Erase una madrugada de invierno, al salir de mi trabajo en la redacción de un periódico. Yo iba en mi Citroën pensando solamente en llegar a mi casa y tomar un buen café antes de dormir, que bien cansado estaba luego de una agotadora jornada.
Al llegar a la rotonda donde hay un monumento, un apuesto joven me hizo señas para que lo llevara. No dudé un instante, paré y le abrí la puerta. Tenía el cabello cortito, y su cuerpo denotaba bastante actividad física. Era un cadete de la Escuela de Policía, que terminaba su noche de franco y volvía a su casa con unas copitas encima.
Charlamos un poco de cualquier cosa, mientras yo no le sacaba la mirada de su entrepierna. Era realmente muy atractivo, de tez morena, ojos grandes y marrones, con un cierto aspecto árabe que me atraía sobremanera.
Se dio cuenta de mi interés y facilitó las cosas, diciéndome que había tomado unas cervezas en el boliche, y que "estaría bueno tomar otra". Lo invité a mi casa y aceptó complacido. Cuando llegamos, me pidió entrar al baño. Le indiqué dónde estaba el cuarto, le abrí la puerta y le prendí la luz. El no cerró la puerta, y yo me dirigí a la heladera a buscar una cerveza.
Salió del baño, con una sonrisa que hablaba de sus ganas de seducir. Antes de beber, brindamos. "Por qué brindamos"? le pregunté. "Por nosotros", fue la respuesta. Y estaba todo dicho.
Entonces lo invité a pasar a mi cuarto, y nos fuimos sin más trámite, llevando nuestros vasos. Se tiró en la cama y me pidió que le quitara las botas. Yo no sólo hice eso, sino que le abri el cinto del jean y se lo quité suavemente, mientras él cerraba los ojos. Mis manos rozaron su slip, y descubrieron que ahí, abajo del blanco algodón, había un hermoso pene dispuesto a recibir placer.
Lo besé suavemente por encima de la tela, mientras acariciaba sus piernas, cubiertas de un hermoso vello. Acaricié su pecho fuerte, sus hombros cálidos, sus manos varoniles. Y me acerqué a sus labios. El se dejó besar primero, y después me devolvió el beso más dulce que tenía guardado esa noche.
Desvestidos los dos, nos metimos en la cama y nos amamos con mucha pasión. Tal vez no nos amamos, pero hicimos el ritual del sexo como cualquiera desea hacerlo, con todas sus ganas, sabiendo que el otro es lo que uno quiere poseer y sabiéndose poseído por el otro.
Después, cuando encontramos el máximo placer, nos quedamos un ratito más en la cama, charlando. Era ya tarde, estaba amaneciendo y él debía descansar, yo también.
Lo despedí en la puerta, como a un viejo amigo. En la casa del frente, el vecino abría la puerta al perro que ladraba desde temprano. "Uno de estos día vengo", me dijo él. "Te espero", le dije, y tras un apretón de manos, se fue por la calle solitaria, acompañando con su taconeo el trino de los primeros gorriones del alba.
No lo volví a ver. Nunca volvió a visitarme,como había prometido. Y tal vez lo había olvidado ya.
Pero un día... era un día de comicios. En la escuela donde debía emitir mi voto, vi un hermoso morocho con uniforme de policía. Era él, Javier, que así supe que se llamaba por la identificación en el uniforme. Hablamos de cualquier cosa, como la primera vez, y ahora se dónde encontrarlo. Lo veo a menudo,pero todavía no tuvimos la oportunidad de repetir nuestra historia. No se si ocurrirá, pero cuando miro sus ojos, siento como si mis labios estuvieran recorriendo sus muslos, como si mis brazos se enlazaran a su espalda, como si mi pecho se agitara bajo su pecho.
Como aquella vez, esa monótona madrugada de invierno que me regaló el placer de tenerlo.