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Rendida, satisfecha, sonriente.
Así estaba después del intenso orgasmo al que llegó. Quedó relajada, con una amplia sonrisa.
Me gustó su expresión. Y sus pezones oscuros y duros. Eran la coronación de unos pechos generosos, que ahora tenían la aureola contraída, por el placer alcanzado.
Le ayudé a bajar de la encimera de la cocina, donde había estado sentada mientras se dejó llevar por las caricias que le fui proporcionando, con manos, con besos y una lengua traviesa.
Me dio la espalda y pude ver de nuevo ese tatuaje del hada con alas al final de la espalda, encima de aquel precioso y redondo culo, y en medio de aquellas caderas con una forma casi perfecta. Se sentó en una silla junto a la mesa, y me dijo:
-Ven apóyate aquí – me indicó tocando la mesa que quedaba enfrente suyo.
Hasta entonces era ella la que estaba desnuda, le había quitado toda la ropa interior, excepto las medias negras. Yo aún seguía con la ropa puesta. Se acercó a mí, y tiró de mi cinturón.
-Ahora me toca a mí devolverte el placer que me has dado. Te vas a morir de gusto. Ya verás.
Yo ya estaba muy excitado después de haberla oído como jadeaba y gemía durante su orgasmo. Tenía una erección que ya no podía aguantar más dentro del pantalón.
Empezó bajando la cremallera, soltó el cinturón y luego el botón. Bajó los pantalones. Me acarició el pene por encima de los boxers, y los fue bajando poco a poco, hasta quitármelos por debajo de los pies. Enseguida empezó a acariciarla mirándome hacia arriba con una amplia sonrisa. Esa sonrisa que me había cautivado en el restaurante. Esos ojos marrones que ahora transmiten complicidad y vicio.
Fue acariciando con suavidad, a lo largo de todo el tallo del pene, y recreándose en el glande con tranquilidad. Con la otra mano empezó a acariciarme los testículos. Jugaba con ellos.
Estas caricias suaves y lentas me estaban matando, hacían que mi pene palpitara y mi ansiedad y excitación estaba creciendo de forma desorbitada. Empezó a pasar la lengua subiendo hacia el glande y volvió a jugar con él esta vez rozándolo con la punta de la lengua. Volvió a mirarme para después metérselo directamente en la boca. Esa sensación de calidez, de humedad, la presión de sus labios, me estaba volviendo loco. Fue entrando y saliendo despacio, lentamente, se paraba, me volvía a mirar, se reía, se estaba divirtiendo. Cruzamos las miradas cómplices otra vez. Le gustaba torturarme con esas pausas, veía mi cara de disfrute, de ansiedad, mis ganas de que acrecentara el ritmo, que succionara más rápido. Pero me gustaba, estaba consiguiendo que mi deseo se alargara, que llegara al límite, que no pudiera correrme, no sé cómo me tenía a su merced, apoyado en la mesa, con los brazos en tensión agarrándome al borde.
-Ángela, me estas volviendo loco, más deprisa, por favor.
-Cálmate Julio y disfruta, ahora mando yo.
Volvió a introducírselo en la boca, apretando ahora más sus labios alrededor del pene, subiendo y bajando más deprisa, y con las manos acompañando el movimiento de su boca.
Ahora sí que me transmitía el mayor goce que había sentido en mi vida, me proporcionaba una sensación alucinante, me ardía el cuerpo, el corazón me latía con fuerza, me transmitía fuertes palpitaciones a mi pene. – Ángela, estoy a punto, voy a correrme – Me miro de reojo, me puso un dedo en la boca para hacerme callar, y siguió chupando más deprisa, apretando más la mano. Entré en tensión, empecé a gemir, a chillar – ¡Dios! -, a temblar, cerré los ojos, hasta que de repente noté un estallido, el placer máximo, un orgasmo tremendo, notaba como corría el semen a través del pene y salía y se liberaba en su boca, con uno, dos, tres, cuatro temblores. Abrí los ojos y la vi levantarse de la silla, otra vez vi sus ojos marrones mirándome, clavándose en los míos, esa mirada que nunca olvidaré, de satisfacción, de triunfo, de haber conseguido llevarme a un placer y goce tremendo, acercándose a mí, rodeándome con sus bazos el cuello y dándome un largo y profundo beso.
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