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Él me había dejado hacía apenas unas horas. Yo me sentía la mujer más despreciada y despreciable del mundo y decidí huir. No quería suicidarme ni nada así, ni siquiera lo pensé, sólo quería alejarme de todas las mentiras con las que me embelesó hacía más de nueve meses.
Soy clara, a mí me gusta la gente pasional, abierta, fiel e inteligente. Manu, que así se llama mi ex, además de tener todo eso (o más bien aparentarlo muy bien) era romántico, dulce y muchos adjetivos más, todos buenos.
Tras 2 meses de empezar a salir y ver que cada dos por tres estábamos restregándonos los cuerpos en cualquier parque o en las casas que compartíamos con nuestros padres y hermanos, decidimos hacer la locura de irnos a vivir juntos. Conseguimos un piso de alquiler que era casi una ganga (para pagar entre dos), recién construido, limpio y con una casera que era amiga nuestra.
Desde nuestros dos primeros meses todo fue felicidad, amor, pasión. Cualquier rincón de la casa era explorado para encontrar nuevas posturas, aunque mis sitios predilectos eran tres: la bañera, la cama y el sillón. Soy muy tradicional.
Todo iba viento en popa, no sólo sexualmente. Si me ponía mala, se pedía un par de días en el trabajo para mimarme. Cocinábamos juntos, hacíamos la colada, veíamos la tele o jugábamos a cualquier juego de ordenador cooperativo. Así era nuestra vida: sencilla, pero perfecta.
Los fines de semana los pasábamos en soledad o con amigos, pero casi siempre juntos. Todo complicidad, todo miradas de pasión, amor, cariño. Sus labios eran el manjar que me alimentaba la pasión… Hasta que llegó ella, mi peor enemiga.
Era consciente que Manu tenía un pasado y que había estado varios años con una rubia pija que era todo sonrisa y amabilidad. Mi carácter es mucho más cambiante, pero no por eso soy mala persona. Sin embargo ella, la asquerosa Ana, siempre tenía una frase agradable y una blanca sonrisa para apaciguar cualquier desventura.
Así apareció un día en nuestra casa, acompañada de uno de nuestros mejores amigos: Quique. Resultó que era su hermana y que Manu me había ocultado muchas cosas que no tardé en descubrir. No lo habían dejado como me dijo él por "falta de comprensión y entendimiento" sino porque ella se iba con una beca Erasmus a Alemania, durante un año entero. De mutuo acuerdo y amistosamente decidieron separarse mientras ella estuviera en Colonia, Alemania. Por si acaso se dijeron un "hasta luego". Cada uno podía vivir su vida durante el año de ausencia de Ana, y luego hablarían.
El día que regresó ella, vino directamente a nuestra casa, en el coche de su hermano Quique. Yo no sé lo que esperaba encontrar allí, ni qué le habría contado Quique, pero apareció saludando, tranquila, contando maravillas sobre los alemanes. En fin, era una mezcla entre Heidi y alguna actriz porno de las bobitas. La hubiera perdonado si supiera que Manu no sentía nada por ella ya y si no hubiera visto esas miradas que entrecruzaban cuando creían que yo no miraba.
Ella llegó en el séptimo mes. Justo cuando Manu y yo flotábamos a la deriva en nuestro enamoramiento. A él lo arrancó de allí de un plumazo, porque vi en sus ojos que la había olvidado mientras no estaba presente, pero ahora que había vuelto, todo podría ser como antes y Manu y Ana podrían estar otra vez juntos. Lo único que fallaba era mi existencia, así que empezó a tratarme mal, a pasar de mí, a darme largas, a intentar que me desenamorara de él. Dejó los regalos de lado. Apenas me rozaba el cuerpo, ni aún cuando yo me acostaba desnuda a su lado. Manu se inventaba cualquier excusa para quedarse viendo la tele hasta tarde y venía cuando yo ya estaba por el tercer o cuarto sueño. Se levantaba también antes que yo, echaba horas en el trabajo (o eso es lo que a mí me decía) y comenzó a vivir en su mundo, siempre mirando al infinito, casi sin parpadear.
Eso fue el fin para mí, una hecatombe. Encima yo me puse pesada y empalagosa. Intenté por todos los medios llegarle al corazón otra vez. Le hacía regalos caros, me arreglaba todos los días de forma sexy y provocativa, le seducía por las noches sin mucho éxito y, día tras día, todo siguió muriendo.
Odiaba a Ana en sueños y me despertaba sudorosa en la cama, al lado de mi ausente Manu. Muchas veces me abrazaba a él y lloraba en silencio, porque sabía que era la única manera de estar junto a él como antes: sin que me rechazara.
- Ana – suspiró un día cuando le abracé, así que le solté y me fui a dormir al sofá.
Caí enferma y nadie me ayudó. Me deprimí y no me consoló.
Un día me vino con el cuento de que se quería comprar un coche y que con el gasto de la casa alquilada no podía. Después me dijo que era tirar el dinero vivir en alquiler, que él quería formar una familia y tener un lugar de su propiedad. Por supuesto apenas me miró. Creo que sentía por mí una lástima terrible y a la vez me odiaba porque yo era el muro que le separaba de la guarra pija de Ana.
Una semana más tarde, el viernes cuando volví de clase, (yo estudiaba y trabajaba media jornada) encontré todo más vacío de lo habitual. Se había ido. La mitad del armario estaba vacía, como si la hubiese barrido un huracán. El muy condenado había hecho la repartición de todo y me había dejado con el corazón cojo. De todo se había llevado la mitad, me sorprendió que no partiera las toallas o las pastillas de jabón. Me quedé con tres platos de cada media docena, tres cuchillos, tres vasos, algunas cacerolas, un solo ordenador, los armarios a la mitad.
Desde fuera parecía que estaba loca. Todo lo mío estaba como siempre, pero daba la impresión de que había dejado ese hueco para cuando viniera un hombre en mi vida. Nada más lejos de la realidad, porque el hombre que yo amaba con locura se había marchado para siempre.
No sé cuántas lágrimas derramé sobre la única almohada que quedaba en la cama ni cuántos minutos pasaron desde que perdí el norte. Lo único que sé es que me aferré a la notita que me había puesto como si fuera en realidad ese papel fuera él.
"Me voy. Vuelvo con Ana. Lo siento, espero que puedas perdonarme algún día, pero no quería engañarte más" rezaba el trocito de papel que había dejado sobre la mesa de centro del salón, que supongo que no se llevó por cortesía.
Si una cosa me define es que soy muy pasional, pero intento ser consecuente. Lloré hasta secarme por dentro, cosí mi corazón como pude y empecé a verlo todo desde un nuevo ángulo.
Era día 3 del mes, así que aún tenía casi un mes para desalojar la casa si quería. Yo sola, por muy barato que fuera el arrendamiento, no podría permitírmelo. Estuve tentada de llamar a Manu y decirle lo considerado que había sido por no haberme dejado a finales del mes pasado. Ese pensamiento se me antojó hasta gracioso y comencé a reírme como una loca por toda la casa. Sí, definitivamente como una loca. Mis carcajadas retumbaban en las paredes casi desnudas y volvían a mis orejas distorsionadas y amplificadas extrañamente. Todo estaba deformado como en una película grotesca. Me veía desde fuera, desde arriba. Me imaginaba cincuentona, maquillada casi como una puerta, fumando de una pipa larga y rodeada de gatos. Vestida únicamente con una bata vaporosa con pompones, escuchando música vomitada por un gramófono y bailando con el aire.
Me repugné a mí misma con esa visión. Yo apenas tenía 22 años y no me iba a hundir de ninguna de las maneras. Al menos no por algo tan estúpido como un amor de nueve meses con un niñato musculado de gimnasio. Casi me sentía liberada de que hubiera huido con su pija exnovia.
Así que metí algo de ropa en una bolsa de viaje pequeña, cogí las llaves de mi coche (por suerte yo sí tenía uno) y me propuse desquitarme de todo aquello yéndome lejos, aunque fuera un fin de semana.
Pero antes de todo eso, tenía que darme una ducha, para limpiarme lo último que quedara de Manu, y las lágrimas. Me quité la ropa que llevaba sudada de todo el día, me metí en la ducha y desenrosqué la alcachofa de la ducha, como vulgarmente se la conoce, dejando sólo la manguera. Cuando la bañera estaba llena hasta la mitad de agua tibia, eché unas sales perfumadas con pétalos de rosa. Allí, tumbada, con el cuerpo casi cubierto por el agua olorosa y un poco rosácea me dejé llevar por las sensaciones de un chorro de agua bien apuntado hacia cierta zona erógena de mi cuerpo. Mis pechos prietos flotaban en el agua que ya casi los cubría y casi todo mi cuerpo se sentía acariciado por el manto tibio que llenaba la bañera. Me recosté bien estirada dentro del habitáculo blanco y abrí mis piernas. Con una mano sujetaba fuertemente la manguera de la que salía un chorro, ni suave ni potente. Centré este chorro en mi clítoris, manteniendo firme el pulso; y pronto tuve que echar la cabeza hacia atrás porque perdía la noción de lo vertical. Enseguida tuve que usar las dos manos para sostener el chorro. A ratos me sobaba mis tetas redondas cuyos pezones estaban duros de placer. Miré mi cuerpo desde el ángulo en el que me encontraba y se me antojó sencillamente hermoso y, dicho de una forma brusca, follable. Manu se perdería todos los juegos con mi cuerpo. Algún otro sabría aprovecharlos, de eso estaba segura. Nunca perdí mi fuerza.
Empecé a sentir un calor que me arrullaba, casi hago hervir el agua de la bañera. Gemía al compás de mi respiración, que se aceleraba mientras ese impúdico chorro me arrancaba momentos de placer. Comencé a pensar en cosas que ni yo misma me atrevería a reconocer. Pensé en que me lo montaba otra vez con Manu; pero esta vez no estaba solo. Ana le acompañaba y nos montábamos un trío espectacular. No me excitaban sobremanera las mujeres, pero aquello, por lo morboso de la situación, por el despecho o qué se yo, me gustó mucho. Una especie de masoquismo recorría mi cuerpo, imaginé a Manu disfrutando con Ana y conmigo; y nosotras satisfechas con ese tratamiento de mujeres sumisas, complaciéndole. Con esta imagen, que luego se me antojó harto desagradable me corrí como hacía tiempo que no hacía en soledad, aún echándole de menos…
Al terminar me eché loción hidratante por todo el cuerpo, agarré mi pelo en una larga coleta, me maquillé, cogí unas gafas de sol para que no se viesen mis ojos color esmeralda hinchados por el sofoco de hace unos minutos. Me vestí de una manera quizás algo reprobable: negra minifalda muy corta de tablillas, medias de rejilla, también negras, y botas de cuero casi por las rodillas. Cogí una camisa negra ajustadísima y casi transparente, como de encaje, y me embutí en ella, pero por primera vez me la puse sin sujetador. Sabía que no sólo se intuían mis pechos a través de ella, sino que se veían con perfección. Mejor así, me apetecía provocar de una manera directa. Ese era mi cuerpo y así lo enseñaría.
Me eché cinco gotas de mi mejor perfume: dos tras las orejas, otro par en las muñecas y una última en el pubis, por si alguien se acercaba a mi tesoro escondido.
Cogí el coche, el petate y comencé a conducir de una forma agresiva. Era la única manera de salir adelante sin caer en ninguna estupidez. Me apetecía pasar un rato de desenfreno, en mi coche, con música cañera y muy alta. Me sentía más fuerte, más vivaz, más atractiva y menos una basura, como me había sentido hacía unos momentos, por culpa de mi ahora ex Manu.
Llegué a un paso de cebra con tan mala suerte que casi atropello a Quique. Sé que era cerca de su casa, de hecho acababa de bajar del coche y se dirigía, supuse, hacia su portal, en la acera de enfrente.
Pité varias veces, le sonreí y le guiñé un ojo. No contenta con eso, paré para saludarle amistosamente. Activé las luces de emergencia y bajé por control remoto la ventanilla del copiloto.
- Hola, Quique, ¿qué tal todo?
- Hola Susana – noté como sus ojos se iban solos hacia mi vestimenta.
- ¿Ya te ibas a casa?
- Pues sí, estoy un poco cansado de trabajar, hoy me he escapado un poco antes.
- Sube, que estoy parando el tráfico – le dije – si quieres vamos a tomar algo y me lo cuentas. ¿Te parece? Además, yo estoy un poco baja de ánimos…
Comportándose casi como un perrito faldero subió sin rechistar en mi coche, me dio dos besos, acercándose mucho, y nos fuimos.
Paramos en una cafetería a la que solíamos ir el grupo de amigos, entre los que se encuentran Quique, Manu y el resto. Ana antes de irse imagino que también iría por allí, pero me importaba poco.
Nos sentamos en una mesa baja, frente a frente. Aquello me encantó porque así me podría ver bien, así podría ver que yo no me achanto ni me hundo con facilidad, por mucho que mi novio se hubiera ido con la hermana del chico que tenía enfrente.
Aproveché mientras nos traían el mosto y la coca-cola light (muy sanos, nosotros) para ir al baño y retocarme un poco. Perfilé mis labios, coloqué mi pelo y desabroché un botón más de la camisa, dejando ver mi vertiginoso canalillo. Metí la mano dentro de la camisa y levanté más mis pechos, juntándolos. Wonderbra de camisa ajustada. Así lo llamo yo.
- Manu ha perdido una gran mujer – murmuré ante el espejo antes de salir. Y lo creía de veras.
Salí más provocativa que antes y me senté delante de Quique portando una esplendorosa sonrisa. Él estaba embobado con mi forma de vestir. Yo, cada dos por tres, como si no le oyera bien, me echaba hacia delante para que viera qué había debajo de aquella camisa, aunque creo que lo veía bien tras el encaje negro.
Hablamos de todo un poco. Me contó que en su trabajo estaba teniendo una clase de mobbing (acoso moral de compañeros) y que se veía tentado a volver cada vez más pronto a casa. Sus compañeros, en lugar de ayudarse, competían unos con otros, y eso no le parecía nada ético.
- Bueno, en la vida siempre se compite. Unas veces se gana y otras se pierde, como me ha pasado a mí con Manu… - comenté, un poco melancólica.
- Oye, Susana, aunque Ana sea mi hermana, a mí también me ha parecido fatal lo que te han hecho, tanto Manu como ella. Es mi familia, la quiero, pero reconozco que es un poco puta.
Aquello me sentó como un tiro y me sorprendió a la vez.
- Yo pensaba que me habían dejado porque lo suyo era amor de verdad – dije.
- ¿Amor de verdad? Para Manu, quizá – se rió – pero Ana es una auténtica pendona. Mientras aún salía con Manu, antes de irse al extranjero, la pillé más de una vez cepillándose a algún amigo suyo en casa, cuando yo volvía pronto de trabajar.
- Pues Manu no debía saberlo porque parecía no guardarla ningún rencor.
- Si tu querido Manu no lo sabía era porque yo no se lo dije. Muchas veces ella me extorsionaba y chantajeaba para que no le dijera nada. Como es mi hermana, aunque Manu sea mi amigo, al final ganaba el amor fraternal.
- Entiendo…
- Recuerdo un sábado, en el cual yo tuve que ir a trabajar porque teníamos un proyecto del que no veíamos el final – se animó a contarme – Resultó que ese día avanzamos muchísimo y yo me permití ir a casa a comer y ya no volver en todo el día. Cuando llegué la puerta estaba cerrada con dos vueltas de cerrojo, como cuando no hay nadie. Entré y vi que estaban las llaves de mi hermana puestas por el otro lado, solo que no metidas hasta el fondo. Empecé a oír unos gemidos que venían de la habitación de mis padres. La muy guarra estaba haciendo lo que fuera allí, en la cama de nuestros padres.
- ¿No pensaste que era con Manu?
- Por supuesto que lo pensé – contestó – pero ya me dio curiosidad y fui a ver para decirles al menos que les cerraba la puerta y que yo me iba al sótano, que hicieran lo que quisieran. Eran mi mejor amigo y mi hermana, no creía que pasara nada.
- Ajá – asentí.
- Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que la muy…
- Puta – intervine yo.
- Pues se estaba beneficiando a Cristian, que era un gran amigo de Manu. Ahora ya no son amigos, porque amenacé a Cristian y salió huyendo. Al ver la movida preferí callar y vi que Ana estaba puesta a cuatro patas y Cristian le estaba comiendo todo por detrás, mientras ella gritaba y le insultaba. Alcancé a ver también un calabacín sobre la mesilla. ¡Joder, que con eso cocinaban mis padres!
- ¡Qué angelito! Parecía tonta la niña – dije sonriendo.
- Me quedé un rato más mirando y vi como se la folló sin condón, se la metió por todos los agujeros de su cuerpo: por el culo, el coño, la boca, entre las tetas. Yo la verdad es que me puse bastante caliente al verlo porque parecía una zorra auténtica. Cristian le amasaba las tetas, se las mordía, le metía 3 ó 4 dedos por el culo y ella seguía ahí gimiendo y disfrutando.
- Y Manu con una cornamenta de ciervo, ¿no? – aquello me resultó hasta gracioso. Se lo merecía.
- Ya te digo – nos empezamos a reír por lo absurdo del momento.
Me siguió contando otras veces que la había pillado con distintos tipos. Incluso me contó que una vez se estaba follando a su profesor de cálculo de la facultad.
- ¡Un hombre con hijos y todo! Luego sacó muy buenas notas – apuntó Quique.
Al final Quique dio las amenazas por imposible, ella no cambiaría, y tenía pensado contárselo todo a Manu, cuando ella cortó con él y se marchó de Erasmus.
- Ya sabes, las pollas nacionales ya no la debían satisfacer.
- Quería ver si los alemanes la tenían como una salchicha bien grande, jajaja. – dije ya sin cortarme un pelo.
- Un colega que se ha ido con ella, además de tirársela unas cuantas veces, me ha contado que allí se ha ganado una fama de putita bastante interesante. De hecho hasta un alemán cabrón colgó el video de una orgía que se marcó con ella y con un amigo por Internet.
- Eso quiero verlo.
- Pues me lo bajé con el emule, así que te lo puedo poner cuando quieras.
- ¿Pero a ti te pone tu hermana o qué? – le pregunté.
- Pues la verdad es que reconozco que está muy buena y eso, pero lo hago más para tener algo con que chantajearla. No me va el incesto, lo siento, aunque alguna vez me lo ha propuesto.
- ¿De verdad?
- En serio – dijo Quique – un día apareció por casa en pelotas diciéndole que le dolía mucho la espalda. Trajo consigo un aceite de masajes eróticos y, te aseguro que eso no era casual. Nada en ella es casual. Le di el masaje por la espalda, pero al pedirme que siguiera por delante le dije que se lo hiciera alguno de sus súbditos sexuales.
- Hostia, Quique, cada vez me caes mejor.
- De hecho creo que con Manu está porque es un buen trofeo – me comentó – Sé de buena tinta que está bueno, porque todas lo decís, tampoco me van los tíos. Así que está bien tenerle como carnudo oficial mientras se folla a todo lo que tenga polla.
- Si antes la tenía manía e incluso algo de envidia, ahora directamente me dan asco ella y Manu. Espero no haber cogido nada por haber follado con él sin condón.
- Bueno tía, y si dejamos el tema… Cuéntame ¿a dónde vas tan arreglada? – me preguntó volviéndome a mirar las tetas descaradamente.
- La verdad es que me voy en busca de aventura, o de perderme por ahí, o algo así. No tenía ningún plan fijo. Te has cruzado en mi camino y he cambiado los planes para tomarme algo contigo.
Se me pasó fugazmente por la cabeza la idea de llevármele conmigo a por aventuras. Él estaba bastante potente, tenía un cuerpo fibroso, aunque más delgado y menos musculoso que Manu. Era alto, de pelo castaño claro con coleta y ojos marrones. Digamos que se trataba de todo un bomboncito. Tenía veintipocos y aparentaba alguno menos. Pero como yo no era una puta, como su hermana, hasta ese mismo momento no me había fijado en lo atractivo que era.
- ¿Y si te vienes conmigo? – le dije, sin pensarlo mucho y antes de arrepentirme.
Se quedó pensativo unos tres segundos y me contestó que sí. Dijo que recogía unas cosas de casa y nos íbamos.
Le dejé en la puerta de su casa y me fui a comprar "unas cosas". Dentro de media hora pasaría a recogerle. Si no estaba, le amenacé, me iría yo sola.
Bajé al centro comercial más cercano y compré condones de colores, espermicida, lubricante, espuma de baño y aceite de masajes (lo que me había contado de Ana me había puesto un poco cachonda y quería probar cómo daba ese niño los masajes).
Llegué a recogerle a los veinte minutos y estaba ahí, sentado en un banco de madera justo debajo de su portal. Pero no estaba solo, se encontraba hablando con Manu y con Ana que estaban felizmente agarrados de la mano, como dos adolescentes.
Pité y saludé animosamente a los tres. Les dije que esperaba que les fuera muy bien en su vida conjunta con un tono bastante irónico.
- Quique, ¿nos vamos? – dije – que estoy deteniendo "otra vez" el tráfico por ti.
Quique subió felizmente al coche, diciéndoles adiós. Mientras yo subía la ventanilla y veía a Manu mirarme con ojos de alguien que aún no te ha olvidado dije por lo bajini "Hasta luego, cornudo", y saludé con la mano. Ellos dos se quedaron con cara de póker, no sé muy bien si por motivo de verme tan recuperada, tan provocativa o por verme largarme en mi coche con Quique, llevando él una pequeña mochila de viaje.
¡Qué dulce es la venganza!
Fuimos todo el camino descojonándonos de la cara que había puesto su hermana. Al final me confesó que él estaba seguro que tenía que ser su hermanastra o algo así porque esa tía no podía ser de la familia. Yo estaba alucinando o es que me quería llevar a la cama. Dadas las circunstancias, lo segundo me resultaba lo más probable.
Fuimos eligiendo las carreteras al azar. Cogíamos las salidas al vuelo.
- Me gusta el 6, sal por esa salida.
- ¡Vale! – decía yo.
Creo que nunca había disfrutado tanto de una locura semejante. Acabamos en un punto indeterminado, en alguna ciudad cercana, a unos doscientos kilómetros de nuestras casas.
Llegamos a un pueblecito mediano, soleado y costero. Todas las casas eran blancas, el mar susurraba a la arena y el sol estaba a punto de ponerse. Rápidamente buscamos algún sitio donde pasar la noche. Como no era temporada alta, aunque aún hacía buen tiempo, encontramos unos apartamentos por un precio singular. Tenían vistas al mar, aunque estaban en segunda línea de playa. Contaban con su cocina americana, pequeño salón, baño lujoso y habitación de matrimonio. No había apartamentos de otra clase, así que tuvimos que elegir uno de esos.
- Bueno, pues yo duermo en el sofá y tú en la cama grande – me dijo cortésmente Quique.
- Ah, ¿pero quieres dormir? – Le dije sonriendo.
Pedimos todos los extras, jacuzzi, champán, sábanas de raso, etc. Total, parecía que estaban de rebajas. Nos dijeron que además nos invitaban a cenar esa noche.
Dejamos las maletas en el apartamento y nos fuimos directos hacia el restaurante del complejo, a disfrutar de una copiosa cena. Todo estaba riquísimo, o a mí me sabía estupendamente. Bebimos buen vino, disfrutamos de buena carne y de mejor conversación. No sé cómo pude estar tan ciega con Manu. Con él todo era mucho más plano, regalos, amor, buen sexo, pero no demasiada conversación. En realidad, en ese mismo instante me di cuenta lo que echaba de menos alguien con quien hablar de temas interesantes.
Al terminar la cena nos fuimos al apartamento, a disfrutar de los canales por satélite. Nos reímos muchísimo con una serie de humor. El mando lo tenía yo y seguí dando vueltas por todo el amplio catálogo de canales hasta que llegué a los 2 ó 3 canales pornográficos. Por supuesto estaban en abierto, sin censura.
Me quedé un rato divertida viendo una orgía que se estaban montando dos parejas en un autocar. Los tíos tenían unos penes de los que sólo salen en ese tipo de películas: descomunales y depilados hasta los huevos. Las mujeres, aunque sexys, eran un cúmulo de colágeno y silicona bastante artificial.
- Pues a mí no me gustan las tías así – dije.
- Ni a mí esas pollas de 30 centímetros amoratadas y llenas de venas – dijo Quique.
En realidad, aunque era una película porno de las malas, donde los actores se fijan más en la cámara y en sus posturas y caras de "placer", terminó por ponerme cachonda la situación. El vino añejo que nos bebimos hizo el resto y mis bragas se mojaron.
Algo incómoda me revolví en el sillón, haciendo ver que algo me pasaba. Llamando la atención. Mis pezones estaban algo duros también y Quique no pudo evitar mirarlos de reojo. Yo le invité con la mirada a tocarlos, para comprobar su autenticidad.
Entonces, sin mediar palabra me empezó a tocar los pechos.
- Necesitaba saber si eran de verdad y ¡Dios, son perfectas y naturales!
- Todo en mí es natural, querido – le dije, dejándome tocar.
Metió una mano por el escote y me agarró la teta derecha con pasión, abarcándola casi entera con su mano. La masajeó decididamente, apretó, estrujó, pero todo con cautela, como esperando a que yo diera mi aprobación.
Apagué la tele llena de gemidos enlatados y comencé a gemir yo suavemente. Con una mano me tocaba las tetas y con la otra empezó a tantearme los muslos, completamente al aire. Yo llevaba, como ya dije, una minifalda negra y unas medias con rejillas grandes. Como no eran pantys, a partir de la línea de la falda todo era mi carne, sin artificios. Jugueteó entre mis muslos y yo separé mis piernas un poco, casi imperceptiblemente. Entonces subió y acarició un poco por encima de mis bragas mi coñito. Yo cerré las piernas instintivamente porque pensé que era Quique, el amigo de mi novio. Al momento me di cuenta de que ese ya no era él, ahora era Quique, el chico al que me iba a follar en menos que canta un gallo. Ni amigo de Manu, ni nada.
Me desabroché la camisa y me quedé desnuda de cintura para arriba. Él me admiró bastante tiempo hasta que dijo:
- Tía, le quitas el hipo a cualquiera con ese cuerpazo. Me había fijado en ti, pero jamás pensé que estarías tan buena. Dios…
Yo noté ese bulto característico en sus pantalones chinos. Aquello crecía por momentos. Decidida le desabroché el pantalón y dejé a la vista su polla morcillota, grande (aunque no tanto como la de la película de hace un momento) y bastante bonita. Él no tenía depilados los huevos, aunque sí recortado la mayor parte del pelo, lo que me gustó.
Jugué mucho con sus huevos, y comencé a descapullarle el pene, lentamente. Lo tenía un poco torcido hacia su izquierda, con lo cual me le imaginé pajeándose muchas mañanas antes de ir al trabajo, en la ducha, soltero de vocación como era. Él me quitó las bragas y me dejó con la minifalda y las medias puestas. Nada más.
Nos masturbamos de lo lindo. Me metió sus largos dedos por mi coñito mojado. Era un placer inmenso sentir cómo me invadía con sus manos dentro de mi vagina. Tocaba como un maestro, sobre todo el clítoris.
Menudo experto estaba hecho. Nos tocamos, nos frotamos. Sacaba y metía sus dedos en mi coño, una y otra vez. Y yo subía y bajaba mi mano, cada vez con más fuerza. Entonces, debido a la fogosidad del momento, se corrió en mis tetas, manchándome de leche desde la falda hasta la cara. Me encantó.
Yo le dije que traía un aceite para masaje, por si quería darme uno. Le encantó la idea y nos fuimos a la cama. Allí me desnudó por completo. Me solté la melena lisa que caía sobre mis hombros y me tumbé sobre las sábanas de raso beige. Me untó con avidez y frotó mi cuerpo. Empezó por detrás, por la espalda. Pronto bajó a mi culo, durito de tanto deporte como yo hacía (deporte sexual, claro está) y pasó su mano por mi raja del culo, llenándome de aceite perfumado.
Yo, como aún no me había corrido, estaba que me moría de placer. Me dio la vuelta como si fuera una muñeca, con más fuerza de la que creí que tendría un cuerpo fibrado pero delgado. Me tiró sobre la cama y se abalanzó sobre mí.
Me penetró salvajemente por el coño, arrancándome un grito de placer y sorpresa.
- Quique, ¡sin condón no! - chillé, pero era demasiado tarde para deshacerme de su cuerpo poderoso.
Me embistió de una manera bestial, como un animal en celo. Me folló pero bien, entró y salió de mí tantas veces como quiso y yo, bien abierta de piernas, le tocaba el culo con los pies y los pectorales con las manos.
Me las ingenié para poderme tocar el clítoris mientras me metía su polla dura. No me la metía hasta el fondo para que yo me tocase con el dedo índice mi pequeño y rosado clítoris, describiendo círculos.
- Sigue, sigue!!!! – le dije con cara de pasión
Me mordió los pezones una y otra vez. Yo no podía más de tanto placer y grité llegando al orgasmo. Cuando terminé él seguía embistiéndome a lo bestia, así que tuve otros dos orgasmos seguidos. Algo que no me había pasado nunca.
Me dio la vuelta y se abalanzó sobre mí, que yacía de espaldas, sudorosa y extasiada, pitándome los oídos y perdida en un universo de placer. Entonces me abrió el culo gracias al lubricante que encontró sobre la mesilla (que astutamente yo había dejado ahí). Se roció la polla con él y me la metió por mi ano cerradito y tierno.
He de decir que yo era virgen de culo, así que me dolió un poco y me sentí algo aturdida. Me dijo palabras suaves y cariñosas para que no me asustara. El agujero se me fue abriendo poco a poco hasta que en vez de dolor, comencé a sentir un placer que nunca antes había sentido.
Yo estaba a cuatro patas y el me follaba el culo agarrándome de las caderas y llevándome hacia él. Miré hacia abajo y vi su poderoso cuerpo poseyéndome. No pude evitar tocarme de nuevo el clítoris, que aún estaba demasiado sensible como para correrme, pero seguí tocándome y viendo cómo mis tetas colgaban apuntando hacia abajo. Rebotaban con cada embiste.
Quique soltaba por su boca unos ruidos guturales de placer.
- Ah, aaaaaah. Tía, qué culo más precioso y prieto tienes. Me encanta ¡¡¡Aaaaaaah!!!
- Pues jódeme hasta que te vayas dentro de él – dije yo. No me reconocía en aquella voz lasciva que salía por mi boca.
Por supuesto, mi clítoris se calmó y pude seguirme tocando y frotándomelo hasta calentármelo una vez más. Notaba sus espasmos dentro de mi culo, en mi recto, con frenesí. Empujaba, empujaba y yo me tocaba al ritmo de sus vaivenes. Entonces vino poco a poco, se acercó a mí el orgasmo. Quique pareció notar que me iba a ir y aceleró el ritmo. Justo cuando me estaba corriendo, noté su leche caliente dentro de mi culo. Un pequeño hilillo de semen salió de mi culito y él lo lamió.
Nos quedamos desnudos en las sábanas de raso y allí hicimos el amor muchas otras veces.
Aunque pueda parecer que es promiscuo como su hermana, llevamos ya unos cuantos meses juntos y sólo tiene ojos (y polla) para mí. Es mi alma gemela, nada que ver con mi cuñada y su novio cornudo Manu, con los que nos tenemos que seguir viendo. Al menos aprovechamos la casa que dejó Manu y Quique se vino a vivir conmigo.
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