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Sábado

22:34 p.m.



Me encontraba en mi piso, recién duchado preparándome para salir. Había quedado con Víctor.



Me presento: Soy un joven albañil de 25 años, metro ochenta y cinco, delgado, ojos verdes, pelo castaño y un juguetón miembro de dieciséis centímetros. Tengo "piercings" y tatuajes a tutiplén, agujereados desde la nariz hasta los pezones, y todo mi cuerpo marcado a base de tinta (los brazos, el cuello... incluso el trasero, señoras y señores). Los que me conocen dicen que soy un pelín introvertido, aunque después de un par de cervezas tengo la virtud o el defecto de hablar por los codos. Mi nombre es David.



Víctor me había llamado por teléfono hacía unas horas para contarme que aquella noche inauguraban un pub llamado Extacy en el centro de la ciudad. Al parecer habían preparado una fiesta con "DJ's" y lo más importante, suculentas promociones: "¡Cerveza a un euro!" aseguraba Víctor. Pensé que podría ser una buena ocasión para probar carne. Hacía dos meses que no follaba y me pasaba los días viendo porno; esa misma tarde me masturbé viendo un vídeo de mujeres haciendo felaciones, pajas y juegos sexuales varios. En una de las escenas doce tíos se corrían en la boca de una misma mujer, llenándole la boca de cierta sustancia blanquecina. Ella se lo tragaba todo como si de limonada se tratara. Muy educativo.



En el tocadiscos de mi habitación sonaba "Big Six", un tema de un viejo lp del inglés Judge Dread. Estaba desnudo y me veía en el espejo mientras decidía qué ropa podría ponerme esa noche, y ahí estaba yo, con un polo de Fred Perry en una mano y en la otra una camisa de mangas cortas y cuadros granates marca Ben Sherman. Mientras decidía aprovechaba para darle ánimos a mi amiga recién rasurada, es decir, mi polla. Le decía: "Amiga, esta noche puede ser una gran noche, y si no al menos la borrachera estará asegurada".



Decidí ponerme la camisa, acompañada por un chaleco gris con cuello de pico, unos pantalones vaqueros, azules, y unos zapatos color vino. Por encima me pondría un abrigo negro, el simpático hombre del tiempo había comentado que el tiempo refrescaría durante la noche. Lo que desconocía ese hombrecillo de la tele era que estaba muy equivocado, que esa noche iba a ser muy muy caliente...



Antes de salir del piso saqué ochenta euros del primer cajón de la mesilla de noche, del segundo saqué un paquete de chicles, dos paquetes de cigarrillos y un par de preservativos (nunca se sabe). Me rocié mi perfume por el cuello y las muñecas, cogí todo y salí.



23:15 p.m.



Pude reconocer su cazadora roja desde la distancia. No cabía la menor duda, era Víctor, amigo mío desde el instituto.



¿Dónde te habías metido? —dijo a veinte metros de mí gritando como un poseso y clavando en mí la típica mirada de "te voy a matar" que lanzaba cuando se enfadaba (se me olvidaba comentar: habíamos quedado a las 22:30) —¿no habíamos quedado a las 22:30 en frente de aquel puñetero restaurante? —señalándome el restaurante en cuestión.



Disculpa, Víctor. Tenía cosas que hacer y se me ha echado la hora encima. Vamos pa'l pub, que te invito a una cerveza.



— Claro, como están a un euro... — refunfuñó.



Llegamos para las 00:09 al pub. No estaba muy lejos, pero antes decidimos que sería buena idea comer algo, el alcohol con el estómago vacío no es recomendable y nosotros en el fondo somos chicos sanos. Después de comernos cada uno un bocadillo de tortilla en un bar cualquiera fuimos al servicio de caballeros y nos metimos un poco de nieve.



Una vez que llegamos a la entrada del Extacy pudimos sacar nuestra primera conclusión: No era un lugar de nuestro agrado.



¡Vaya mierda de antro! —soltamos al unísono.



En la entrada había un "gorila", de esos que no te dejan entrar si llevas calcetines blancos, zapatillas deportivas o eres muy feo. Mi amigo lo tenía realmente difícil para entrar, nunca destacó por su atractivo.



Vámonos a otro lado —dijo Víctor.



De acuerdo. Mejor vayamos al Aizkora (un local que nosotros frecuentábamos).



Dimos media vuelta decididos a marcharnos, y entonces ocurrió. Ella chocó contra mí. Era una chica preciosa, de unos veinte años, entre metro sesenta y cinco y metro setenta, un largo y oscuro cabello liso, una mirada cautivadora surgida de las entrañas de esos grandes y preciosos ojos marrones; unos redondos mofletes que daban ganas de pellizcar de la misma manera en la que cualquier anciana senil ataca los mofletes de su querido nieto. ¿Y qué decir de sus pechos? (una talla noventa y cinco calculo yo), unos pechos que ese corto y ceñidísimo vestido negro dejaba intuir y marcaba esos apetecibles pezones que gracias al frío que el señor del tiempo había pronosticado con acierto estaban duros, como mi polla cada vez que lo recuerdo, y empujaban el vestido hacia afuera como queriendo escapar de su prisión de tela y lanzarse contra mí. Ojalá.



Mira por dónde vas, payaso —dijo ella apretando los dientes.



Sonrojado quedé mirándola, sin poder apartar mi mirada de esa obra de arte que tenía delante de mis narices. Lo bueno de que me diera la espalda y se alejara fue que pude ver la forma de ese culo que se escondía bajo el vestido. Quería ese culo para mí.



Vámonos —propuso el pesado de Víctor.



Pero como imaginaréis no podía marcharme, no ahora. Ella entró al pub. Para mí ya no era un antro, a mis ojos era el paraíso ya que allí estaba ella, esa chica despampanante, ese cuerpo propio de una diosa.



00:47 a.m.



Tardé tiempo en convencer a mi amigo de que debíamos entrar. Y así hicimos, entramos, no sin antes dialogar amablemente con el portero hasta convencerle de que nos dejara pasar. Quince euros nos costaron.



Adentro las luces parpadeaban. Miraba a Víctor, y en diez segundos vi cómo sería mi amigo con la cara roja, azul, luego verde y amarillo, por último. Fuimos a la barra mientras de fondo sonaba el "Ésta sí, ésta no" de Chimo Bayo. Me entraron ganas primero de asesinar al pinchadiscos y luego de comerme alguna pastilla, incitado por la canción. Colgamos nuestros trapos en un perchero de la barra y pedimos dos cervezas VollDamm mientras nos empujábamos con la chusma para hacer sitio.



Dos cervezas cinco euros —dijo el camarero.



¿Cómo que...? Víctor... —miré a mi amigo, indignado.



Joder. Me habían dicho... pensaba que...



—"Pensaba que, pensaba que" —repetí sarcásticamente —A la siguiente le creas ilusiones a tu padre.



Pagué muy a mi pesar. Porque le había prometido la cerveza, que si no ya podía ir sacando su cartera el muy cabrón.



Nos fuimos al centro de la pista. Yo quería buscar a esa chica, y la encontré. Ella bailaba con otras dos mujercitas al son del "Y yo sigo aquí" de Paulina Rubio. No importaba lo que sonara, pagaría por ver ese culito en movimiento. Como he contado al principio yo soy muy tímido, y sólo había bebido media cerveza, de modo que todavía no pensaba acercarme a ella. Si me acercaba a ella mi cara se vería roja como la cazadora de mi amigo incluso entre coloridas luces parpadeantes.



Yo no me acerqué, no, pero antes de que me pudiera dar cuenta mi amigo Víctor susurraba algo, seguramente obscenidades, al oído de una de las chicas que bailaba con ella. Víctor se llevó una señora bofetada y volvió derrotado a mi lado. La consecuencia de aquello fue que mi deseada Dulcinea nos localizó, se dio cuenta de mi presencia y nos miramos. Mierda, encima de chocarnos ahora me ve al lado de un hombre venido a menos pensé. Cuál fue mi sorpresa cuando en vez de recibir un gesto de desprecio brotó en su rostro una bella sonrisa; sonrisa que jamás olvidaré.



Se acercó trayendo consigo un cubata semivacío y lo que quedaba de los tres cubitos de hielo. ¿Me habría reconocido? ¿Qué me diría?



01:23 a.m.



Me llamo Naiara —dijo ella acercando sus labios a mi oído derecho.



El corazón me empezó a latir más y más deprisa. A esa distancia pude percibir el dulce aroma de su perfume.



Al quedarme ella más baja de altura no pude sino mirar su escote desde arriba. Ella se percató y echó a reír. Yo también reí, pero fue una risa causada por el nerviosismo del momento, para nada agradable. No había vuelta atrás, me armé de valor y me acerqué.



Me llamo David —le dije.



Nos dimos dos besos en la mejilla como se hace en estos casos, al menos en mi ciudad. Saqué un paquete de cigarrillos, me llevé uno a la boca y guardé el resto. Necesitaba tranquilizarme. Buscaba mi mechero entre los bolsillos del pantalón cuando de repente lanzó su mano, atrapó mi cigarrillo, se lo colocó en la comisura de sus labios y se lo encendió mirándome con cara de niña traviesa.



Los pinchadiscos seguían en su línea, fieles a su amor por la buena música. Esta vez pusieron "La gasolina", un reggaetón espectacular de no recuerdo qué artista. Ella empezó a bailar muy insinuante, muy sexy. Yo todavía estaba intentando asimilar el que se hubiera acercado a mí.



Para entonces mi amigo hacía tiempo que se había marchado hacia la barra. Lo sé porque pude ver de reojo su cabezón intentando ligar sin éxito con unas cuantas jovencitas y un heavy de pelo largo que Víctor confundió con una mujer.



La joven Naiara se acercó de nuevo.



Siento mucho lo de antes. He tenido un mal día y estaba de mal humor —entonces fue cuando supe que ella me recordaba.



No te preocupes, bonita.



Me contó que estaba pasando una mala racha, su novio le puso los cuernos, y justo antes de chocar conmigo acababa de salir del pub para terminar discutiendo con él por teléfono.



—¿Tienes novia o qué? Seguro que te rondan muchas mujeres —dijo ella.



—¿Yo? No, no. Soltero y si compromiso —dije yo sorprendido por tan inesperada pregunta.



—Pues es difícil de creer porque eres un chico muy guapo y, joder, estás muy bueno —me analizó con la mirada de los pies a la cabeza.



—No eres tú la que mira tras esos ojos. Es el alcohol, que te ha cegado de mala manera, chiquilla — miré su vaso, vacío ya por completo. —Ese no era tu primer cubata ¿verdad?



— No, en realidad llevo cinco —y siguió bailando.



Resulta feo quedarse quieto mientras el acompañante baila, así que hice como si dominara el arte de la danza y empecé a mover mis extremidades torpemente.



Las dos chicas que hacía un rato bailaban con Naiara se acercaron a donde nos encontrábamos; según me dijo más tarde Naiara eran amigas suyas, sus vecinas del quinto creo recordar, pero poco importa esto ahora. Las dos amigas empezaron a acariciarse los pechos mutuamente por encima de la ropa mientras se besaban apasionadamente. Después les dio por pasarse un cubito de hielo de boca en boca. Resulta que eran lesbianas, y pareja (si Víctor lo hubiera sabido antes se habría ahorrado la bofetada).



Pensé en mi amigo y lo busqué con la mirada. ¡No me lo podía creer! Lo vi agarrado a una mujer, comiéndole los morros en la puerta del servicio, justo al lado de la barra. Desde la distancia pude apreciar que aquella mujer debía rondar los cincuenta años, tenía algo de sobrepeso y las tetas ligeramente caídas.



Naiara se apuntó al juego de sus amigas. El hielo viajaba de boca en boca una y otra vez y las lenguas de las tres señoritas se rozaban en cada gélido intercambio, aquello era un espectáculo para mis ojos. Se me estaba poniendo dura.



Empujado por un arrebato de excitación incontrolable la cogí del brazo, la traje hacia mí y la besé. Los cinco cubatas le debieron afectar más de la cuenta porque por suerte para mí no fui rechazado. Juntamos nuestras lenguas y cerró los ojos. Agarré su cintura con mis manos como si me fuera la vida en ello y acerqué mis labios a su perfecto cuello. Deslicé mi lengua por su cuello hasta llegar al pequeño lóbulo de su oreja izquierda y lo mordí con suavidad. Ella gimió.



La pista de baile estaba repleta de gente, pero no pareció importarle mucho a Naiara ni siquiera que estuvieran sus amigas delante, solo existíamos ella y yo. Bajó su mano hasta mi paquete.



Joder, qué dura la tienes —comentó mirándome a los ojos mientras se mordía el labio inferior.



—Te invito a una copa —quería llevármela de allí cuanto antes.



La agarré del culo (Dios, ¡qué culo!) y nos dirigimos hacia la barra. Pero de camino me arrepentí. No podía más, iba a reventar, así que le expuse mi nueva propuesta.



¿Y si vamos al servicio? —dejé caer.



Sonrió, me miró y se humedeció los labios.



Entremos... —me dijo al oído con una voz muy sensual.



02:33 p.m.



El servicio era, cuando menos, espacioso. Tras cruzar la primera puerta nos encontramos en una especie de mini—sala de espera (lavabo, espejo y máquina de preservativos incluido) en el que la gente hacía cola por entrar por una de las dos siguientes puertas, una a la izquierda con el dibujo de un señor fumando en pipa y otra a la derecha con el de una señora portadora de un ancho sombrero de pana.



La espera se hacía larga y se me acabó la paciencia. Yo, situado detrás de Naiara, coloqué mi mano izquierda en uno de sus senos y lo empecé a masajear moviendo mi mano en círculos. Estaba tan cerca de ella que estoy seguro de que debió notar mi erecta verga chocando contra sus nalgas. La palma de mi mano derecha descansaba en el trasero de Naiara, y pareció tener vida propia cuando empezó a descender hasta colarse por debajo del vestido. Rocé su piel con la yema de mis dedos, tan cerca de su sexo que podía notar el calor. A causa de la excitación dejó caer su cabeza hacia mi hombro. Seguí acercándome hasta que noté su braguita, la aparté a un lado y palpé sus labios inferiores. Estaba muy mojada.



Una de las puertas se abrió ante nosotros, de ella salieron tres jóvenes con las pupilas tremendamente dilatadas, y el servicio de mujeres quedó libre para nuestro deleite.



Una papelina vacía junto a un preservativo usado, una bola de papel higiénico y dos cuerpos con un deseo vehemente de sexo completaban el panorama de aquel lugar.



Naia... —alcancé a decir.



Shhhh. No hables —me interrumpió cerrándome la boca con su dedo índice.



Se colocó de cuclillas ante mí, desabrochó mi cinturón y bajó mis pantalones y calzoncillos hasta las rodillas, sin demora, no había tiempo que perder.



Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? —dijo pícaramente mientras observaba lo que tenía en frente.



La agarró con firmeza y empezó a masturbarme mientras me miraba a los ojos. Coloqué mis manos en su cabeza y la guie hacia mi miembro viril.



Vamos, cómemela...



Poco a poco se la introdujo en la boca sin dejar de mirarme a los ojos en ningún momento. El vaivén de su boca humedecía mi polla, provocando en mí una sensación de placer indescriptible. Su lengua paseó por cada centímetro de mi polla. Aquello era increíble, me sentía en el Nirvana.



??:??



El concepto "tiempo" ya no significaba nada para mí. Lo único que importaba era lo que estaba ocurriendo en aquel lugar.



Ella se puso en pie y posó sus manos sobre la taza del váter quedando de espaldas a mí con el culo en pompa. Se subió el vestido hasta quedarle todo el trasero al descubierto y yo, con todo lo mío erguido, solo podía hacer una cosa: ponerme un condón.



Le bajé su ropa interior hasta el suelo y agarré su cintura.



Métemela...



La penetré.



¡¡Oh, sí!! —gritó.



Mi miembro entraba y salía a un ritmo frenético. En cada sacudida sus pechos bailaban sincronizados, adelante, atrás, adelante, atrás…



Un rato después, no sabría cuánto rato, cambiamos de posición. Yo me senté en la taza y ella se puso encima de mí, quedándome sus tetas, libres ya de cualquier prenda, a la altura de la cara.



Para mí el tiempo había parado, pero para la gente que golpeaba la puerta insistentemente parece que los minutos hacían mella en su paciencia.



Naiara se movía de tal manera que a ese ritmo pronto me haría reventar. Agarré sus desnudos pechos y lamí sus pezones lascivamente, alternando de uno a otro según me iba dictando mi primitivo instinto animal.



—¡Me corro!¡me corro!



Rápidamente me levanté y ella se puso de rodillas. Lancé el condón a tomar por culo y me empecé a pajear delante de Naiara. Mientras, ella, se frotaba los pechos y se mordía los labios a esperas de lo que estaba a punto de llegar. Apunté a sus pechos y...



—¡Aaahh!¡¡Dios!!



Acabé en sus tetas.



Ella sonreía; parecía contenta por lo acontecido.



—¿Quieres un cigarro? —le ofrecí caballerosamente.



Fumamos nuestros cigarros, intercambiamos los números de teléfono y acordamos vernos pronto. La próxima vez procuraré hacerla llegar al orgasmo, lo prometo, pero aquel sábado era para mí, amigos. Ahora solo me quedaba buscar a Víctor y marcharme pa' casa, que yo ya he cumplido por hoy.



Es curioso, ahora que lo pienso...qué raro que solo me hubiera tomado una cerveza en toda la noche, yo, borracho por naturaleza...y más raro todavía, mi rasurada amiga triunfó.



FIN


Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
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