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Sesiones de fotografía erótica

~~Soy fotógrafo profesional. En realidad soy abogado. Pero poco a poco la pasión por las imágenes me comió más y más, hasta que comencé a hacer pequeños trabajos para revistas, por ejemplo de venta de casas y departamentos, o de cosméticos y cosas por el estilo. Un amigo me conectó con una pequeña empresa que vende ropa; así entré al mundo de los maniquíes humanos, es decir, las modelos que exhiben lencería, ropa de temporada y zapatos. Me pagaban mejor, así que pude dejar los tribunales y hacer lo que me gustaba. Un día me llamó el dueño de una tienda para que fotografiara su colección de trajes de baño y lencería; pero quería algo especial, así que nos envió a una playa virgen, nada menos que en Huatulco, uno de los puertos mexicanos más hermosos. En dos días estaba yo en el lugar; me instalé con todo mi equipo, y hasta llevé a un ayudante, Vicentico. Ambos preparamos todo en una curiosa cabaña que hay allí, y esperamos un día a que llegaran las modelos. Al día siguiente, martes, tocaron a la puerta. Era el chofer de un pequeño autobús del que bajaron cinco chicas. La verdad es que desde un principio me deslumbraron. Ya tenía yo alguna experiencia con mujeres lindas, pero mujeres como éstas no las había yo visto sino en las revistas de modas internacionales. Eso sí, dos de ellas tenían un marcado tipo mexicano; las otras dos parecían europeas (aunque en realidad resultaron ser argentinas), y la última era una mezcla de africana y oriental muy interesante. Comenzamos los trabajos. Era temporada de lluvias, y había que apurarse para aprovechar el sol de la mañana, un sol sutil que ayudaba a encontrar contrastes y claroscuros en esos rostros divinos. Ellas debían regresar al hotel ya de noche; pero esa tarde comenzó a caer un diluvio tal que la carretera, que de por sí es estrecha y está llena de hoyos, se quebró en varias partes, según nos dijeron después. Así que el autobús que iba por ellas no pudo llegar sino dos días después.
 La cabaña era grande, y por fortuna era sólida. El aire soplaba horriblemente, no dejaba de llover, y sentíamos que en cualquier momento los cristales de las ventanas iban a romperse. Finalmente, como a las nueve de la noche dejó se soplar el viento y sólo siguió la lluvia por toda la noche.
 Teníamos mucha comida; habían traído pescado, ostiones (que son unos moluscos muy sabrosos) y jaiba (una especie de cangrejo) por la mañana, y había una hornilla de gas con la que Vicentico hacía hecho maravillas. Ellas estaban hambrientas. En realidad las modelos llevan una dieta muy estricta, en la que sólo comen verduras y algo de carne, pero tenían tanta hambre, que no pusieron reparo a comer lo que fuera. Y la comida les encantó. No sé de dónde sacó Vicentico una botella de mezcal, una bebida muy fuerte de Oaxaca, que empezó a circular de mano en mano. Yo saqué la guitarra, que sonaba horrible porque le faltaba una cuerda, pero el caso es que en menos de una hora aquella era una fiesta bárbara.
 Con el mezcal, todos nos relajamos riquísimo. No importaba que afuera siguiera lloviendo, que el agua se metiera por debajo de la puerta, que no hubiera más luz que la de una lámpara de petróleo que había sobre una mesa grande: nosotros nos la estábamos pasando super bien.
 Susana, la chica entre mulata y oriental, fue la que comenzó todo. Estábamos sentados uno junto al otro, sobre una banca desvencijada. Comenzó a frotarme la espalda, luego las nalgas. ¿Y no has sacado fotografías de desnudos?, me preguntó con un acento muy especial, porque resultó ser de Belice.
 Yo tenía alguna experiencia con desnudos. Había fotografiado algunas amigas cuando comenzaba a estudiar fotografía, pero nada serio. No sé de dónde saqué fuerzas (yo creo que del mezcal), pero le dije: Sí he hecho desnudos; pero lo que no he fotografiado es el chochito de una mujer tan hermosa como tú. Ella dejó de acariciarme. Creí que se había disgustado. Pero luego dijo: ¿De veras te parezco hermosa? Entonces fuimos a la habitación de al lado; ella me llevaba de la mano, porque se veía que era muy deshinibida. Yo encendí una lamparita de pilas que había sobre una silla. Ella se acostó en mi cama, se quitó poco a poco la blusa, que le llegaba al ombligo, y me mostró sus pechos. Muérdelos, me dijo. Eran unos pechos duros, amplios, coronados por unos pezones oscuros, erectos, casi negros. Yo estaba un poco idiotizado por el mezcal, que de verdad pega duro, y sólo obedecía como un esclavo. Le mordí los pezones, se los lamí hasta que mi saliva escurría por su tórax. Ella mientras se había quitado el p Lo que vi me puso todavía más cachondo. Quién sabe con qué artes o mañas, Vicentico había logrado convencer a esas preciosidades, que ya le habían bajado el pantalón. Las dos rubias, medio desnudas y en cuclillas al lado de la silla desvencijada, se estaban comiendo su verga: primero una, Claudia, se metía la cabeza de mi ayudante hasta la garganta, le besaba los testículos y le acariciaba las nalgas; luego Anna, que es todavía más linda, le lamía la verga y jugaba con ella dentro de su boca. Mientras, Anilú y Clara, las dos morenas, le ponían las nalgas a Vicentico en plena cara, y a juzgar por los quejidos que daban, el hombre no les lamía nada mal.
 Todo esto lo vi en unos segundos. La llama de la lámpara de petróleo temblaba un poco, y las sombras de los cinco se movían de un lado a otro. En la penumbra, encontré mi cámara y me dirigí a la habitación.
 Susana estaba medio recostada. Se había quitado toda la ropa, y se estaba acariciando el clítoris con una mano, mientras con la otra se tocaba un pezón y luego otro. Tómame, tómame, me dijo. Yo me quité el cinturón de un golpe. No, quiero decir que me tomes fotos, quiero tus fotos. Me dijo. Empecé a tomarle fotos. Tenía un rollo virgen, así que comencé a tomarla en diferentes posturas. El flash hacía reventar la oscuridad con sus destellos. No recuerdo ni qué le pedía; pero ella se colocaba en unas posiciones que me hacían difícil contenerme. Toma mi coño, ¿cómo le llaman aquí?. Aquí le dicen chochito, preciosidad, a ver, para más las nalguitas, le decía yo. Como en la foto treinta ya no pude aguantar más. Tiré la cámara sobre su ropa que estaba al lado de la cama, y acerqué mi rostro a su coño. Olía a sal, a mar, a sol. Olía a sudor mezclado con flores y algo de alcohol. Estuve un largo rato oliendo su sexo. Acaricié con mi nariz sus largos pelos rizados, y de pronto comencé a lamer sus labios, que se estremecían. No sé cuánto tiempo estuve así, lamiendo aquella ricura, que tenía un sabor a salmón ahumado. Le metía toda la lengua entre los labios, luego la dejaba reponerse, y comenzaba de nuevo. Creo que fueron horas, o así me lo pareció. Ella gritaba cada vez más fuerte, pero aún así, yo escuchaba los gritos de las demás, que venían del cuarto de al lado. Ese conjunto de quejidos me ponía la verdad muy cachondo. Recuerdo que sudaba copiosamente, y me había olvidado de todo, de la tormenta, de la cámara, de mi trabajo, hasta de cómo me llamaba, creo.
 Lamí también su ano. Luego nos besamos mucho tiempo. Tenía una lengua poderosa, que jugaba con la mía y de pronto me penetraba hasta el fondo del paladar. De pronto ella comenzó a venirse. Sacudía la cadera hacia delante y hacia atrás, su quejido se hacía más suave. Y en ese preciso momento, me tomó de las manos, me tendió de espaldas sobre la cama y se me encaramó. Lo que sentí es algo difícil de explicar. Mi verga entró con gran facilidad en su sexo, q ue estaba tan húmedo que caían chorros de líquido de él. Pero una vez adentro, todas las paredes de su vagina empezaron a comprimir mi miembro, lo apretaban con un ritmo como de tambor, tam, tam, tam. Luego empezó a moverse arriba abajo, adelante atrás, de izquierda a derecha. Yo sentía que el semen se me derramaba; pero justo cuando me iba a venir, ella paraba, me clavaba las uñas en las manos, me detenía. Así seguimos no sé cuánto tiempo. Ella gritaba ahora, pero de manera distinta. Era como si su voz se hubiera convertido en la de una adolescente, aunque en realidad me aprisionaba con su sexo, con sus nalgas y los movimientos de una mujer muy experimentada.
 En ese momento comenzó a parpadear la luz de mi pequeña lámpara de pilas, y luego se apagó por completo. Susana se vino entonces por segunda vez. Los chorros acompasados que venían de su sexo me bañaban el vientre, el pecho, el cuello. Le dije ¿Me dejas beber? Ela me puso el sexo a la altura de la cabeza; lamí aquel líquido que sabía a sal, a musgo, a hierba. Hice un buche y me lo tragué. Ella se seguía viniendo, y sus quejidos los escuchaba cada vez más tenues. Luego se sentó otra vez en mí. Entonces comenzó a mover la cadera con una violencia increíble, como no lo había hecho en toda la noche. Ahora sus gritos eran los de una verdadera fiera. Cuando me vine, sentí que mi semen no dejaba de manar, la verdad tuve miedo de quedarme seco: ella no permitía que el semen dejara de manar, parecía que me exprimía la verga con su coño, y eso que yo sentía correr el semen desde su sexo, bañar mi vientre, humedecer la cama.
 Me quedé dormido un par de horas, creo. Cuando desperté, aún no amanecía. Ella no estaba a mi lado, así que fui al cuarto de al lado. Vicentico roncaba como un cerdo, echado sobre su camastro, rodeado de aquellas bellas mujeres. Tenía semen embarrado en todo el cuerpo. La luz de la lámpara de petróleo casi se extinguía, pero en medio de las penumbras tropecé con el cuerpo de Anna, una beldad rubia, pecosa, esbelta. Ella me tomó del brazo y me atrajo hacia sí. ¿Le tomaste fotografías?, preguntó. Sí, un rollo. ¿Y podrías tomarme otro rollo a mí? Extraje el rollo de la cámara. Puse otro, y la llevé a mi cama. Espera, deja que venga Clara conmigo. Clara dormía, pero Anna la despertó con suaves caricias. ¿No se molestarán las demás por el flash? les pregunté. Duermen como piedras, el mezcal que nos dieron es terrible. Les saqué un rollo de fotografías. En medio de la oscuridad, sólo veía imágenes del destello: las dos besándose, las dos acariciándose, las dos separando los muslos de la otra, las dos recostadas como flores maduras en la cama de sábanas sucias.
 Cuando se me acabó el rollo, a oscuras, una de ellas me tomó del miembro y comenzó a besarlo. Creo que era Anna. Nunca lo sabré. Clara me metía el dedo en el ano, me mordía el cuello, me sorprendía con una nalgada. Luego, sentí que en vez de una boca, había un coño muy húmedo al otro lado de mi verga. La inserté de un golpe, con potencia, y comencé a mover la cadera a todo lo que daba. La otra me empujaba las nalgas, las impulsaba con fuerza, y comencé escuchar un quejido tan suave como nunca lo había escuchado. Anna ¿o era Clara? Comenzó a tener lentos espasmos, y luego sentí el otro coño que se colocaba ante mí. Aquellos labios que no podía ver me acariciaban los testículos, las ingles, el vientre. No pude resistir más, y comencé a hacerlo, ahora lo más suave y lento que podía. Ella comenzó a gemir también lentamente, pero luego me empujaba la verga con sus labios, me tomaba la mano y hacía que le acariciara el clítoris, hasta que me vine en una salpicadura larga y que no parecía detenerse.
 Ya avanzada la mañana, nos desayunamos todos con una sonrisa. Seguimos los trabajos como todos unos profesionales. Ya para la noche habían reparado el tramo de la carretera, y las vinieron a recoger como era el plan original. Se expresaron muy bien de nosotros, dijeron que cocinábamos muy bien, y se despidieron con un beso muy ligero, en la mejilla. Es que había testigos, supongo, el chofer y un empleado de la compañía de modelos.
 Guardo con mucha nostalgia los rollos de esa noche. En realidad, aún no veo las fotografías. Creo que de hacerlo, me correría por el solo placer en que puede convertirse la memoria. Algún día lo haré. Pero esa sesión de fotografía es la más inolvidable que he tenido en mi vida.

Datos del Relato
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