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~Shewolf
La madre.
Cuelgo el teléfono. El mensaje aun repica en mi cabeza como si fuera la campana de un perdido monasterio. Durante los primeros treinta segundos, no paro de escuchar la voz del director del sanatorio que se repite una y otra vez en mi cabeza “ Se ha escapado y esta vez no hemos podido detenerla”
Tengo las manos frías. Gotas de un sudor perlado se resbalan por mi espalda. Tengo los pezones duros. Más incluso que ante la perspectiva de cumplir la más oscura y enrevesada de todas mis fantasías. Es el pánico, lo sé.
Consigo romper el imaginario cemento que atrapa mis piernas. Me dirijo hasta el salón. Mi marido desayuna media tortilla que sobró de anoche, mientras lee el periódico sin camiseta. No se ha enterado de nada. Doy vueltas nerviosa a varios objetos que están sobre la mesa. Hago como que limpio mientras mi mente viaja lejana a un recuerdo que resucita como un zombie una sensación putrefacta que creí ya olvidada.
22 años antes…
Mi tío el párroco de Villalobos viene a casa por navidad. Además es mi cumpleaños. Qué bien pienso; traerá regalos.
Mi familia está bien acomodada. Mi padre en los últimos cinco años ha conseguido un buen ascenso en la fábrica, y todo ese celo que sentía hacia su hermano el cura, queda reflejado en la ostentación de la mesa. Vinos exageradamente caros que sospecho que nadie sabrá apreciar. El mejor marisco, las mejores carnes. Creo que nada es suficiente para que mi padre se demuestre al fin así mismo que no solamente hay un triunfador en la familia.
Son las 21h. Llaman a la puerta. La figura de mi tío aparece en el umbral ¡qué guapo es! No lo recordaba tan joven. Es el menor de los dos hermanos, de facciones perfectas e intimidantes. Es alto, moreno, de ojos penetrantes y escrutadores. Se le nota musculado. Demasiado diría yo para pertenecer a la iglesia. Viene en botas y pantalón vaquero. Si no fuera por el alzacuellos blanco sobre la camisa de leñador, nadie diría que es un consagrado siervo de dios.
Entra. Ni si quiera me ha mirado. Me siento defraudada al respecto. Hoy cumplo 18 años y me digo a mí misma, que ya es hora de dejar los juegos y empezar a “ser” mayor.
Me voy corriendo a mi habitación y me cambio el estúpido vestido infantil que llevo puesto por algo que me haga sentir más poderosa. No sé qué me ha dado esta noche. Quizá haya sido el aroma embriagador de ese hombre, pero quiero que me vean como una mujer.
Salgo de la habitación con mis pantalones más ceñidos. No llevo bragas ni sujetador. Si existe algo así como las feromonas de una hembra, quiero que estén bien libres de mí y se disipen en el ambiente ¡dios! Me siento casi…casi poseída. Me miro en el espejo. Mis pequeños pechos asoman poderosos a través de la apertura de la blusa. El material imita muy bien la seda y deja adivinar ciertas transparencias. La punta de mis dedos juega con la aureola de mis pezones. Éstos se endurecen al imaginar su cuerpo pegado al mío. Sigo mirando el espejo mientras bajo mis manos hacia mi sexo. Puedo sentir su calor emanando a través del pantalón vaquero. El espejo me devuelve una mirada extraña. Me veo pero no me reconozco en él. Es como si algo tras mis ojos me empujase a esos actos. A tocarme, a exhibirme, incluso a ofrecerme. Sí, me dice esa voz interior. Vas a ofrecerte esta noche.
Salgo del cuarto. El taconeo de mis botas altas capta la atención de los presentes. Son completamente innecesarias allí dentro, pero son parte de una serie de instrumentos que me van a ayudar a conseguir lo que me propongo.
La mesa está servida. Corro a sentarme junto a mi tío. Él me sonríe y me toca el pelo. Ahora pienso que quizá si me vea como a una mujer después de todo.
Durante la cena se dirige a mí más que al resto. Siento que le importo, que le interesa mi vida y la cháchara discordante que le estoy diciendo ¿o son sólo las convicciones de una adolescente alocada? Me arriesgo y apoyo mi mano bajo el mantel sobre mi rodilla. Comienzo con un ligero juego. Abro y cierro rápidamente las piernas. Esto me da la opción de tocarle distraídamente y al mismo tiempo, el movimiento causa cierta presión sobre mi sexo. Busco alivio con mi otra mano. La dejo como un muñón muerto entre mis piernas. Monto mi sexo sobre la mano hecha un puño y un ligero vaivén, comienza a acompañar mi cuerpo.
Me está mirando, lo sé. Se ha dado cuenta de mis gestos. Ya no retira la pierna a los golpes de la mía. No huye. Si no que se mantiene firme. Mi rodilla chocando con la suya me recuerda “otros” golpes que se producen cuando se practica el sexo.
De repente alguien llama al timbre. Es la vecina hecha un mar de lágrimas. Su marido se ha atragantado y se ha desplomado en el suelo. Mis padres salen corriendo. Mi tío me mira ahora contrariado. Mira hacia la mano que se esconde entre mis piernas. Creo ver una erección entre las suyas. Mi madre vuelve corriendo y agarra las llaves del coche
- Nos le llevamos a urgencias – nos dice a toda prisa
La puerta se cierra y estamos solos. Entonces mi tío hace algo que no espero. Se levanta y se quita el cinturón. Yo me relamo pensando en saborear su sexo. De repente me golpea la cara. Me da tan fuerte que caigo al suelo. Intento levantarme pero continúa golpeándome por todas partes. Lloro, grito. Entonces soy yo la que hace algo que él (ni yo) espera. Boca abajo tumbada en el suelo me desabrocho. Bajo el pantalón vaquero hasta media pierna y después tiro de mis bragas con fuerza, introduciéndolas entre mis nalgas. Mi culo se ve ahora rojo, golpeado. Ofreciéndose –Dame – le suplico al párroco. Tira el cinturón. Oigo otro ruido. Se ha desabrochado el pantalón y ha caído al suelo. Me doy la vuelta dolorida, golpeada. Me quedo de rodillas frente al enorme paquete. Está completamente erecto. Uno de mis pechos se ha escapado entre los botones de la blusa. Lo agarra con fuerza y lo estruja. Muerdo su miembro aprisionado en el calzoncillo. Finalmente los bajo. Casi me quedo bizca. Una polla enorme me mira desafiante. Sus huevos cuelgan muchos centímetros. Los agarro entre mis manos y me parecen los de un caballo. Hundo mi cara en ellos mientras la enorme polla parece querer golpearme la frente. El capullo rosado deja escapar unas gotas de líquido preseminal. Lo atrapo entre mis dedos y me lo llevo a la boca, mientras no dejo de mirarle lo más lasciva que puedo. Entonces su mano agarra mi mentón y tira firmemente. Mis labios se abren y mi boca recibe ese falo grande y empinado. Me llena toda la boca. La polla del párroco viola lo más profundo de mi garganta, mientras sus huevos chocan violentos contra mi barbilla. No puedo emitir palabra alguna, y de mi boca tan sólo escapan guturales sonidos y una cascada de babas. Es la mayor polla que he tenido nunca entre mis labios. De repente algo cambia. Saca su enorme falo de mí y me lanza contra la mesa. Al igual que yo, él ha perdido también el control ¿poseído?
Me arranca las bragas y se quita el alzacuellos tirándolo sobre la mesa. Lo recojo con una de mis manos, mientras que con la otra sujeto firmemente el mantel esperando a ser penetrada. Abro aún más mis piernas (si es que puedo) y me penetra. Se para el tiempo. El enorme tiempo casi tan gigantesco como su polla.
La siento dentro una y otra vez. Entra y sale de mi adolescente cuerpo, partiendo mi razón y mi coño en dos. Jadeo como una perra en celo. Las fuertes embestidas hacen que se desplace la mesa. Casi nos caemos. Entonces le viene. Un brutal orgasmo que arranca desde sus huevos, llena mis entrañas de semen. Se corre tanto que mi coño pronto no admite más y deja escapar sus chorros de blanco esperma hasta mi ano. Entonces saca su polla lubricada de semen y la clava en mi culo. Grito. Mi mano parte el alzacuellos. En ese momento mientras aún siento los últimos espasmos de su sexo, entran mis padres. Todo se queda paralizado. Comienzo a llorar y adecirles que ha sido él, que me ha violado.
Momento presente
Mi marido, mi hijo y yo nos dirigimos al sanatorio médico. Tal y como siempre me ha recomendado el psiquiatra, nunca les he dicho nada. Nunca jamás les hablé de ella.
Nos recibe a las puertas del mismo. Parece un lugar apacible y tranquilo, pero entre sus muros yo sé que se esconde el peor de todos mis pecados.
- ¿una violación? –pregunta mi marido
- Exacto. Fue agredida brutalmente por un familiar cuando apenas había cumplido los 18 años. Nunca se denunciaron los hechos por el miedo a la vergüenza.
- Es inconcebible –tartamudea de nuevo mi Paco.
- Hemos tratado a su mujer durante todos estos años. Puede estar tranquilo Don Francisco. Es una mujer fuerte y clínicamente sana. Es otro el motivo por el que están aquí.
Mi marido y mi hijo se miran sin comprender.
- No debió usted ocultarme que tenía “otro” hijo –me recrimina el psiquiatra.
- ¿otro? –pregunta asustado marido.
Entonces el doctor nos acerca unas fotografías. En ella puede verse a una joven con camisa de fuerza dentro de un cuarto acolchado. Lleva el pelo rapado y aunque la fotografía es en blanco y negro, la imagen despide una fuerza que muy pocas veces he visto. La muchacha es extraordinariamente bella.
- Esta es Elena – dice en un tono para nada neutro el psiquiatra. – la psicosis esquizoide sin remisión no suele manifestarse en edades tan tempranas.
- ¿Cuántos años tiene? –pregunta mi Paco.
- 22 –responde el doctor –pero lleva aquí interna desde los 3 años.
- ¿puede ir al grano? –apremia Paco.
- Elena es el fruto de la violación incestuosa de aquella noche. Es una enferma mental muy peligrosa con una paranoia firme y bien elaborada. Ahora que ha escapado, me temo que su único objetivo será desarrollar y dar al fin un desenlace a sus delirios.
- ¿qué quiere decir? –balbucea Paco.
- Ella creé que es un cánido. Más concretamente una loba ártica. Una loba alpha… -añade el psiquiatra en un tono casi orgulloso. Como cualquier lobo adulto querrá recuperar la que considera su manada y copular con los machos de su propiedad.
- Pero…¿y la policía? –pregunta Paco cada vez más asustado.
- Oh sí…la policía –dice el doctor – no se preocupe, ya están avisados. Aun así han de ser especialmente cautelosos.
- ¿por qué? –esta vez ha sido mi hijo Miguel quién ha hecho la pregunta.
- Elena siempre nos ha engañado con los test de inteligencia. Dando puntuaciones topes y mediocres según la ha apetecido. En lo personal siempre he creído que no hay nadie más inteligente que ella.
- ¿en el psiquiátrico? –vuelve a preguntar mi hijo.
- En todo el mundo –responde siniestramente el médico.
Casi puedo oír la voz interior de mi hijo chocando con cada centímetro de hueso de cráneo: “La perra loca de mi hermana se ha escapado del psiquiátrico y nos va a follar a todos…”
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