El problema que yo tenía era que yo no deseaba que el dueño del harén me viera desde sus balcones - él, poderoso, consentido, lujuriante - yo cautiva, magnífica, desnuda - una concubina en cincuenta - todas bailando clases en las mañanas, y vadeando tanto tarde como velada para matar al aburrido. Y todo siempre desnudas y todo siempre bajo el inescapable ver de los balcones.
Enhorabuena, el dueño estaba de viaje cuando me caí cautiva en el harén y todavía no estaba de vuelta. El problema que yo sí tenía era que el dueño ya iba regresandose al harén e iba a verme por primera vez dentro de quince días.
Así, con el regreso del dueño a una vez inminente pero lejocito, yo me degustaba de unos dias de paz - y, sí, juego - en el harén.
Mi amiga María Luisa y yo hacíamos todo conjuntos: vadeamos desnudas en la piscina del Gran Salon, pasábamos horas sentaditas con otras concubinas sobre las alfombras del haren pintando las unas las uñas de las otras; y por supuesto, pedimos permiso de las ayas para que salieramos para visitar a los patios y jardines del haren.
Ya que la única lenguaje que ella y yo compartíamos fuera un francés flaquito, Maria y yo les "ordeñábamos" a las otras concubinas para que nos enseñaran cada vez más palabras francesas - y palabras árabes y de otros lenguajes también. A María le encantaba juguetear con otros lenguajes.
Cuando tropezamos con otras concubinas, jugábamos a saludarlas en sus propias lenguas,
-¡Hola, girl-friends! - diría María Luisa a unas desnudas canadienses a la piscina de vadear, -¡Your toenails are sooo sexy!
-¡Hola, amigas! -tal vez nos respondrían las rubias, -¡Igualmente las uñas de Vuestras pies están muy muy sexys!
Entiende, por favor: Yo no era una vertiginosa adolescente que deseaba pintar las uñas de los pies de mis amigas día con día, sino era una mujer adulta y seria, ya muy educada. Con mucho yo deseaba escaparme del harén, y siempre me medraba algún noticia que el dueño estuviera ya de regreso. Que yo no era ninguna concubina ordinaria, sino una nueva - de modo que el dueño tendría gran curiosidad acerca de mi desde el momento que él regresara. Y más, yo era (y todavía soy) muy alta, muy regalada, y me llevo una pingura primorosísima.
Todas las otras concubinas se acordaban de que yo sería una favorita del dueño - concepto que me daba asco tremendo. De todos modos, me quedaba claro que si todavia me quedara en el harén cuando regresase él, ya pasarían pocas horas antes de que por mi mandara.
Mientras esperaba informes, siempre procuraba mantenerme adulta y madura a la vez que degustaba el rato de paz con mis confiadas amigas.
Una mañana, cuando por fín las instrúctrices acababan de habernos sueltos de las clases con las palabras de siempre, "Entren en el Gran Salón platicando y sonriendo muy grandes," a María se le vino a las mentes para que ella y yo estáremos las primeras para pedir permiso que saliésemos a los jardines,
-¡Prisa, amiga! ¡Las toronjas serán suculentas si llegamos las primeras! -Me estaba tirando de la mano.
-Pero ¡Caminando, corazon! - le sonreí, -No corramos como adolescentes sino caminemos con madureza como las adultas urbanas que somos!
Caminemos unos pasos,
Entonces caminemos más rapido. ...
¡Entonces echamos a correr! Riéndonos, conseguimos el permiso para que salieramos, y entramos desnudas y contentas en el jardin asoleado. Y si, las toronjas, ya aclentadas por el sol, eran, aquella mañana, ¡pero suculentísimas!
---
Dentro del harén, las cuatro concubinas favoritas del dueño charlaban acerca de mi. Claro que me encontraban una mujer muy bonita, concepto que les daba mala espina. Ellas ya acaparaban al dueño. ¿Era que deseaban compartir al dueño conmiga si me ascendiere de ser concubina favorita? ¿Podría ser que yo reemplazaría a una de las favoritas existentes? En mi contra, ellas sí podrían razonar con el dueño que yo tenía faltas importantes - que yo no era árabe, que yo era un "caballo" de mujer - muy alta, "tetudona," "jamona de nalgas." Pero ellas ya sabían que, para con el dueño, un antojo de curiosidad acerca de una nueva concubina valía cien veces más que todas las razones en contra ya susuridos en sus orejas por mujeres celocitas.
De otra, las favoritas me podían envenenar, o ahogarme "por acidente" bajo la espuma de un baño de burbujas.
Bueno, a usted ya le expliqué que esas cuatro favoritas solían acaparar al dueño, y eso dentro de un harén de más de cincuenta mujeres amables. Y cómo fuera posible eso?
Era que las favoritas se veían no ya hermosas e inteligentes, sino también andaban oriundas del mismo tribu norafricano que del dueño. Así, ellas habían heredado de los cuatro costados todos los aspectos y facciones que a él le gustaban más en cuestión de sus mujeres - tanto de los ojos como de la cabellera, tanto el vello de las nucas como los pelitos de las entrepiernas. Sus cuerpos - que bailando, vadeando, peleando a almohadas, lo que quiera - le ofrecían todo lo que le gustaría más un nómado del sangre del dueño. En especial le encantaba a él el balancear hereditorio de las nalgas de ellas, tanto cuando bailaban contentas e apijamadas a su hora de champanita como cuando chapoteaban desnudas en la piscina de vadear en uno u otro momento de recreo cuotidiano.
Incluso a él le fascinaban los meros colores de ellas: el tizne del cútis facial, los rojos de sus labios púdicos, el hondo bermejo de los anillos de sus pechos, y el placentero contraste de la hermosura de sus dientes contra el suave castaño de sus labios bocales al sonreírle de cara a cara; Y claro, ¡a él le sonreían y sonreían y sonreían por instantes!
Es más, las favoritas no ya se provenían del mismo tribu de él sino también del mismo aislado oásis - la mera patria chica de él. Así, además de ser mujeres que andaban el mundo de bonitas según el medir musulmano, ellas hablaban de con la leche la lengua materna de él, tal como le aplicaban con la plática todos los vocablos e inflecciones que usaban los amados familiares. En momentos muy muy íntimos usaban la jerguita de las niñas de su juventúd, ¡truco que le puede volver loco de cachondo!
Además, sabían la manera de decir pullas y chistes muy cómicos para con el tribu del dueño, y se los dicen acompañados por los gestos y pucheros más graciosos ante sus ojos risueños. Con todo, ponían ante los oidos de él un bonito gorjeo muy semejante a lo que le encantaba a él cuando de niño se reía con sus amados deudos en momentos tanto de trabajar como de festejarse. Las favoritas incluso entendían el tremendo peligro que le hacían ciertas nueces al salúd del dueño - ¡que comiendo particulares nueces ordinarias le podía poner a él una reacción fisica muy muy peligrosa;... y hasta husmear de cerca tal nuez le puede proporcionar ascos e un insoportable dolor de cabeza, o peor! Esta sabiduría acerca de los nueces se mostraba muy importante cuando trabajando en los manos de las favoritas.
---
Todas las veladas antes que yo llegué al harén, mientras las otras concubinas esperarían con las desnudas brazos crusadas en el Gran Salon, las cuatro favoritas se vestirían en ligeras pijamas elegantes y colgantes; Subirían la escalera grande hacia las piezas del dueño donde las esperaba el reyecito mismo con tazas de champanita, galletas muy especiados -- galletas cocinados según la receta de las madres de la patria chica misma, con especias tanto dulces como mordantes - y, como no, allí arriba habría música deleitosa para excitarlas a las apijamadas favoritas a bailar como doncellas exquisitítas entre momentos de plática divertida ante "el magnífico" del dueño. Claro que las favoritas no desearan compartir eso con una quinta (conmiga), ni mucho menos desearan que yo reemplaciere a una.
Las otras concubinas me advertieron, -Cuídese con las favoritas, magnífica, que la pueden ahogar en un baño. -Asi, me daba miedito cuando, en los días antes del regreso del dueño, las favoritas me invitaban a almorzarme con ellas. Me daban de comer no ya comida deliciosa sino también muchas nueces que ya yo nunca había conocido.
-No se preocupa, magnífica, -me aconsejaban las favoritas. -Que no la vamos a envenenar ni ahogar ni nada, sino vamos a explicarle las cosas íntimitas que al dueño más le encanta a la hora de pijamas y champanita, que no hay que darle vueltas - usted sí va a acompañarnos a festejar con el dueño.
Durante horas me hablaban de cosas tanto bonitas como asquerosas. Por ejemplo me explicaban cuánto tiempo yo dibiera bailar ante a él antes que empezar a quitarme de las pijamas con el baile, y que me quitara primero de la pantalón, y mantener puestas los zapatos de tacón alta; me explicaron la manera de hacer tremolar las desnudas nalgas; que hacer con mis manos y desnudas piernas a la hora de besar y chuparle del bicho,...
-Cómese más nueces, - me exigieron amáblamente, -que al dueño le encanta oler la aroma del sudorcito de la mujer que come estas nueces.
--
Por fin vino el día que regresó al dueño. Mientras él sobreveía al Gran Salon desde sus balcones, yo no movía, sino me quedaba anudada aterrada sobre una alfombra con María Luisa. Despues de unas horas, las favoritas salían para ponerse las pijamitas con mente de subir y desgustarse del dueño y la hora de champañita. -Venga, -me llamaron. -¡Para usted se la esogímos una pijama primorosísima!
---
Ya subida la escalera, pero aterrada ante al dueño, yo no podía sorbar champaña. No podía hablar ligera y reir contenta y nerviosita como las favoritas. No podía ronzar las galletas muy especiadas que tanto gustaban a los otras. El dueno me dijo, -Si estas nerviosa, joven, nada más baila.
Bailé. Bailé a solas, y bailaba con unas u otras de las otras. Bailamos cuando la música era rapida y cuando la música era quietita y nada salvo un tambor y una campanita. Eventualmente me encontraba bailando a solas, ante al dueno, las concubinas favoritas acostadas alrededor de él en su sillón. Cuando una favorita me urgió con una mirada cómica, sí, me dejé caer el pantalón de mi pijama. Sí, ¡ay!, hacía tremolar las desnudas nalgas. ¡Sí, me encontraba bailando desnuda y magnífica en exquisitas zapatos de tacón alta ante el poderosísimo dueño! ¡Yo estaba tremendamente mortificada, pero no atrevía dejar de bailar!
---
Entonces, de una vez él estaba parada ante de mi y tenía mis manos en las suyas. Me daba besos de las mejillas. Me dió vuelta, asegurándome por las partes superiores de mis brazos. Yo sentí contra mis desnudas nalgas su gran palo de bicho desnudo y los muy peludos cajones. El macho estrechó la mano izquierda para tomar mi garganta en la palma, y así, con la pulgada empujé mi mentón hacía arriba, de modo que mis ojos veían el cielo raso mientras me sujetaba por la garganta y, con su mano libre, me osaba de la cadera derecha, las nalgas, la barriga, los senos, y mi nido de hembra humana. Con fuerza rica tomó mi brazo derecho y yo alzó de arriba. Se metió la nariz dentro de mi sobaco derecho. Me husmeó bravo del sobaco.
En un instante el dueño se cayó de lejos. Su cuerpo muy vivo golpeó a la alfombra a mis pies. Allí, hizo un baile cataléptico allí sobre el suelo, dando patadas fuertes y moviendo las brazos sin control. Las favoritas se quedaban de calma, y le ponían almojadas para acojinarle la cosa. Dentro de treinta segundos la tormenta nerviosa se hacía de abrir. El macho se quedaba quieta sobre la alfombra, los púpilos de los ojos abiertísimos, una espumaraje para los labios. Se meó. Allí mismo, caido sobre la alfombra, se meó sobre las almohadas y cojines con un largo silente chorro amarillo.
Las favoritas lo acomodaban del todo. -Qué lástima, - anunciarón. -Qué lástima que esta magnífica sea como las otras - que te dé problemas con los aceites de su piel. -Qué lástima, mi amor, -le explicaban. -Qué lástima que no podrás degustarse de ella sino a verla de sus balcones, o tal vez mantenerla a largo de brazo mientras te chupa hincada tu bicho grande.
--
Una favorita limpió el bicho del dueño usando ningún trapo sino su propio mano femenina. Me acercó, muchas gotas de los orinas del dueño quedando en la mano de ella. -Huela, me dijo, y cuando yo bajé la cara para husmear las gotas, ella no mantuvo la mano a unas pulgadas de distancia sino me untó las lábios de mi boca con el orín.
-Que le sirve de recordatorio, magnífica. - me dijo. -Baile ante a él a cada instante. Chúpelo. De vez en cuando acuéstese con él si desea usted, pero las más de las veces cómase muchas malas nueces para que le diere problemas, asi que no la tendremos que ahogar "por acidente" en un baño.
---
Horas más tarde, las concubinas que mirábamos hacía los jardines veíamos al dueño e una de las favoritas. Besaban en el jardín en la noche, la favorita alzando las brazos para abrazarlo alrededor del cuello. Los sobacos de la favorita, ya muy cercas de las narices de él no olían de nueces peligrosas, sino de las especias mordantes y deleitosos de la patria chica del dueño - las especias que enriquecían las galletas que siempre ronzaban las favoritas apijamadas a la hora de champanita.
---
[A continuar...]