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¿han pasado una tarde entera mirando llover con una taza de café en las manos?, relajándose, haciendo como que todo en la vida es relativo… así me encontraba yo aquella mañana cuando me despertó el ruido de las gotas al caer, ese olor a tierra mojada y mi mullida pijama me hacían sentir en el cielo, en eso al mirar por la ventana del salón noté que un joven se empapaba en la calle, parecía un poco ebrio y o con resaca, se veía mal, lo supe en cuanto lo ví, tenía el corazón roto, esa combinación es fatal, el alcohol y un desgarrador aguacero no era bueno traer todo eso encima, tomé mis botas para lluvia y mi paraguas, abrí la puerta sin pensarlo.
_ Oye… ¿todo bien?
Él volteó a mirarme, definitivamente el alcohol no lo afectaba más que su dolor interno, mi rostro se llenó de impresión, jamás había visto una persona tan desolada en toda mi vida.
_ Perdón, ya me iba…
Me pareció familiar su voz…
_ No… no creo que seas sospechoso, me pareciste conocido… soy nueva en el barrio, si olvidaste tus llaves puedes llamar un cerrajero desde mi casa.
Lo miré bien de hecho yo lo conocía, cuando me mudé recien él siempre estaba en la casa de enfrente, si mal no recuerdo con su esposa, lo convencí de que entrara y le ofrecí una toalla, seguía un poco distante, así que le preparé un café…
_ Perdón si no tengo ropa qué ofrecerte, no tengo hombres en la casa…
_ ¿no te visita tu novio?
Lo dijo un poco entre dientes… quise evadir la pregunta un poco, me incomoda ser la solterona de 27 que no tiene pareja…
_ No tengo novio jejejeeee….
Cuando le llevé el café me miró con la misma tristeza aunque ya se veía menos miserable, era un hombre guapo, un sueño, ojos como la miel y cabello castaño oscuro, sus facciones fuerte y una mandíbula que podría quebrar una botella…
_ ¿no es peligroso que le abras la puerta a un extraño?
Mi mente se sobresaltó un poco, me llegó a la mente el instinto de supervivencia… me incomodé un poco…
_ No te preocupes, no voy a hacerte daño – dió un sorbo a la tasa – Gracias por el café…
_ Yo quise pensar eso – me sonrojé – por alguna razón te veías muy solo allá en la lluvia y no quise que te perdieras en ti mismo, parecía como si quisieras diluirte en el agua en cada gota…
Nos quedamos en silencio mirando mutuamente, jamás olvidaré esos ojos, se me clavaron en la mente como dagas de oro, después de ese momento la lluvia comenzó a arreciar, y yo no pude sostenerle la mirada, sentía que si volvía a mirarme así yo caería en una especie de embrujo, conversamos un rato, cuando la lluvia se volvió un poco tenue se levantó dejando la taza de café vacía en la mesa de la sala.
_ es hora de que me vaya… de nuevo gracias – no sé qué me impulsó a hacerlo, o retuve, presioné su brazo contra mi pecho fuertemente sin pensarlo y le pedí
_ No te vayas – se me hizo un vacío en el corazón como si un nudo se estuviera apretando tratando de retener algo – todavía llueve…
Él me miró extrañado y como si yo fuera una niña pequeña me dijo
_ Tranquila no me diluiré en la lluvia…
Quizá fui una tonta al creer que alguien me acompañaría aunque sea por unas horas en esa lluvia, quizá ya había escuchado llegar a su esposa que lo espera enfrente y yo allí haciéndome la vulnerable solo por tenerlo un rato más conmigo, me sentí malvada, pero también me sentía muy sola esa mañana, necesitaba el calor de alguien… me miró fijamente, por un largo rato y me abrazó cálidamente…
_ Por qué tiemblas y lloras como si tuvieras frío… yo soy el que se mojó en la lluvia toda la noche, yo soy el que está sufriendo, ¿acaso lloras en mi lugar?
sentí como su humedad penetraba entre mi pijama y comenzaba a tocar mi piel, ya no quise decir nada, ya era muy tarde, estaba embrujada con sus tristes ojos como dagas doradas, me besó, era fuerte pero sensible, no pude parar su lengua entre mis labios, ese sabor a alcohol y cigarro el aroma a colonia con esa tenue sensación de que todo el entorno se desvanecía, mientras sus manos recorrían mi cintura sentía como la humedad se colaba entre mi ropa interior, sus manos entraron enseguida también, solté un gemido ahogado mientras sentía ese hormigueo cosquilludo que siente uno cuando se empieza a excitar, sus caricias dejaban un camino de ese hormigueo por toda mi piel.
No supe en qué momento se coló en mis bragas, sus dedos gruesos eran de un trabajador, pero se sentía tan bien que tocara mi clítoris con su dedo mientras lamía mis pezones, había caído en calidad de juguete, no me atrevía siquiera a pensar que era un hombre casado, solo queríamos compañía esa era la única razón, y a pesar de todo eso, no fue nada frívolo, me trató con tanto cuidado como lo hubiera hecho con la mujer que amaba.
se desnudó y me puso sobre él sentado en el sofá, sin mayores problemas supe lo que deseaba de mí, me acomode para comenzar a cabalgar, era cálido y palpitante sentirlo así estaba lleno de vida, podía ver cómo sus pupilas se dilataban entre más me movía sobre él y cómo su respiración se convertía en un gemido junto con el mío, hasta que no pudo mas y me tiró al sofá, tenía la verga grande, de esas que pueden llegar a dar miedo si no sabes cómo se sienten, me hizo levantar la piernas hasta que no pude más, casi podía besar mis rodillas, el ambiente subió de tono cuando no pude moverme más en ese postura, y comenzó a embestirme con toda su fuerza, podía ver su excitación al igual que su despecho, pero no le ví nada de malo, cualquier precio posterior valía la pena pagarlo por desahogar toda mi soledad en ese momento de gloria, no sabía que ya estaba sudando y gimiendo como nunca, cada embestida dejaba caer todo su peso sobre mí, y lograba hacer que mis gemidos parecieran gritos de placer, podía sentir toda la humedad, todo su sudor todo lo mío y lo suyo ya eran una sola humedad, no quería nada más que sentirlo terminar dentro de mí, apenas pude librar mis brazos de su prisión puede alcanzar su nuca para aferrarme a él como si por eso fuera a entrar más profundo, aunque pude sentir sus palpitaciones convertirse en espasmos y fue como si hubiera presionado un botón dentro de mí, pude sentir ese torrente de palpitaciones suyas y mías mezcladas con nuestros jugos, a medida que nuestros músculos contraídos se iban relajando al igual que nuestras respiraciones… caímos muertos en el sofá mirando al cielo como si estuviéramos viendo a través del techo y pudiéramos ver el cielo aclararse… el aguacero se había calmado.
Improvisó una cobija con unos edredones que tenìa cubriendo los sillones, se quedó solo unas horas dormitando aferrado a mi cuerpo, y yo no podía sentirme más feliz de escuchar el latido de alguien en mi oído, no podía dejar de acariciar detrás de su oreja hasta quedarme dormida.
Si sentí cuando se levantó y comenzó a vestirse, pero el cansancio de todo aquello me limitó a voltear a verlo ya cuando casi se iba… solo pude decir…
_ Gracias por acompañarme – entonces salió de mi casa y se diluyó con la llovizna.
Unos días después conocí a los vecinos mejor, la mujer de enfrente era una mujer casada con un soldado que estaba de servicio en Afganistán, unos días despuès de que yo tuviera mi aventura con ese vecino misterioso me enteré de que su rumoreaba que ella había engañado a su marido con un trabajador de una mina cercana, quien, al enterarse de que el soldado volvería, desapareció y se fué a otra ciudad.
Todavìa me pasa que me levanto en las mañanas y puedo ver al soldado jugando con sus hijos en el jardín delantero y siento un nudo en el pecho al imaginarme al minero mirando bajo la lluvia la casa de la mujer que jamàs sería suya. Espero que se haya desahogado conmigo…
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