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Era un día de julio: la mañana prometía altas temperaturas y cálidos vientos mediterráneos.
Al estar de vacaciones, entendí que quedarse en casa era una estupidez, y decidí coger mis bártulos y partir hacia la playa.
Llegué temprano, y conseguí pillar el suficiente espacio para montar mi chiringuito especial.
Tardé veinte minutos en tenerlo en condiciones. Incluso puse la radio en marcha, pues no concibo estar tumbada al sol sin una melodía de fondo. Mi banda sonora particular.
Él apareció poco después.
el pelo me chorreaba por la espalda, después del primer baño del día.
Le observé tras mis oscuras y enormes gafas de sol. Hacía tiempo que mi cuerpo no se estremecía al contemplar unas vistas como las que en ese instante tenía ante mí.
Para mi gusto, le percibí escandalosamente guapo, aunque muy a mi pesar, pasó por mi lado sin prestarme la menor intención. Yo no perdí la esperanza de llegar a algo con él.
Se instaló sobre unas rocas que había a pocos metros de mí.
Yo permanecía sentada sobre la toalla, mientras los ojos se me iban hacia la izquierda, que es donde él también se había sentado, sujetando entre sus manos un grueso libro. Pude leer "Poemas Eróticos"
A partir de ahí, mi imaginación se disparó.
—¡Qué buena combinación!
Exclamé mientras mis manos se movían, simulando tocar las teclas del piano. Pues mi vida gira en torno a la música. Doy clases en una academia.
Ahora sí estaba decidida a atacar.
Me puse en pie, y fui directa hacia él, mientras notaba como las gotas saladas que bajaban a lo largo de mi espesa cabellera, descendían por la espalda hasta perderse en la hendidura de mi firme trasero.
—¡Hola!
Saludé extendiendo mi mano.
Él esbozó una tímida, pero arrebatadora sonrisa y me respondió extendiendo también la suya.
—¡Hola!
Nos dimos un apretón de los fuertes. En ese momento, fue como si me hubiese agarrado a un cable de alto voltaje. Pues una sucesión de corrientes y descargas eléctricas sexuales se expandieron por mi cuerpo.
No sé qué pasó por su mente, pues se resistía a soltarme.
Con un puntazo en mi habitual descaro, me acerqué a su boca y le besé. Al ver que me correspondía, metí la lengua en su interior y dio comienzo la danza de enredos e intercambios de fluidos bucales.
—¿Qué lees?
Pregunté jadeante, un instante en qué nos separamos.
—Un libro que he escrito sobre poemas eróticos.
—¡Ah...!
Contesté como pude, pues estaba extenuada tras el beso que me dejó sin aliento.
Todavía permanecía en mi boca, un deje de sabor a caramelo que me había trasmitido.
En ese instante, se mezcló la humedad del bikini con la que estaba surgiendo en mi entrepierna. Pude percibir la misma sensación en su falo, que crecía a marchas forzadas bajo su bañador blanco.
Me dejó de piedra contemplar su rosado capullo transparentarse a través de la tela.
Al no llevar puesta la parte de arriba del bikini, sus pupilas se clavaron en mis erectos pezones, que pedían a gritos, ser lamidos por aquellos labios carnosos.
—Tienes hambre, ¿eh...?
Preguntó sonriente.
—¿Cómo?
Me hice la despistada sabiendo de sobras a qué se refería. De pronto, la marea me embistió por los pies, empujándome hacia él. Caí de forma que mi pezón derecho se clavó en su nariz. Él subió la barbilla metiéndoselo entero en su jugosa cavidad bucal.
Comencé a gemir, mientras me agarraba con fuerza a su revuelto cabello. Ambos nos retorcíamos de excitación ajenos a la multitud playera que campaba a sus anchas por allí
—¡Vamos niños! Que esta gente está haciendo cosas feas.
Pude escuchar a una madre que intentaba apartar a los niños del ángulo de visión de nuestros actos pecaminosos.
—¿Tan feos son?
Intentaba convencerme a mí misma mientras lo único que veía eran estrellas brillar.
A estas alturas, él había apartado la poca tela de mi bikini rosa, y me estaba metiendo dos dedos que jugaban con el piercing que llevo en el clítoris.
No me corté ni un pelo y dirigí mi mano al interior de su bañador. Mis dedos se enredaron en su vello púbico, mientras hacían camino hasta alcanzar su falo punzante, que estaba preparado para actuar.
—¡Qué bien la tocas!
Exclamó jadeante a medida que mis dedos tocaban como a teclas de piano, falo arriba, falo abajo.
—Es que soy experta en manejo de instrumentos.
Le explique mientras seguía tocando melodías con mis falanges.
La marea me volvió a embestir, pero esta vez, quedé empalada a su verga. Noté como entró en mi de golpe, hasta tocar fondo.
Me quedé quieta y con la boca bien abierta.
—Si no llega a ser por esto, hubiese dejado que te la comieras durante un buen rato. Tienes una boca muy preparada para ello.
Esta vez no supe que decir, por lo que preferí mantenerme callada, pero cabalgando con la furia de un animal desbocado, a ese pedazo de verga, que entraba y salía de mí, como si de un concierto de piano a gran escala se tratara. Mientras, él me susurraba al oído los versos más pervertidos.
Era una fusión de música y literatura en toda regla.
De pronto, se oyó el ruido de un motor a mis espaldas y unas voces que nos chillaban, mientras ambos nos corríamos de manera acompasada.
—¡Largo de aquí o tendremos que detenerles! No es lugar para hacer cosas feas.
Eran los de salvamento que nos echaban.
Por dos veces, nos habían dicho que era feo lo que estábamos haciendo.
—¿Feo? Si follar es lo mejor de la vida.
—Y más, fusionando con dos cosas igual de hermosas que son, la música de nuestros gemidos con los versos eróticos.
Ambos nos levantamos, incrédulos e incomprendidos.
Nos separamos, cada uno a su lugar. Volvió a sentarse en la roca y continuó leyendo sus poemas, mientras yo, tendiéndome de nuevo sobre la toalla, decidí encender la radio y escuchar mis melodías favoritas, mientras el día, seguía avanzando a nuestro alrededor.
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