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Vivo en una ciudad del Bajío y me educaron con reglas morales muy estrictas, pero nunca me dijeron que podía caer en tentaciones... Va la historia desde mi infancia.
“Cada vez lo necesito más”, me escuché decir, asombrada, cuando mis dedos iniciaron las caricias en mis labios y clítoris, pero pronto me olvidé de la necesidad que tenía de mi esposo y en mi mente apareció el galán de la telenovela que acababa de ver y sentía cómo se acercaba a besarme, me tomaba del talle, sus labios se juntaban con los míos y sus manos resbalaban hacia mis senos para apretarlos y estirar mis pezones; con una mano me ocupaba de mi teta derecha, con la otra aumentaba el ritmo en mi húmeda raja y mi lengua recorría los labios lujuriosamente, todo en un concierto de sensaciones que yo tenía imaginando que las caricias me las hacía el artista de la televisión. Primero fue un dedo y luego dos, cuando tenía cuatro tallándome intermitentemente la vagina me sentía penetrada por el actor y no me importaba que mis gemidos pudieran despertar a mis hijos, había varias paredes y metros de distancia. Seguí frotando mi sexo hasta que vino el orgasmo... y un grito que acallé porque así me tiene acostumbrada mi esposo, a no gritar “para que no se despierten los niños”. Sudorosa exhalaba aire tratando de recuperarme de otra más de esas visitas al Paraíso que hace poco aprendí a darme. Sólo fue cosa de recordar un algo de lo que me gustó en mi infancia cuando nos visitaba alguno de mis primos.
Volví a recordarlos: Joel y Felipe. Primero fue Joel, tres años mayor que yo. Su cercanía y su trato me hacían sentir muy excitada y yo no sabía por qué, sólo sentía algo hermoso cuando estaba a su lado. Sí, sabía que éramos niños, pero me sentía enamorada. Primero me asusté cuando del abrazo y caricias pasó a meter la mano bajo mi falda, pero casi me desvanecí cuando, sobre los calzones, me acarició el tamalito. Dos o tres veces fue así hasta que una vez, deliberadamente, me los quité en el baño antes de ponernos a jugar Pac-Man en la computadora del despacho de mi papá, donde, ocultos por el escritorio y tras la pantalla de la PC, solíamos estar juntos, calladitos e invisibles para los demás mientras nuestros familiares departían. Esa ocasión fue la primera vez que sentí con más intensidad las caricias de Joel pues su dedo acarició mi vagina y me mojé tanto que creí que me había hecho pipí, él también pensó lo mismo y quitó su mano. Las siguientes veces era yo quien iniciaba el juego acariciándole el pene sobre los pantalones, lo apretaba y lo soltaba con relativa fuerza y sentía cómo se le endurecía. Al poco rato le pasó lo mismo que a mí pues sentía húmedo el pantalón en la zona donde estaba su cabecita. “Sácalo”, le dije una vez, y a partir de entonces, nuestros juegos eran mostrar nuestros sexos para el deleite visual y palpable del otro, y averiguar quién se humedecía más pronto. Siempre fue así... quizá no nos atrevimos a más por temor a que nos descubrieran, pero como eso nos bastaba, nunca hubo acicate para explorar algo mayor.
Felipe era de la misma edad que yo y cumplíamos años por tres días de diferencia, era ahijado de mis padres, pero nos decíamos primos. Era tanta la cercanía entre las dos familias que antes de los diez años fueron conjuntas nuestras fiestas de cumpleaños. Eran fiestas que duraban mucho tiempo, primero los niños y luego, después de mandarnos a dormir, los adultos seguían en lo suyo y no sólo en las de nuestros cumpleaños. A los hijos de las dos familias nos acostaban por edades para compartir las camas o las cunas, Felipe y yo en mi cama. Siempre amanecíamos abrazados y con los rostros frente a frente y no pocas veces nuestras bocas juntas. El calor de mi primo Felipe era muy agradable. Una de las veces, cuando nos acostaron y apagaron las luces para que nos durmiéramos, sentimos como si fuera la señal para abrazarnos y besarnos. La siguiente ocasión jugueteamos un poco con las manos haciéndonos cosquillas. No sé por qué, pero yo le ponía la mano sobre mi pecho y la movía para que allí me frotara; sentía turgencia en mis pezones que a los once años eran unos montes pequeñísimos, y me pasó lo mismo que con Joel, me sentí húmeda y lo corroboré bajando mi mano a la vagina. De allí la pasé a su miembro, le hice los mismos apretones que a Joel y tuve los mismos resultados. Tampoco hubo más variedad.
Pero todo eso lo recordé cuando mi marido tuvo que ausentarse con frecuencia ya que la compañía para la que trabaja también tiene contratos fuera de la ciudad donde vivimos y con frecuencia requiere trasladar temporalmente algunas cuadrillas de trabajadores. La paga no es mala pues dan un sobresueldo, además de los viáticos, y dos días de descanso a la semana, por si los trabajadores necesitan ver a su familia. Después de estar acostumbrada a tener verga todos los días, y de repente ¡nada! Así que fue natural aprender a masturbarme y hacerlo cada vez con mayor pericia. No lo había requerido antes pues desde que empezamos a ser novios, mi esposo me excitaba con rapidez y al poco tiempo tuvimos relaciones sexuales con frecuencia, hasta que quedé embarazada y nos casamos. Para él fue sencillo seducirme, yo tenía 18 años y él 30, con muchas aventuras sexuales y al parecer, ya quería sentar cabeza.
El costo de la vida ha aumentado y también he tenido que trabajar yo. Mi esposo no lo ve bien, pero lo aceptó ya que lo hago después de dejar a los hijos en la escuela y regreso antes de que ellos lleguen. Mi trabajo es sencillo, el sueldo que gano nos ayuda mucho y las prestaciones, sobre todo los periodos de vacaciones, excelentes. Por si eso fuera poco, los patrones son personas que entienden mi situación de madre. A veces, cuando por alguna razón no hay clases, puede acompañarme alguno de los hijos a mi trabajo o puedo pedir permiso sin goce de sueldo cuando lo necesito. Todo eso está bien, pero hace poco me pusieron bajo las órdenes de un nuevo jefe y me fue mejor debido a su trato, buen carácter y amplia cultura. Observé que cuando tenía que trabajar muy cerca de él yo empezaba a sentirme muy arrecha, incluso me humedecía fácilmente. Mi jefe, hombre casado y de más edad que mi marido, yo lo veía muy atractivo a pesar de los 25 años mayor que yo, y que nunca había mirado a nadie más que mi esposo. Desde antes de trabajar juntos, siempre me trató con amabilidad y cortesía, lo que se incrementó cuando me trasladaron a su área además de enseñarme muchas cosas para desempeñarme bien en el nuevo puesto.
Seguramente con su experiencia notó que me agradaba y, después supe, el olor que yo emanaba cuando me excitaba lo estimulaba mucho a él. Sí veía que el bulto que tiene entre sus piernas crecía cuando yo le coqueteaba y, al principio me pareció divertido hacerlo. Una vez, bajo la chamarra, llevé una blusa con un escote provocativo con el fin de darle un buen espectáculo mientras estuviéramos juntos. No lo pensó dos veces, sacó su celular y me pidió permiso de tomarme unas fotos.
—¿Me dejas tomarte unas fotos? Hoy viniste muy hermosa. — Dijo como justificación.
—¿Así o me pongo la chamarra? – Pregunté a sabiendas de qué quería tener entre sus imágenes.
—¡Claro que así! –Exclamó y empezó a fotografiarme.
Yo posaba coqueta y sonriente ante la cámara. Me inclinaba hacia adelante para que colgara mi busto y se viera con claridad la línea entre mis tetas. Al terminar me agradeció la aceptación y le pregunté.
—¿Para que las quiere? ¿Qué va a hacer con ellas?
—Ya veré cómo las uso cuando me acuerde de ti, ya tendré que inventar menos y no te digo cómo te pienso porque podrías enojarte —me dijo, dándole un tono de deseo a sus palabras, sin dejar dudas de que se masturbaría con ellas, cosa que me excitó más que otras veces, pero creí que debería cambiar de tema porque complicaría mi situación.
Mi situación... ¿Cómo creía yo que era mi situación en ese momento? Ya dije que empezaba a sentir atracción por mi jefe y si no quería yo ir más lejos por respeto a mi esposo, entonces, ¿por qué le coqueteaba a este señor? Un par de días estuve pensándolo y me pareció que estaba bien en no avanzar, porque era yo quien provocaba esos acercamientos y deseos, en tanto que mi jefe no hacía insinuaciones si yo no daba lugar. Sin embargo, al completarse una semana de que mi esposo se había ausentado sin haber tenido oportunidad de visitarnos el fin de semana por la lejanía y sabiendo que pasarían varios días más sin tenerlo conmigo, no me eran suficientes las masturbaciones diarias. Así, me pareció muy natural coquetearle a mi jefe para sentirme deseada.
Era lunes. Me levanté muy temprano, me bañé y al terminar me perfumé adecuadamente; me peiné echando el pelo hacia atrás y me puse un broche grande para sujetarlo, de tal manera que mis orejas y cuello quedaban descubiertos; me vestí, sin sostén, con una blusa holgada de tela clara y suave que dejara marcar mis pezones, más si se me llegaban a poner erectos, y sin mangas para que al agacharme dejara ver una buena parte de mi pecho o que al levantar el brazo se apreciaran mis axilas recién rasuradas y, si el jefe buscaba una visión lateral adecuada, pudiera ver los pezones y algo de mi abdomen. Completé mi vestuario con unos zapatos abiertos —pues me di cuenta que también al señor le gustaban mis pies y el esmalte brillante que me ponía en las uñas ya que furtivamente los miraba cuando creía que yo no lo veía— y unos pantalones ajustados que resaltaban lo que más le gusta a mi esposo: mis nalgas. Aquí entre nos, más de uno se emboba al verlas. Me sentía como una verdadera puta que trata de encontrar palo fácilmente. Pero como esa vestimenta era solamente para una presa determinada, me enfundé dentro de un saco largo y cerrado, el cual me quitaría en el momento adecuado.
El vestuario lo había elegido cuidadosamente la noche anterior, después de haberme probado un sinnúmero de prendas. Además, de tanto estar pensando en la dirección de seducir a mi jefe, soñé con él. No sé qué tantas cosas más soñaría cuando me quedé dormida con mi mano en la panocha después de darme placer, pero la alarma del reloj sonó justamente cuando él me besaba y yo me sentía feliz entre sus brazos.
Di de desayunar a mis hijos, los arreglé como todos los días laborables y los dejé en la escuela. Los días no laborables, nos levantamos tarde y, si está mi esposo, nos levantamos después del beso matutino que me deja los labios turgentes de tanta fricción... Sí, dije beso, pero saben bien a qué me refiero, y obviamente a cuáles labios, a eso que a veces me hace tanta falta y por ello decidí buscar a alguien confiable para calmar las fiebres eventuales.
Llegué al trabajo muy temprano, a sabiendas de que sé que mi jefe es quien abre las oficinas al personal de limpieza, al entrar al cubículo lo saludé y volví a cerrar la puerta. Él estaba de espaldas a mí, y mientras esperaba que volteara para contestar mi saludo, me quité el saco y lo colgué en el perchero dando la primera visión de tantas que ese día le quería mostrar. Me puse de perfil para que viera la silueta de mis nalgas y alcé las manos para colgar el saco. En esa posición lo volteé a ver y me hizo gracia el gesto de asombro que tenía, se quedó, ¡literalmente, con la boca abierta!
—Buenos días —repetí.
—¡Sí, son muuuy buuenoos! —contestó
—¿Por qué?
—Porque están muy bien... —contestó viéndome de arriba a abajo.
—¿Qué quiere que haga hoy? —pregunté, acercándome a levantar el bolígrafo que se le había caído de las manos, y dejarle ver el escote.
—Concluir el trabajo que dejamos pendiente ayer.
—¿Sólo eso? Ya casi estaba acabado —dije poniéndole el bolígrafo en la mano ya que no dejaba de verme.
—Con eso será suficiente, lo demás que me gustaría que hiciéramos no tiene que ver con el trabajo — contestó muy directamente sin dejar de ver mi busto.
—¿Como qué más le gustaría? —pregunté dándome la vuelta para jalar una silla y dejarlo disfrutar la vista de mi trasero muy cerca de su cara y de sus manos.
—Eso no te lo puedo decir, no quiero que te enojes.
—¿Enojarme?, ¿qué tal si no...? —contesté para animarlo.
—¡Ah, que sicalíptica! —dijo poniéndose de pie. Yo entendí que quiso decir “qué simpática”, pero la pronunciación le salió mal por la excitación.
Ya no me dejó sentarme, se acercó por atrás y me abrazó, me besó el cuello. ¡Sentí hermoso, era un abrazo muy tierno y yo no sabía qué tanto me podía excitar un beso en el cuello! También me besó el pabellón de la oreja y lo metió con suavidad a su boca para que la lengua jugueteara con él, ¡Me estaba derritiendo, sentía cómo se me mojaba las pantaletas! No cabía duda que este señor sí sabía cómo tratar a una dama... Mi esposo nunca me besó ni acarició con tanta ternura. Volteé para corresponder al beso, en el cual nos fundimos, al tiempo que sus manos fueron hacia mis nalgas. Lo abracé y al sentir cómo me tallaba, apretándome y sobándome con lujuria. Sentía que su lascivia me contagiaba, no pude evitar preguntarle “¿Te gustan?”
—Sí, las tienes muy buenas —decía suavemente en mi oído si dejar de magrearlas.
Después me volvió a besar en el cuello, esta vez por el frente. La boca y sus manos fueron a mi pecho acarició suavemente las copas sobre la ropa, después fueron apretones.
—Están bonitas estas tetas... —decía jalándolas de los pezones.
—¿Cómo sabes que están bonitas, si no las has visto? —reté con el comentario.
Sin más preámbulo, me las sacó por encima del escote y se puso a mamarlas.
—Sí, están bonitas y ricas —afirmó después de darle un beso a cada una y mirarlas extasiado, aprisionándolas entre las manos.
Bajé mi mano para sentir su turgencia y sobarla, después le di un par de apretones diciéndole “Se nota que sí te gustaron”. Le ofrecí mi boca para recibir otro beso, metí la mano bajo su pantalón y trusa desde la cintura y masajeé su tronco un poco para después jugar con la gran humedad acumulada entre el glande y el prepucio. Él abrió mi pantalón y metió la mano abajo de mis pantaletas acariciando los pelos de mi panocha, después su dedo masajeó mi clítoris y lo introdujo en la vagina, que estaba babeante de jugos acumulados desde las primeras caricias. A eso había ido decidida... así que yo también abrí su pantalón y saqué su pene, le di unos jalones y me agaché para chupárselo. Le di unas mamadas como las que le gustan a mi esposo y con las que se lo paro para que no pueda negarse a coger. ¡Eso quería yo, que mi jefe me cogiera! —De algo tenía que servir lo que en el noviazgo con mi marido empezó como una imposición, ya que sentía repulsión para hacerlo, pero después me fue gustando, incluso cuando se vino en mi boca porque yo estaba tan caliente que el sabor del semen me excitó sobremanera— Seguí mamando. Le chupé las bolas como me lo pidió, intenté meterme las dos a la boca al mismo tiempo, pero no pude, las tenía más grandes que las de mi marido, las cuales sí me caben juntas, y volví al glande, el cual al sentir muy crecido y el tronco durísimo creí que se vendría ya, pero no pasó nada; al contrario, se retiró intempestivamente, me bajó los pantalones y las pantaletas por completo y empezó a mamarme la cuca... ¡Me sentí en el cielo, me estaba viniendo una y otra vez! En verdad, no esperaba este goce, yo sólo quería venirme con un palo adentro, pero ¡esto nunca lo había sentido! Mi esposo se niega a chuparme, dice que no le gusta cómo sabe la panocha, pero este señor sí sabe cómo usar la boca... lo demostró en mis tetas, mi cuello, mi espalda, mi tamal...
Por si hubiera sido poco, me cargó para llevarme a acostar al sillón, me quitó toda la ropa y él también se encueró después de ponerle el seguro a la puerta. Se sentó a mi lado y me acarició y besó toda, sí TODA, ni las plantas de los pies le faltaron. Yo cerraba los ojos disfrutando de sus caricias y de vez en cuando los abría para verle la verga bien parada. Cuando terminó de besarme, tomó mis piernas y las puso sobre sus hombros, quedé abierta y con las nalgas al aire, acercó su pene a mi raja y me apresuré a acomodarlo para que entrara sin problema, ¡Y bien que entró, de un solo golpe! Estaba yo bien abierta y lo sentí hasta el útero, no la tiene tan grande como la de mi marido, aunque sí más gruesa, pero yo nunca había sentido la verga hasta adentro. A los primeros viajes de entrar y salir, me vine una y otra vez, no sé cómo se me vería la cara con la sonrisota de felicidad y las lágrimas de alegría, además de los muchos quejidos y lloriqueos que en voz baja daba. Después de algunos minutos me dejó descansar, sin sacármela, bajó mis piernas, se acostó sobre mí, puso una mano en mis chiches y la otra en mis nalgas y me dio un beso largo jugando su lengua con la mía. Sentí las caricias simultáneas en mi pecho y en mi trasero y el paseo de su lengua en el interior de mi boca, pronto dejé abierta la boca para que hiciera lo que quisiera, sentí que algo de saliva se desbordaba por mis labios, pero él lo impidió, también con su lengua. ¡Qué lengua tan versátil y entrenada!
Después de un frenético movimiento de cadera, cuando mi experiencia me dijo que se vendría, se separó violentamente y su pene empezó a lanzar chorros de semen, el primero me llegó a la barba, el segundo en las tetas y lo demás cayó cerca de mi ombligo, ¡qué espectáculo, nunca lo había visto! Miré su cara que mostraba un gesto inequívoco de extenuación y mueca de que estaba satisfecho. Esperé a que abriera los ojos para verme y con coquetería me limpié con el dedo la barba y luego me lo metí a la boca entrecerrando los ojos para simular que estaba chupando su pene. Sonrió y entendió que quería limpiárselo, así que me lo acercó a la boca y lo mamé, flácido me cabía completo... pero pronto creció saliéndose el tronco, dejando sólo el glande con mi lengua jugueteando con él. Aproveché para exprimir lo que quedaba en el conducto. Después, le di un beso para que probara su semilla, mientras yo me frotaba en el pecho y en el vientre los restos de su abundante venida, hasta que se puso espumosa y se secó. Me empecé a vestir y me dijo “¿No te limpiarás?”
—No, quiero quedarme así y dormir con tu olor... —“y revivirlo mojando mis dedos con un poco de saliva, frotarlo y lamerlos para recordar este momento”, pensé dentro de mí.
—¡Se dará cuenta tu marido!
—No, hace más de una semana que no está aquí, fue por eso que tú me hiciste caer fácilmente y yo no dije “no”, nunca antes le había puesto el cuerno a mi esposo, pero ¡necesitaba tanto esto...!
—Fue un verdadero placer haberte sido útil...
—También el placer fue mío.
Mientras nos vestíamos comentábamos qué bien la habíamos pasado. Todo nos había gustado mucho, pero no pude evitar hacerle una pregunta:
—¿Por qué no te viniste adentro de mí?
—Para no embarazarte, ¡imagina que con el tiempo tu marido descubre que el crío no es suyo!
—Ja, ja, ja. No, ya estoy ligada, de lo contrario tendría muchos hijos pues cuando él está en la ciudad lo hacemos dos o tres veces al día, desde hace diez años.
—Sí, estás para eso y más...
—¿La próxima vez sí te vienes adentro? —pregunté sorprendiéndome a mí misma que quería más.
—Claro, todas las veces que quieras... —contestó dando por sentado que yo se lo pediría.
En realidad no fue tan así, sólo a mi iniciativa, pues cuando mi esposo no estaba sí llegaba temprano para provocarlo a coger. Pero cuando estaba bien cogida por mi marido, yo llegaba al trabajo en el tiempo de tolerancia, como la mayoría de los empleados, y me vestía muy recatada; lo que no le impedía hacerme mimos que con frecuencia terminaban en mamadas mutuas, ya que de mi boca supo que me encantaban sus mamadas en la panocha y que mi esposo no lo hacía; algo similar me platicó de su mujer, a ella no le gustaba chuparle la verga. ¡Ya se imaginarán cómo gozábamos hacer los “69”...!
Bueno, en realidad supo eso y más de mi vida marital íntima, ya que cuando estaba más caliente me preguntaba sobre ello y yo contestaba todo sin rubor ni vergüenza, al contrario, me calentaba más cuando le contaba con todo detalle lo que nos decíamos cuando cogíamos y de qué maneras me gustaban más, cómo me masturbaba y en qué pensaba cuando lo hacía; ¡toda la calentura se me multiplicaba al contestarle sin pudor...!
Una vez que bajó a darme caricias de lengua en mi pepa. Empezó de manera suave como era usual, pero en poco tiempo ya estaba chupando desenfrenadamente y yo me vine varias veces con ese trabajo tan agradable que me hacía. Cuando aún no terminaba de venirme me dijo “sabes riquísimo, seguramente tu marido te cogió antes de salir de tu casa”. Yo seguí viniéndome más pues su lengua se afanaba en recoger la viscosidad excesiva que me salía y seguramente porque mi flujo arrastraba el atole que me dejó mi marido con el último beso que me dio minutos antes y acumulado a los que me había dado de buenas noches y al amanecer.
“Sí, mi nene, mama, es lechita de papi y lo acabo de ordeñar”, contesté toda arrecha presionando su cabeza contra mi pubis tallando su nariz en mi clítoris. ¡Qué venida tan grata tuve, me quedé acostada en el sofá, sin calzones y con las piernas abiertas! Mi jefe tuvo que encender el extractor de aire pues todo el despacho olía a señora supercogida...
A partir de esa vez, mis costumbres cambiaron cuando mi marido estaba en la ciudad. En la noche, después de servir la cena a mi familia, me bañaba “para que me alcanzara el tiempo al día siguiente”, al salir del baño encuerada me cogía a mi marido, pero lo obligaba a que esa venida fuera en mi pucha. En la noche, antes de dormir, lo dejaba satisfecho con una mamada hasta que le saliera un poco de semen. Me levantaba temprano cubriendo mi desnudez con una bata para darles de desayunar a mis hijos y mandarlos a la escuela. Después despertaba a mi marido moviéndole y chupándole el badajo para que se le parara y, ya listo, me montaba en él para hacerlo venir una vez más en mi panocha. -Por cierto, generalmente esta cogida la hacía cabalgando dándole mi espalda e invariablemente me decía “!Qué bonitas nalgas tienes!” al ver cómo me movía; y, qué creen, lo mismo decía mi jefe cuando cogíamos así... ¡Qué faltos de imaginación son los hombres!- Hacía el desayuno de mi viejo y me vestía mientras él tomaba sus alimentos. Al terminar de desayunar me llevaba al trabajo donde mi jefe me esperaba para probar la leche que le llevaba.
Fueron varios años de disfrutar a veces de dos palos, otros días sólo de uno pero equipado con más manos que un pulpo y con una boca besucona y chupadora como no encontraré nunca. Lamentablemente todo llega a su fin. Mi marido fue ascendido recibiendo un sueldo mucho mayor y me obligó a dejar de trabajar para atender solamente a mi familia. Me resistí un poco pero de nada valieron mis argumentos de tener necesidad de realizarme como mujer (¡él no sabía ni sabrá qué tan realizada estaba yo!). A veces, cuando sale mi marido de comisión, tengo que regresar a mis prácticas manuales mientras mi mente recuerda la ternura de los besos, las caricias, y luego la sicalíptica lengua de mi exjefe... (Sí, me aprendí la palabra.)
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