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Aquella historia con mis vecinos tuvo una segunda parte. Un pedido especial y una noche de tormenta.
Después de aquella siesta memorable, nuestra relación de buenos vecinos siguió como si tal. Solíamos cruzarnos y charlar ya que nuestros terrenos eran lindantes y los separaba solo una cerca. El chico tenía su trabajo y el horario era variable. Por lo general se iba alrededor de las seis de la mañana, aunque en ocasiones debía ir más temprano. Fue así que un día me preguntó si podríamos intercambiar número de nuestros teléfonos móviles.
-Pasa que me voy temprano –dijo mi vecino- y le gustaría irme tranquilo. Ella se queda sola con el bebe y es usted con quien más confianza tenemos!
-Ni que lo digas, pensé… Eh, Claro, claro no hay problema, cuenta con eso, le respondí y le dicté mi número.
Pasaron algunos días y Franco (así se llama el joven) me dijo que debería ausentarse por cuestiones laborales. Y que ya su esposa tenía mí número por cualquier inconveniente que surgiera.
-Si, tranquilo. No hay inconveniente en que me llame si algo necesita…
Pasó un día y todo transcurría con normalidad. Un par de jornadas después, el clima cambió y gruesos nubarrones presagiaron una tormenta. Ya tarde en la noche, se desató la lluvia acompañada de rayos y truenos. Estaba solo en casa y pensé que estaría bueno para dormir.
Pasada la medianoche sonó mi móvil. Era Flavia, la vecina que me pedía si podía acercarme hasta su casa. Le dije que enseguida iría. No era una noche como para salir pero tampoco podía negarme. Así que me puse una capa impermeable y fui lo más rápido que pude para no mojarme tanto. Ella tenía la puerta entreabierta por lo que pude entrar enseguida. Entré, la saludé y le pregunté si estaban bien ella y el niño. Me dijo que si pero la noté pálida.
-Segura? …le pregunté. Me respondió que sí pero no fue muy categórica.
-Qué pasa? Le tienes miedo a las tormentas?
-Si… la verdad que me aterran. Sobre todo los rayos.
-Bueno, pero no temas. Tú y tu hijo están protegidos aquí dentro. Solo mantén las cortinas cerradas y no te acerques a las ventanas. ¿Tu bebe duerme?
-Si, por suerte no se entera de nada y duerme bien!
Bien… no tengas miedo. Yo puedo acompañarte hasta que calme un poco la tormenta.
-Gra… dijo y no pudo completar el gracias porque el estampido de un rayo la hizo saltar y pegarse a mí, casi al borde del desmayo.
-Tranquila, tranquila… no pasa nada!- alcancé a decirle antes que las luces se apagaran, seguramente a consecuencia del fuerte rayo.
Encendí la linterna de mi móvil.
-En la habitación tengo velas… y preferiría recostarme, dijo.
-Claro, como quieras…
La seguí para alumbrarla. Llegamos a la habitación y encendió una vela que produjo una luz tenue y temblorosa.
El ruido de la lluvia en el techo era ensordecedor, los rayos chasqueaban y los truenos sonaban como cañonazos, haciendo temblar las paredes. Se sentó en la cama y luego se recostó. Me dijo que me sentara y amagué a tomar una silla, pero me pidió lo hiciera en la misma cama. Me puse a su lado.
-Has podido comunicarte con tu marido? pregunté por hablar algo…
-Sí, si… hablamos esta tarde. Le dije que parecía venir la tormenta y me dijo que no dudara en llamarlo.
-Sí, no hay problema. Yo estoy para lo que necesiten.
-Es muy amab… y otro estampido de rayo volvió a interrumpirla. Se pegó a mí y me pidió que la abrazara, que sentía mucho miedo.
-Ven, tranquila… tranquila. No temas!
Nos quedamos así, a la luz de la vela mientras afuera arreciaban los chaparrones y bramaban los rayos. La abrazaba de manera paternal.
-Usted es muy bueno, me dijo. Ya nos ayudó aquella vez…
Puse mi dedo en su boca.
-Ssshh… No es necesario que lo menciones. Fue muy raro para mí lo pasado, pero si les ayudó me alegro.
Me miró y me sonrió.
-Claro que nos ayudó. Yo estaba mal y mi esposo fue muy comprensivo. Lo amo y lo respeto, solo que hay necesidades que nos superan a veces. Yo sé que él hubiera podido pedirme que aguantara mis ganas y estaba en su derecho. Pero prefirió recurrir a usted…
-Claro, entiendo. Y yo por supuesto le agradezco la confianza… LES agradezco la confianza.
Sonrió otra vez y nos quedamos en silencio, oyendo el fragor de la tormenta.
-Quieres dormir? le pregunté.
-No, no… prefiero quedarme así. Me siento más segura ahora. Siempre, desde niña le he temido a las tormentas.
-Si, a muchas personas les pasa. Pero bueno, es solo cuestión de ser precavido…
Otro estruendoso rayo.
-Ay, Dios mío!
Se aferró más a mí y reforcé el abrazo. Temblaba! La tormenta eléctrica no daba respiro y seguíamos a la luz de la vela.
-Veré cómo está mi bebe…
Fue hasta otra habitación y regresó luego de abrigar al niño. Ya casi llegando a la cama, el estruendo de otro rayo la hizo tambalear.
-Preferiría meterme en la cama si no le importa, me dijo.
-Por supuesto. Tú decides.
Se quitó los pantalones sin importarle mi presencia. Se quitó la camisa y se puso una camiseta pero quedó solo con sus pequeños calzones. Yo disimuladamente miraba como sin querer mirar. Me pareció que estaba más buenota que cuando aquella vez ayudé a calmar sus ansias… Se metió en la cama y se cubrió con una manta.
-Si usted me va a acompañar, puede acostarse también. Y de paso se quita los pantalones que tiene mojados en las piernas.
-De verdad?
-Si, claro…
Ya no me lo hice repetir. Me quité los pantalones y los colgué en una silla. Me metí en la cama justo cuando… si, otro rayo hizo que buscara refugio bien cerca. Pasé mi brazo por debajo de su nuca y la abracé nuevamente. Tenía un aroma que no pasó desapercibido. Sobre todo para mi “amigo” allí abajo, que mostró los primeros síntomas de interés. Pasaron unos minutos, hablando banalidades dentro de lo que podíamos oírnos a causa de la lluvia y los truenos. Era una intimidad casi forzada por las circunstancias y se sobrellevaba. Apoyó su mano en mi pecho y la pasó luego al otro lado para abrazarme.
-Me gustaría coger, dijo sin más y sin rodeos.
-Estás segura?… no me gustaría abusar de la situación y tampoco fallarle a tu esposo en la confianza…
-Mi esposo sabe, supongo, lo que podía ocurrir al dejarme a su cuidado. El mismo recurrió a usted aquella vez. No es que me aproveche de eso, solo que le quito a usted la responsabilidad. Me gustó ese otro encuentro y deseo repetirlo…
-Pues… por mi…
Ya ni se demoró en buscarme la verga con su mano.
-La vez anterior fue un poco a las apuradas y faltaron cosas, dijo y me besó. En tanto su mano me pajeaba despacito. La manta ya no estaba y la ropa tampoco duró mucho puesta. Me fue besando el pecho y el vientre hasta quedar cara a cara con mi miembro. Sentí el primer roce de su lengua. Me lo capturó con los labios y entró a chupar. Realmente la mamaba de maravillas. Me miró sonriente y dijo: -Esto me había quedado pendiente… para luego seguir con la tarea. Maravillosa tarea. En tanto yo tampoco permanecí pasivo. Mis dedos fueron a acariciar su divina concha que ya empezaba a humedecer. Me moje bien el medio con saliva y entré a pajearla para su deleite.
-Ponte por encima y dame tu almejita. Quiero lamerla bien.
Obediente se puso en posición para dejarla al alcance de mi boca. Estaba riquísima. Gozábamos los dos y levantábamos temperatura.
-Ya deseo cogerte, le dije. Me gustaría en cuatro patas como la otra vez…
-Siii… me encanta que me cojan así. Me va muy profunda y la siento bien adentro!
Sin demora se plantó en el medio de la cama con sus nalgas en alto y los inflamados labios saltones entre las piernas. Me acerqué bien para ir abriéndola con la punta misma de mi verga…
-Cójame… cójame por favor, dijo traviesamente y recordando las palabras que empleó en el anterior encuentro.
Ya los rayos y la lluvia poco importaban. Entré sin pedir permiso, en una estocada que me llevó media verga y la hizo gemir. Empecé a cogerla suave. Yendo y viniendo. Sintiendo sus carnes a lo largo de toda mi verga. Cuando encontramos el ritmo fue como si la tormenta se desatara en la cama. De pronto me quedé quieto y fue ella quien frenéticamente buscó la penetración en un juego delicioso. Iba despacio y volvía rápido. Cogía de maravillas! Prolongó el juego por largo rato mientras yo hacía lo imposible por no acabar y seguirle el ritmo. Después la tomé fuerte por las caderas para darle rápidos y profundos empellones, penetrándola hasta lo más hondo. En eso llegó su orgasmo y apenas después el mío en una descarga copiosa y caliente.
Se tiró de costado en la cama y yo me acosté a sus espaldas con la verga cansada y mustia. Ambos recuperando de a poco la respiración. Le besaba la nuca y acariciaba sus tetas.
-Ponla en lo calentito entre mis nalgas, me dijo.
Sonreí y lo hice. Nos quedamos entregados al juego de caricias. Yo en sus pechos con mi mano y ella en mi verga con su culo. Hasta que al rato empezó mi poronga a revivir.
-Oye… tú no querrás cogerme mi culito, verdad?
-Yo no haré nada que tú no quieras…!
-Y si yo quiero?
-Entonces puedes estar segura que lo hare… una vez más.
-Te cuento un secreto. Desde aquel día que me lo rompiste, no ha vuelto a pasar. Mi esposo no me lo pidió y yo me lo cuidé…
-De verdad fue aquella tu primera vez? Lo soportaste tan bien que pensé ya no eras virgen anal…
-Es que es día estaba tan caliente que iba por todo, no me importaba nada!!!
Ya mi verga se había puesto otra vez tiesa. Ella me la agarró y entró a juguetear y pasársela por el hoyito.
-Espera, le dije… hagámoslo como se debe. Ponte en cuatro patitas que te lo quiero lamer.
Así se puso para dejar que mi lengua le dedicara una larga y preparatoria lamida. Se puso muy caliente.
-Ya por favor. Cógemelo bien como tú sabes…
Mojé mis dedos con sus jugos y la leche que aún tenía en su concha y con ellos lubriqué su tentador culito. En el primer intento no pude, se me resbalaba. Se separó ampliamente las nalgas para abrir el ano. Entonces empujé certeramente y entré. Esperé a que ella se acomode y habitúe.
-Estás bien?
-Si… solo me dolió un poquito! Métemela más!
Escuchar el pedido y empujar fueron simultáneos. Empujé, empujé y empujé hasta que choqué con sus nalgas gloriosas. Retrocedí y volví a embestir. Tranquilo y suave cogiéndola pausadamente.
-Me encanta… dame más!
Así que fui entrando y saliendo más rápido. Le quitaba media verga y la penetraba. Se la sacaba hasta la cabeza y volvía a empotrarla toda. Cada vez más fuerte!
-Hazme una pajita con tu dedo, me pidió y así lo hice…
-Creo que voy a tener otro orgasmo –dijo- no sé si en la concha o en la cola. Estoy toda alborotada!
Y el anunciado orgasmo fue intenso. Se convulsionó toda y descargó energías como las de un rayo. Pero la seguí cogiendo hasta que con los apretones del ojete, hizo que me descargara una vez más y la llenara de más leche.
-Gracias querida tormenta… gracias queridos rayos, dijo y nos echamos a reír. Nuestra tormenta se aplacaba en tanto la otra seguía estruendosa e intensa…
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