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Escojo la palabra bellísima para calificar a la mujer que hacía meses inflaba mi corazón y a quien contra todo pronóstico, dada su recia personalidad, sentada sobre su escritorio en ese momento tenía sus piernas recogidas y abiertas ofreciéndome su sexo precioso para que mi pene ávido y hambriento la penetrara sin muchas esperanzas de durar largo rato dada la elevadísima excitación que en mi reinaba. Cada vez que miraba hacia sus ojos café claros de muñeca me parecía increíble que mi verga se estuviera hundiendo en lo profundo de su rajita divina y deseada por tantos en esa oficina y con la cual yo había soñado tantas veces provocandome decenas de pajas.
Josefina es una mujer definible como: bonita. Su rostro es de una hermosura asombrosa con unos ojos maarones pródigos de ternura, una cabellera castaño clara, casi rubia, abundante y que brilla como un sol radiante de días diáfanos. Su cuerpo mantiene una armonía perenne casi irreal que pone a soñar a mas de uno cada vez que pronuncia su “buenos días muchados” con su acento profundo y que denota clase y buenas maneras. Sus senos, que deja entrever cuando usa tenues escotes, se adivinan preciosos a pesar de ser pequeños y sus caderas, sus piernas y su trasero dibujan unas curvas que no son juveniles, pero si tan perfectas que se exaltan cuando usa jean. Es curioso que todos los varones de esa oficina se enloquescan y deséen a esa señora casada de 49 años y no a María, la secretaria bonita, o a Gladis la linda recepcionista o incluso a Juana, la analista no tan bonita, pero tetona que no deja de ser atractiva cuyas edades promediadas no superan los 26 años.
Todo eso se me pasaba por la cabeza mientras le hacía el amor allí de pie embiestiéndo mi cuerpo emocionado y electrizado con el calor de su chocho casi afeitado cuyo sabor aún mi boca mantenía tras la desesperada chupada que le dí minutos antes untandome de jugos vaginales abundantes. Estaba sucio de ella, mi verga brillaba por el bálsamo de sus flujos y me fascinaba mirármela con creciente morbo cuando la sacaba hasta poco mas de la mitad de su concha rosada e hinchada de lujuria, para luego volverla a clavar hasta que mi vello púbico se apretujara contra el escaso de ella. Mis manos ayudaban a mantener sus piernas carnosas de blancura nórdica levantadas y abiertas para que mi sexo pudiera entrar con comodidad en el de ella, mientras sus manos pulcras extendidas hacia atrás, se apoyaban en el escritorio, en la derecha en la que tenía el anillo dorado y sencillo de matrimonio hacia 24 años, empuñaba con desespero la panty azul claro de complejos encajes que instantes antes de yo chuparle el coño ella misma se había quitado sin desvestirse de su vestido. El escritorio vinotinto desprovisto de papeles para la ocasión y en el cual solo había en el extremo opuesto una portarretratos con marco de madera en el que había una fotografía reciente de ella con su hija de 23 años y su esposo como motivo de su último cumpleaños se flectaba levemente con el peso de Josefa, como la llamaban a veces.
Todo esto había empezado como una reacción en cadena hacía poco menos de dos meses cuando en un viernes caluroso, ella irritada con tanto trabajo y casi llorando de de estrés yo me ofrecí a ayudarla hasta las nueve de la noche y el sábado hasta las tres de la tarde. Quedó tan agradecida que me invitó a comer algo y allí conversamos largo rato descubriendo un sinnúmero de afinidades que desencadenaron rápidamente un amor profundo a pesar de su condición de mujer casada. Veintitrés días mas tarde tras haberle regalado muchos detalles y halagos durante esas semanas nos besamos en la intimidad de su oficina cuando todos se habían marchado. No dormí esa noche y le dediqué como dos pajas durante la madrugada.
Me sentí privilegiado frente a mis compañeros que nunca habían podido invitar ni a un vaso de agua a la señora mas bonita de la empresa. Le hice tantos detalles que fue como si ella hubiera vuelto a los años juveniles. Varias veces me reiteró que eso no podía ocurrir, que era una mujer casada, que yo bien podía ser su hijo o su yerno, etc.., pero su corazón estaba hinchado por tantos halagos, detalles y presentes que yo le ofrecía y que los esposos olvidan hacerle a sus mujeres. La llamaba por teléfono y ella atendía mis llamadas con creciente temor, pero siempre dándome largo y emocionada. Después de colgar me duchaba y me hacía unas pajas asíduas imaginando sus nalgas armoniosas, blancas y abundanes justo frente a mis ojos. Después de descargar mi bolas del semen en la ducha le escribía una esquela de amor.
Mantuvimos una relación de novios alrededor de detalles y besitos fugaces robados en horas laborales aprovechando instantes escasos de intimidad. Pero un sábado adrede nos quedamos solos hasta tarde a pesar de que no lo planeamos. Simplemente nuestra emoción sin mediar palabra nos invitó a buscar la única manera de estar solos.
Ella había llegado como siempre con su elegancia desbordada que originaba silbidos procaces de los mas atrevidos. Tenía puesto un vestido azul enterizo que le caía poco mas arriba de sus blancas rodillas. De escote amplio con hombros desnudos con un par de tirantas delgadas lo sostenían terminaba en un abertura V abierta que enseñaga la blancura del inicio de sus senos pletóricos de magia y pequeñas pequitas de un marrón tan claro y lindo como sus ojos. Yo, simulando, hice el que no presta atención pendiente de que llegara la hora en que todos se fueran. Se hizo interminable y la espera hasta que las 12:00 pm llegaron con los “hasta el lùnes de todo el mundo”. Yo simulé tener mucho trabajo pendiente para justificar mi permanencia en la oficina, y lo mismo hizo Josefina.
A las 12:50 cuando todos se habían marchado, una voz dulce me sacó de mi tediosa absortación
-Almorzamos?- Me pregunto sonriente y parada frente a mì con actitud atrevida poco o nada usual en ella con su cintura quebrada apoyàndose con un brazo levantado en el marco de la puerta de mi oficina desordenada y pequeña. Por toda respuesta, recogì mis cosas y me acerqué regalándole un besito breve que ella gustosa me respondió posando sus delgados labios bien rojos sobre los míos. Algo me dijo que esa tarde de sábdo iba a haber mas que simples y llanos besitos. Fuimos a almorzar y como a la hora y media nos entramos en la oficina con la mirada extraña del vigilante de turno quien no acostubraba a vernos los sábados por las tardes metidos allí. Subimos al tercer piso. Cada uno entró en los respectivos baños para lavarse y orinar y luego lo que se habìa estado aplazando entre ella y yo desde hacía días finalmente sucedió.
Entramos en su pulcra oficina que raramente no tenía ni un solo papel sobre su escritorio de madera. Yo me recliné sobre el mueble quedándo de pié apoyándo mis nalgas en el borde de la tabla superios. Ella me ató con sus brazos abrazándome por el cuello y un beso silencioso, largo y tan profundo como nuestro enamoramiento se abrió paso entre nuestras bocas. Besaba tan suave Josefina. Parecía que fuera el último beso que fuera a dar en su vida. Su lengua a veces ansiosa jugaba con la mía mientras mis manos recorrían su agitarrada cintura cada vez cayendo un poco mas bajo hasta que atrevidamente rompí el celofán de lo romántico para pisar terrenos mas libinidosos. Posé entonces con creciente confianza mis manos abierta sobre las nalgas carnosas y mas deseadas en la oficina. Ella sacudió levemente su cuerpo y el beso se hizo mas pasional. Su respiración se tornó efusiva y hasta emitía gemidos contorneando su cuerpo. Parece que haberle acariciado las nalgas por encima del vestido fue el detonador porque me desabotonó la camisa con cierto desespero a medida que arrastraba su habil lengua sobre mi pecho velludo. “Lo tienes peludito como me gusta”, me repitió como tres veces hasta que su mentón se topó con la hevilla plateada de mi correa. Se arrodilló sobre el tapete azul de su oficina y lentamente me safó el cinturó para deshacer el botó de mi pantalón. Me miraba con procacidad hacía mis ojos y su belleza inconmesurable enmarcada por su abundante y cuidado cabello casi rubio me excitaba hasta los límites de no creer lo que me estaba sucediendo. Con cierta solemnidad abrió la bragueta de mi pantalón y procedió a bajárlo hasta poco por encima de mis rodillas echando una ojeada detallista sobre el bulto agreste que mi verga tptalmete erecta dibujaba sobre calzón blanco. Lo frotó con sus delicadas manos por sobre la delgada tela de algodón y luego sutilmente sus labios recorrieron de abajo arriba el bulto una y otra vez. Cerró los ojos y tomó el elástico de la cintura de mi calzón para bajarlo con parsimonia hasta donde antes había bajado mi pantalón. Mi verga salío disparada hacía arriba como un resorte quedando a centímetros de su nariz que seguramente percibió el olor a sexo joven que tanto debía extrañar. Abrió sus ojos y no disimuló sorprenderse. “Si mi marido tuviera uno así, yo fuera féliz”. Se refirió al grosor heredado de mi padre que me daban un calibre generoso en contraprestación a lo poco largo. Lo arrulló con su mano derecha donde tenía su anillo de casada y a mantuvo quieta como acostumbrándose a las palpitaciones. Lo peló como una banana echando mi prepucio hacia atrás desnudándome la rosada cabeja. Lo acarició mas que masturbándolo unos instantes con lentitud levantando su cabeza para estrellar su mirada lujuriosa con la mía. “Te gusta”, me preguntó y yo le dije que mucho y le tiré un beso y le dije “te Quiero”. Aceleró sus caricias masturbándome con soltura concentrando su lasciva mirada en mi verga que se arropaba y desarropaba frente a sus narices. De repente dijo: “Voy a hacer algo que hace tiempo no hago. Espero que me tengas paciencia por si acaso se me ha olvidado”. Abrió su boca estrella y la cabeza de mi excitada verga se mezcló en el calor de sus salivas bajo la fulminante caricia de la lengua mas rica del mundo. Me miró a los ojos sin sacar el primer quinto de mi palo de su boca y luego lo tragó hasta mas allá de la mitad, dada mi poca longitud, y empezó el vaiven sacudiendo su cabeza hacía delante y hacía atrás ante mi pasividad sorprendente. Un ahhhh profundo salió de mi boca cuando su lengua serpentina recorría mi cabezón glande. Me demostró que nada se le había olvidado y que mas bien le fascinaba mamar verga como me lo confesaría después. Mi mano posada sobre su cabellera ayudaba a agitarla según el ritmo de su emoción. El cosquilleo incontenible me recorría todo el cuerpo sintiendo su cálida y humeda boca mamarme a buen ritmo. Descansaba por segundos sacando mi pene de su boca que ya no tenía restos de pintalabio y que humedecia con su cansada lengua, pero su mano inquieta no paraba de frotarme el palo. Me lamió las huevas con su lengua que luego deslizó por la longitud de la parte baja de mi vara hasta llegar otra vez a la hinchada cabeza. Volvió a engullirla y me regaló otros minutos de mamada fuerte y constante. No se cual de los dos estaba mas excitado. Le avisé segundos antes que estaba a punto de llegarme. Retiró su rostro de la zona de influencia y sin parar de masturbarme observó con lujuria como los chorros blancos salían disparados como proyectiles e iban a dar parabólicamente sobre el tapete que mas tarde hubimos de limpiar. Los últimos pringos sin fuerza cayeron como hilillos desde mi palo justo hacía abajo goteando sobre sus gruesas piernas que durante todo ese rato habían descansado dobladas sobre la alfombra.
Se levantó y me abrazó dándome otro beso tierno. Luego yo me terminé de desnudar frente a su atónita mirada que no dejaba de halagar mi joven cuerpo que en nada se parecía al de su gordo y feo marido. Ella se sentó sobre la mesa del escritorio con las piernas algo abiertas. Yo la besé y mi boca fue lentamente bajando por su blanco cuello hasta resbalara hasta su entreseno. Allí me detuvo la tela sedosa de su vestido ultramarino. Ella misma deslizó las tirantas sobre sus hombros y yo hice el resto. Le baje el busto de la vestimenta y un brazier tipo strapper con encajes preciosos saltó a mi vista. Su vestido había caído poco mas arriba de su ombligo. Le deshice el broche del sostén y los pechos mas preciosos que he visto salieron en escena. Los contemplé ante su mirada pícara. Ella erguía su pecho para ofrecerme sus tetas preciosas. Eran pequeños y estéticos de una blancura tan delicada como la nieve, adornados en sus puntas con pezónes bien redondos de un rosado pàlido poco frecuente en la naturaleza. Los chupé uno a uno con tanto ahinco que estremecía a Josefina. Los mordisqueaba con ternura mientras mis manos sobaban sus lindos muslos de señora de cuatro décadas. Mi verga desnuda recobraba fuerzas. Josefina gemía con cada chupe y rechpe o lamida que le hacía en sus teticas de quinceañera eterna. “Asii, Asiii, mas, mass” era todo lo que atinaba a decirme.
Se echó un poco mas atrás para poder apoyar sus pies sobre el escritorio, pues antes los había mantenido colgados. Lo hizo y los abrió como alas de mariposa dándome una visual completa hacía su sexo húmedo cuya mancha de jugos vaginales se dibujaba en delicada tela del panty azul cielo y pequeño estilo clásico que había elegido para la ocasión. Metí mi cara hasta posar mi lengua sobre la manchita y succionar. Ella se estremeció. Luego con parsimonia sin quitarle el vestido metí mis manos y tomé las delgadas tirantas de su calzoncito y lo retiré con el beneplácito de Josefina que levanto un tanto sus nalgas para permitir la maniobra. Se lo quité hasta tenerlo en mis manos. No pude evitar arrastarlo por mi nariz y respirarlo al tiempo que ante mis ojos se descubría una cuca preciosa carnuda y muy amplia. Lo que Dios le había negado en tetas se lo había regalado en abundancia vaginal y nalgatoria. Ella tomó su panty y lo mantuvo en su mano derecha como asegurando que no cayera al piso. Me sambullí en las profundidades de sus muslos que recorrí con mi lengua ávida una y otra vez a la vez que mi nariz se inundaba de los olores de su sexo. Poco a poco fui acercándo mi boca a la gloria hasta que un besito atrevido le dí sobre sus húmedos labios mayores escasamente cubiertos de un pelaje castaño oscuro.
Hice la chupada de mi vida. Josefina abrió mas las piernas en pose de parto para que mi boca pudiera maniobrar sobre su melcocha. Le ubiqué el clítoris en desuso desde hacía semanas y se lo lamí con concentración de director de orquesta. Ella gemía al ritmo de mis lenguetazos. Mis manos pellizcaban los ya ensalivadaos senos y mi nariz topaba sus vellos. Luego descendía y me concentré en lamer la raja de arriba hasta el botón de su pepita hasta abajo. Sus labios menores eran carnudos y el color rosa los hacían proclives a mis provocaciones. Los succioné una y otra vez tragándo buena parte de sus flujos mietras que Josefina casi gritaba de excitación. El vigilante por lo general permanecía en el primer piso, pero a veces subía a dar rondas, pero eso nos importó un bledo en ese momento. Estábamos extasíados. Cada vez mi iba un tanto mas abajo hasta llegar a la zona anal. Ella con su piel de gallina me incitaba a continuar hasta que finalmente mi lengua lamió en su culito marrón claro que se relajó con la humedad y el calor de mi lengua ya agotada de tanto lamer. Le regalé los últimos minutos de cunnilingus en el ano. Me levanté y mi verga recuperada se hundió de golpe en en lo mas hondo de sus paredes vaginales. El goce fue inmediato e indecible. La embestí con desespero juvenil mientras que ella orgasmeaba su cuerpo contrayendo todos sus músculos para luego distensionarlos nuevamente. Mi verga pistoneó por varios minutos sin parar con la ventaja de haber tenido ya un orgasmo que le permitían durar más. Nuestras miradas se retroaliementaban con lujuria y a veces se desviaban para contemplar el juego de nuestos sexos. Su vulva explayada dando paso a mi veudo pene hundiéndose. Josefina mantenía su cansada boquita rosadita entreabierta gimiendo y mi mirada se recreaba con el espectáculo de sus lindos senos saltar como gelatinas cada vez que mi vello púbico se apretujaba de golpe contra el de ella. Se la saqué de pronto, pues no quería correrme tan aún. Le ordené con pornográfica confianza que se volteara para conocerle su culo. Ella lo hizo sin acelerarse y pidiéndome que no parara de culeármela. Me subí en la mesa que ya se había convertido en cama y en cuatro patitas como perrita en celos, le embestí mi verga por la chorreante concha con la visión de su enorme culo golpeando mi pelvis con cada embestida tal como lo recreaba cuando me pajeaba en su nobre con la diferencia de que en vivo era todo mas hermoso. Sus nalgas son lisas y mas grandes de lo que las imaginaba. No aguanté mas y mis segundos chorros seminales se estrellaron en el canal de sus nalgas mojando su culo y los hinchados labios del chocho, orquestado por los gemidos y su orgásmico lamento diciendo : “huberas terminadooooo deeeentrooooo”. Pero mi temor a preñarla me hizo reaccionar a último momento.
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