La lluvia cesó en el momento en que cruzó la puerta del "combini". El calor de aquella tienda en la que vendían de todo, contrastaba con la humedad y el viento que soplaba fuera.
Sin pensar en ello, Manuel se desabrochó la chaqueta y metió el paraguas empapado en una bolsa de plástico. Al lado de la caja, un chico japonés cobraba a un cliente. A su lado, una joven empleada, con el pelo teñido de rubio, miró al recién llegado con rostro curioso y sonrió. Manuel ya llevaba un tiempo allí, lo suficiente como para saber que esa sonrisa artificial no significaba nada y que aquella muchacha solo seguía, cuál robot, el rígido y servicial protocolo del país nipón.
Entonces, ¿de dónde venía ese nerviosismo?, sí, iba a comprar una caja de condones. ¿Y qué?, no tenía ni que pedirlos, solo ir al pasillo correspondiente y meterlos en la cesta con algún dulce o bebida para disimular. Frente al pasillo dedicado a la prensa, donde se podía encontrar desde periódicos a comics para adultos, encontró lo que buscaba. La verdad es que casi todo estaba escrito en japonés. Si su "amiga" japonesa le hubiese acompañado... se lo había llegado a sugerir, pero ella no había puesto interés. Estaba claro que si quería mantener relaciones sexuales con penetración tendría que ser a iniciativa propia. Sin pensarlo mucho se decantó basándose en el precio, esperando que la marca más cara se adaptase al tamaño de su pene y que Yosika, que así se llamaba su compañera, apreciase la calidad.
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- Tadaima (ya estoy de vuelta) - dijo el varón al entrar en casa.
- ¿Lo compraste? - respondió en inglés Yosika.
Manuel respondió afirmativamente mirándola con deseo. La mujer se había puesto una bata de flores a la que llaman "yukata" que sujetaba con un cinturón grueso conocido como "obi". Manuel recordaba la primera vez que ella había usado esa prenda, fue en un viaje que hicieron a una ciudad cercana, allí, ella se había encaramado a la cama para mirar por la ventana el paisaje nocturno. Cruzando el colchón "a cuatro patas", su trasero se marcaba de una forma especialmente sensual, o al menos esa es la imagen que le quedó a Manuel en el recuerdo: el trasero, los tobillos desnudos y los calcetines azul cielo.
- Voy a meter el dulce en la nevera. - intervino la japonesa.
Manuel, tras descalzarse, se dirigió a su habitación para cambiarse de ropa y ponerse cómodo.
De vuelta al salón, se sentó en el sillón y se puso a mirar la tele. Unos minutos después, vio como Yosiko se acercaba para luego, en el último momento, cambiar de dirección. La espera era algo tensa, pero excitante, y el miembro de Manuel comenzaba a responder. Un rato después, Yosika se sentó a su lado, tomó el mando, apagó la tele y apoyó la mano en el muslo de Manuel mirándolo. Este acercó su rostro y la besó en los labios y le dijo lo bien que sabía su boca.
- El preservativo - dijo ella dejando la cajita sobre la mesa.
Manuel quitó el plástico, abrió el envase y sacó una "goma".
- ¿Te ayudo? levántate.
El hombre obedeció y Yosiko, poniéndose en cuclillas, tiró de pantalones y calzoncillos dejando el colgante miembro al aire.
Luego se reincorporó y de manera sensual comenzó a quitarse la yukata. Manuel seguía cada movimiento. La japonesa se quedó en ropa interior, tanga que dejaba desnudas las nalgas y sujetador. Luego, girando sobre si misma descubrió sus pechos y sus pezones erectos. Por último, contoneando el culo, bajo el trozo de tela que ocultaba la rajita. El espectáculo erótico dio sus frutos y el crecido miembro estaba listo para vestir el plástico protector.
Yosiko se sentó en el sofá y se abrió de piernas exponiendo sus partes íntimas. El dedo de Manuel, curioso, exploró la zona y se adentró en la vagina provocando los gemidos de su compañera. Los fluidos no tardaron en mojar el orificio dejándolo listo para la penetración. Mirándola a los ojos, mientras le acariciaba una teta, Manuel le metió el apéndice sexual. Yosika gimió y se abrazó a su amante recostándose a lo largo del sofá. Manuel se colocó sobre su chica cubriéndola, luego apoyó los codos a ambos lados de su rostro, la besó y empujó penetrándola de nuevo. Pronto la frecuencia del coito aumentó de ritmo. El primero en alcanzar el orgasmo fue él, luego le llegó el turno a ella por partida doble.