Aquella mañana aterrizé en el aeropuerto de Nueva York y esperé a cojer mi equipaje. Junto a mi una sonrisa dulce me miró (más tarde sabría que se llamaba Carol, tenía 25 años y un problema de ninfomanía). Ella me sonrió, yo fui cómplice de su mirada. Mi mujer estaba junto a mí, observando como nuestro equipaje se acercaba por aquella cinta transportadora. Carol se acercó a mí y clavando su mirada en mis ojos me invitó a seguirla.
- Espera aquí mientras vuelvo - le dije a mi mujer.
- ¿Dónde vas? - contestó ella
- Al servicio, no puedo aguantar más
Carol iba delante, moviendo aquellas curvadas caderas que me insinuaban el mayor de los orgasmos. La seguí. Ella entró en el servicio de caballeros. Yo también. Ella me miró. Yo la sonreí sensualmente. Se cerró en uno de los retretes. Yo llamé. Ella no abrió. Volví a llamar. Tampoco abrió. Entró otro hombre en los servicios. Me fui hasta el espejo y me lavé la cara mojándome el pelo. Ella salió del retrete, se acercó junto a mí y me dijo.
- A sido estupendo, no esperaba menos de tí.
Desapareció ante a mi asombro. Yo regresé con mi mujer, que esperaba impaciente con todos los equipajes.
- Hola cariño - la dije.
- ¿Tantas ganas tenías? - me preguntó mientras me daba una maleta.
- Aun las sigo teniendo - contesté riendo.
- Anda ya! - me dijo ella
- Vayamos al hotel - respondí sonriendo con ojos de enamorado - nos espera una dulce y apasionada luna de miel.