Éste es un relato de profunda motivación sadomasoquista. No en la onda BDSM, sino en la del simple placer en la crueldad, sufrimiento, dolor y muerte. Se trata no obstante de pura fantasía y en modo alguno resulta fin del mismo hacer apología de los comportamientos descritos. Es más, la autora condena decididamente cualquier tipo de violencia sexual no consentida y es partidaria del más duro castigo para psicópatas y demás.
Aconsejaría en contra de su lectura a quien no tenga estómago para ella. En la web hay muchos otros relatos de temáticas diferentes, e incluso dentro de las SM, muchísimos otros cuya lectura encontrará más agradable el lector no amigo de este género extremo. Para los demás, los que sí les gusta el género sádico más extremo, va este relato. Disfrutadlo.
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Fue allá a finales de los 80, que mi familia hubo de trasladarse a vivir a Noruega por una temporada. Mi padre, que era diplomático, fue destinado en aquella época a aquellas nórdicas y glaciares tierras, que a mí se me representaban entonces como un deplorable destino helado, pero que ganaron un lugar en lo más profundo y cierto de mi corazón, del cual ya nunca saldrán y me acompañarán en él hasta que me reclame la Parca.
Mi nombre es Atenea. Atenea A. M. Mi padre, irredimible enamorado de la mitología clásica, así lo quiso. A mis 14 años, decían que ya era un verdadera damita, cuya hermosura hacía en todo honor a la de la diosa guerrera, cuyo nombre tan orgullosa portaba. No eran lacios y rubios como los suyos mis cabellos, ni claros mis ojos, sino negros y ondulados los unos, color avellana los otros. Ojalá el capricho de la genética hubiera querido que también me pareciera a ella en eso, pero la verdad es que nunca pude quejarme. A pesar de todo y como dije antes, seguía siendo una adolescente bellísima. Sí heredé su porte y talle, llegando ya en aquella edad a 179 cms mi estatura, que un año más tarde alcanzaron los al 181, donde ya se plantaron. Es curioso, pero ésta ha parecido ser una constante en mi evolución de niña a mujer. Me desarrollé como tal muy bien y pronto, pero, a partir de los 15 años más o menos, pocos y muy suaves cambios experimentó ya mi cuerpo. Mis pechos, por ejemplo, también resultaron muy voluminosos para una chica que recién asomaba a la adolescencia, pero ya no crecieron más después y han llegado a ser unos de tamaño medio para la mujer ya desarrollada que soy hoy, manteniendo además su belleza y firmeza. Pero bueno, ésto tiene su historia, en la que influyó algo más que la genética, y no me estoy refiriendo a la cirugía o similar.
Oslo es precioso. ¿Qué os voy a contar de los fiordos, sus costas de aguas de un azul intenso, transparentes y gélidas, o de los nórdicos glaciares que dieron origen a los legendarios gigantes de hielo, mortales y eternos enemigos de los dioses argardianos? ¿Qué de la aurora boreal o del sol de medianoche? Quien no lo ha visto con sus ojos y ha sido testigo de ello, jamás podrá hacerse cuenta de lo que al espíritu, que ante tales y tan soberbios espectáculos de la Naturaleza se encoge en su humildad, significa; quien sí lo hizo, jamás lo olvidará; quien allí vivió, languidecerá en cualquier otro lugar.
Junto a mis padres y mi hermana pequeña, nos instalamos en una casa tradicional, que allí vienen a ser una especie de chalets de madera, en una zona periférica de la ciudad. A esa edad, andaba yo, evidentemente, más pendiente de los chicos que de cualquier otra cosa. Lo que digo de la tierra, vale también para sus hijos. Nunca había visto yo gente tan bella y en tanta cantidad, hasta que allí llegué. Auténticos dioses nórdicos, tanto ellos como ellas, de rubios cabellos, piel blanquísima y ojos claros de una belleza tal que resulta difícil plasmar con palabras. Acostumbrada al eterno sol mediterraneo, había acogido con abatimiento y desilusión la noticia de aquel traslado, pero, desde el momento en que allí llegué, me enamoré de aquella tierra y olvidé para siempre a la mía natal.
Yo, que en intelecto he heredado tanto de la diosa que me presta su nombre, como en belleza, a aquella edad ya hablaba 4 idiomas. No habiendo por aquel entonces ninguna española por allá, fui matriculada en una escuela alemana, cuya lengua era una de las que dominaba perfectamente, para cursar el equivalente a nuestro 1º de BUP de entonces. Siendo el idioma germánico hermano del holandés, sueco, danés y demás nórdicas, no tardé en empezar a ir manejándome en noruego.
Teníamos un vecino. Un hombre entrado en la cuarentena, de aspecto atractivo y elegante, pero que, no obstante, resultaba inquietante por algún motivo. Sus ojos, de un azul intenso, evocaban las aguas del gélido mar del norte. Me miraba con deseo y desprecio que no se preocupaba en ocultar, y yo me sentía molesta e incómoda. Me miraba las tetas sin recato, sin ningún tipo de disimulo. Normalmente es de esperar que un varón de su edad se corte un tanto al mirar de esa manera a una niña, pero no era el caso del tipo. Ni mucho menos. Al contrario, me miraba los pechos, el culo las piernas. me miraba de arriba abajo, con un aire de superioridad que lo hacía odioso y era yo la que había de bajar la mirada cortada. Nunca les dije nada a mis padres. Aquel hombre me daba miedo. Esa mirada que te taladraba, te hacía sentir un frío glaciar interior. Sentía algo así como si estuviera pisando la sombra de un dios y lo que menos me apetecía era hablar del tema.
En esa edad andaba, vista mi decimocuarta primavera y camino de la media treintena, cuando una tarde, al regresar del colegio, alguien me asaltó por la espalda al pasar ante una furgoneta blanca. Obstruyó mi boca y nariz con un pañuelo impregnado en cloroformo. Me vi entrando a la fuerza en el vehículo y, a los pocos segundos, la consciencia abandonó mi cuerpo.
Cuando desperté, me encontré en una especie de bodega de techo muy alto, acondicionada como cámara de tortura. Grilletes en las paredes, látigos, instrumentos de tormento medievales, horno con carbones ardiendo y fuelles. Yo misma me encontraba desnuda y atada a una cruz en forma de X. Reconocía algunos de aquellos instrumentos. Una silla de púas, una dama de hierro, un potro. peras de brazos metálicos que se introducían en la vagina de las adúlteras o en el ano de los homosexuales y, una vez dentro, se abrían mediante un mecanismo de rosca, desgarrando las entrañas. Me sentí aterrada y comencé a llorar.
Entraron entonces tres personas. Dos hombres, uno de unos cincuenta y tantos años, el otro en la sesentena, y una mujer, también cincuentona, pero cuidada y atractiva. Como dije, era una chica inteligente. Muy inteligente. Sabía que iba a morir. No podía ser de otra manera cuando mostraban sus rostros sin cubrir. Presa ya de la más profunda desesperación, rompí definitivamente a llorar.
-Por favor. no me hagáis daño. ¡Haré lo que queráis, pero no me matéis!
Ni siquiera me contestaron, limitándose a reír y magrearme los pechos, las nalgas y todo lo que les vino en gana. Evidentemente mi sufrimiento les divertía. Luego me dejaron sola.
Poco más tarde, entraron dos mujeres, aparentemente criadas. Me soltaron y me condujeron a otra habitación, donde me peinaron y me vistieron de colegiala sexy. Ya sabéis; coletas, camisa blanca muy ceñida, minifalda tipo escocesa y muy mini, que dejaba asomar las cachas de mi culo. sin nada de ropa interior, por supuesto. Yo me dejaba hacer abatida, pero una esperanza nació en mí, pues también me tiñeron de rubia y me pusieron lentillas azules. Pensé que si hacían aquello, era porque debían pretender variar mi aspecto para dificultar el ser reconocida, lo cual implicaba que quizá no fueran a matarme. ¡Pobre ingenua!
Tras volver al cuarto de tortura y pasar varias horas en él, volvieron mis tres atormentadores, esta vez acompañados por. mi vecino. Se acercó a mí y, tras manosearme los pechos todo lo que quiso, apretándolos y haciéndome bastante daño, me soltaron.
-¡Asquerosa puta española! ¡Ni teñida de rubia pareces aria!
Sin más y sin ningún tipo de necesidad, me derribo de una sonora bofetada sobre un camastro que allí había. Y digo sin ningún tipo de necesidad porque, evidentemente, una niña de 14 años, asustada y paralizada por el terror, hubiera hecho todo lo que hubiera querido aquél canalla con sólo pedírselo. Con el labio ensangrentado, lo vi acercarse hacia mí como una bestia furibunda con ansias de sangre.
-¡No, por favor.! ¡No me pegues!
Mi suplica sólo consiguió excitarle aún más. Arrojándose sobre mí, comenzó a abofetearme con violencia, con una sonrisa diabólica en su rostro y enardecido por las risas de los otros 3. Yo apenas podía cubrirme con mis bracitos, ni defenderme con mi fuerza de la de aquel hombretón, de más de 190 cms de altura y bastante corpulento. Afortunadamente, su propia furia y excitación acabó por vencerle y, abandonando toda racionalidad y vestigio de humanidad, destrozó mi blusa, arrancando los botones de un violento tirón para devorarme los pechos. Y digo ahora devorarme, porque lo que me hizo no puede llamarse de otra manera. Con saña mordió mi tierna carne y mis pezones, produciéndome un dolor atroz, mientras mis brazos permanecían inmovilizados por los suyos y yo totalmente indefensa y expuesta. Pensé que iba a mutilarme con sus dientes, y esperaba de un momento a otro sentir lacerar y desgarrar mis tetas, pero por algún motivo, no lo hizo.
Fue algo inhumano. Me violó sin ningún tipo de compasión ni miramiento. Yo ya había dejado de ser virgen antes de llegar a Noruega, también fui precoz para eso, pero nada parecido a aquello. Las pocas veces que me habían penetrado anteriormente, había sido con dulzura y cuidado, y lo habían hecho chicos que me llevaban poca edad de diferencia. En cambio, ahora lo hacía una bestia desbocada, haciéndome sufrir enormemente. Pero, si pensaba que aquello sería el culmen de mi sufrimiento, pronto pude comprobar lo equivocada que estaba, y lo que se puede llegar a sufrir cuando tu agonía es el placer de tu atormentador.
Con gran violencia, me hizo girar sobre el colchón y, escupiendo sobre mi orificio posterior, me penetró hasta el fondo de un sólo golpe de riñones, arrancándome un alarido que las gruesas paredes de piedra se encargaron de ahogar, y que de otra manera estoy segura de que hubiera podido escucharse en al menos un par de Km a la redonda. Lubricado por mi propia sangre que abundante manaba e mi ano totalmente desgarrado, me folló el culo sin ningún tipo de piedad, hasta que finalmente sacó su polla de él para, volviéndome de nuevo, correrse en mi boca y obligarme a tragarme toda su leche.
Después de él me violaron los otros dos y aun orinaron sobre mi cuerpo para completar la humillación. Incluso ella, colocándose de cuclillas sobre la cama, una pierna a cada lado de mi cara, lo hizo directamente sobre mi cavidad bucal, obligándome a tragarlo todo. Después, me ataron las muñecas a una cuerda que, tras pasar sobre una viga de madera que cruzaba la estancia a unos 4 metros de altura, se enrollaba a una polea. Como si se tratase de lo más divertido del mundo, tiraron de ella para suspenderme en el aire. Mi vecino se acercó hasta mí. Sonriente, sádico. diabólico.
-Vas a morir. Esta noche lo harás asesinada en un ritual satánico, pero antes nos divertiremos en él produciéndote todo el dolor que tu cuerpo pueda soportar. Abre la boca.
-¿Q. qué?
Un puño de hierro en la boca de mi estómago, sacó de él todo el aire que contenía y me dejó agónicamente sin respiración.
-Cuando un ser superior te de una orden, obedece al instante, puerca. ¡Abre la boca!
No osé preguntar esta vez, obedeciendo en el acto. Con todo el desprecio del mundo, carraspeó entonces su garganta y escupió dentro de ella.
-Trágatelo.
Obedecí sin dudar de nuevo.
-Tira de la polea –le dijo entonces al otro-. Quiero ver a esta puerca colgando bien alto hasta la hora.
Tras hacerlo, se fueron dejándome así suspendida, mis brazos ardiendo en agonía. Rompí a llorar abatida. La psicología humana es una locura. En mi desesperación, comencé a pensar con horror en todo lo que me estaba pasando, y en lo que aún estaba por venir. Nunca entenderé por qué ni cómo fue posible. Supongo que debió tratarse de algún mecanismo de defensa de la mente, que ante lo inevitable busca las alternativas posibles para evitar el mayor sufrimiento posible, pero, en algún momento, comencé a sentirme excitar con todo aquello. Casi imperceptiblemente al principio, pero más y más cada vez, hasta sorprenderme totalmente cachonda. Y eso fue lo que me salvó la vida. Bueno, aquello, y el error de mis torturadores, provocado por su propio abandono a sus pasiones.
Me habían alzado mucho en el aire. La viga estaba cerca. Demasiado. Durante años había practicado la gimnasia rítmica, y mi condición era la de una joven atleta. Minutos antes, el agónico dolor de mis brazos me hubiera impedido cualquier tipo de intento, pero ahora era diferente. Lejos de suponerme un freno, me gustaba ese dolor. Así pues, no tuve mayor problema en, tirando sobre todo de abdominales, alzar mis piernas y, doblando mi cuerpo, levantarlas para cruzarse sobre la cuerda primero, sujetarme a la viga después. Un esfuerzo más, y estaba encaramada sobre ésta, desatando el nudo que aprisionaba mis muñecas con los dientes. Una vez libre, salté al suelo.
En la seguridad de que me habían dejado totalmente indefensa, no se molestaron mis secuestradores en cerrar la puerta con llave, así que no tuve mayor problema en salir de la cámara. Algo más complicado fue, tras subir las escaleras que daban a las estancias superiores, avanzar por la casa y ganar el exterior. Incluso hube de abatir a una de las criadas que obstaculizaba el camino a mi libertad. Preparando una mesa de espaldas a mí, no se apercibió mi presencia, y sin más la golpeé en la cabeza con un gran cenicero, dejándola inconsciente. Ya fuera de la casa, eché a correr sin dirección ni rumbo prederterminado. Me encontraba en la montaña, semidesnuda con mi destrozado un uniforme de colegiala, y no me detuve hasta tener la confianza de haber puesto 2 o 3 Kms de por medio entre mí y aquel infierno. Sólo entonces me permití detener para recobrar aliento.
Sentada contra el tronco de un gran abeto centenario en un bosque lleno de ellos, fui recuperando la normalidad en mi respiración mientras pensaba en todo lo que me había sucedido. Sentía que me dolía todo el cuerpo y, ahora en frío y ya sin la tensión que provoca la lucha por sobrevivir, fui consciente de nuevo del dolor en mi culo. Un dolor atroz. Un dolor que, con toda seguridad, ahora, ya en frío, ralentizaría muchísimo mi capacidad de avanzar. Como dije antes, la psicología humana es una locura.
Quizá los que nos creemos cuerdos seamos los más locos, y los que tenemos por locos, los más cuerdos. Sintiendo aquél dolor, fui poniéndome cachonda de nuevo. Llegada a un punto, ya era yo misma la que lo buscaba, tocándome e introduciéndome los dedos para hacerme daño conscientemente. Llegué así a un punto de calentura en que resulta imposible pensar con claridad y, contra toda sensatez y sentido común, hice lo que jamás nadie hubiera pensado que podría hacer: ¡Volví por mi propio pie a la casa de la que acababa de huir!
Fue un suplicio delicioso hacerlo, sintiendo todo aquel dolor que casi no podía soportar. Sabía que me iban a matar y que antes de hacerlo me producirían tanto sufrimiento que llegaría a lamentar haber nacido, pero ya no me importaba. Es más, ¡lo deseaba! ¡Con toda la fuerza con que se pueda desear algo en esta vida! Deseaba entregar mi vida y mi cuerpo a aquellos sádicos para que se divirtieran cruelmente con mi sufrimiento y mi muerte. Así, de esa manera tan repentina y brutal, despertó mi naturaleza masoquista.
Ya casi anochecía, cuando llegué a la puerta. Toqué al timbre. Ni siquiera me abrió una criada, sino que lo hizo mi vecino. En su cara de delataba a las claras el miedo. Cuando se percataron de mi huida, debieron ser conscientes de que nada podrían hacer ya por alcanzarme y debían verse ya en la cárcel, padeciendo el trato que a los violadores de niñas dan los otros presos. Lo último que podían haberse imaginado era encontrarse a su corderita de regreso por su propia voluntad. Desconfiado, echó una mirada alrededor.
-No viene nadie conmigo. Nadie sabe lo que ha pasado ni dónde estoy. He regresado para que me torturéis a placer y me matéis.
Totalmente sorprendido, me miró con cara indescriptible para, a continuación, agarrarme del pelo y, de un violento tirón, arrojarme al suelo, ya dentro de la casa. Lo que siguió fue una auténtica paliza. Una verdadera lluvia de patadas y puñetazos por parte de él, sus dos amigos, la mujer y hasta las criadas, que me golpearon hasta saciar su rabia sin que yo hiciera nada por cubrirme, dejándome al borde de la inconsciencia. Una vez pararon, tardé lo mío en recuperarme, tras lo cual los miré desde el suelo con una sonrisa ensangrentada y un brillo satánico en mis ojos.
-¡Síi.! ¡Así! ¡¡Pegadme más!! ¡¡Destrozadme!!
Tomando mi camisa con ambas manos, la separé para ofrecerles mis pechos.
-Aquí. ¡pegadme en las tetas!
Un puño de acero golpeó en una de ellas como un trueno, haciéndome sentir el más agónico dolor que hubiera experimentado en mi entonces todavía corta vida, y yo me sentí orgasmar. Tras recuperarme un poco, volví a ofrecérselas para que golpearan de nuevo.
Fue una locura. Sentí el látigo y los cinturones sobre mis tetas, mis nalgas, mi coño. Sólo quería más y más dolor, saturar mi cuerpo de él y llevarlo a su límite máximo de tolerancia, antes de estallar definitivamente y entregar con placer mi vida. Pero mi entrega tuvo un efecto inesperado.
-Es una lástima sacrificar a una puerca así –opinó en algún momento la mujer. Se miraron entre ellos confusos, y yo los miré a ellos repentinamente desilusionada.
-¡No.! ¡Por favor.! ¡Matadme! ¡Os lo suplico! ¡Quiero morir de dolor!
Agarré los camales de mi vecino, que para ese momento ya era para mí mi dueño y señor, mi dios. Con desdén, se liberó de mí dándome una patada en la cara.
-No. Olga tiene razón. Sería demasiado fácil para ti. Hoy no morirás. En cambio, jamás regresarás con tu familia. Jamás volverás a salir de la bodega. Nos ensañaremos contigo. Te torturaremos, violaremos, prostituiremos y todo lo que nos dé la gana durante años y, cuando por fin nos cansemos de ti, te asesinaremos de la forma más dolorosa posible. Será un verdadero infierno para ti.
-¡Sí! –grité repentinamente ilusionada, desquiciada- ¡¡Hacedlo, por favor!! ¡No me dejéis regresar con mi familia! ¡Quiero conocer el Infierno!
Me miraron sobrecogidos. Aún hoy, creo que llegaron a tener miedo de mí en ese momento. En mi interior parecía arder un fuego impío que me empujaba hacia la locura, y un diablo perverso parecía haberse adueñado de mi voluntad y mi sexualidad.
-Está. está loca –opinó uno de los hombres con verdadera aprensión-. ¡Esta niña está loca! ¡Deberíamos matarla!
Parecieron pensárselo y de nuevo sentí un mundo en mi estómago. No ya por miedo a ser asesinada, sino a ser privada de esa deliciosa tortura que se me había prometido.
-¿Y tú qué dices?- me preguntó mi vecino, a partir de entinces mi señor.
-Yo no tengo que decir nada, mi dueño y señor. Te pertenezco como cualquier otra propiedad tuya. Haz conmigo lo que te venga en gana, que yo estaré complacida de hacerte disfrutar con mi muerte o mi integridad física. Pero, si decides retenerme como has dicho, conservarme con vida y prolongar mi tortura y agonía todo lo posible, sabe que esta puerca tuya te estará infinitamente agradecida y hará todo lo posible por complacerte.
Se lo pensaron. La propuesta debió parecerle muy prometedora e interesante a mi señor.
-¿Y qué nos darás tú a cambio?
-¡Mi vida! ¡Mi cuerpo! ¡Mi dolor! ¡Mi total esclavitud!
-No. Eso no es lo que tú nos vas a dar a nosotros, sino lo que nosotros te vamos a dar a ti. Lo estás deseando. No es un precio, sino una recompensa.
-¿Entonces.?
-Otra víctima inocente ha de ocupar tu lugar como víctima ofrecida a Satán en sacrificio.
-¿Queréis que os ayude a secuestrar a otra chica?
La idea no me pareció desagradable el absoluto. En unas pocas horas había cambiado más que la mayoría de la gente en toda una vida, tornándome criatura de pura depravación.
-Tu hermana pequeña.
-¡Sí.! –contesté encantada, sin dudar un sólo momento.
-Pasará por lo mismo que tú pasaste y aun más. Será violada, torturada, martirizada. Le produciremos delante tuya todo el dolor y sufrimiento que podamos y luego la asesinaremos lentamente, derramando su sangre sobre tu cuerpo. ¿Estás dispuesta a ver así tratada a tu hermanita de 9 añitos?
-¡¡Sí!!- me mostré ilusionada con la idea- ¡Os ayudaré a secuestrarla, a martirizarla, violarla y asesinarla! ¿Cuándo?
-¡Ja, ja, ja!- rieron. –Tranquila. No por el momento. Por seductora que resulte la idea, a estas horas te estarán buscando como locos tus padres y la policía. Será mejor dejar que pase el tiempo. Además, me gusta que las zorritas tengan sus formas de mujer. Quizá dentro unos años. Entretanto, vamos a experimentar con tu cuerpo para saber cuánto dolor puede aguantar un ser humano.
Le miré emocionada, como sólo se puede mirar a un dios al que amas por encima de todas las cosas.
-¿Cuándo empezamos?
Continuará.
Super, espero la segunda parte