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Categoría: Confesiones

Salimos a cenar... ¿verdad?

Ana, una mujer madura, contempla su cuerpo desnudo reflejado en un espejo de pie. Los senos, ni grandes ni pequeños, mantienen cierta firmeza y son, desde luego, agradables a la vista. Más abajo, hay pelo, porque así lo desea nuestra protagonista y la verdad es que la mata negra y cuidadosamente recortada que oculta el coño es sexy. Aquella tarde saldría de nuevo con Jaime, seis años más joven que ella. Al principio había tenido sus dudas, pero su nuevo chico había insistido en que la edad era solo un número, que seis años no eran nada y que lo importante era ella. Ana recordaba aquel día, el primero en que se habían cogido las manos como dos adolescentes, el primero en que se habían besado en la boca.

Ana se giró para verse el culo y sonrió. Jaime no le había visto el trasero de momento, pero le había metido mano. Aun notaba toda esa humedad en su sexo y como había gemido cuando el dedo masculino había estado hurgando ahí dentro, bajo sus bragas. Luego le había sobado las nalgas y le había dicho lo suaves y agradables al tacto que eran. "Sabes, creo que lo que más me va a gustar de ti, y eso sin haberlo visto, es tu culo". Ana tenía sus dudas, su culo no era nada del otro mundo según su opinión. Era más bien pequeño, cerrado, aunque con una rajita bastante decente y una indudable forma femenina. Para ser cien por cien sincera, tenía que admitir que la fuerza de la gravedad ganaría la partida algún día, pero de momento, quizás por el tamaño, quizás por el acabado y ciertamente gracias al ejercicio, la caída de sus posaderas solo se insinuaba.

Sonrió de nuevo mientras sacaba del cajón un sujetador verde esmeralda que iría a juego con un tanga del mismo color. Esa noche prometía.

Mientras tanto, a cinco kilómetros, Jaime se enjabonaba su cuerpo desnudo con una esponja mientras pensaba en Ana. Había tenido suerte de encontrar a alguien como ella. Su experiencia con chicas no había sido exitosa hasta la fecha. De hecho, se podía resumir en tres minutos. Marta, un beso furtivo en los labios y fin de la historia. La historia con Lucía, mucho más joven que él, y con unas tetas pálidas y tiernas que el destino le había dejado disfrutar, había durado una semana. Todo acabo cuando la bella muchacha encontró a un apuesto y arrogante jovenzuelo. El tío, no hay que negarlo, era guapo y contra eso poco se puede hacer.

La última, y de eso ya había pasado casi un año, había sido Susana. Había estado colado por ella, de eso no cabía duda. Compartían edad y aunque ella era un poco egoísta, a él no le importaba mucho. Cada dos días hacían el amor. A Susana le gustaba probar de todo y parecía no tener tabús. Jaime todavía tenía en la memoria aquel día en que apareció ataviada con un miembro de goma con arneses y le convenció para que se dejase sodomizar. Él también había aprovechado la hiperactividad sexual de ella en su beneficio y literalmente le había hecho el amor en todas las posiciones imaginables y alguna más.

Desafortunadamente, eso parecía ser todo lo que les unía. Los besos y los momentos de tranquila y cómplice intimidad habían desaparecido de sus vidas muy pronto y no porque él no lo hubiese intentado. Una de las últimas veces, un domingo por la mañana, mientras ella se preparaba una taza de leche, se había acercado a ella para darle un abrazo y un beso de buenos días. Sin embargo, ella se había dado la vuelta y bajándose las bragas y poniendo el culo en pompa le ordenó que se lo lamiese. El no puso buena cara y ella respondió ”Si no quieres olerme el culo por la mañana al menos fóllame”.

Desilusionado, pero excitado le dio un sonoro azote en las nalgas y con el pene más duro que nunca, la envistió por la puerta de atrás con energía. Todo termino unos días después cuando ella le invitó a unirse a un club de sexo y mazmorras donde podía compartir su cuerpo sediento de sexo con otros y otras en orgías de sexo y sadomasoquismo. Él a punto estuvo de ceder, porque la deseaba. Pero finalmente, dando peso a otras cosas que él consideraba más importantes, decidió romper la relación.

Hoy, con Ana en su vida, la decisión que adoptó le parecía más acertada que nunca. Era todavía pronto para saberlo, de hecho, todavía no habían hecho el amor. De alguna manera, aunque todo su cuerpo anticipaba ese momento, el hacer el amor lo veía solo como un componente más en su relación. Sonrió de nuevo al recordar cómo se había excitado Ana con solo meterle mano. Rememoró, mientras enjabonaba su empinado miembro, los besos, su mirada, su conversación. Ella le quería, o al menos le apreciaba, o eso parecía... Los últimos meses sin nadie a su lado le parecían algo triste e imposible a lo que, si todo iba medianamente bien, no tenía intención de volver.

A las ocho en punto el timbre sonó y Susana, completamente arreglada y con el rostro iluminado como solo puede iluminarlo la felicidad, abrió la puerta dejando pasar a Jaime, quien también se había esmerado con su atuendo.

- Estas muy guapa. - dijo este último con sinceridad.

- Y tú también. - respondió ella.

Luego se acercaron un poco titubeantes y se dieron un beso en los labios.

- Salimos a cenar. - dijo Susana

- Vamos... pero vámonos ya. Un minuto más, otro beso y a lo mejor te como a ti aquí mismo. - dijo Jaime sonriendo.

- No me parece mala idea... por seguir con tu símil, me encantaría ser tu postre ¿de acuerdo? -

- De acuerdo, fresita con nata... Por cierto...

- Sí.

- Estás muy guapa.

- Eso ya me lo has dicho.

- Y te lo diré mil veces más, pero...

- ¿Pero? - dijo ella con una nota de ansiedad que no escapó a Jaime.

- Tu culito te gana.

- Viejo verde. - respondió ella con alivio.

 - Pero yo no era el joven... - dijo el poniendo una cara de sorpresa que hizo reír a Ana.

- Sí, y yo la vieja... pero el culito es mío y no está en venta

- No me importa, yo compro todo el paquete

- El paquete... si tu ya tienes un paquete... y creciendo por lo que veo.

- ¿Vamos a cenar o qué? - dijo él.

- Ven aquí que te mereces un beso de verdad - ordenó ella mirándole a los ojos y cogiéndole por la cintura.

FIN
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