Bueno, en realidad este no es un cuento erótico, es una patata que se me ocurrió cuando me comía el sandwich de pepinillos y mayonesa (de gustos no hay nada escrito. Como no tengo ni puñetera idea de que escribir, no tengo aquí al lado a la musa de la inspiración, pues escribiré algo sobre mi hámster:
En primer lugar, se llama Luna. Es blanca como la nieve navideña, suave como ésta y los ojos al contrario de las comparaciones anteriores, son negros como el carbón o la dura azabache, redondeados como gotas de rocío; sus patas rosadas como el resto de su cuerpo recubierto terciopelo blanco. Sólo su nariz es única: ni muy grande ni muy pequeña, ni rosa ni blanco, es naranja. Una nube de tempestad en forma de rayo atraviesa su cuerpo: de la cabeza a la pequeña colita que lleva al final de su espalda.
Es un hámster deportivo: cada noche, da vueltas en su rueda, ansiosa por recorrer el mundo entero, segura de conseguirlo... sus patas no se ven, parece como si volara...
A la hora de comer, ella me espera ansiosa a que le dé su comida; le encantan las pipas y las barritas, el jamón serrano y el de bellota, también el delicioso pannetone italiano... es muy fina.
Y tanto para serlo, fue educada desde que tenía una semana de vida. Tiene una enorme jaula para no aburrirse, comida buena y, sobretodo, unas buenas dueñas que la quieren... Te gustaría conocerla?

Texto ganador de dos premios Jeromín