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Salma aprovecha cada vez que su marido trabaja mas de lo normal para divertirse en casa con su joven amante Matías
– ¡Oh, sí, Matías, papacito, cógeme más fuerte! ¡Ay, qué delicia! ¡Dámela toda, no pares! ¡Ay, siiiiiiiii!
Me encontraba a gatas en la cama de mi habitación, sujetándome de la cabecera para poder soportar las duras y rápidas embestidas que Matías, arrodillado detrás de mí, le propinaba a mi panochita. Gemía y gritaba extasiada mientras él agarraba mi cintura, nalguéandome sin dejar de penetrarme, con vigor. Su verga gigante se sentía deliciosa en el interior de mi intimidad. Los movimientos violentos hacían que mis tetas rebotaran y giraran en movimientos circulares.
– ¡Oh, Salmita, estás bien apretadita! – y continuaba dándome nalgadas leves, que me hacían gritar aún más fuerte. ¡Oh, por Dios, qué trasero, y qué coño que tienes, uffff!
Aquel día, mi marido se había ido al trabajo desde temprano, igual que siempre. Y por la tarde tendría una reunión con sus compañeros, por lo cual no regresaría hasta en la noche. Así que había invitado a Matías a pasar el día conmigo. Era un chico que había conocido en el gimnasio, y hacía poco más de un año que éramos amantes. Ese día en la casa ya habíamos desayunado y comido juntos, y hasta habíamos visto un par de películas. Pero sobre todo lo que más habíamos hecho era follar como locos, las demás actividades sólo eran un receso de nuestras ricas actividades copulativas. Ya me había cogido en la sala, en la cocina, en el baño, en las escaleras… esta debería ser por lo menos la sexta vez que cogíamos el mismo día, encerrados en mi casita. En mi boca podía sentir el agradable sabor de su semen, pues aun cuando había eyaculado sobre mis tetas, mi trasero, y prácticamente sobre todas las partes de mi cuerpo, siempre terminaba de limpiarme su lechita con mis dedos y llevándomelos a la boca. Ahora nos encontrábamos en mi habitación, en la cama donde duermo todos los días al lado de mi esposo. Y eso es prácticamente todo lo que hacemos él y yo en ese lugar. Es muy rara la vez que quiere follarme, siempre pretextando estar agotado de tanto trabajar para mantener todos los lujos con los que vivimos. Y cuando por fortuna le sale su “parte cachonda”, sólo se limita a montarse encima de mí y penetrarme por alrededor de treinta segundos, después de los cuales expulsa su semen dentro de mi vagina (por fortuna es estéril) y luego regresa a su lado de la cama, cayendo en un sueño profundo. Pero ese día yo estaba siendo follada por un hombre de verdad, y eso era lo único en lo que pensaba en aquel momento.
– ¡Ah, ah, ah! ¡Mati, fóllame, fóllame más! ¡Me voy a venir, mmmm!
– ¿Otra vez? ¡Wow, mamita, no tienes llenadera!
– ¡Es tu culpa, por cogerme tan delicioso! Sabes que no me puedo resistir a esa verga tuya que me posee por completo. ¡Ay, ay, me vengo, aaaaaaaaayyyyyyyyyyyy!
Y dejó de penetrarme por un instante, para con su mano empezar a frotar mi conchita, ayudándome a expulsar los fluidos que segregaba mi vulva después de semejante orgasmo. Había perdido la cuenta de cuántos llevaba ya ese día. Después mi sensual amante saboreó mis jugos que tenía en sus dedos, para después colocarlos en la entrada de mi agujerito trasero.
– Hace tiempo que tengo ganas de probar tu agujero pequeño. –me dijo mientras acercaba su cara a mi culito, abriendo mis nalgas con sus manos y pasando su lengua por la entrada de mi retaguardia. ¿Será que hoy es mi día de suerte?
Era cierto, Matías nunca me había dado por el culo, supongo que porque no me lo había sugerido antes. Yo tenía bastante experiencia en el sexo anal, y por supuesto que disfrutaba de tener una polla gruesa estrechando mi entrada trasera, pero no quería dejarle las cosas tan fáciles a un hombre que disfrutaría de mi ano por primera vez.
– ¡Ay no, Mati, cómo se te ocurre! ¿Has visto lo pequeño que es mi agujerito, y lo grande que es tu verga? Seguro que me lo destrozas y no puedo volverme a sentar en mi vida.
– ¡Ja, ja, ja! Claro que no, bizcocho. Ya verás que tu hoyito es muy flexible y en poco tiempo se acostumbra a tener mi polla dentro. ¡Mmm, qué culito tan delicioso, mi amor!
Y escupió directo en el agujero de mi culito. La saliva empapando mi cavidad trasera me hizo estremecer, y cuando después me metió su dedo medio y empezó a jugar con él dentro de mi intimidad más oscura, solté un grito fuerte y agudo, que me tomó desprevenida. Quería seguirme resistiendo un poco más, pero la sensación de ese dedo explorándome me hizo desear tener algo más grueso dentro de mi trasero.
– Ok, chulo, pero hazlo con cuidado. Me da miedo que me vayas a lastimar.
– No tengas miedo, mi vida, ya verás lo rico que vas a sentir.
Y tomándome de las caderas, levantó mi trasero, apuntando mis nalgas hacia el techo de la recámara. Se puso de pie detrás de mí, colocando la cabeza de su verga en la entrada de mi culo, sin meterla todavía.
– Métemela despacito, Mati, por favor. Para que mi culito se vaya acostumbrando al tamaño de tu polla. ¡Uy! –Su glande acababa de introducirse. ¡Ay! –el resto del tronco se iba introduciendo lentamente. ¡Ooooohhhhhhh! –gritamos los dos al unísono cuando por fin su verga estaba completamente dentro de mi culo.
Me la dejó así unos segundos, sujetándome de las ingles y moviéndose en círculos.
– ¡Estás bien apretadita, mamacita! ¿Ves cómo sí te cupo toda?
– Increíble pero cierto, y se siente tan rico. ¡Empieza de una vez a cogerme el culo, papito, por favor!
Me la sacó y me la volvió a meter lentamente, para poco a poco ir acelerando el ritmo.
– ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Uy, qué rico, mi amor! ¿Por qué no me habías cogido el culo antes? ¡Sigue así, no pares! ¡Aaaaahhhhhh!
– Te dije que no te iba a doler, que todo sería puro placer. ¡Uff! Me encanta como tu culito me aprieta la verga.
Así continuamos por varios minutos, yo con mi culo al aire y él de pie, embistiéndome sin piedad. Empecé a acariciar mi coño mientras era sodomizada como una perra. Eso aumentó el ritmo de mi excitación, y en poco tiempo estaba teniendo un nuevo orgasmo. Y mientras mi vulva segregaba sus flujos acostumbrados, el miembro de Matías seguía bombeándome sin descanso.
– Quiero probar a qué sabe mi culo. De seguro tu polla ya está impregnada con su sabor.
– ¡Mmm, claro que sí, Salmita, me fascina la idea!
Y se volvió a acostar en la cama, recargando su nuca en sus manos, invitándome a devorar su miembro. Su verga lucía tan apetecible, tan grande y firme, que antes de que pudiera darme cuenta ya estaba sobre ella. Su glande tocaba ahora mi campanilla.
– ¡Oh, sí, Salma, trágate toda mi verga! –Matías agarró mi cabeza, haciendo que mi boca se hundiera más en su enorme tronco. Comencé a chupar de arriba hacia abajo, saboreando su miembro.
– ¡Mmm, qué polla tan rica, papito! –y escupiendo sobre su pene, comencé a masturbarlo con rapidez, lamiendo el glande como si se tratara de una paleta de caramelo. –Creo que mi culito está listo para volver a recibirla.
Y dejando a Mati en la posición en la que se encontraba, me puse encima de él, acomodando la entrada de mi ano en su pito, decidida a clavármelo hasta el fondo, cuando escuchamos un fuerte ruido que venía de la planta baja de la casa. Era la puerta principal, que se cerraba con estrépito.
– ¡Salma, cariño, ya llegué!
– ¡Mierda, mi marido! –Exclamé, nerviosa, levantándome de la cama, nerviosa. ¿Qué hacía? ¿tendría tiempo suficiente para esconder a mi amante antes de que mi esposo subiera a la recámara?
La respuesta la obtuve de inmediato. Volvimos a escuchar otro ruido. Al parecer mi marido se había tropezado con algo, pues aparte del golpe pudimos escucharlo proferir alguna maldición.
– ¡Ja, ja, qué suerte tenemos! ¡Mi marido viene hasta las chanclas! De prisa, mi cielo, levántate y espérame en la habitación de al lado. Adolfo estará en pocos minutos durmiendo la borrachera, y nosotros podremos continuar en lo nuestro.
– ¿Estás segura, Salma?
– ¡Te digo que sí! Conozco muy bien a mi esposo. Cuando se pone así de ebrio cae profundamente dormido en cuanto se acuesta en la cama, y no lo despiertas ni tocándole una tuba en el oído. Por lo cual podrás seguir cogiéndome como hasta ahora, sólo que tendremos que cambiar de recámara. En la parte baja de la casa se podía escuchar a mi marido gritando mi nombre, probablemente buscando mi ayuda. -¡Date prisa, amor! Ve a la otra recámara y en seguida estoy contigo.
Y dándole un tierno besito en los labios, me puse una bata y bajé a ver qué sucedía con mi marido, mientras que mi amante corría a esconderse en el cuarto vecino. Al bajar a la sala de la casa me encontré con mi esposo, quien balbuceaba incoherencias y hacía burdos intentos por incorporarse.
– ¡Por todos los cielos, Adolfo, mira nada más cómo vienes! Y lo ayudé a levantarse. Cuando estuvo de pie se abrazó de mí, haciéndome alejar mi cara con repugnancia ante la peste alcohólica que emanaba de todo su ser.
– ¡Aquí está mi esposa hermosa! Me salí de la reunión para estar contigo mi amor. ¡Te extrañaba tanto!
– No cariño, tú lo que tienes que hacer ahora es dormir.
– ¿Dormir? ¡De ninguna manera, yo lo que quiero es follar, vengo bien caliente! ¡Pero mira nada más qué vieja tan rica tengo!
Y sin prestarle demasiada atención, lo ayudé a subir a la habitación. Durante todo el camino fue manoseando mi cuerpo con brusquedad, repitiendo una y otra vez cómo me iba a coger cuando llegáramos a la recámara. Estaba segura de que se quedaría dormido antes de que pudiera hacerme cualquier cosa, y así podría yo regresar a ser follada por una verga de verdad.
Cuando entramos al cuarto, me llevé un fuerte sobresalto. Los pantalones y la ropa interior de Matías estaban tirados en el suelo, y su camisa arriba de la cama. Por suerte mi marido no les prestó atención, pues seguía magreando mi cuerpo, insistiendo en que se moría por cogerme. Me desabrochó la bata y dejó mis tetas al descubierto. Intentó chuparlas pero yo me alejé con repugnancia.
– ¡Te digo que no, Adolfo, así como vienes lo que más te conviene es dormir! Mañana si quieres cogemos todo lo que quieras.
– ¡Tú eres mi vieja y yo te puedo coger cuando yo quiera, ahora ven aquí!
Adolfo estaba más necio de lo que me esperaba. Supuse que tendría que dejarlo hacer. Total, no duraría ni un minuto en acabar y quedarse dormido, dejándome regresar al lado de Matías. Así que lo abracé y lo empujé hacia la cama, poniéndome encima de él y comenzando a desabrochar sus pantalones. Mi esposo comenzó a gritar de gusto, emocionado porque por fin conseguiría lo que quería. Pero en el momento en que removí sus pantalones y sus boxers, y su insignificante miembro quedó al descubierto, este comenzó a eyacular con fuerza. Mi marido gritó extasiado y al instante siguiente ya estaba roncando. Sentí un gran alivio al no tener que dejar que me penetrara para tranquilizarlo. Así que de prisa tomé las prendas de mi amante y me dirigí a la habitación contigua, donde me esperaba aquel hombre que sí sabía cómo poseerme.
– ¿No se te ocurrió pensar que has debido llevarte esto cuando saliste del cuarto? Arrojé las prendas de mi amante a los pies de la cama del cuarto de huéspedes, sobre la que mi Matías se encontraba sentado, esperándome. –Tuvimos suerte de que Adolfo no se percató de ellas.
– Discúlpame, preciosa, fue por las prisas, yo…
– No te preocupes, bebé. No puedo enojarme contigo, papito.
Y tirando la bata que me había puesto al suelo, salté a la cama, al lado de Mati, y empecé a besarlo con pasión. El hecho de estar con mi amante mientras mi marido dormía en la habitación de al lado aumentó mi excitación. Los fuertes ronquidos de Adolfo se escuchaban hasta donde nos encontrábamos nosotros.
– ¿Oyes cómo ronca? Te dije que podríamos seguir cogiendo tranquilamente, sin que él se dé cuenta de nada.
Estuvimos varios minutos agasajándonos. Nuestros labios y nuestras lenguas jugueteaban entre sí, y nuestras manos acariciaban cada uno de nuestros cuerpos desnudos. Su verga estaba grande y dura otra vez, en tanto que mi conchita no paraba de lubricar. Recosté a Matías en la cama y con lujuria me volví a meter su gran miembro en la boca. Él gemía de placer y no dejaba de elogiar mi lengua, que tan rico le hacía sentir. Chupé y succioné cada rincón de esa rica polla, asegurándome de dejarla empapada de saliva, pues en unos instantes volvería a clavarse en mi culito, así que era mejor que estuviera perfectamente lubricada.
Volvimos a la misma posición en la que estábamos antes de ser interrumpidos por la llegada de mi esposo. Me había vuelto a poner encima de mi amante, colocando la entrada de mi ano en su glande, para ir descendiendo poco a poco. Grité con fuerza cuando sentí la verga clavada hasta el fondo de mi intimidad. Me sujeté de los muslos de Matías para darme impulso y subir y bajar de aquel tronco enorme que tan rico estaba estrechando mi trasero, hasta el punto de sentir que me lo iba a romper. Pero no me importaba. Lo que estaba sintiendo me transportaba a otro mundo, uno en el que lo único que importaba era el sexo.
– ¡Oh, Salma, por Dios, vaya culo que tienes! ¡Me encanta cómo te mueves, como toda una experta! ¡Uff!
– ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaahhhhh!
Yo en esos momentos ya no podía hablar. El miembro de Matías hacía que mi garganta se desgarrara de tanto gritar. Mis grandes tetas rebotaban de arriba abajo, ante la mirada atónita de mi amante, quien de cuando en cuando les soltaba algún manotazo. Después llevó su mano hacia mi rajita, introduciendo sus tres dedos centrales en aquel orificio que estaba libre de su verga. Mi excitación se incrementó aún más. Podía imaginar que tenía ahora dos gruesas pollas penetrándome, y no hay nada que disfrute más que tener mis dos agujeros siendo penetrados al mismo tiempo. No tardé mucho en estallar nuevamente en un violento orgasmo. Mi amante me sacó los dedos del coño y se los llevó a la boca, saboreando mis flujos. Su tronco seguía sodomizándome sin piedad.
– ¡No aguanto más, estoy a punto de venirme! –Exclamó mi amante, alcanzando el borde del éxtasis.
– ¡Ay, sí, papacito, qué rico! ¡Lléname el culo con tu lechita, mmmmm!
Y gritando con fuerza, con una contracción comenzó a eyacular dentro de mi culo. Yo sentía con placer su lechita caliente que invadía mi cavidad anal. Y me quedé con su verga clavada, hasta que esta terminó de derramar el semen que tan delicioso refrescaba mi culito. Al terminar yo estaba extenuada y me tendí en la cama al lado de mi Mati, acariciando su miembro que poco a poco iba regresando a su estado de reposo. Él me dio media vuelta y empezó a introducir sus dedos en mi culito, sacándome el semen que acababa de derramarme, llevando después esos deditos a mi boca, los cuales succioné, saboreando el refrescante esperma de mi amante. Repetimos esta operación varias veces, hasta que mi culo quedó limpio. Después alcanzamos a escuchar un estrepitoso ronquido, proveniente de la habitación contigua. Los dos reímos con fuerza.
– No entiendo cómo puedes estar casada con un hombre así, que no sabe aprovechar a la escultural mujer que tiene.
– Mmm, pues supongo que es por interés. Como verás vivo en una casa bastante grande, y no me hace falta nada. Vivo una vida muy cómoda a su lado, pues como él siempre está ocupado en el trabajo, me queda tiempo para hacer lo que me plazca. Además, soy una golfa, pero eso tú sabes perfectamente. Aun cuando mi marido fuera capaz de satisfacerme sexualmente, estoy segura de que yo seguiría buscando otras parejas sexuales.
Matías sé quedó pensativo, como si quisiera decir algo más, pero sólo se limitó a abrazarme. Después de un rato me preguntó si eso era una despedida, y que si ahora yo me iría a dormir al lado de mi esposo. Le contesté que ni aunque estuviera loca me acostaría al lado de ese viejo que además de tener una peste a beodo del carajo, con sus ronquidos no me dejaría dormir. Me abracé a él diciéndole que en este momento él era el único hombre con el que quería pasar la noche. Mi marido despertaría hasta muy tarde, y hasta nos quedaría tiempo de echarnos otro round por la mañana. No fue muy difícil convencerlo, pues él también estaba agotado por la larga sesión sexual de aquel día. Y así fue como, besándonos tiernamente, nos quedamos dormidos, bien abrazaditos, con el cornudo de mi marido durmiendo la borrachera en donde unos minutos antes mi culo había comenzado a ser destrozado por mi amante. El pobre briago ni se imaginaba lo zorra que era la mujer con la que se había casado.
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