía encantador y les picaba la envidia y la curiosidad. Ellos solo pensaban… que era muy raro que se llevaran tan bien.

Ellos no pensaban………. Simplemente se sentían geniales y felices….

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