En fin, sí, ... aquél día yo sí entreme desnuda en la piscina de vadear con las tres reinas, esto honda en pleno bosque, esto no obstante que la reina insistiera que sus jardineros nos atisbasen. Mi hermana mayor puede creer que yo lo hiciera para ganar el apoyo político de la reina Amarintha, pero eso no. Era que, en el acto yo no podía pensar en otra elección. Con faltando de idearme de cualquier sendero de escape, y a la vez no deseosa para enojar a ningunos veedores, me sentía que no me quedara sino a reunirme en la piscina con las desnudas reinas y cumplir con la revista esperada. Y si de verdad hubieran machos en escena, pensé, --Ojalá que se teman a la reina tal como ella me promete.

Me entré en la piscina no ya desnuda y regalada y mostrando la pingura de toda veintidocera, sino también mareada con una poderosa mezcla de sentimientos abrumosos: me estaba tanto aterrada como mortificada ante la posibilidad de atisbadores ... posibilidad que estaba la yema de la broma que las reinas me pagaban. Esa broma me había puesto el mundo de picada y enojada con su inherente traición y crueldad, ¿Ve Usted? Con todo, no obstante que me encontrara parada desnuda en la somera piscina, se me parecía que yo flotase sobre el claro, viendo la escena arriesgada abajo como desde en alto.

En el agua me esforzaba para mostrarme calma. --¿Bueno?, pensaba, --De adulta yo nunca "jugaba" en una piscina de vadear; ¿Qué hago?

Yo imitando a las reinas, nosotras chapoteábamos pacificamente en el agua, un momento andando esparcidas, el otro, reunidas para intercambiar fracecitas sencillas y nada importantes, y para sobrever al rededor desde el agua, las unas compartiendo con las otras la delicia de estar desnudas en una piscina asoleada escondido en un chiquito claro de plena bosque. Tomabamos agua en las manos y con ello nos mojamos de las desnudas piernas, caderas, y vientres. Nos hincamos sobre el suelo de la piscina, bajando las desnudas nalgas hasta que nos encontramos sentaditas sobre las desnudas pantorillas y tobillos, el agua alcanzando así hasta besarnos de los umbligos y cosquillarnos de las desnudas cinturas.

Paradas de nuevo, la reina salpicó agua hacía todas, y todas nos pusimos a salpicar ligéramente las unas a las otras, siempre dando risitas nerviosas. Así la revista que hacíamos por la risa de atisbadores: Estabamos cuatro desnudas mujeres adultas, indefensas en pleno bosque, jugando en una piscina de vadear y poniendo un gorjeo encantador en los cielos. Las cuatro jugábamos de pelear con las gotas de agua como tantas adolescentes a tertulia de dormitorio deleitándose con el juego de golpearse las unas a las otras con almojadas de cama, a la vez que pelean para quitarles las unas a las otras de las meras pijamitas.

Adulta y desnuda en la piscina remota, yo daba una sonrisa obviamente falsa, que yo temía por instantes que los machos se nos asomaren. Y por los mismos instantes, con la cara yo pedía a la reina que termináramos con el juego para que encargásemos con los objetos de vestirnos y regresarnos salvas y sanas a la casa grande, ya que diéramos a cualquieres veedores la revista que habían esperado.

--Joven, --me indicó la reina, --Busca en la cesta y traeme una bola.

Mortificada, e aterrada con alejarme de la seguridad del grupito, salí desnuda de la piscina, atravesé al patio y encontré el juguete, lo que pusimos a tirarsenos las unas a las otras durante unos segundos en el agua. Pero muy pronto la reina tiró la bola con demasiada fuerza, volándola por encima de las cabezas de todos y haciendo que se entro honda en el bosque. --¡Ay!, Buscalo reinitas!, --les mandó a Rikki y Elizabeta.

--Que tomemos una pausa, joven, --me dijo la reina. Nos trepamos desnudas de la piscina y paramos sobre la mancha mas asoleada del patio. Yo no quería sino vestirme y marcharme de los "sátiros," pero Amarintha estaba en vena de charlar,

-- Tengo entendido que dejaste de bailar clases, joven. ¿Será la verdad? ... ¿Tú que mostrabas tanto talento hayas dejado de bailar?

¡¡Ay!!... ¡Yo no deseaba platicar nada en aquél momento! ¡Yo quería vestirme y sacarme de allí!

--Sí, es la verdad. -- le respuse, -- Pero, ¿no te expliqué todo eso cuando nos vimos en Miámi?

Empecé a moverme hacía el baúl de las gruesas toallas con mente de velarme con una buena.

--Espera. --me mandó. --Deja las toallas en el cajón por el momento; sino ven acá y párate aquí donde el sol te calenta y recuérdame por qué dejaste de bailar, Donna. Habla alta y clara, olímpica, que me temo que yo tenga aqua en los oídos.

¿Dónde estarán las reinitas?, me preguntaba. ¿Si aquello de jardineros a atisbo fuera broma y no más, cómo que las reinitas tardaran tanto en buscar la estupida bola?

Aquella pregunta yo trabajaba mientras le expliqué rapidamente, en voz "alta" y "clara" a la reina mi historiacita acerca de mi bailar (que ya tras bailar difíciles clases tres mañanas a la semana durante diesiseis años, yo sí había llegado a un nivel muy alta en cosa de danzarinas, pero yo no pudiera mejorarme más allá a menos que bailase clases cinco o seis días a la semana, régimen que yo hallaría de ser vero plomoso). Le explicaba a Amarintha que, ya, tras graduarme de universidad al verano pasado y viviendo ya emancipada de mis padres, me había decidido a poner una pausa completa de mis clases de bailar, aunque yo ya me estaba inscribido por clases de actuación...

De repente, oímos una bronca en el bosque, rumbo a donde habían entrado las reinitas en busca de la bola.

--¿Rikki?... -- llamó la reina, aparentamente asustada,

--¿Elizabeta?... ¿Sois osotras?...


[A continuar ...]