Irene entró a trabajar en la empresa donde yo desarrollaba mi labor a principios de Junio. No destacaba por su estatura ni por su belleza. Tenía el pelo rojizo, largo y liso, ojos marrones, cejas pobladas y labios finos. Su atuendo era informal, era raro verla con vestido y solía llevar camisetas oscuras ajustadas con eslóganes y pantalones vaqueros de tiro bajo. No solía hablar mucho, pero cuando lo hacía, las palabras salían disparadas a gran velocidad lo que, unido a su acento andaluz, hacía que a veces fuese difícil entenderla. Para completar la descripción, diremos que era más bien nerviosa, fumaba, se ponía roja con facilidad, tenía bastante vello en los brazos y solía morderse las uñas.
Pasada una semana, y en previsión de un pico de trabajo, mi jefe decidió que Irene trabajase codo con codo conmigo. Enseguida pude comprobar que era una persona ordenada, trabajadora y que hacía las cosas muy bien. Además, prestaba atención cuando la explicaba las cosas. Me caía muy bien. Y poco a poco, casi sin darme cuenta, empecé a sentir atracción por ella. A veces, me quedaba mirando sus pechos, que, aunque eran más bien pequeños, destacaban bajo la camiseta que llevaba. En una ocasión, se puso de cuclillas para recoger un papel que se le había caído y los vaqueros, sin el agarre de un cinturón, fueron hacia abajo dejando a la vista el nacimiento de su culete con raja incluida.
Otro detalle que me llamaba la atención era su cuello, sobre todo cuando alguna gota de sudor resbalaba por su piel. Su olor, una mezcla de tabaco y perfume, también constituía algo a analizar. No fumo, es más, me suele desagradar el humo y el olor a tabaco. Sin embargo, el aroma de Irene era adictivo.
Un día, en el que teníamos que terminar un informe "para ayer", nos quedamos solos en la oficina hasta tarde
- No me sale este dato. - dijo la muchacha estirándose.
- A ver. - dije acercándome a su silla e inclinándome para ver su monitor.
- Ya sé. Creo que falta rellenar este campo. - dijo al tiempo que movía el brazo muy cerca de mi cara.
Discutimos un rato y acabamos riendo.
- Es que a quién se le ocurre no saber cómo se calcula. - comenté al final pinchándola.
Ella respondió a la afrenta frunciendo el ceño y fingiendo enfado por un segundo.
- Tonto. - dijo acercándose a mi - eres tonto. - repitió dándome un azote en el trasero.
- Oye. Quién es usted para tomarse esas libertades. - respondí.
- Es que me gusta tu culo. - dijo sin más.
A la luz artificial que emitía el neón de la oficina su rostro brillaba. Estaba allí, de pie, más atractiva que nunca para mis ojos. Luciendo una camiseta negra con el lema "Yo lo valgo", sus pantalones de siempre y zapatillas color verde camuflaje.
- Te voy a devolver el azote que me has dado. - amenacé.
- Ni se te ocurra - repuso.
- Ven aquí. - dije sujetándole el brazo.
- No. - dijo.
Y de repente, me rodeó con sus brazos y me besó en los labios.
Yo respondí agarrando y sobando sus nalgas.
- La lengua. - dije cuando despegamos los labios.
Sacó la lengua y yo hice lo propio con la mía entrando en su boca, intercambiando saliva y saboreando cada rincón. Disfrutando de ese sabor amargo a menta y humo que en solo unos segundos ya creaba adicción.
- Quiero todo. Vayamos a la recepción - susurró en mi oído.
Nos separamos y dándonos la mano fuimos hacia el sillón donde aguardaban las visitas.
- Desnúdame - imploró casi gimiendo.
La quité la camiseta y desabrochándole los pantalones la dejé en ropa interior. Llevaba tanga y un sujetador granate de encaje. La chupé y lamí el cuello y volvía su boca. Luego ella me quitó la camiseta. Ya sin sujetador apreté mi cuerpo contra el suyo y la tumbé con delicadeza en el sillón.
- Quítate los pantalones. Quiero verla.
Me desnudé del todo y con el pene colgando, ya muy crecido. Me agaché y le quité el tanga y le lamí el sexo.
- Boca abajo. - le ordené.
Ella se tumbó sobre el sillón y yo comencé a acariciar su espalda y a sobar su trasero. Luego separé sus nalgas y olfateé el sudado ojete que olía un poco a pedo. Esto, lejos de disminuir mi excitación, hizo que esta aumentase.
- Huele a pedo. - dije.
- Guarro. - respondió ella.
Le di un azote, la puse boca arriba y metí un dedo en su sexo provocando que su espalda se arquease de placer.
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- No ha estado mal - dijo mi compañera mientras se vestía.
- Eres un volcán. - le dije.
- Voy a coger gusto a esto de las horas extra. - comentó.
Volvimos a reír.