Según averiguo, ha de ser que la reina Amarintha sí reconociera su tobillera cuando yo llegué a la piscina llevándomela. De hecho, ¡yo creo que ella supiera que fuese suya segundos antes que yo misma supe!
... Que a la noche anterior, cuando su esposo Petrarco ponía el adorno alrededor de mi tobillo, a la vez besando y chupándome de los deditos de mis pies (y de mis desnudas piernas, y de mis desnudas nalgas,...), me dijo él que me la había "pedido prestado" la tobillera de un amigo joyero, para ver si me gustara; Era solo a la mañana siguiente y encontrándome atrapada ante las reinas sobre el patio de la piscina del club yatero, que me caí en la cuenta que la tobillera no fuera "pedido" prestado de un amigo joyero de Petrarco, sino que Petrarco la hubiera "sacado" prestado de la caja joyera de su esposa misma, Amarintha, la temible reina mayor del yacht-club.
Claro que en aquél entonces yo y muchas amigas mías tuviéramos razón para temer a las reinas, porque mi grupito tenía aquél verano veintidos años de edad y deseábamos subir de socias juniores del club a socias plenas, así para andarnos de adultas reconocidas del club con todos los derechos y oportunidades que el club ofreciera, y era que las reinas andaban claves de la nómina, diciendo cuales jovenes sí subirán de año en año, y cuales tendrían que esperar. Para mí era muy importante que me subiera aquél verano mismo, no ya porque me sintiera una adulta merecida, sino también que, con llegando a ser socia plena del club, yo le mostraré a mi prometido secreto, Petrarco, el rey mismo del club, que yo sí tuviera la madera para ganar la nómina, e incluso hasta merecerme de ser su nueva reina.
Por eso, todas de mi grupito nos deshacíamos para complacer a las reinas en el verano antes del voto temible lo que ordenaría nuestras vidas por otro año. Pusimos guantes blancas y servimos té a las tertulias de caridad que dieron las reinas, corrimos por todas partes del comarca para cuidar sus perritos y dar de comer a sus pececitos, a cual candidata esperando el momento que las reinas la llamaran para mostrarse campechana, leal, y simpática con ellas tras cumplir con algún mando ultrajoso, tal vez robando el tele de algun oficiál, o acompañándolas en una "pilla" de algúna ciudad de ultramar.
--¡Te toca, candidata! -- llamarían por teléfono. --Volamos a las seis de la mañana por una semana de pilla a los botiques y antros de París! ¡Trae solo tu tarjeta de crédito y tu pasaporte, que nuestros abogados ya arreglaron tu visa! ¡Estáte al aeropuerto a las cuatro! ¡Nos vemos!
Yo sí serví té unas veces aquél verano, y yo sí pasé un fin de semana cuidando las gatas a la casa de la reinita Elizabeta, pero ya era julio el día que yo me llevé la tobillera de la reina a la piscina del club, ¡y las reinas no me habían mandado a hacer nada ultrajosa para probarme!
Mi relación secreta y romántica con el esposo de la reina todavía era nuevo, y nuestra promesa de casarnos, flamante. Pero ya sé que para la mañana que llegué al patio con la tobillera de la reina alrededor de mi tobillo, la reina ya supiera todo. Solo me puedo imaginar cuanta pena le daba a ella al verme pavoneando su propia tobillera destellando alrededor de mi tobillo de "tigresa."
Opinó la reinita Rikki, --Parece con mucho la misma tobillera que Petrarco te regaló hace años, Amarintha. ....¿Te recuerdas? ... ¿Esa primavera cuando tú y Petrarco vacacionaban en Noráfrica...
--Sí. --dijo Amarintha, mirando de cerca la cadena y las joyas, --La semejanza está muy interesante. --Entonces, muy calma me preguntó a mí, --¿Pillaste una vez en Noráfrica, Donna?
--Sí, --mentí, --Pues, en Ceuta, sabeis? Me la compré en Ceuta cuando yo y mi hermana Marcia vacacionábamos en España del Sur.
¡Que asco mis mentiras desvergonzosas debían de darle a la reina! ¡Yo que procuraba robarle a ella tanto de su esposo como de su lugar poderosa a la cima del club yatero! Tal vez fuera aquella mañana misma que la reina por primera vez ideara filmar la película de mi desnuda, aterrada, y "pinguísima" en su piscina bosquera, así, a una vez haciendo como probarme del campechano ante el voto del yacht club, y también grabando un aviso exquísito por los ojos de los reyes del mundo, una breve película que anunciaba en las palabras grabadas de la reina, "¡Que magnífico el césar que contara en una olímpica tal como esta en su harén de pilla mundial!"
Ya, reflejándome en aquella mañana de la tobillera, una mañana en que yo no sabía que la reina supiera nada, yo veo que la reina me daba como a cucharaditas el cuento mismo con lo cual yo borraba los rastros del crimen que ella ideaba, hasta incluso borrándolos semanas antes que ella comitera mi secuestro.
--No, cielito,... --me contradijo la reina sobre el patio del club,... --No es posible que compraste esa tobillera en Ceuta, que la joyería de Ceuta es tanto latón ante el adorno que te llevas. ¿Puede ser que tú y tu hermana entraran en Morruecos para ronzar para entre las tiendas de orfebres primorosos de allí?
--¡Si! --me acordé, mintiéndome, --Las tiendas de Ceuta no ofrecían piezas exóticas de alta calidad...
-- De modo que, -- ella me enrollaba con el hilo, -- por más arriesgosa la aventura, cruzáis la frontera sin visa, ... sin duda agachadas en la silla trasera de algun asco de taxi. --me sugería simpáticamente.
--¡Si!, ... y compré esta tobillera en un bazar de aquella ciudad, esa... esa...
-- ¿Tangier?
--¡Sí, Tangier!
--¡Pero cielito! --se reía la reina. --¡Por supuesto que supieran que chicas han desaparecidos tras forzar la frontera de Morruecos en busca de joyas africanas!
--Bueno, --les dije sencillamente, --Yo no.
--Como dijo el poeta, --se metió la reinita Elizabeta, --"Por más oscura que sea la selva, también es llena de diamantes."
Tras tostarme con las reinas durante veinte minutos, me despedí de ellas, telefoneé a Petrarco, y le dije que reuna conmiga para tomar la tobillera de su esposa de mi tobillo, siempre besandome de los deditos, y devolverla a la joyera de ella antes que ella viniera en su busca.
En las semanas siguientes, la reina insistía que yo contara a mucha gente la falsa historia acerca de mi "visita sigilosa" a las peligrosas tiendas y callejuelas de Tangier, Morruecos. Ella siempre escuchaba con intrés, y buscaba a otras para escucharme, y siempre hacía que el cuento se afinara y aclarara con cada vez más datos y descripciones, todas mentiras mías, mentiras las que yo tenía que enseñar a mi hermana para que me respaldara de mentirosa cuando la llamasen.
[A continuar...]