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Señora

Para sacarme un dinerillo extra suelo trabajar cuidando y arreglando jardines en un par de urbanizaciones cuando salgo de las clases y los fines de semana, la verdad es que me absorbe casi todo mi tiempo, pero no me importa, gustoso lo daría todo si únicamente me pudiera dedicar a un solo jardín, el jardín que tiene la mejor de todas las flores, la flor que nunca marchita y nunca palidece, el resto de las flores es una escasa imitación a la flor del señor Solís, el resto de los jardines y sus dueños no valen absolutamente nada por que ellos no tienen a Carmen.



Carmen se mudo junto con el señor Solís a la urbanización hace unos cuatro años y en todo este tiempo en ningún momento pude ser yo mismo, no pude desatar la furia que llevaba atrapada en mi pecho, de ninguna manera, tuve que controlarme, contenerme, morderme la lengua, el labio, taparme la boca, cerrar los ojos y desear no actuar movido por un arrebato y cometer alguna absurdez que pusiera en peligro mi empleo o inclusivo mi físico, el señor Solís puede parecer un tipo amigable, simpático y educado pero siendo joven fue boxeador y todavía exhibe en el salón varios de los premios que gano en aquella época y encima, para colmo era celoso aunque ¿quién no lo sería teniendo a Carmen? Me enamore de su forma de ser sencilla y casi simple aunque en su interior aguardaba esperando una forma compleja y complicada que ni siquiera yo podría descubrir jamás, enloquecí con sus piernas largas, suaves y tersas, me desespere al ver su cara cuando sabe que va a ganar a las cartas y de cómo muerde su labio cuando vuelve a casa tras haber gastado mucho dinero en zapatos, quería que fuera mía pero no solo como un capricho, no como una chica de usar y tirar, quería protegerla, tenerla entre mis brazos y cuidarla, servirle en todo lo que fuera posible, que no le faltara nada y colmarla con mis atenciones. Llegaba a resultar algo idiota por que el Señor Solís era un verdadero hombre, un buen cuerpo, un cargo tremendamente importante, dinero a las puertas, podía darle y ofrecerle todo lo que yo no podía salvo quizás mi amor y mis atenciones constantemente pues él estaba demasiado ocupado...



Por las noches no podía dormir mientras pensaba en como el Señor Solís haría el amor con Carmen ¿tendrían unos preliminares tan largos y excitantes como los que yo había tenido con las chicas de mi edad? ¿cuánto sexo oral practicarían? Cientos de preguntas similares me atormentaban mientras acostado sobre mi cama y arropado por un gran edredón me tocaba y llegaba al orgasmo simplemente con imaginarme la carita viciosa y divertida de Carmen, siempre me dormía con el pensamiento de su cuerpo desnudo junto al mío y en mis sueños no era mucho mejor, una vez me sorprendía teniéndola sobre mi, despertándome con un soplo en la oreja, otra vez la sentía entrando a hurtadillas en mi habitación y deslizándose como podía entre mis sabanas hasta llegar a donde yo estaba para hacerme así el hombre mas feliz del mundo, mi obsesión no acababa hay por que la pensaba en cualquier momento del día y no podía evitar compararla con todas las mujeres que ante mi se presentaban, todas me parecían nada, todas eran menos que ella, ninguna a estaba a su altura por que ninguna de ellas era Carmen. Desde hacia tiempo una chica de mi clase, Laura, iba detrás de mi y nadie podía explicarse por que no le hacia caso y pasaba de ella, yo si me lo explicaba. Durante la semana arreglaba los jardines con rapidez para poder llegar cuanto antes al del señor Solís, cuando llegaba a su zona había jardines a los que ni siquiera dedicaba veinte míseros minutos mientras que al suyo le dedicaba cerca de hora y media, cortaba el césped, arreglaba más que en ningún otro las flores e incluso me permitía el lujo de entrar a la casa y pedir un vaso de agua, casi nunca se encontraba en la casa la señora Solís y me atendía la chica del servicio cuando mis intenciones eran solo ver a Carmen.



Una tarde hace poco tiempo comenzó a llover y deje el trabajo para el día siguiente, fue extraño como se levanto la tormenta y más en la zona ya que no solía llover casi nunca. La lluvia comenzaba a calarme cada vez más y más rápido, llego el momento en el que apenas veía nada y me tropecé varias veces hasta casi caer, al final tuve que ponerme debajo de las ramas de un árbol a la espera de que la tormenta remitiera o hasta que aflojara un poco, cosa que no ocurriría hasta horas después pero para mi suerte apareció la persona que menos hubiera imaginado pero que con más ansias deseaba. Carmen llego conduciendo su dos plazas gris metalizado a mi rescate, 120 corceles bajo el capo.



-Edu ¿te llevo a alguna parte?



-Señora Solís... Si pudiera acercarme a casa se lo agradecería.



-Anda sube –dijo ella abriéndome la puerta del coche, subió la ventanilla y como balas salimos disparados por la carretera.



Estuvimos un rato callados escuchando un disco de rap que llevaba en el coche hasta que lo paro y me hablo.



-¿Te pillo la tormenta de sorpresa?



-La verdad es que si.



-A cualquiera, en esta ciudad nunca llueve, menos mal que compre le coche con capota, ¿te gusta el coche?



-Si.



-¿Y te gusta lo que hay dentro? –dijo ella como si nada.



-La carrocería es muy buena, será muy cara.



-Yo hablaba de mi –me dejo completamente traspuesto. No sabia como reaccionar, que decir, que hacer hasta que paro el coche y ya habíamos llegado a mi casa-. Anda, baja –me dijo y antes de que cerrara la puerta me llamo, me di la vuelta y metí la cabeza en el coche, ella la agarro con fuerza y estrecho sus labios con los míos, introdujo su lengua en mi boca y durante un breve segundo me percate de la situación pero fue un momento de nada en un gran beso. Cerro la puerta y se largo en su coche. Y yo calado hasta el alma sin todavía creer que es lo que había pasado, que es lo que había ocurrido u ocurriría.



Al día siguiente salí ligero de casa, fui caminando manteniendo siempre la misma dirección y directo como nada.



Llegue al jardín y lo cruce, llegue a la puerta y la abrí, subí unos cuantos peldaños y allí en la escalera la encontré. No nos dirigimos ni una palabra, ni un sonido, simplemente fui a por lo que quería, a por lo que ansiaba, lo que deseaba, simplemente fui a por ella.



Mis labios entraron en contacto con los suyos y mis manos sin el absoluto control de mi mente comenzaron a deslizarse por su cuerpo divino, ardiente y que apenas podía tener entre mis brazos pues si mi furia era grande la suya era titánica ya que mis besos y mis caricias fueron respondidos con una lengua igual a un tornado y unas manos fuertes y lujuriosas que no se contentaban con palpar. La levante en peso y como pude empecé a quitarle los pantalones celestes de pitillo que llevaba mientras ella se deshacía de su blusa blanca y casi, casi trasparente que ya me había dejado ver antes su sujetador negro y que ahora mismo podía soñar en arrancar con los dientes mientras lo mordía por mil sitios a la vez antes de que definitivamente se lo quitara y dejara sus pezones al descubierto, unos pezones grandes, rositas y deliciosos que se endurecían al mínimo contacto con mi lengua.



La apoye contra la pared y así con un mano libre fui quitándome los vaqueros y deje caer los bóxer grises en los que ya no había sitio para mi polla completamente erecta y dura como un mástil. No tengo ni que decir que se la metí toda, que ella gemía y que al ver su cara cualquier complejo de inferioridad referente al Señor Solís desapareció por completo de mi mente. Carmen me pellizcaba los pezones y de su boca salían pequeños e incesante ladridos que significaban que quería estar todavía más cerca de mi pues cuando me dirigía a besarla ella se aferraba a mi cuello para morderlo mientras yo continuaba penetrándola.



Con sigilo, como hace siempre, la criada penetro en el recibidor y al ver la escena se volvió a la cocina con el mismo sigilo con el que entro ya que no nos enteraríamos de que fuimos pillados.



¡Más! ¡Más! ¡Más! Era lo único que Carmen podía articular y lo único que yo podía darle. Ni en mis mejores sueños podría haberme imaginado su cara de gozo, como entreabría los ojos llevada hasta el éxtasis por el momento y con que maestría podía comerme los dedos de una mano simulando mi polla.



Sentí que me corría aunque solamente podía concentrarme en el coño mojado de Carmen, en lo a gusto que estaba allí mi polla... Mi mandíbula se desencajaba y mi cara demostraba que yo ya no estaba en la tierra...



-¿Te has puesto un condón? –me pregunto Carmen.



-Mmm, no, mmm.



-Pues entonces sácala inmediatamente pedazo de mierda –me espeto bruscamente. Le hice caso y le saque mi polla, fui a darle un beso y ella se aparto recogiendo su ropa y subiendo las escaleras, yo la imite, me vestí y salí por la puerta igual que entre.


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