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Llevaba un rato bebiendo en la barra de un bar, observando cómo en una mesa cercana se llevaba a cabo una cena de negocios y no podía dejar de mirar a la acompañante, novia o esposa de uno de los integrantes. Era realmente hermosa, su figura refinada y a la vez tan sexy hacían que me preguntara cómo aquel hombre podría tener una mujer como ella.
Minutos después coincidí en el baño con el sujeto, parecía feliz, como para no estarlo… Sin conocerme de nada me dio a entender que esa cena había sido un éxito y yo no pude contener los deseos de saber sobre ella y le dije:
—A buen seguro, su mujer ha tenido algo que ver…
Me miró, pero no sorprendido, mientras se lavaba las manos y me contestó:
—Sí y no. Si tuvo que ver. Así como Ud. no ha podido dejar de mirarla en toda la noche, ellos tampoco… Pero no es mi mujer.
Tenía que disculparme.
—Pues lo siento, excúseme.
Y secándose las manos me dijo:
—Es una escort. Tome —me ofrece una tarjeta— ya sabe, si necesita…
Cogí la tarjeta y él se fue. Realmente se lo veía muy dichoso y yo hacía tiempo que no lo era, así que esa noche al llegar a casa decidí investigar un poco el tema.
Ni bien mi mujer se fue a dormir, cogí el ordenador para adentrarme en el mundo de las “Putas en Valencia”. Así rezaba la tarjeta. Era un mundo nuevo para mí, que con 41 años jamás había necesitado el servicio de una profesional, pero la necesidad de algo nuevo, distinto y placentero me estaba llevando a recorrer la web de las escorts.
Bueno, bueno, bueno, fantasías, fetichismo, francés natural… ay ay ay garganta profunda… el día de los reyes magos para un hombre ¡y que cuerpazos! Es verdad que por el momento no necesito una acompañante para ninguna cena o fiesta, para eso está mi mujer que lo hace de lujo –aunque no como la escort de esta noche- pero una atención a parejas quien sabe si en algún momento llegaré a convencerla…
De momento, y para no sobrepasar mis límites, creo que voy a comenzar por lo básico: una ducha erótica, una relación sexual y un masaje erótico.
Los días siguientes los pasé planificando y fantaseando con ello, excitado y masturbándome como un adolescente. Y lo mejor estaba aún por llegar… Y llegó el día, el momento en el que llegué a la Casa de Citas, sumamente discreta, obviamente no se trataba de un puticlub, ni punto de comparación.
No voy a decir el nombre de la joven que compartió mi primera experiencia, pero si os diré que es hermosa, de cabellos largos y rubios, y un cuerpo de infarto, un cuerpo que pude comenzar a acariciar ni bien comenzó la ducha erótica. El agua se deslizaba por nuestra piel al tiempo que mis manos recorrían su anatomía, su sexo, sus pechos. Ella me acariciaba con maestría y yo me encendía más a cada segundo. Mi erección era inevitable e incontrolable ya, por lo que decidí pasar a la acción lejos de la ducha, era inminente un gran polvo.
Pasamos a la habitación y yo me acerque a ella, le alcé el rostro por la barbilla mirándola fijamente a sus grandes ojos color café. Ella me volvió a sonreír y acercó su rostro al mío, uniendo sus labios a los míos en una deliciosa libación. Mis manos ya estaban sobre sus blancos muslos, recorriéndolos en toda su extensión. Podía sentir la tibieza de su carne sobre mis manos, tibieza que aumentaba considerablemente a medida que las acercaba a su entrepierna. Ella aferró sus brazos a mi espalda, recorriéndola de arriba abajo, luego dejó el beso interminable sobre mis labios y bajó hasta mi pecho velludo, jugando con los pelos con sus labios y posesionándose después de mis tetillas con una suave succión.
Continúo así, besando y lamiendo, bajando despacio hasta llegar a mi ingle, abultada ya por la excitación. Alcanzó con su mano derecha mi pene totalmente erguido e inflamado. Sus delicadas manos lo abarcaban habilidosamente para proporcionarme mucho placer. Comenzó a masturbarlo lenta, pero vigorosamente, de una forma que nunca nadie me lo había hecho, y alternaba los movimientos con unas mamadas magistrales. La recosté en la cama y, debajo de mí, podía percibir la tibieza de su piel, las vibraciones de sus músculos y el quemante jadear de su aliento, mientras la besaba y acariciaba enteramente. Mi boca recorría palmo a palmo y pausadamente cada pulgada de aquel cuerpo ardiente de deseo… Sus gemidos alcanzaron un nivel mayor cuando acerqué mis labios a sus pechos y me apoderé de los pezones, que se erigieron furiosamente al contacto húmedo y sabroso de mis labios y lengua. Y todo aquello no hacía más que encenderme todavía más, si cabe. Bajé hasta su ingle y ella, sin que yo se lo pidiera, abrió las piernas totalmente, al máximo, mostrándome su vulva mojada por sus secreciones, palpitante, excitantemente provocativa, sugestiva, invitadora. Mis labios se fusionaron con los de su vulva y mi lengua se introdujo suavemente a explorar su vagina, fácilmente, muy fácilmente dentro de su canal vaginal. Sinceramente, era la primera vagina que mi lengua exploraba tan profundamente, llegando casi hasta la misma fuente de sus secreciones. Ya no soportaba más la premura de la penetración así que puse la cabeza de mi pene en el introito vaginal y comencé a dejárselo ir, primero despacio, con suavidad, para luego acelerar la marcha con movimientos rápidos, fuertes y profundos.
Aquel orgasmo encumbraba mi fantasía, pero para que la velada fuera perfecta, unos masajes sirvieron para retomar la batalla.
¿Si repetí? Pues claro que sí, pero esa es otra historia.
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