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SESENTA Y NUEVE

Mi marido y yo no tenemos ningún prejuicio sexual a la hora de ponernos a la faena. Con el tiempo hemos ido descubriendo lo que más nos gusta, dependiendo muchas veces del estado de ánimo que tengamos.

A veces me siento como una gueisa dándole placer, aunque me haga daño, como cuando me penetra por el culo sin estar aun suficientemente lubricada. Se que ese dolor me va a llevar poco a poco a unos orgasmos increíbles.

Nunca me importó chuparle la polla a los tíos con los que me enrollaba. Eso sí, nunca les permitía correrse en la boca y si alguno lo intentaba, simplemente le dejaba a medias y daba por concluido el polvo. Llegué incluso a romper con un novio por este motivo cuando ya habíamos hablado de boda y de comprar un piso.

Me reprochaba que yo me pudiera correr en su lengua y no le dejara hacerlo a él en la mía. Siempre me la sacaba antes de que se corriera. No era un asunto de prejuicios, simplemente me daba asco solo con pensarlo.

Un día se corrió en mi boca y me dieron arcadas. Se disculpó y acepté sus disculpas creyendo que había sido un accidente. La siguiente vez que se la chupé me hizo lo mismo. Estábamos en su casa, me levanté de la cama, me vestí y me marché. Nunca más quise saber nada de él.

Con Nicolas fue distinto que con cualquier otro desde el principio. Siempre me ha transmitido seguridad y ha sabido llevarme a tal estado de complicidad que nunca ha tenido que pedirme nada. Al contrario, cuando me insinúa algo en seguida soy yo la que le digo que me lo haga y luego se lo hago yo a él. Poco a poco hemos ido innovando en nuevas prácticas sexuales.

Reconozco que una de las cosas que más me costó aceptar fue que se corriera en mi boca. Sin embargo, fui yo la que se lo pidió nada más tener uno de los mejores orgasmos de mi vida. Me había ido calentando a base de besos mientras me acariciaba el pubis. De vez en cuando me sacaba los dedos y me los daba a chupar mojados de mis propios jugos.

Alguna vez lo había hecho yo al masturbarme y no le había encontrado el swing. En aquella ocasión me encanto y le pedí que me chupara entre las piernas y que me besara después. De ahí pasé a que me la metiera para disfrutar de nuevo de mi sabor en un soporte mucho más estimulante. Cada vez disfrutaba más de mi propio sabor y lo alternaba con las embestidas de Nicolas al follarme. Llegó un momento en que no pudo aguantar más y se corrió.

No me importó en absoluto que se le bajara, yo ya llevaba dos orgasmos a cuestas y estaba deseando alcanzar un tercero con su lengua. Me sacó la polla y me la acerco a la cara invitándome a que decidiera yo lo que quería hacer. Casi fue un acto reflejo, aunque sabía lo que iba a hacer y no me importó, chupé la punta y al probar los sabores de ambos mezclados me entró tal excitación que me la introduje hasta la garganta al tiempo que me corría de nuevo.

A partir de entonces, muchas veces se corre en mi vagina y después me la chupa recogiendo los fluidos de ambos para después besarme apasionadamente y disfrutar ambos de la mezcla de sabores. Como decía Woody Allen, el sexo guarro es siempre el mejor y más divertido.

Aquella experiencia fue como el pistoletazo de salida en una carrera de atletismo. A partir de entonces disfrutábamos de todas las formas imaginables, incluso incluyendo juguetes que vibran dentro de nuestros cuerpos o nos estimulaban determinadas zonas sensibles. Eso sí, siempre le pido que acabe en mi boca. Para mí no hay mejor forma de finalizar un polvo.

Hoy día una de las cosas que más me gusta es practicar el sesenta y nueve con mi marido. Lo hacemos de manera relajada, sin prisas ni ejercicios físicos que normalmente me dejaban con dolor de cuello y a veces también de cabeza. Me limito a chuparle el capullo rodeándolo con los labios, mientras él hace lo propio sobre mi clítoris. Es como si estuviera comiéndome un Chupa Chups, el famoso caramelo del palito que inventó un español nacido en Barcelona, Enric Bernat.

Intensifico o relajo de forma involuntaria la succión, en función de las sensaciones y emociones que me proporciona mi marido con su lengua. Al final siempre me siento como la ganadora de una carrera de fondo y mi premio es el placer que le proporciono a mi hombre.

Saboreo su semen como si de una delicatesen se tratara y si consigo que coincida con otro orgasmo para mí, la sensación es indescriptible. Después me deshago en sus brazos mientras me besa acariciándome el pelo con devoción. En esos momentos me siento como una princesa.
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