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Categoría: Incestos

Secreto de Familia: Sofía

Estoy tumbada en la cama acariciando el cuerpo desnudo de mi nieto. Cuando llego a su sexo lo noto crecer en mi mano. ¿Cómo he llegado a esta situación? Hagamos memoria. Hace tiempo que no confieso mi edad, pero, aunque soy joven para tener tres nietos, soy mucho mayor que él, como es natural. Procuro mantenerme joven, con dieta y ejercicio. Me considero guapa de cara y no he perdido la línea, pero aún así me sorprendió que a estas alturas pudiera excitar a un jovencito como mi nieto. Fue mi favorito desde que mi hija y mi yerno lo adoptaron. No me entendáis mal, adoro a mis nietos biológicos, pero ellos siempre han sido más independientes. Me han necesitado menos. En cambio, con Javi, siempre ha habido una historia de amor entre los dos, desde que era pequeñito. Nos teníamos una confianza especial, me lo contaba todo, sus inseguridades por saberse adoptado, el modo en que se sentía excluido porque su hermana y su primo, de la misma edad, se llevaban mejor entre ellos, que con él… Cuando llegó a la adolescencia y noté su atracción sexual hacia mí, me hizo gracia. Por supuesto, no era la primera vez que excitaba a un jovencito. De hecho, yo desvirgué a su padre, mi yerno, cuando él y mi hija eran novios. Incluso tuve una relación de varios años con un chico casi 30 años más joven que yo. Pero de eso ya hacía tiempo. Poner cachondo a Javi, como se llama mi nietecito, fue tremendamente halagador, un subidón de autoestima. Quizá por eso no corté aquello de raíz, por eso consentí los roces distraídos a mis pechos, que tengo bastante grandes, o que se demorara cuando nos saludábamos con un beso en los labios, algo normal en nuestra familia, alargándolos más de lo habitual, o, incluso, lo estimulé, pegando mi culo a su paquete cuando me abrazaba por detrás o acariciándole el culete cuando nos despedíamos. Desde luego, nunca pensé que la cosa pasaría de ahí. La idea de que pudiéramos acabar en la misma cama era descabellada. Y, sin embargo aquí estamos. Despierta y me sonríe. Nos besamos, su lengua entra en mi boca. Buenos días cariño, le saludo, buenos días, estas aun más guapa que anoche, me contesta.



                Llegué virgen al matrimonio, aunque tuve un par de novios antes de casarme, que me masturbaron y a los que chupé la polla. A penas tenía 20 años, no trabajaba y mi marido era todo mi mundo. El sexo con él era monótono, siempre el misionero, con pocos preliminares, poca ternura. No conocía otra cosa, aparte de estas experiencias prematrimoniales, así que me parecía bien. En seguida tuvimos a las niñas, primero María, después Rita. A los 14 años María trajo a un amiguito a casa, dos años después se hicieron novios, Julio se llamaba. Era un chico guapo, algo tímido, que adoraba a mi hija, que hacía de él lo que quería. Por aquellas fechas mi marido nos dejó. Se fugó con su secretaria, como en las películas. Mi universo se derrumbó. En el divorcio me quedé la casa y la custodia de las niñas, y la pensión que me pasaba era generosa, ambos veníamos de familias acomodadas y él tenía un buen trabajo, pero yo me sentía inútil, fracasada, como si mi familia y mi vida hasta entonces fueran una mentira. Mis hijas sufrieron mucho también, primero porque su padre se marchó sin despedirse, sin dar explicaciones, sin mostrar dolor por la separación. Desde entonces a penas las veía, no parecía echarlas de menos y, a menudo, cancelaba planes con ellas con excusas variopintas. Pero también sufrieron por mí, por verme hundida, sobre todo María, que asumió el rol de “hermana mayor” de inmediato, responsabilizándose de la familia. Fue entonces, con la autoestima por los suelos, cuando me di cuenta que podía excitar a un jovencito. Era verdad que Julio estaba loco por mi hija, pero también era verdad que se le caía la baba conmigo. Soy alta, morena y con curvas. El chico tartamudeaba cuando me tenía cerca, me echaba miraditas al escote y se azoraba cuando le besaba en la mejilla o lo abrazaba. De algún modo aquello me subía la moral y María se dio cuenta. En lugar de ponerse celosa, por alguna razón, decidió fomentarlo y un día, viendo todos la tele con una sabana encima, le cogió la mano a su novio y la puso sobre mi pierna. El pobre chico estaba rojo como un tomate y yo también. A mi otro lado estaba Rita, la pequeña, que no se había dado cuenta de nada. No sabía qué hacer, sabía que aquello no estaba bien, pero cualquier curso de acción me parecía malo. Todo lo que se me ocurría, montar un escándalo, abofetear al chico, me parecía que provocaba más problemas de los que resolvía. Además él no tenía la culpa, yo había visto perfectamente a mi hija provocarlo todo, pero que podía decirle: ¿Por qué obligas a tu novio a meterme mano? Me parecía tan irreal… Bien es cierto que el chico no retiraba la mano. No sé porque simplemente no se la retiré yo. Supongo que hubiera podido hacerlo discretamente, pero estaba tan atribulada que ni se me ocurrió. Además, aunque me costaba reconocerlo me estaba gustando. No recordaba haber estado más excitada en mi vida, y eso que el pobre Julio no se atrevía a mover la mano, la tenía inmóvil sobre mi muslo y ya está. Últimamente María estaba muy hippie, muy liberada, muy modernita, pero esto ya se excedía. No sé cómo, empezamos a hablar de la infidelidad, por algo de la tele, creo. El caso es que María empezó a decir que la culpa era de la sociedad, que reprimía, que si yo, por ejemplo, quería acostarme con Julio, pues que muy bien. No recuerdo sus palabras exactas, pero aquello podía interpretarse como una invitación para tener sexo con su novio, cuya mano, además, seguía en mi pierna. No se me ocurrió otra cosa que reírme y darle al chico un beso en la mejilla, para rebajar la tensión. Él debió interpretarlo como una invitación, porque empezó a mover la mano. Cuando me quise dar cuenta la tenía en mis braguitas, mojadas como nunca. Al notar su dedo en mi clítoris me levanté de un salto y anuncié que me iba a dormir. En realidad me quedé en la puerta, observándoles y masturbándome sin ser vista. Estaba cachondísima. María había metido la cabeza en la sabana y parecía que se la estaba chupando. Mientras, Julio besaba a Rita, que solo tenía 15 añitos. La idea de que aquel pipiolo que parecía no haber roto nunca un plato se pudiera estar acostando con María era soportable, al fin y al cabo eran novios y ya tenían 17 años, pero si también lo hacía con la hermana pequeña, con el consentimiento, en un alarde de liberalismo, de la mayor, aquello me superaba. Me superaba, pero me calentaba a un tiempo, porque me corrí como una loca mirándoles.



                Que yo viera no pasaron de besitos, pero todo aquello me preocupaba. Me preocupaba y me ponía caliente a más no poder. Estuve varios días masturbándome cada dos por tres recordando aquello. Finalmente encontré la ocasión de planteárselo a Julio. En circunstancias normales habría hablado con mis hijas, pero con todo lo del divorcio no tenía fuerzas para enfrentarme a ellas y reñirlas. Pensándolo ahora, tal vez el momento que elegí no fue el mejor, pero era la primera vez que nos quedábamos a solas desde aquello. Fue en una playa nudista, y, lógicamente, estábamos en pelotas. Las niñas habían ido a por algo al coche y el chico y yo habíamos roto la tensión jugando un rato en el agua. Cuando me sentí segura se lo pregunté sin más. Él titubeó, pero confeso que eran vírgenes. El pobre era incapaz de mentir sin que se le notara, así que le creí. La revelación me tranquilizó tanto, que le besé en los labios en agradecimiento. Al hacerlo noté su polla tiesa y no me pude controlar. Nos enzarzamos a morrearnos mientras nos masturbábamos mutuamente. Toda mi calentura de los últimos días afloró. Nada más terminar me sentí culpable. Volvimos a la orilla y no volví a dirigirle la palabra durante semanas. No podía creer lo que había hecho. Y aun podría creer menos lo que haría después. Fue a finales del verano. Había tenido una discusión horrible con mi ex marido y estaba de bajón. María me recriminaba que permitiese al indeseable de su padre hundirme, delante del pobre Julio, que no sabía donde se había metido. En medio de la trifulca me soltó, así de sopetón, que quería que me acostase con su novio. Si su padre se tiraba a una jovencita, yo podía tirarme a un jovencito. Le dije que estaba loca y se fue llorando, pero el bueno de Julio se quedó allí, sin saber qué hacer, ni que decir. Cuando no podía estar más incómoda, el crio me dice totalmente sereno que soy preciosa, la mujer más bella que conoce. En otras circunstancias me hubiera echado a reír, pero en mi situación, aquello era precisamente lo que necesitaba oír. Y pasó lo que tenía que pasar, le enganché e hicimos el amor como locos, con mis hijas mirando, desde la puerta. No podría habernos detenido ni un vendaval. Nos besamos, nos chupamos, me comió el coño, cosa que ni mi marido ni ninguno de mis novios me había hecho nunca y follamos hasta no poder más.



                Aún lo hicimos un par de veces más en los días siguientes antes de que Julio desvirgara a María, y, desde entonces, somos amantes ocasionales con el consentimiento de mi hija. A partir de estos hechos me encontré mejor, ya no me sentía culpable por mi atracción sexual por un jovencito, y saber que podía gustarle a cualquier hombre, incluso más jóvenes que yo, mejoró mi autoestima. Estuve saliendo con algunos hombres de mi edad, pero con los que mejor me iba solían ser los que eran algo más jóvenes, como un profesor de universidad treintañero, que luego dio clases a María cuando estudió en la facultad. Sin embargo mi relación más estable fue con un chico mucho más joven. En concreto el hermano pequeño del novio que se echó Rita, que ya era más joven que ella, pues era uno de sus alumnos. 



                Rita era bisexual, aparte de acostarse con Julio, también con el consentimiento de María, había tenido una relación, estando en la universidad, con una chica, pero ya habían roto. Había terminado filosofía y letras, y encontrado trabajo de profesora en un instituto. Después de su primer año terminó liándose con su alumno favorito. Bueno, ella tenía 24 y él 18, no era algo tan raro. Pero el chico tenía un hermano de 16, y yo por aquel entonces tendría cuarenta-y-muchos, y eso ya era más raro. Sin embargo sucedió.



                María y Julio se habían casado y Rita y yo vivíamos solas. Había traído a Mario, como se llamaba su novio-ex alumno, a casa en algunas ocasiones. Incluso los había oído follar alguna noche. No me resultó extraño, por tanto, que me dijera que Mario y su hermano Miguel vendrían a pasar el fin de semana. Cuando llegaron saludé a Mario con un par de besos. No conocía a Miguel, así que cuando Rita me lo presentó le saludé del mismo modo. Pude notar su timidez y la mirada furtiva que lanzó sobre mi escote. Los dos hermanos eran chicos guapos, altos, morenos, pero también eran sensibles y algo retraídos, lo que hacía que no tuvieran tanto éxito con las chicas de su edad como cabría pensar. De hecho Rita aseguraba haber desvirgado a Mario y que Miguel aun era virgen y no tenía novia. Pasamos la jornada de un modo agradable. Cuando Mario y Rita se basaban o se hacían carantoñas, Miguel los miraba con envidia. No sé si es que ella le gustaba o, simplemente, estaba celoso de que su hermano tuviera novia, y por tanto sexo, y él no. Como los dos novios tenían una conexión especial y siempre estaban juntos, a mí me tocó “cargar” con el muchacho, cosa que por lo demás hice con mucho gusto. Era un buen chico y siempre se mostró educado y deferente conmigo. Además se notaba que yo le gustaba. Mis tetas le tenían hechizado. Después de lo de Julio ya empezaba a acostumbrarme a calentar a chavalitos, pero seguía siendo un chute de moral ver a un crio tartamudeando porque le ponía cachondo mirarme.



                Esa misma noche no podía dormir, así que me levanté a dar una vuelta. Rita dormía con su novio en su habitación. Bueno, lo de dormir era un decir, sus jadeos se escuchaban casi desde la otra punta de la casa. Cuando pasé por el pasillo vi a Miguel espiando desde la puerta entreabierta. Sonreí y fui hasta la piscina. No había nadie y estaba todo oscuro, así que, como tenía calor, decidí darme un baño desnuda. Tras un par de chapuzones me di cuenta que el chico había cambiado de objetivo y ahora me miraba a mi desde la casa. Salí de la piscina sin hacer ningún esfuerzo por taparme y me dirigí a él. Al verse sorprendido tartamudeó una disculpa. Tranquilo, le dije, he sido yo la que se ha bañado desnuda a pesar de tener invitados. Soy yo la que debe disculparse. ¿Me acercas la toalla? El pobre me la acercó temblando. Al verle más de cerca noté el bulto en su entrepierna. ¿No estabas mirando a mi hija con tu hermano? Tranquilo, no se lo diré a ninguno de los dos. A pesar de sus nervios, acrecentados por mi confesión de que le había visto espiar a los tortolitos, acertó a responder: Prefería mirarte a ti. El modo en que lo dijo me agradó y le besé en los labios. Dejé caer la toalla mostrándome desnuda de nuevo y le acaricié el paquete. ¿No te ha dado tiempo a correrte? Pregunté asumiendo que se había masturbado mirándome. Sin esperar respuesta, añadí: Esto habrá que solucionarlo y me arrodillé ante él. Saqué su pedazo de carne del pantalón y me puse a chupar. No tardó en eyacular en mi garganta. El resto de la noche dormí como una bendita.



                No sé cómo me había acostumbrado a hacer estas locuras. A veces pensaba en lo que diría la madre del chico si se enterara, o mi ex marido. Otras veces simplemente me daba igual. Me sentía liberada. Después de haber sufrido tanto durante el divorcio la desinhibición sexual era una especie de terapia. Durante el día siguiente el ambiente estuvo cargado de erotismo entre Miguel y yo. Rita y Mario parecían ignorarlo, pero cada cruce de miradas, cada roce casual o intencionado, cada vez que nos dejaban solos saltaban chispas. En un momento dado, cuando estábamos en la piscina, mientras los novios se bañaban y se achuchaban en el agua y nosotros les esperábamos con las toallas le pregunté en un susurro si había estado antes con alguna chica, para comprobar si lo que me había dicho Rita cobre su virginidad era cierto. Tartamudeando me contestó que no. Alguna mamada como la que le había hecho yo, pero nada más. Puede que arreglemos eso esta noche, dije insinuante y le metí la lengua en la oreja. Tuvo que entrar en la casa para ocultar su erección. Yo también estaba mojada. No me había excitado tanto desde que me acosté con Julio.



                Esa noche me acosté pronto. Los novios hicieron lo mismo, parecía que estuvieran en celo. A los pocos minutos Miguel se coló en mi habitación. Entro tímidamente, se notaba que había hecho acopio de valor para atreverse, a pesar de mis claras insinuaciones. Le sonreí para tranquilizarle. Le cogí de la mano y lo introduje en mi cama. Nos besamos despacio.  Desvirgar a un jovencito es una experiencia satisfactoria para una mujer madura. Todas deberían hacerlo al menos una vez en la vida. Para mí ésta era la segunda. Guié sus manos hacia mis pechos mientras le sorbía la lengua. Acaricié su pene enhiesto y le mostré el camino para que me penetrase. Se estiró sobre mí y lo hizo con la torpeza que da la falta de práctica, pero sin que ello me restase un ápice de placer. Sorprendentemente duró mucho. Quizá ayudó que se hiciera algunas pajas aquellos días. Nos dio tiempo a practicar varias posturas antes de que acabara: sentados, de lado... Disfruté cabalgándole mientras me besaba las tetas. Acabó eyaculando sobre mí. Después todavía estuvimos besándonos un rato. Nuestras lenguas batallaban en nuestras bocas. A la mañana siguiente Rita y Mario nos sorprendieron durmiendo, aun abrazados. Lo habéis pasado bien esta noche… dijo mi hija con una sonrisa. Muy bien cariño, respondí yo sin vergüenza. Vamos tortolitos, a desayunar, concluyó ella el dialogo ante las miradas curiosas de los hermanos.



                Curiosamente lo que parecía una aventura de una sola noche se convirtió en una relación que duró 5 años, poco más o menos lo mismo que duraron Rita y Mario. Al principio solo fallábamos. Manteníamos la relación en secreto, con la complicidad de su hermano y mi hija, amparados por las ocasiones que nos daba su relación de vernos sin despertar sospechas. Venía a mi casa y nos acostábamos. Sin complicaciones, sin culpas. Disfrutábamos y ya está. Salí con un par de hombres más al principio, luego simplemente dejé de sentir la necesidad de hacerlo. Miguel se había convertido en mi hombre, mi machito. Me consta que él no me fue infiel hasta el último momento, cuando ya llevábamos varios años y empezó a perder la fe en lo nuestro, pero en aquella época solo se acostó conmigo y con mis hijas cuando hacíamos intercambios de parejas o camas redondas, en las que yo hacía el amor con su hermano o el marido de mi hija. No es que yo fuera celosa, me hubiera parecido lo más natural que el chico hubiera salido con chicas de su edad, y que lo nuestro terminase cuando se ennoviara con una, pero no fue así, hasta mucho después. Nos acostamos sin compromiso durante varios meses, hasta que me di cuenta que entre los dos había nacido una relación por la vía del hecho, sin pretenderlo.  Una noche me dijo te quiero mientras fallábamos. Llevada por la pasión le dije que yo también le quería, que era mi niño, mi amante, mi amor. No me di cuenta de la trascendencia de esas confesiones hasta después del sexo. Poco a poco comenzamos a hacer cosas juntos, además de joder: Ir al cine, a cenar, al teatro, de discotecas. Cuando cumplió 18 y empezó a ir a la universidad, anunció a sus amigos que tenía una novia mayor, incluso me presentó a alguno, aunque yo no me sentía a gusto con ellos, me miraban con curiosidad, como a un bicho raro. Para sus padres siempre fue un secreto, no lo habrían entendido. Durante un tiempo dijo que quería casarse conmigo, pero nunca lo tomé en serio. No es que no fuera sincero, él realmente creía que eso acabaría pasando, pero yo sabía que era ley de vida que las cosas acabaran de otro modo. Finalmente me acabó confesando que había conocido a otra chica, una de su edad,  y que lo quería dejar. Habían pasado 5 años, mi hija y su hermano habían cortado poco antes y yo ya tenía una nieta preciosa, Sandra, hija de Julio y María. Siempre recordaré a Miguel con cariño.



                 Mi hija tuvo problemas en el parto. La niña nació bien, pero los médicos dijeron que María ya no podría tener más hijos. Rita también quería quedarse embarazada, pero Mario se sentía demasiado joven para esas responsabilidades, así que acabaron rompiendo. No sé de quién fue la idea, pero Rita acabó quedándose en estado de Julio, el marido de María. No era la primera vez que hacían tríos juntos, de hecho las dos perdieron la virginidad con él, con apenas unos meses de diferencia, y el ambiente sexual de mi familia es bastante liberal, como se podrá entender. Mientras Rita estaba en cinta conoció a Lorena, otra alumna. Como pasó con Mario, se enamoraron, pero en este caso en cuanto la chica cumplió 18 años empezaron a vivir juntas  y, a fecha de hoy, así siguen, criando a mi nieto José. Poco después Julio y María adoptaron a Javi, cerrando de este modo la familia. Quiero mucho a todos mis nietos, pero como he dicho Javi es mi debilidad. Quizá por ser el pequeño, o el más frágil, no sé…



                Tras unos meses sola, en que estuve recuperándome de la ruptura con Miguel, no por esperada, menos dolorosa, volví a salir con hombres, esta vez ya de mi edad, pero no llegué a entablar ninguna relación estable con ninguno. Pasaron los años, cuando mis nietos mayores tenían 17 y 16 años y Javi 15, Sandra y José se enamoraron. No solo eran primos, eran hermanastros porque Julio era el padre de ambos, aunque ellos no lo sabían. Temí que se traumatizaran al enterarse, pero la verdad es que lo llevaron bastante bien, Javi, en cambio, se sintió desplazado, una vez más, y sufrió por ello. Yo se que su hermana y su primo lo quieren  y nunca le harían daño a propósito, pero él se sentía así. Cuando María y Julio se casaron fueron a vivir a una ciudad cercana, cuando Rita empezó a vivir con Lorena siguió el mismo camino, de hecho son vecinas. Cuando voy a visitarlas suelo hospedarme con María, al principio dormía en su misma cama, después de retozar un rato con Julio, ante la mirada aprobatoria de mi hija, luego ya en la habitación de invitados. Por aquellas fechas estaba pasando unos días con ellos. Desde que Javi tuvo su despertar sexual con 13 o 14 años pude notar cierto interés hacia mí, a pesar de la evidente diferencia de edad. Como ya he dicho le sorprendía lanzando miradas furtivas a mi escote, se restregaba disimuladamente conmigo cuando podía… yo esas cosas ya me las sabía de memoria, pero me sorprendía ser el objeto de deseo de un chico tan joven, en lugar de las chicas de su edad. Todo aquello no impedía que siguiéramos teniéndonos la máxima confianza y que él me confesara sus inseguridades, también en lo relativo a las dudas y la inexperiencia sexual lógicas de sus años. Aquel día había notado al chico algo deprimido por la relación entre su hermana y su primo. Una de las cosas que me había confesado le inquietaban era el hecho de que ellos ya hubieran perdido la virginidad mientras él “ni siquiera le había visto las tetas a una chica”, en sus propias palabras. Yo sabía que había visto mujeres desnudas en revistas y películas, pero al natural era posible que no. Entendía su curiosidad. Esa noche me acosté pronto en la habitación de invitados. Un rato después apareció Javi. No era la primera vez que se venía a mi cama. De pequeño lo hacía cuando quería hablar o estaba deprimido. Le abrí las sabanas para que entrase. Se abrazó a mí y pude notar su erección creciendo contra mi pierna. ¿Es verdad que nunca has visto una teta de cerca?, le pregunté. No, murmuró por respuesta. Sé que soy una vieja, pero si quieres te puedo enseñar las mías. No podía creer lo que estaba diciendo. Solo quería distraerle de sus problemas, consolarle. Además estaba terriblemente excitada y su miembro contra mi pierna me estaba volviendo loca. Tímidamente asintió. Me saqué el pecho derecho del camisón. Él lo observaba a pocos centímetros. ¿Quieres tocarlo? Alargó la manita y me rodeó la teta con ella. La amasó, me pellizcó el pezón, creía que iba a correrme sin más. ¿Quieres besarlo? Cuando acercó la boca a mi seno no me pude aguantar, se la cogí y empecé a hacerle una paja. Mientras mi mano subía y bajaba por su pene con su legua me acariciaba el pezón y lo succionaba. Con la otra mano me masturbaba a mí misma. Él me había agarrado la teta libre y se le notaba encendido.  Poco después se corrió contra mi muslo y mi mano.



                Estuve varios días perturbada por lo que había hecho. No me afectaba tanto una paja desde la que le hice a Julio en el mar siendo novio de mi hija, y de eso hacia unos 20 años. ¡Era mi nieto! Bueno, no en un sentido biológico, pero lo era. Y la diferencia de edad… una cosa es gustar a jovencitos con 40, pero yo ya los había pasado hacia tiempo. Aunque me cuidaba y concitaba admiración y piropos en los hombres, no podía creerme que pusiera cachondo a ese diablillo. Terminé mi visita, volví a casa y, poco a poco me olvidé del incidente. Seguí en contacto con mi familia y, por supuesto, con mi nieto favorito. Hablamos por teléfono y nos vimos en un par de reuniones familiares más, pero no pasó nada. Nunca comentamos lo de la paja, pero los dos lo teníamos muy presente, como si eso nos diera más intimidad, un secreto que solo los dos compartíamos. Y así llegamos a esta noche. Había pasado un año más o menos desde la paja. Poco antes se había hecho pública su condición de adoptado y Javi estaba un poco depre. Sé que su hermana y su primo (y medio hermano) le habían hecho ver que no les importaba, que no había cambiado nada entre ellos, pero aún así era duro para él, sentirse diferente. Además seguía preocupado por el hecho de no haber perdido aún su virginidad. Solo tenía 16 años, que fuera virgen era lo más lógico, pero a él le parecía que era el único que no disfrutaba del sexo en el mundo. Cosas de la adolescencia supongo. Antes de llegar a casa de mi hija me sorprendí arreglándome un poco, como queriendo estar guapa para alguien. ¿Quería inconscientemente seducir a mi nieto? Cuando entre por la puerta y saludé a mi familia sentí un gusanillo en el estomago cuando Javi me besó en los labios. Durante la cena se cruzaron nuestras miradas varias veces hasta ponerme nerviosa. Una vez en la cama estuve despierta esperando que apareciese como la otra vez. Cuando ya había perdido la esperanza y me decía a mi misma que era lo mejor, le oí entrar. Se acomodó a mi lado y pude notar que venía ya empalmado. ¿Quieres otra pajita?, le pregunté y comencé a meneársela, pero esta vez él tomó la iniciativa y me plantó un morreo con lengua que me dejó sin aliento. Cariño, no puede ser que quieras otra cosa, tengo más de 60 años, tu primera vez debería ser con una chica de tu edad. Lejos de arredrarse por mis palabras respondió: Yo te quiero a ti. Eres la mujer más hermosa que conozco, la mujer con la que más confianza tengo, la mejor para enseñarme. Ahí me deshice. Sonreí  y le dije, bueno, está bien. Me subí el camisón y me bajé las bragas, y guié su miembro a mi vagina. Comenzó a embestirme de ese modo torpe y maravilloso que da la inexperiencia, con ese ímpetu de los pocos años. No tardó mucho en acabar, pero yo estaba como una moto, así que lo tumbé boca arriba, le desnudé del todo y le besé por todo el cuerpo. Cuando llegué a su pene ya estaba medio tieso, maravillas de la edad. Se la chupé un rato para erguirla del todo. Entonces, repte sobre él y comencé a cabalgarlo, como había hecho con su padre, cuando los desvirgué 20 años antes. Nos besamos, nos mordimos, dejamos salir nuestra pasión. Esta vez duró más. Hacía años que no disfrutaba tanto. Tras terminar quedamos rendidos y nos dormimos felices.



                Así llegamos a este momento. Con el sexo de mi nieto creciendo en mi mano, mientras nos besamos. Nos separamos, me mira y sonríe. Ahora, le digo, es cuando, con la luz del día, te das cuenta de que te has acostado con tu abuelita y te avergüenzas. No, responde él. Sigues siendo la más guapa. Nos morreamos despacio, jugueteamos con nuestras lenguas. El ansia de la noche anterior ha sido sustituida por una serenidad muy especial. Ahora no tenemos prisa. Nos comemos las bocas disfrutando. Luego baja a mis tetas. Me dice que le encantan y mordisquea los pezones. Sigue bajando hasta llegar a mi coño, dispuesto a comérmelo. Recuerdo que fue su padre quien me lo comió por primera vez. Me regala un orgasmo y me penetra dispuesto a darme otro. Aprende rápido, pasados los nervios de la primera vez hace que me derrita. Será un gran amante, lo es ya. Me lo como a besos mientras follamos. Un rato después nos corremos a la vez abrazados. Estoy tumbada en la cama acariciando el cuerpo desnudo de mi nieto. A veces la vida es maravillosa.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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1 comentarios. Página 1 de 1
Kymra
invitado-Kymra 24-07-2016 18:40:15

Me encanta. Una rica historia

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