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Sandra tenía cuarenta y un años. Estaba atravesando un difícil momento para su ánimo. Hacía tres meses se había separado de su marido con el que había estado casada por algo más de doce años. No habían tenido hijos pese a todo tipo de intentos. El motivo de la separación había sido una secretaria de veinticinco años y eso le había dolido. Mucho. Había en verdad dañado su autoestima. Sandra no concebía su vida sin Ernesto.
Además, se sentía sola. Sus hermanas vivían a más de mil kilómetros de distancia y ella esquivaba encontrarse con los matrimonios que eran amigos de ambos.
Sandra no tenía amigas propias, siempre había estado dedicada a Ernesto. En verdad, no las había necesitado, o por lo menos así lo había pensado y ahora, cuando se sentía tan sola, ya era tarde para arrepentirse. En su trabajo, docente en una escuela secundaria, no encontraba a ninguna compañera con la que pudiera pasar más allá de una simple conversación de circunstancias. Durante un tiempo comenzó a ir a un gimnasio, pero su misma timidez y tal vez la pérdida acelerada de su propia autovaloración le impedían conectarse con otras señoras.
Comenzó a quedarse todo el tiempo en su casa. Iba a la escuela a la mañana, salía a las doce y cuarto y a partir de esa hora no volvía a salir. Leía, veía televisión, hacía solitarios frente a la computadora y dejaba pasar las horas.
Mujer inteligente, sabía que estaba entrando en el peligroso terreno de la depresión, tal vez, más precisamente en un periodo pre depresivo.
Las horas se le hacían interminables. Le costaba dormir por las noches y le costaba levantarse por las mañanas. Empezó a llegar tarde por primera vez en años a sus clases y habiendo sido siempre una profesora de historia de muy buen talante comenzó a sentir que su mal humor la ponía irritable con sus alumnos, irritable, arbitraria y mucho más grave aún, agresiva e injusta. Incluso, en dos ocasiones recibió quejas de los padres y la directora del establecimiento, muy extrañada, le llamó la atención.
Sabía que estaba viviendo síntomas peligrosos. Comenzó a comprar dulces antes de ir a su casa y los devoraba con evidente ansiedad que tomaba la forma de gula, hubo mañanas que no se duchó y peor aún, por las noches, comenzó a beber dos o tres vasos de whisky con hielo.
Los fines de semana eran aún peores. Permanecía echada sobre la cama desordenada, viendo por televisión cualquier estupidez (en varias ocasiones le sucedió que empezaba a leer un libro y quizás por no poder concentrarse lo abandonaba hastiada y aburrida a las pocas páginas). Sábado y domingo permanecía con las mismas ropas puestas, sin bañarse ni peinarse, mucho, muchísimo menos maquillarse.
Un sábado por la noche, engulliendo un tarro de dulce de leche a grandes cucharadas y bebiendo whisky puro, hacía zapping sin demasiado interés cuando se encontró con una escena de fuerte, muy fuerte contenido erótico, pornografía explícita más que erotismo, en uno de esos canales para adultos. Fue un impacto, nunca había querido ver esas películas con su marido pese a que él muchas veces se lo pedía insistentemente. En la pantalla una mujer era penetrada por dos hombres mientras le hacía un fellatio a un tercero. Sintió que se excitaba. Sintió ese húmedo y caliente cosquilleo entre las piernas, sintió que los pezones se le endurecían, sintió que la sangre hinchaba su clítoris y lo volvía muy, muy sensible y comenzó a acariciarse hasta llegar a un extraordinario orgasmo. No se pudo detener, con desesperación, bebió de un solo sorbo el whisky que restaba en el vaso ancho, volvió a llenarlo, lo bebió completo chorreándose con el alcohol las comisuras de los labios y siguió masturbándose hasta que en el colmo de la locura, se introdujo en la vagina toda su mano para, totalmente ebria y descontrolada, meterse por fin un estuche de crema y frotarlo freneticamente hasta lograr tres violentos orgasmos más.
El domingo despertó muy tarde, alto, muy alto ya el sol en el cielo. Dolorida su cabeza, reseca su lengua, toda su boca maloliente, transpirada su piel. Un prepotente torrente ácido trepó por su garganta y estalló en su boca obligándola a verterlo en repugnante cascada sobre su mismo cuerpo y las sábanas. Tosió, escupió los fermentos sólidos que se habían metido entre sus dientes, las lágrimas irrumpieron en sus ojos y apurada, presurosa, urgida, corrió al baño para meterse bajo la ducha. Necesitaba que el agua tibia le golpeara las carnes atormentadas. Poco a poco su cuerpo y su mente comenzaron a perdonarle la nocturna tortura y entonces, desaparecida la niebla piadosa, toda la crueldad de la lucidez la hizo llorar.
Era consciente que se deslizaba peligrosamente hacia la locura. Sabía que debía detener esa caída a sus propias profundidades más oscuras, sabía que debía parar ese vertiginoso descenso en el que se le aparecían los monstruos que esperaban agazapados en los umbríos y recónditos vericuetos de su subconsciente.
Era una mujer inteligente, lo suficientemente inteligente, instruida y culta para saberlo.
La atormentaban la culpa y la vergüenza, pero mucho más aún la atormentaba su desvalorización como mujer y el odio que comenzaba a sentir por los hombres, generalizando injustamente. Tal vez sed de revancha, de venganza, de estúpida e injusta venganza.
Pensó en ir a confesarse, nunca había sido devota, ni siquiera una católica practicante pero necesitaba hablar de sus problemas, en realidad de su único problema, con alguien. Lo desechó, no iba a atreverse. Pensó en ir a una psicoanalista pese a que por prejuicio renegaba de las terapias freudianas. Lo desechó, tampoco iba a atreverse.
Tal vez, se dijo, debía jugar a fondo y poner distancias. Distancias físicas, aislarse, buscar un lugar solitario en el que poder recomponer su mente debilitada. Un lugar en el que poder meditar y buscar dentro de sí la fortaleza que siempre la había caracterizado. Le gustaba el mar. Era noviembre. Tenía una buena suma ahorrada.
Era riesgoso, podía resultar peor, riesgoso pero seductor, atractivo como todo riesgo. Tentador.
……………… ……………………… ………………… ……………….
Caminaban despreocupados, con la despreocupación propia de los jóvenes que aún tienen las espaldas livianas de pesares.
Gracias al paro docente, el Gobierno había dado por concluidas las clases casi veinte días antes de lo previsto y habían podido concretar su aventura.
Ahí estaban, Francisco, Joaquín, Pablo y Daniel caminado por los senderos arenosos de la villa casi deshabitada en esa época. Llevaban toda la alegría de sus dieciseis años reflejadas en sus rostros en los que comenzaba a despuntar un esbozo, apenas un esbozo de barba.
Una semana, solos, frente al mar, en la casa que les habían prestado los padres de Daniel.
Solos y libres, como entrenándose para su futura juventud, para su salida pronta de la adolescencia.
Aventura.
Aventura y camaradería, quizás confidencias de crecimiento.
……………… ……………………… ………………………….
Había alquilado por quince días una casa pequeña frente al mar. Pudo elegir, no había nadie en la villa balnearia ya que aún no era época de vacaciones. Eligió esa casa justamente por estar frente al mar, sobre la ancha avenida de arena que oficiaba de costanera y porque tenía un amplio jardín, un amplio espacio delante y una galería o porche en el que sentarse a leer o simplemente a contemplar el verde del océano.
Ideal para su retiro, para su imperiosa necesidad de reencontrarse consigo misma y emerger por fin y con fuerza de ese pantano, de esa ciénaga pestilente y peligrosa en la que estaba inmersa.
Había elegido los libros y los discos que la acompañarían en su descanso reflexivo, con especial cuidado.
Justamente, estaba esa mañana leyendo al sol sentada, recostada en verdad, sobre una reposera en ese jardín cuando vio pasar a aquellos cuatro jovencitos, casi adolescentes o más exactamente adolescentes.
En alguna forma se molestó cuando vio que entraban bulliciosos con todos sus bártulos a la casa lindera. Le fastidió tener que compartir el espacio con cuatro mocosos seguramente ruidosos, pero no era mucho lo que podía hacer.
En rigor de verdad, los jóvenes aventureros también se molestaron. Esperaban poder disfrutar de la libertad absoluta que da la soledad y se encontraban con una vecina veterana que seguramente les protestaría por algo si no por todo.
Fastidio y molestia recíprocos, mascullados por lo bajo, pero insolubles.
Sobre el mediodía, pese a ser aún noviembre, el sol comenzó a calentar fuerte.
Sandra decidió ir a la playa a broncearse un poco. No era lo mismo hacerlo en el jardín rodeada de césped, la arena tiene un particular encanto. Cruzó, se internó unos metros, se sentó sobre una lona y con mucho cuidado comenzó a untar su cuerpo con una crema protectora. Su piel era muy blanca y no era cuestión de tener que soportar incómodas quemaduras prematuras e imprudentes.
Estaba en eso cuando llegaron a la playa los cuatro jóvenes que al pasar frente a ella le sonrieron y le dijeron un respetuoso "buenos días". Por lo menos parecen educados pensó. Se echó boca abajo sobre la loneta, porque siempre hay que tostar la espalda primero.
Los jovencitos se habían sentado unos veinte metros hacia el mar, casi sobre la orilla.
Luego de un rato, no demasiado largo, Sandra sintió que el calor en su cuerpo ya era demasiado y se levantó para ir hasta el mar a pegarse un chapuzón.
Si bien ya tenía cuarenta y un años, su cuerpo era armonioso. Alta, ni delgada ni gorda, la cintura por supuesto algo engrosada pero aún marcada, las piernas esbeltas, quizás los muslos algo regordetes pero sólidos, las caderas redondeadas y rotundas, los hombros aún tersos y el busto, tal vez algo más prominente que lo adecuado para el resto pero todavía firme y erguido (quizás porque no había tenido la suerte de amamantar). Por lo mismo, por la misma desgracia de no haber tenido hijos, su vientre era plano y hasta podría decirse que bastante duro para su edad. El cabello oscuro y suelto, negro, largo y ondeado enmarcaba un rostro agradable, de labios gruesos, nariz proporcionada y especialmente, muy especialmente unos hermosos ojos oscuros.
Sandra era atractiva. No era una mujer extremadamente sensual pero aún era deseable.
Sandra vestía una malla negra. El negro siempre realza las formas y despierta las intuiciones. Un traje de baño enterizo, discreto pero no mojigato. El escote por delante dejaba ver el nacimiento de sus senos grandes y redondos y por detrás, llegaba hasta la cintura, tal vez un poco, apenas un poco más arriba.
No era una malla provocativa ni incitante, era un traje adecuado a una mujer de cuarenta y un años sin por ello dejar de ser seductor.
Sandra pasó en su camino hacia el mar, junto a los jóvenes y cortésmente les sonrió, simplemente por buena educación.
Estuvo un rato jugando con las olas, disfrutando en verdad, gratificándose con las rudas caricias del agua fría, refrescante. Varias veces se zambulló hacia delante, otras tantas se dejó golpear por la espuma y algunas se dejó caer hacia atrás en el preciso momento en que la ola se curvaba para explotar. El sabor salado en sus labios era estimulante.
En un momento, al girar para quedar de espaldas a la rompiente pudo apreciar que los chicos, al fin de cuentas eran unos chicos, la miraban. Le pareció, incluso, que la miraban atentamente. No la sorprendió, porque era la única persona aparte de ellos que estaba en la playa…y en la villa.
Después de quince minutos de gozar del mar, salió. Al pasar delante de los jóvenes les sonrió nuevamente, ellos le respondieron educadamente de la misma forma y uno de ellos, el más alto y flaco, levantó ligeramente su mano derecha a modo de saludo.
Pudo notar que el mismo joven miraba sus pechos. Se sonrojó. Era evidente que por la humedad de la tela y el contacto frío del agua se marcaban sus pezones.
En principio se molestó, hasta casi se enojó, pero mientras caminaba hacia su lugar, se dijo a sí misma que era natural en un jovencito que seguramente tendría todas sus hormonas bullendo.
Se sonrió.
No dejaba de ser una gratificación también.
Echada, dejó que el sol la secara, fue hasta su casa, almorzó una ensalada ya que estaba en plan de dieta total de desintoxicación y luego se recostó a descansar un rato.
Durmió, dormitó en realidad y para ser más preciso, durante algunos minutos más de una hora y se levantó. Se vistió con una malla enteriza de color rosa fuerte, tal vea un poco más atrevida que la negra ya que el escote era un poco más pronunciado y levantaba sus pechos. El sol aún calentaba a las tres de la tarde por lo que, prudente, prefirió sentarse a la sombra del pequeño tejado delantero para escribir. Había decidido recuperar su afición por escribir. Más joven, había soñado con ser escritora.
Los muchachitos seguían en la playa, dos de ellos se bañaban en el mar y los otros dos seguramente dormían echados sobre la arena como lagartos.
Comenzó escribiendo frases sueltas, desordenadas, todas vinculadas en forma más o menos directa a su separación. Escribir era también un ejercicio catártico. Volcar al papel las emociones, los sentimientos, ponerlos en palabras, en negro sobre blanco era una forma de autoterapia, de autoayuda que le hacía bien. Estaba tranquila, serena, relajada. Había sido una magnífica decisión el poner distancia por un tiempo.
Escribió mucho. Estaba haciéndolo cuando los jóvenes pasaron de regreso a su casa, lindera a la de Sandra a la izquierda, apenas separada por un cerco de ligustro de aproximadamente un metro y medio de altura. Ella no prestó atención, absorbida como estaba por sus propias palabras, pero los chiquillos la miraron fijamente.
Habría pasado una hora más, cuando los jóvenes salieron a su jardín a jugar un clásico "cabeza". Reían y bromeaban. Sandra los escuchaba pero no le molestaban, era justo reconocer que no eran excesivamente ruidosos para su juventud y que se expresaban con cuidado y corrección sin decir groserías.
En un momento, impulsada tal vez con demasiada fuerza o con poca dirección, la pelota traspuso el cerco y cayó en el jardín de Sandra que se levantó a recogerla. Estaba inclinada haciéndolo cuando llegó a buscarla el joven alto y flaco.
-Per….perdone….se….señora- entre balbuceó y tartamudeó el muchacho.
Sandra pudo esta vez sentir la mirada caliente del jovencito sobre sus senos que por la posición estaban casi descubiertos.
Se incorporó.
-No es nada, no te preocupes.
El pobre muchacho estaba turbado, muy turbado y era evidente que hacía grandes esfuerzos por quitar sus ojos del busto de la mujer.
-Gra…gra…gracias….va…vamos a tener más….más cui….cuidado.
Las mejillas del adolescente estaban rojas, muy rojas.
-No hay problema- respondió Sandra sonriente, quizás excesivamente sonriente.
No dejaba de ser divertido. Divertido y en alguna forma halagador pensó mientras el joven se iba apurado.
Atardecía. El sol se recostaba cansado sobre el horizonte en medio de sábanas rosadas. Sandra estaba lavando unas verduras en la pileta de la cocina. Hacía calor aún. Tenía la ventana abierta, la ventana que daba a la casa vecina, la casa que habitaban los cuatro chicuelos. Dos de ellos conversaban en el fondo. Sandra los oía claramente. Repentinamente, uno de los jovencitos, se refirió a ella.
-¡Ché! Es linda la veterana de al lado….
-¡Dejáte de joder! Es una jovata
-¡Sí! Pero está buena, no será una pendeja pero está buena
-¡Tomátelas! Debe ser más grande que mi vieja.
Ambivalentes sensaciones. Contradictorias. Bronca por lo de "veterana" y "jovata" y satisfacción, íntima satisfacción por resultar deseable y atractiva para un chico que apenas estaba saliendo de la pubertad, estar "buena" pese a " no ser una pendeja" no era poca cosa. Sintió que su ego y su vanidad se expandían, su autoestima se comenzó a sentir algo reconfortada. Para calmarse se dijo que a esa edad cualquier cosa con carne llamaba la atención de un chico, más aún si estaba en una playa solitaria.
Comió un revuelto de zapallitos y se acostó temprano a leer un excelente libro de Isabel Allende. Hacía aún calor y había encendido el ventilador para refrescarse un poco.
Repentinamente se apagó la luz y el ventilador se detuvo. Se había interrumpido la electricidad. Molesta se levantó y miró por la ventana. En la casa de al lado, la de los chicos, se veía que estaban las luces encendidas. No era un corte general sino exclusivamente en su casa, seguramente un desperfecto. Descubrió en ese momento que no tenía velas ni linterna. Debió haberlo previsto, pero lo cierto es que no las tenía.
A tientas, aprovechando los reflejos, tomó una bata corta y se la puso sobre el camisolín que vestía, un camisolín a media pierna, amplio, holgado, muy escotado que era cómodo para dormir.
Salió, fue hasta la casa vecina y golpeó. Le abrió justamente el chico alto y delgado que se sorprendió al verla. Se sorprendió más que gratamente ante la visión que se le presentaba. La bata apenas le cubría los senos a Sandra.
-¡Disculpáme! Se cortó la luz en mi casa y no tengo velas ¿No tendrían ustedes?
-No…no sé…se…señora…no sé….pero ¿Qué pa….pasó?
-Se cortó, de repente…no sé qué pasó….algún corto…no sé….
A todo esto los otros tres jóvenes se habían acercado. Ya no era solo el alto y flaco el que miraba su escote, también lo hacía, con embeleso, con expresión embobada otro de los chicos, rubiecito y carilindo, algo más bajo pero igualmente delgado.
-Se…señora….si…si usted me…me per..permite yo puedo tratar de a…a…arre…glàrselo…en….entiendo algo…
-¡Ay querido! ¡Eso sería buenísimo! ¿No te molesta?
-No, no pa…para na…para nada.
-Yo ayudo- dijo el rubio carilindo.
Sandra caminó delante de ellos hacia su casa. Podía imaginar que estaban mirando sus muslos y la forma de sus nalgas. Pensó en cerrar un poco más la bata pero sonriendo decidió que no. Al fin de cuentas no eran nada más que unas miradas adolescentes. Se dijo a sí misma que iba a ser bondadosa con los chicos que la ayudaban tan solícitos e iba a dejar que siguieran viendo sus tetas casi desnudas. Además, a ella no le disgustaba, no le disgustaba para nada.
Fueron menos de dos minutos, apenas el tiempo necesario para retirar un fusible, reparar el alambrecito cortado y volver a enroscarlo.
-¡Ay chicos!- enfatizó el "chicos"- Muchas gracias…no sé….¿Quieren tomar un poco de jugo fresco?
-No…gra…gracias….es…está muy bien así, digo, está todo bien…
-Insisto…por lo menos déjenme tener esa atención con ustedes….un minuto….vengan, vengan a la cocina.
Abrió la heladera, sacó la jarra del jugo, sirvió dos vasos, se los alcanzó y se sentó frente a ellos, descuidadamente, sin ocultar su escote. Cruzó las piernas, con algo de picardía, echó el cuello hacia atrás y sacudió su cabello. Un cierto alarde de sensualidad, suave, tenue pero no por ello menos excitante. Los mozuelos estaban colorados, bebían y por sobre el borde del vaso la miraban. No le dieron tiempo a iniciar siq1uiera una conversación. Huyeron.
-Gra…gracias señora…muchas gracias- el rubiecito de lindas facciones no hablaba, solo miraba mientras su amigo se despedía- Nos…nos va …nos vamos…gracias por…por….por el jugo.
¡No chicos! Gracias a ustedes…no sé que hubiera hecho….esas son cosas de hombres y yo estoy sola….por suerte estaban ustedes…gracias, en serio, gracias.
Se acostó para leer pero no pudo concentrarse en la lectura. Le picaban esas miradas deseosas de los púberes, le picaban en el valle entre sus dos pechos, allí donde más se habían detenido. Sonrió. Una idea loca le cruzó por la mente. Quizás los jovencitos se estaban masturbando pensando en ella. La descartó, no era tanto lo que habían visto y además ella tampoco era una belleza enloquecedora. La descartó pero no le disgustó. La descartó, no le disgustó y sus pezones, casi se irguieron con vida propia.
Amaneció un día esplendoroso. El cielo despejado muy celeste. El sol con toda su radiante energía, el mar sereno, casi una piscina inmensa de aguas saladas. Calma. No soplaba viento.
Temprano, Sandra fue a la playa. Los jóvenes seguramente dormían, como todos los jóvenes. Leyó, tomó sol, entró dos veces al mar. En dos oportunidades se sorprendió a sí misma mirando si los chicos se habían despertado, si había alguna señal de actividad en la casa.
Era casi el mediodía cuando el alto y flaco y el rubio no tan flaco pero de bello rostro, bajaron a la playa. No solo la saludaron, se detuvieron junto a ella.
-¿No tuvo más problemas señora?- preguntó el larguirucho ya sin balbucear ni tartamudear.
-No, ninguno, les tengo que agradecer mucho…..
-Favores de buenos vecinos- dijo el rubio que habló por vez primera. Sandra descubrió al escucharlo que era él el que había hecho los comentarios del atardecer anterior. Le gustó.
-¿Quieren sentarse chicos?
Era demasiado.
-No…no…gracias señora…vamos a caminar un poco hasta que vengan los demás.
Un poco desilusionada Sandra los vio irse por la arena. Eran lindos, lindos, atractivos y sobre todo jóvenes. No estaba de más coquetearles un poco, solo un poco. Era, digamos que era divertido y no entrañaba riesgos porque eran chicos muy educados y prudentes, hasta algo tímidos. Era divertido y gratificante. Solo un jueguito si no totalmente inocente, casi inocente. Estaban más tranquilos y no la habían mirado a los pechos con tanta insistencia. Sandra sonrió. Quizás habían calmado sus ímpetus en la noche. Se dijo que era un exceso de vanidad, que ella no era tampoco para tanto.
Después de un rato fue hasta el mar. Estaba tan sereno que se podía nadar. Los dos chicos se metieron con una pelota y comenzaron a jugar a unos veinte metros de ella. La miraban de reojo y cuando ella los miraba le sonreían. Una vez más la pelota fue el motivo. Cayó cerca de ella que la agarró y con grácil gesto se las arrojó riendo.
-¿Puedo jugar?
-Sí…sí…cómo no- el flacucho alto se la tiró.
Sandra debió esforzarse para atajarla, saltar y lógicamente, al hacerlo, sus pechos se bambolearon. Los dos jóvenes estaban sin duda encantados, el escote de la malla rosa fuerte, casi fucsia, era generoso y el movimiento parecía acrecentar su generosidad. Los tres reían.
Salieron juntos del mar y Sandra, sin dar lugar a dudas, se sentó junto a ellos cerca de la orilla. Charlaron durante un rato de trivialidades. Ellos se sorprendieron de que ella fuera profesora de historia, le contaron como habían tenido que insistir para que los padres los dejaran venir solos a la villa durante una semana, y se enteraron que estaba separada y que no tenía hijos. Sandra se untó las piernas, los brazos y el pecho con crema bronceadora. Lo hizo con movimientos lentos, algo sensuales, algo voluptuosos. Los chicos, Pablo el larguirucho y Daniel el rubión bonito, la miraban con disimulo. A Sandra le gustaba cada vez más aquello. Le inflamaba el ego, mejoraba su autoestima y le confería una situación de poder, de dominio, de superioridad natural que comenzaba a encantarle. El jueguito, empezaba a gustarle mucho y poco a poco, por lo menos en ella, iba perdiendo su inocencia. bajó lentamente los breteles de la malla por sus hombros, descubriendo un poco más de sus senos y se recostó plenamente consciente del espectáculo que a su placer y sin pudor disfrutaban los chicos ya que ella había cerrado los ojos. Por su cuenta, los pezones, quizás excitados por las miradas insistentes, comenzaron a crecer y erguirse. Un adicional para los muchachos pensó Sandra y sonrió con picardía sin abrir sus ojos para no perturbarlos ni incomodarlos. Ella manejaba el juego. Se preguntó si los casi niños sentirían ya una erección, incluso estuvo tentada a mirar pero no lo hizo, no quería extralimitarse, por lo menos todavía.
Tomó sol así, de frente, boca arriba por unos quince minutos, dejándolos que se solazaran mirándola. Cada tanto respiraba profundo, suspiraba, para que se notaran aún más sus senos. Escuchó que se acercaban los otros dos jóvenes, los que habían seguido durmiendo. Era el momento de una nueva estocada. Se irguió, sosteniendo la malla por delante con ambas manos sobre sus pechos y sonrió. Los recién llegados estaban algo sorprendidos por su presencia, pero Sandra observó que uno, morocho de pelo muy largo y una deliciosa barba incipiente, le miró fijamente las tetas. Uno más, pensó, uno más que cae en mi juego.
Era el momento de avanzar un paso más, desconcertarlos, desequilibrarlos.
-Daniel- dijo dirigiéndose al rubito lindo con una sonrisa-¿No me harías el favor de ayudarme con la crema bronceadora por la espalda?
-¿Yo?- el chico casi se atraganta con su propia saliva por la emoción-¿Yo?
-Sí, vos ¿Hay algún otro Daniel?
-No…no…está bien…sí…sí…como no.
Sandra se echó boca abajo.
-Pasáme bien la crema por la espalda, desde los hombros por favor.
Los otros tres estaban estupefactos. Ya todos habían caído en el juego, en el perverso jueguito de Sandra, perverso y divertido. Sandra ya no planeaba un jueguito inocente. Pablo estaba un poco molesto. Él había sido el que le había arreglado la luz, el que más había conversado con ella, el que más había jugado y ahora el que estaba por acariciar las carnes de esa hermosa mujer era Daniel. Sandra lo sabía y era parte de su juego.
Daniel, comenzó a pasar las yemas encremadas de sus dedos por los hombros de Sandra que sentía como temblaban las manos del chiquillo, sentía como respiraba agitado y escuchaba el silencio espeso y denso de los otros tres a los que imaginaba mirando atentos. El jovenzuelo bajó por los omoplatos, siempre suave, siempre temblando, siempre respirando agitado, siempre bajo la mirada fija de sus amigos. Ya sus manos estaban sobre su cintura, muy cerca de sus caderas.
-Está bien, ya está bien, te agradezco mucho Daniel, así ya está bien, gracias.
-No…no…no es nada….-respondió y se levantó para correr hacia el mar y zambullirse. Sandra sonrió, seguramente el muchacho necesitaba el frío del agua para calmar los fuegos entre sus piernas. Los otros tres no hablaban. Estaban mudos y Sandra sin mirar sabía que debían estar absortos contemplándola.
Ella permaneció unos diez minutos así. Se levantó, sacudió la arena seca de su cuerpo con intencionadamente voluptuosos movimientos, especialmente cuando limpió sus muslos y su escote, les sonrió y se fue. Daniel seguía en el agua.
Perfecto, impecable. Así salía su juego. Poco a poco iría excitándolos, iría haciendo que cada uno y todos la desearan con locura. Los calentaría, manejando sus sensaciones. Así, en un acercamiento y un alejamiento constantes. Un permanente equívoco de "sí pero no", enervante, muy excitante, dejándolos avanzar, ilusionándolos para luego, repentinamente volverlos a la realidad y frustrarlos. Cada vez un poco más. Eran juguetes, arcilla en sus manos y se sentía poderosa. Muy poderosa. Perversamente poderosa.
Almorzó una ensalada y se recostó sonriente, urdiendo sus próximos pasos, gozando con ese planificar la perversión, pensando en como dosificar la pasión, poco a poco, hasta que estallaran.
Algo muy íntimo estaba cambiando en ella.
A eso de las siete de la tarde se duchó, anudó sobre su cuerpo desnudo un toallón que dejaba ver sus piernas por debajo y sus pechos enormes casi completamente por arriba, no se secó el cabello y fue hasta la ventana de la cocina tal como había planeado antes de adormilarse unas dos o tres horas atrás.
Se asomó y gritó.
-¡Pablo! ¡Pablo!
En menos de un minuto el muchachito alto y flaco estaba junto al ligustro.
-Disculpá que te moleste querido….¿Podrías ayudarme a guardar unas cosas?
No respondió el joven, no fue necesario, a los pocos segundos golpeaba a la puerta.
-Pasá, por favor pasá, está abierto pasá, pasá acá en el dormitorio.
El pobre chico quedó atónito, paralizado, inmóvil y boquiabierto cuando la vio. Allí estaba ella, parada junto al placard, con el cabello húmedo, la toalla breve, la mirada brillante y esa sonrisa esplendorosa. Sandra era consciente del impacto que había causado en el chico.
-Perdoná que te moleste …pero tengo que subir estas cajas al estante de arriba y la verdad que son muy pesadas para mí ¿No te enojás?
-No, por favor se…señora
-Sandra, decíme Sandra y por favor tuteáme, soy vieja pero igual podés tutearme
-Usted no es vi….perdón, vos no sos vieja.
-¡Andá! Me lo decís de zalamero
-No, en serio, de verdad, se la ve…se te ve muy bien…
-Bueno, gracias, siempre es bueno que a una le digan cosas lindas….¿Podrás subirlas?
-Sí, por favor, soy flaco pero fuerte, lo que sí, no voy a alcanzar…y eso que soy alto…necesitaría una silla o un banquito.
Sandra le trajo una silla y Pablo, con la primera caja en los brazos se subió. Intencionadamente, Sandra, con la excusa de cuidar que no se cayera le tomó con sus manos una pierna y apretó. Pudo percibir que los músculos de Pablo se contrajeron como si una descarga de electricidad hubiera pasado por ellos. Bajó, tomó la otra caja y subió.
-¡Cuidado! ¡Por favor tené cuidado! Yo te ayudo, te sostengo.
Pablo después de colocar las dos cajas bajó de la silla. Estaba casi pegado a Sandra que le sonrió y dejó pasar unos segundos, los suficientes para inquietar aún más al chico. Cuando consideró que estaba suficientemente excitado giró y se encaminó a la cocina.
-¡Vení! ¡Vení! ¡Tomá un jugo! Es lo menos que puedo hacer.
Cuando le dio el vaso se le acercó, en apariencia inocentemente.
-Te despeinaste,- alzó un poco los talones y con las manos le acomodó un mechón que pendía sobre la frente del joven, al retirar la mano, le rozó muy suavemente, como al descuido, como una caricia casual y sin intención la mejilla. Nuevamente quedó unos segundos con su cuerpo frente al chico, casi junto al del muchacho, casi pegado. Segundos apenas. Giró y dio por concluida la visita. Perversamente, sabiendo que el muchachito quedaría excitadísimo. Le pareció incluso ver que el pantalón estaba exageradamente abultado por delante.
-Bueno, gracias, sos muy atento.
-No, no hay de qué….seño…digo Sandra.
-Así me gusta, muy bien- se acercó y le dio un casto beso en la mejilla y lo rozó con sus pechos descuidadamente, solo un muy leve roce que fue suficiente para que Pablo se pusiera rojo y se le entrecortara la respiración. Turbado se fue, sin saber con exactitud qué era lo que estaba pasando con esta mujer.
Sandra ya no sonreía, reía descaradamente, alegre y perversa, totalmente compenetrada en el jueguito, dispuesta a seguirlo. Imaginaba a Daniel hirviendo de celos y a los otros dos esperando. Ya eran sus cuatro prisioneros sin necesidad de rejas.
Los cuatro jóvenes estaban en la playa pescando. La Luna llena de esa noche aún calurosa permitía a Sandra verlos claramente desde su ventanal.
Pudo apreciar que en un momento discutían, parecía que acaloradamente, hasta que uno de ellos hizo un gesto de enfado y comenzó a caminar hacia la casa mientras los otros tres reían.
El que regresaba, con aire de muy ofendido y enojado con sus amigos era Joaquín. El más pequeño, el más retraido, muy tímido seguramente, el que era más difícil de abordar.
Sandra entrevió la posibilidad y sin mucha planificación por la urgencia de la oportunidad inesperada, salió al jardín casi justo en el momento en el que el muchacho pasaba por delante.
-¡Hola!
-Hola- respondió el chico más por obligación que por otra cosa y siguió caminando con la cabeza gacha y refunfuñando.
-¡Esperá! ¡Esperá por favor! Quisiera hablarte.
El joven se detuvo algo sorprendido. Mantenía la mirada distante. Parecía a punto de llorar de bronca. Sandra comprendió que podía ser una oportunidad magnífica de "ablandarlo" y ganarlo plenamente para el juego o de perder la posibilidad. Debía manejarse con sumo cuidado, ser sutil, manipular la situación para que le resultara favorable. No dejaba de ser un desafío y como tal estimulante y excitante.
-Disculpá, no sé como decirte….no quiero parecer comedida, no quiero que pienses que soy una vieja entrometida…
El jovencito la escuchaba sin hablar, con cierto gesto de fastidio y sorpresa a la vez. Tal vez con cierta curiosidad.
-….vi…no te enojes por favor….vi que discutían.
El chico puso una cara de molesto. Sandra caminaba sobre terreno resbaladizo.
-Por favor, perdonáme, no pude evitarlo….yo sé que son cosas de ustedes…no quiero entrometerme, en serio….
-¿Entonces?-dijo el chico con tono entre enojado y desafiante.
-Bueno…veo que estás muy enojado….entonces….no sé, no es bueno masticar la bronca…a veces…no te enojes pero quizás, no sé, tal vez a te gustaría hablarlo…
-Son cosas muy nuestras, íntimas, de varones- respondió Joaquín con cierto dejo de mal talante.
-Está bien, está bien, lo respeto, pero yo soy grande, sé que no es bueno irse a dormir o encerrarse con la rabia…mirá….te invito a tomar un café o un jugo o un té o lo que vos quieras, un ratito, y hablamos de cualquier cosa…no de esto …no, te respeto, pero me siento mal si no trato de ayudarte a aflojarte un poco….hacéme el favor…cinco minutos de charla y un café te van a hacer bien…yo lo sé…
El chico pareció pensarlo durante unos segundos. Por fin sonrió.
-Está bien…capaz que usted tiene razón.
Pasaron juntos.
-Sentáte – lo invitó Sandra señalando el sofá- ¿Qué querés tomar?
-No sé…la verdad que no sé…
-Ya sos casi un hombre ¿Querés un whisky?
Joaquín se sintió bien por la propuesta. Todo adolescente ansía abreviar los pasos a la adultez y "hacer cosas de grandes". Sin duda Sandra estaba manejando bien la situación. Ella sintió que ya tenía el dominio.
-Bueno…sí…puede ser…un whisky está bien
-¿Con hielo?
-Sí, sí, con dos cubitos- respondió Joaquín recordando como había visto en algunas películas que los galanes bebían.
-¡Muy bien! Ya lo traigo.
Sandra vestía el camisolín a media pierna muy escotado y sin corpiño. Joaquín, retraído pero igualmente un adolescente de hormonas inquietas la miró con deseo cuando iba hacia la cocina. Sandra lo notó y sonrió.
Ella regresó con las dos copas. Había pensado en no beber durante su estadía, igualmente por si no podía resistirlo y lo necesitaba había llevado una botella. Le alcanzó el vaso a Joaquín y fue hasta el tocadiscos para poner a sonar un blues muy lánguido y suave.
-La música siempre ayuda a conversar ¿No?
-Sí, sí, por supuesto.
Joaquín bebió su primer sorbo. Fue evidente, por más que él trató de disimularlo, que su esófago sintió el impacto ardiente del alcohol. Sandra hizo como que no lo había notado para no avergonzar al jovencito. Se sentó en el sofá, no demasiado cerca de él, retrajo las piernas bajo su cuerpo, prácticamente quedaron al descubierto sus muslos. Joaquín los miró, turbado, por más que la había visto a Sandra en la playa en malla, no era lo mismo. Sandra suspiró profundamente para hacer que sus pechos se destacaran. Joaquín también los miró. Estaban rojos sus mofletes.
-Hablaban mal de mi hermana-dijo con voz muy suave, casi inaudible, casi como no queriendo y con la vista baja.
Sandra se sorprendió.
-¿Cómo? ¿Qué?
Joaquín empezó a sollozar y a llorar. Sandra lo abrazó y lo atrajo hacia su cuerpo hasta que la cabeza del chico quedó sobre sus pechos generosos y confortables. Joaquín seguía llorando. Sandra le acariciaba el pelo y la espalda. Cualquiera podría pensar en una madre conteniendo a un hijo angustiado, pero no era exactamente eso lo que hacía Sandra.
-Bueno mi chiquito, bueno, calmáte- le acariciaba cada vez más largamente la espalda.
Entre hipos y sollozos Joaquín se calmó y se quiso separar. Sandra lo retuvo. Seguía acariciándole la espalda y el cabello. Suavemente.
-Quedáte así, quedáte así y contáme.
-Mi…mi hermana es más grande…tiene veinte años…es muy linda y le gusta vestir….bueno se viste moderna….a mí me molesta pero ella se viste así….como tuvo varios novios los chicos hablan mal de ella y…y me cargaban….
-¿Qué decían?
-Decían…decían…bueno…ya sabe…decían que era….que es…bueno, ya sabe….una…una loca para decirlo suave y yo me enojé…me enojé mucho…son mis amigos y no tienen que decirme esas cosas…..
Sandra lo soltó. Joaquín se sentó nuevamente en su posición anterior.
-Bueno, vamos a conversar un poco mi querido….pero antes voy a servirte otro whisky….tranqui….tranqui….vamos a hablar ¿Sí?
-Eh….sí…sí…por ahí me hace bien …digo…seguro….
-Bueno, esperáme, no te vayas a ir.
Regresó, le acerco el vaso a los labios y le dio a beber un sorbo, luego se lo entregó y se sentó cruzando las piernas.
-Vení, vení, como si fuera una sesión, recostáte, poné la cabeza sobre mis piernas y estiráte, dejá colgar tus pies del otro lado del brazo del sillón…relajáte…te va a hacer bien….cerrá los ojitos….
La situación era indudablemente sensual, el clima erótico era muy fuerte para un jovencito inexperto y Sandra lo aprovechaba en este jueguito perverso de permisos y frustraciones. Ella sintió que sus pezones se excitaban y hasta le pareció sentir cierta humedad leve entre sus piernas. Con una mano jugaba con los cabellos de Joaquín, apoyó muy suavemente la otra sobre su abdomen, a la altura del ombligo. La posó. Joaquín no pudo evitar un ligero espasmo, como un estremecimiento de sus músculos abdominales y abrió los ojos. Veía la base de los senos de Sandra.
-Tranqui chiquito- le decía ella en voz baja- cerrá los ojitos y escucháme, respirá hondo, relajáte, aflojáte, estas muy tenso.
Muy suavemente comenzó a mover apenas la mano que estaba sobre la panza del joven. Sin avanzar, equívocamente, como si en verdad en vez de excitarlo estuviera intentando calmarlo, creando una terrible confusión en las percepciones, las sensaciones, los pensamientos y las emociones del muchachito. Sandra miró hacia la ingle de Joaquín. La tela del pantalón jean estaba tensa y abultada. Sonrió, pero se dijo a sí misma que no debía excederse, que debía limitarse.
-A ver…mirá Joaquín…los muchachos a tu edad están con la cabeza puesta en las chicas….en el sexo….es natural, a todos les pasa…tus amigos deben estar medio enamoradillos de tu hermana…a todos los jóvenes les atraen las mujeres un poco más grandes…es así- dejó que estas últimas intencionadas palabras hicieran su efecto- Como ella no les hace caso se enojan, se ponen agresivos…y se la toman con vos…vos tenés que entenderlos, ser más vivo, ganarles la topada y no enojarte…no darles el gusto y si querés les decís que lo que pasa es que ellos están…están …no quiero usar ciertas palabras pero decirles que están calientes porque ella no les lleva el apunte porque son unos mocositos ¿Entendés? O si preferís, reunirlos y hablarles seriamente….decirles que a vos te molesta y que como amigo les pedís que no lo hagan más, que a ellos no les gustaría que vos hablaras de sus hermanas o de sus tías o de sus madres …lo más seguro es que entiendan, lo acepten, te pidan disculpas y no lo repitan….¿Entendés? Siempre a los jóvenes les gustan las maduritas…¿Te gusto yo?
Joaquín abrió los ojos sorprendido y anonadado.
-¡No! Era un chiste ¡No te lo tomes en serio! Era una broma….
Dicho esto abandonó la postura sensual y se incorporó obligándolo a Joaquín a sentarse a cierta distancia, como al principio.
-Gracias…la verdad que tiene razón….voy a hacer eso…me ayudó…
Sandra rió, echó la cabeza para atrás mostrando su cuello y sacudió su cabello ondeado.
-Pero no te creas que la sesión te va a salir gratis…a ver…en primer lugar me tenés que tutear y llamarme Sandra…Daniel y Pablo me llaman así…en segundo lugar, antes de irte, me vas a hacer unos masajes en los hombros que tengo muy contracturados.
-pero yo…yo no…no sé…
-Bueno mi hijito, tendrá que aprender…seguramente hay muchas cosas que no sabés y que tendrás que aprender…esperáme.
Sandra volvió con un pote de crema y se sentó con el torso bien erguido.
-A ver, levantáte y ponéte atrás del sofá, atrás mío. Se bajó los breteles del camisolín,- tomá esta crema, ponéte un poco en las manos y untáme los hombros.
Joaquín lo hizo temblando de temor, de emoción y de genuina excitación.
-Bien, ahora, una mano sobre cada hombro y vas apretando, como amasando, despacio.
El jovencito comenzó a masajear los hombros de Sandra. Estaba caliente, realmente caliente, caliente y confuso, sin saber muy bien qué estaba sucediendo.
-¿Está bien así?- dijo casi con un hilo de voz, entrecortadamente, suspirando.
-¡Muy bien! ¡Muy bien! Me gusta mucho realmente…me gusta mucho- respondió ella con voz ronca y voluptuosa- Muy bien…muy bien Joaquín…me encanta…. Tenés muy buenas manos…
-¡Gracias!
-Un poquito más fuerte…apenitas más fuerte…dále…así…me encanta…seguí así…-suspiró muy profundo. Joaquín sentía su pene al borde de estallar bajo el pantalón.
Sandra lo dejó continuar por unos treinta segundos más y lo detuvo levantándose. Era demasiado para esa noche, ella quería ir paso a paso con los chicos.
-Bueno, me voy a dormir- se encaminó hacia la puerta y la abrió. Joaquín en el umbral le dio las gracias y le prometió no enojarse con sus amigos y hablar.
-¡bien! Eso es lo que debés hacer- Sandra se le acercó y le dio un breve, brevísimo beso en los labios, apenas un trémulo toque y cerró la puerta. Sonrió. Había sido la frutilla del postre y lo había hecho intencionadamente porque los otros tres chicos regresaban ya de la pesca y seguramente los verían. Ella quería que los vieran.
Fue hasta su dormitorio y se acostó.
Rió, rió a carcajada batiente. Rió con todo el cuerpo. Era la reina, era la dueña del juego, ella marcaba los tiempos, fijaba las reglas, daba los permisos, ponía los límites. Un perverso y morboso ejercicio de seducción elevada a su máxima expresión. Gozaba. Sintió que estaba excitada. Se quitó la bombacha breve, con la mano izquierda abrió sus labios vaginales, humedeció copiosamente el dedo índice y el mayor de la derecha con su saliva y comenzó a frotarse despacio, suavemente el clítoris. Seguramente uno, dos, tres o quizás los cuatro jóvenes estaban pensando en ella, tal vez estaban masturbándose mientras pensaban en ella. Era la dueña de sus erecciones, era la dueña de sus pajas, era la dueña de sus eyaculaciones, era la dueña del semen de cuatro jovencitos vírgenes y eso la calentaba, la calentaba mucho. Apuró un poco, apenas un poco sus frotamientos. Mientras lo hacía, mientras comenzaba a disfrutar de las primeras sensaciones, planificó como seguir con ese loco crescendo de excitación de los muchachitos. Debía tener un encuentro a solas con Francisco y luego un encuentro caliente con los cuatro, un primer encuentro caliente con todos juntos, que preparara el desenlace. Eran hombres y ella los dominaba. En alguna forma era su venganza y la iba a disfrutar. Aceleró el movimiento de su mano y entre estertores, espasmos, jadeos y contorsiones involuntarias de su cuerpo se derramó húmeda y caliente en un grito supremo.
En alguna forma ella también estaba cayendo prisionera de su juego.
Un nuevo día espectacular. Luminoso, caluroso, calmo. Un estupendo día. Noviembre se estaba portando bien.
Sandra estaba en el porche, echada sobre su reposera. En verdad agazapada, como una leona que espera a sus presas. Debía avanzar sobre Francisco, el del pelo largo, como primera acción de ese día.
Tuvo suerte. Pablo, Joaquín y Daniel bajaron a la playa. Francisco había quedado en la casa. Sandra decidió jugar fuerte, tenía un plan. Se acercó a la puerta de los chicos y golpeó. La atendió Francisco algo somnoliento, el pelo largo desordenado, el torso desnudo, apenas un bermuda floreado como única prenda.
-Perdoná si te desperté….¿Puedo pasar?
-Sí…sí…-balbuceó sorprendido el jovenzuelo- Disculpe el desorden…..
-No importa…por favor, es natural entre muchachos- había un diván cama abierto, con las sábanas desordenadas. Ideal. Sandra pensó que era ideal y que ella no lo hubiera planificado mejor. Se sentó. Vestía la malla fucsia, rosa fuerte, escotada. Se sentó y cruzó las piernas.
-Quiero hablar con vos…no sé…me parece que vos sos el más…no sé el más maduro- sonrió-No se lo vayas a decir a los otros porque se van a enojar.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en la cara del chico. De satisfacción y orgullo. Estaba visiblemente halagado, halagado e intrigado.
-Mirá…quería decirte…hacéme un favor, sentáte al lado mío…es más fácil para hablar.
Francisco no dudó, obedeció.
-Mirá. Anoche vi que discutían y hablé un rato con Joaquín…no le vayas a decir que te conté- le dijo promoviendo una implícita complicidad- estaba mal por las bromas de ustedes…
-Sí…bueno….- el jovencito estaba turbado, quizás hasta un poco avergonzado- Pavadas…bromas….
-Estoy segura…no te lo estoy reprochando…no me lo permitiría…no quiero entrometerme…pero me dio pena y estuve dándole vueltas a la cabeza y pensé en hablar con vos…por lo que te dije…porque me parece que vos podés entender…
-Bueno, gracias- dijo Francisco sonriendo tímidamente y sonrojándose.
-Mirá, me parece y en esto las mujeres no nos equivocamos, que vos sos, sos…el más hombrecito ¿Me entendés?
La sonrisa en el rostro del chico se amplió. Ya estaba entregado.
-Por favor esta conversación es un secreto…prometeme…
-Sí, sí
-No, decí "lo prometo"
-¡Lo prometo!
-Bueno…yo lo serené…le expliqué…él me contó de la hermana….¿Cómo es la hermana?
Francisco tosió incómodo.
-Bueno…no sé….
-Habláme con franqueza….somos grandes- dejó caer intencionadamente, mal intencionadamente, muy mal intencionadamente.
-Bueno…ella es más grande, tiene veinte años creo….es…no sé…me da cierta cosa….
-¡Dále! Estamos en confianza…hablemos como un hombre y una mujer adultos, sin vueltas. Tuteáme además, como pares ¿Entendés? Por eso vine a hablar con vos y no con los otros
El chiquillo estaba posesionado de su papel de adulto, de supuesto adulto. Le gustaba el plano de igualdad que Sandra proponía y la distinción que hacía entre él y los otros chicos.
-Bueno está bien…ella es medio…medio loquita ¿Me entendés?- No había dudado en tutearla. Buena señal- Es un poco ligera….se viste muy provocativa…
-¿Cómo?
-No sé….minifaldas….remeras ajustadas, eso, tacos muy altos….se pinta mucho….
-Ustedes seguro que irán a veces a la casa de Joaquín…
-Sí, sí, por supuesto…
-¿Ella los provoca? ¿Se divierte provocándolos?
-Y…no sé….es difícil decirlo….a veces parece que sí…anda por la casa en …bueno…en ropa interior y esas cosas….
-¿Te gusta?
-Es linda
-¿Linda o llamativa? Digo, vos ya entendés bien la diferencia.
-Sí…sí…por supuesto….es más llamativa que linda.
-¿Tiene buen cuerpo?
Francisco carraspeó. La conversación era muy turbadora.
-Bueno sí…tiene un físico…no sé….atractivo…
-Te excita
Francisco estaba jugado, jugadísimo.
-Sí, la verdad que sí.
-¿La espiaste alguna vez?
Francisco abrió desmesuradamente los ojos y se sonrojó. Tosió y bajó la vista. No respondió.
-¿La espiaste alguna vez?- volvió a preguntar Sandra en tono más fuerte, casi imperativo, denotando sutilmente quien mandaba en esa conversación.
-Bueno sí…sí…una vez…
- ¡Contáme!
El chico dudó.
-¡Contáme! ¡Dále!- Sandra comprendió que debía provocar un efecto más intimista, más de complicidad. Ya sabía bien como seguir el juego para enloquecer a Francisco.
-Una tarde yo llegué y Joaquín no estaba…me atendió ella…se llama Ester…me dijo que no había nadie..que ella se iba a bañar…que esperara a Joaquín…no pude contenerme…fui y la espié por la cerradura…
-¿La única vez?
-Sí.
-¿Ella se dio cuenta?
-No sé…me parece que sí porque de ahí en más me miraba y se reía…
-¿Y avos eso te enojaba?
-Sí, la verdad que sí…
-¿Te gustó lo que viste?
-Sí…
-¿Te calentó?
Francisco guardó silencio. Estaba como avergonzado. Bajó la cabeza. Sandra le tomó la barbilla, se la levantó un poco hasta dejarla a la altura de su propio rostro.
-¡Miráme! No tiene nada de malo…es normal…normal y bueno….- puso una voz ronca y suave, sensual- ¡Contestáme!
-Sí, la verdad que me calentó…
-¿Qué fue lo que más te gustó del cuerpo de ella? ¿Qué es lo que más te gusta del cuerpo de las mujeres?
Francisco volvió a bajar los ojos, manso, entregado, domesticado.
-¿Te comieron la lengua los ratones? ¿Qué es lo que más te gustó?
Francisco seguía sin hablar.
-Los pechos, seguro que lo que más te excita es el pecho de las mujeres…
Francisco se limitó a asentir con la cabeza.
-Así que la cuestión es que Ester te excita y te da bronca que se burle ¿No será por eso que ustedes se toman revancha cargándolo a Joaquín?
La miró sorprendido.
-S…s…sí…pue…puede ser….
-Decíme…Ester es más grande que vos ¿Igual te excita?
-Sí, me gustan las mujeres más grandes-respondió enfáticamente Francisco. Rápidamente, cayó en cuenta de lo que había dicho, pero ya era tarde.
-¿Ah sí? Con que te gustan más grandes ¿Tanto cómo yo? ¿Te gusto yo?
Francisco mantenía la cabeza gacha y la boca cerrada.
-¿Te gusto yo? Contestáme, dále, no me voy a enojar, al contrario, es lindo gustarle a un chico como vos….
Federico seguía sin levantar la cabeza y sin hablar. Sandra volvió a levantarle la cara por la barbilla.
-No me esquives….en serio- la voz era incitante. Sandra notó que la bermuda estaba muy abultada en la entrepierna. El jovencito respiraba agitado- ¿Te gusto? ¿Te excito? ¿Te excitan mis pechos?
Asintió con fuertes movimientos de cabeza.
-¿Me espiarías si pudieras?
-No…pero…yo…no quiero que piense….que pienses….
-¿Me espiarías? Decíme, yo quiero saberlo….decíme…estamos solos, podés decírmelo, yo no voy a pensar nada malo…..
-Sí, la verdad que sí.
-Bien. No me disgusta. Al contrario. Mirá, yo quedé preocupada por Joaquín anoche. Estaba muy mal el pobre. Te pido que me ayudes, que lo ayudes a él….es tu amigo….no lo burlen más, no lo carguen con lo de la hermana…vos los podés manejar a Pablo y Daniel…se ve que tenés influencia sobre ellos, que sos….digo, como el líder…convencélos…hacélo por mí….
-Sí, sí, está bien….tenés razón…lo voy a hacer….
-¿Seguro?
-Sí, seguro.
-¿Me lo prometés?
-Sí, te lo prometo…
-Yo te lo voy a agradecer mucho, en serio, de verdad, en los hechos, con un hecho. Decíme ¿Puedo confiar en que vos guardes un secreto? Un secreto entre vos y yo.
-Sí, sí, por supuesto.
Sandra se levantó.
-Tengo calor…voy a ir a casa a ducharme y voy a dejar la puerta de atrás sin llave….dentro de dos o tres minutos voy a estar en el baño preparándome para ducharme…¿Me entendés?
La sonrisa casi no cabía en la cara de Francisco.
-¡Sí! ¡Sí! Entiendo…sí….muy bien entiendo…
-Nadie puede pretender más que eso, nadie puede entrar al baño y cuando yo salga del baño no tiene que haber nadie en mi casa y…lo más importante…. eso no significa nada más….¿Me entendés no? ¿Están claras las reglas?
-Sí…sí…
-Bueno entonces….hasta luego…y ¡Ojo! Me dijiste que sabías guardar un secreto y espero que cumplas tu parte del trato.
Sandra fue hasta su casa sonriendo por su ingenio, por su audacia y por lo bien que iba llevando el juego. Entró, fue hasta el baño, por las dudas corrió el pasador y esperó. Oyó abrirse la puerta de atrás y los pasos en el pasillo. Seguramente Francisco ya estaría allí, agachado frente al orificio, ávido, caliente, ansioso. Se puso de espaldas a la puerta y comenzó a bajar su malla despacio, muy despacio hasta que estuvo en el suelo. Francisco tendría un primer plano de sus nalgas. Separó apenas las piernas y se inclinó a recoger el traje de baño casi sin doblar sus rodillas. Francisco estaría ahora viendo su vulva desde atrás. Se levantó, se tapó los senos con las manos y giró hasta quedar de frente. El chico estaría viendo su monte de Venus y su vello púbico prolijamente depilado. Bajó las manos y dejó al descubierto sus enormes pechos. Sonrió. El joven debía estar tocándose el pene extasiado con las aureolas marrones y los pezones parados. Sensualmente se los levantó un poco y se pellizcó apenas un pezón. Giró de perfil y alzó los brazos para recogerse el pelo. Llevó dos dedos a su boca, echó al aire un suave beso como despidiéndose a la distancia y colgó el traje de baño del picaporte tapando el agujero de la cerradura. Abrió las canillas, se metió bajo la ducha y corrió la cortina. El espectáculo había concluido.
Esa tarde a la hora de la siesta, antes de dormirse, se masturbó y alcanzó un orgasmo delicioso y muy intenso. Profundo. Realmente profundo.
Despertó al atardecer. El cielo estaba cubierto de nubarrones grises y amenazaba lluvia, segura lluvia. Ideal. Sandra estaba dispuesta a poner esa noche en marcha el anteúltimo acto de su obra de corrupción, de su perverso plan, de su morboso entretenimiento.
Fue hasta la casa de los chicos y golpeó.
Le abrieron enseguida, los cuatro prácticamente se habían abalanzado sobre la puerta. Sonreían, estaban contentos de verla, como perritos que reciben a su dueña.
-Chicos…ustedes son tan buenos vecinos que se me ocurrió dar una fiesta….
-¿Una fiesta?
-Sí, nosotros- rió- somos los únicos que estamos en el pueblo….nada demasiado raro…unas pizzas…hago bien las pizzas ¿Les gustan?
-Sí…
-Unas pizzas entonces y unas cervezas…yo compro todo en el almacén de la ruta y a eso de las nueve estamos listos para divertirnos ¿Qué les parece?
-¡Bárbaro! ¿Querés que te ayude?- preguntó Pablo muy ligero y atrevido, adelantándose a los demás y seguramente ansioso por recuperar su protagonismo perdido.
-¡Buena idea! ¡Acompañáme!
-¿Querés que vaya yo también?
-No Danie
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