El golpe de puño resultó el más fuerte que di en mi vida. El hombre cayó estrepitosamente de espaldas y no se movió más. Aturdido por el alcohol ingerido en aquel bar y con ganas de continuar la pelea, le di una patada en las piernas para que reaccionara, pero él no se movió. Los mirones se aglomeraron. Uno de ellos exclamó: ¡Está muerto!
En la comisaría expliqué lo sucedido. El fallecido me había provocado hasta el hartazgo, reaccionando yo de la forma narrada. Fue solo un golpe con el que terminé con su vida y también con la mía.
¡Homicidio involuntario! Fue la sentencia. Dos años de prisión, fue la pena.
Mi esposa lloraba a gritos: ¿Quién cuidará de mí y de mis pequeños hijos?
Haciendo caso omiso de las recomendaciones de mi abogado quien balbuceaba algo de apelación, insulté al juez, abofeteé al guardia y me dispuse a huir del recinto judicial. A pesar de mi irascible carácter y de no haberme dejado con nadie, nunca en mi vida había tenido ningún problema con la justicia. Era la primera vez y no encontraba justo lo que estaba ocurriendo. Un golpe en la cabeza me apagó la luz y se agravó mi situación.
Me enviaron a una prisión de seguridad. Desperté en la cama de una celda en donde había dos literas. Era ya de noche. Una tenue luz del pasillo iluminaba la celda permitiéndome ver a mis tres acompañantes: Un gigantón calvo de tez blanca y ojos claros, un moreno barbado, bastante fornido y un flaco de mediana estatura, lleno de fibras. Los tres me miraban agrupados alrededor de la cama.
-¿Qué pasa?- pregunté al incorporarme agarrando mi dolorida cabeza -¿qué es lo que miran? – insistí molesto.
-Estábamos esperando que despertaras para darte la bienvenida – dijo el gigante, con voz ronca.
- ¡No jodan!, estaré yo para bromas de presidiarios- respondí iracundo – ¡déjenme en paz!
- ¡Linda boca para mi pija!- me pareció escuchar del gigantón
-¿Qué dijiste?- retruqué amenazante a tiempo de ponerme de pie y acercándome a la cara del gigante, dándome cuenta de que apenas le llegaba al hombro. -¿sabes por qué estoy aquí? –pregunté irritado entrecerrando los ojos y los puños a la vez, suponiendo que podía intimidarlos por la razón de mi encierro.
- ¡Sí! – dijo el robusto barbado – ¡para que seas nuestra puta! –concluyó, haciendo que yo voltee la cabeza para mirarlo
Aprovechando mi descuido, el gigantón me agarró del cuello y me empujó con fuerza hacia la pared levantándome a centímetros del piso, asfixiándome. Sus manos parecían de piedra, por más esfuerzos que hacía no podía quitar sus manos de mi cuello. –¡Me vas a chupar la pija, te guste o no! y será mejor que ni se te ocurra morderme, por que te retuerzo el pescuezo- amenazó, mientras, sin soltarme, se bajaba con la otra mano el pantalón de elástico del uniforme del presidio, sacando un pene descomunal, el cual sacudió aún flácido.
Los dos hombres, sólo miraban risueños.
Dejó que asentara los pies en el piso, largó mi cuello y agarró el cabello de mi corona con fuerza, obligándome a arrodillarme, mientras cogía su pene con la otra mano. Comencé a respirar agitadamente después de casi sentirme desfallecer por la asfixia. Una vez que recuperé el aliento pude darme cuanta que tenía a escasos centímetros de mi cara el miembro del gigante. Yo que siempre fui heterosexual, no podía creer lo que estaba ocurriendo. Pensé, en segundos, en defenderme, en gritar, en pelear, pero mi instinto de supervivencia me dijo que cualquier cosa que pudiera hacer atentaría contra mi vida. El gigante estrujó su pene en mi cara buscando mi boca, la cual yo mantenía cerrada. A pesar del riesgo intenté incorporarme para luchar, consiente de mi fortaleza, por lo que consideraba una violación a mis derechos y a mi hombría; sin embargo, el gigantón, sin soltarme el pelo, me incrusto un golpe de puño en la boca del estómago, dejándome nuevamente sin aliento, lo cual me obligó a abrir la boca; momento en que aprovechó para introducirme la cabeza de su descomunal miembro, obligándome a masturbarlo con la boca al agitar mi cabeza contra su vientre. Asqueado, empecé a sentir el sabor del pene, provocándome arcadas. El gigante no se inmutó y prosiguió la masturbación obligada. Ahora me cogía las orejas y trataba de introducir más y más su pene en mi boca. Puede sentir el crecimiento del miembro y el dolor de la comisura de mis labios, pues era tan grueso que no cabía. Los dos hombres adicionales me agarraban de los brazos. El gigante se sentó en la cama sin soltarme un instante, atrayéndome hacia él, por lo que quedé de cuatro. Mientras más me resistía, más fuerza este imprimía. Mientras tanto, sentí que me bajaron el pantalón. Protesté guturalmente y manoteé tratando de mirar de reojo hacia atrás. Un dedo se introdujo en mi ano, lo cual me hizo saltar. Traté de soltarme para evitar lo que estaba ocurriendo, pero me asestaron otro golpe de puño, dejándome nuevamente sin aliento. El barbado se colocó detrás de mí y de un solo golpe introdujo su pene rompiéndome el culo. No pudo entrar más que hasta la mitad. –Así, puta, te voy a partir en dos!- decía. Continuó nalgeando con fuerza, hasta introducir su miembro por completo. El dolor fue indescriptible, mis ojos se llenaron de lágrimas y aunque intenté zafarme con todas las fuerzas de mi cuerpo, no pude conseguirlo. Mis ahogados gritos por el pene gigantesco introducido en mi boca no alcanzaron a escucharse. El pene del barbado no era tan grande, pero igual dolía. El delgado hombre que quedaba, se masturbaba e insistía en apurar al barbado. –Apúrate que ya no aguanto- decía. Escuché un grito de satisfacción y sentí en mis entrañas una descarga caliente. El barbado había inundado mi culo con semen. Acto seguido, se retiró dejando el campo para el flaco. El gigante seguía bombeando mi boca y volcaba los ojos. El flaco me introdujo su miembro, el cual, si bien no era pequeño, por la lubricación de mi ano con semen, no sentí tanto dolor. En ese momento el gigante explotó con gritos de placer. Sus abundantes chisguetazos me ahogaron. Sentí el semen caliente en mi garganta. Deseaba vomitar, escupir, pero el gigante no me soltaba. –¡Trágalo! - me ordenaba. No pude más que, a pesar mío, obedecer. Al final, dejó libre mi boca y se acostó en la cama. Escupí todo lo que pude, pero ya casi no había nada en mi boca. El flaco bombeaba mi culo. El barbado me había cogido de la cabeza con una mano y con la otra amenazaba con el puño, temiendo que yo corcoveara, pero mis fuerzas estaban reducidas, minimizadas al máximo, así que no hubo necesidad de más violencia. Por extraño que parezca, ya no sentía dolor ante las arremetidas del fibroso, quien como un experto se movía lento y rítmico, agarrando mi cadera . Contrariamente a mis convicciones empecé a sentir placer. No lo podía creer, no estaba en mí, no era mi naturaleza. A pesar mío, mi pene flácido se puso erecto. Mentalmente me molesté, aunque no dije nada. El delgado se dio cuenta del detalle y sin decir nada, bajó su mano y me cogió el pene; por tanto, en cada arremetida me masturbaba también. Poco a poco mi mente se puso en blanco y empecé a disfrutar de la cogida. Sentí las contorciones del cuerpo del flaco y a percibir que me clavaba más profundo mientras me estiraba el prepucio al tronco. Al sentir su descarga, no pude menos y me descargué también, para mi vergüenza e indignación.
¡No pienses, puta, que esto terminó!- dijo el barbado- ¡me tienes que chupar la pija!
- No puede ser- pensé. Extenuado, humillado, no sabía que más hacer. No tenía más fuerzas. El barbado agarró su miembro y sentado a la orilla de la cama me arrastró hacia él jalándome de los cabellos, quedando yo de nuevo en cuatro. Me introdujo su pene en mi dolorida boca e inició de nuevo mi calvario. Otra vez sentí el crecimiento del miembro en mi boca y aunque no era tan grande, molestaba los labios. Resignado, me dejé hacer. El pánico se apoderó de mí cuando vi incorporarse al gigante, el cual masturbándose se dirigía a mi ano. Me sacudí, golpeé al barbado tratando de zafarme, pero éste no me lo permitió, introducía más y más su miembro en mi boca, cogiéndome de las orejas, las que yo ya no sentía pues estaban completamente adormecidas. El gigante me asestó otro golpe en la columna, el cual me dejó inmóvil. Con fuerza, el gigante calvo me agarró por las caderas y me introdujo el glande. No sabía si el dolor de espalda o el del ano era mayor. Poco a poco fue introduciendo su enorme pene, rasgándome las paredes internas. El dolor fue insoportable. ¡Literalmente me estaba partiendo!. Cada vez que arremetía, creía que al fin había entrado todo, pero no era así, aún había más y más, mientras yo clavaba mis uñas en las piernas del barbado. Una vez que sentí que entró todo, por que sus testículos golpeaban los míos y sus vellos púbicos se incrustaban en mis nalgas, suspiré aliviado, pero luego siguió un mete y saca terrible. Cada vez el dolor era más intenso. Mis ahogados gritos eran perceptibles aún con el pene del barbado en la boca. La violación continuó su curso y en cierto momento el dolor ya no era tanto. El delgado hombre faltante empezó a masturbarme. Luego se inclinó y comenzó a mamarme el pene. Por increíble que parezca, por segunda vez, sentí algo de placer, a pesar de que el dolor no había cesado. De pronto una carcajada me hizo reaccionar y salir de mis pensamientos. –¡Mira!- dijo el barbado- la puta se declaró, ahora no necesito obligarlo, él ya chupa solo!. Era verdad, chupaba goloso el pene en mi boca y empujaba hacia atrás tratando de introducir aún más el miembro del gigante. El magro hacía muy bien su trabajo, se metía dentro de su boca mi pene y volvía a soltarlo, para lamerme las bolas, ocasionando reacciones de excitación adversas a mi control. Con desesperación, busqué el pene del flaco y lo tomé entre mis manos masturbándolo. En cierto momento, sentí que ya no podía más de excitación, sin embargo, segundos antes, el barbado se recostó en la cama abriendo sus piernas y arrastrando mi cabeza hacia su vientre terminó con gemidos inundándome la boca de esperma; casi al mismo tiempo el gigante, entre aullidos de placer, metió su pene lo más hondo que pudo en mi ano, empujándome la próstata, lo que hizo que yo me descargara en la boca del flaco. Sentí el semen caliente en mis entrañas, chisgetazos increíbles. De pronto sentí en mis manos el tibio semen del magro que se había venido también. Esta vez me tragué yo solo el semen del barbado y limpié los restos del pene del mismo. La salida del gigante fue dolorosa. Se incorporó y cogiéndome por la cabeza me obligó a limpiar su pene con sabores agrios de mi propio cuerpo. El flaco hizo lo mismo, pero el bombeaba en mi boca y aún despidió otro chorro.
Así, en esas circunstancias, al fin me dejaron descansar. Acostado en el piso, tanteé mi ano y percibí que el boquete de dilatación era impresionante, bien podían caber los cuatro dedos de mi mano. Como pude, me senté en el inodoro dejando salir el semen de los tres reclusos que me habían sodomizado. La tenue luz me permitía ver los restos de líquido mezclados con sangre. La cantidad era impresionante. Adolorido, confuso, pero menos agresivo contra mis reductores, me dejé caer en el piso, extenuado. Dentro de mi, sabía que al haberme gustado ya no habría vueltas, habían despertado mi lado femenino, mi lado gay y todavía quedaban dos años para ¿sufrir o disfrutar? ……….he ahí el dilema.
El placer a todos nos alcanza.