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Categoría: Infidelidad

Rocío&Julio

Aunque hacía ya dos meses desde que se separara de su marido tras haber descubierto que aquel no sólo la traicionaba con su secretaria - quien era a la vez su mejor amiga -, sino que mantenía desde hacía más de un año a una secreta amante, no había podido digerir el peso de esa traición que la obligara a tener que sufrir la humillación de volver a vivir con su madre en la reducida dimensión de su viejo cuarto de soltera.
La iracundia y el odio hacia Luis no la abandonaban un instante y en la soledad de la cocina, su mente rabiosa hervía pensando de qué manera cobrarse revancha. La visita de su madre con los chicos a la casa de una pariente, puso en su psiquis trastornada la oportunidad ansiada de hacerlo, creyendo que inmolándose a conciencia en la denigración conseguiría humillarlo de la peor manera.

Por esos días, también se alojaba en la casa su primo Julio, que recién separado de su mujer, viajaría al interior para hacerse cargo de un corretaje comercial. Llamándolo a la cocina con el pretexto de servirle un café, mientras lo preparaba de espaldas a él de frente a la mesada, con toda la pícara desfachatada lascivia de las mujeres casadas le preguntó si aun recordaba sus días de adolescencia.
Julio no sabía de sutilezas y conociendo la situación por la que atravesaba su prima, no se hizo rogar para captar la indirecta sobre aquello que sucediera entre ellos hacía ya tantos años. Rápidamente ocupó un lugar detrás de ella y empujándola contra la mesada, puso una mano en la garganta para tirar de su cuello al tiempo que hundía su boca bajo el rubio cabello de la nuca y la otra mano se apoderaba en burdos apretujones de sus senos.
Al sentir las manos y el cuerpo del hombre contra ella, un ramalazo de odio, sed de venganza y rabia, la encegueció. En una fracción de segundo desfilaron por su mente el recuerdo de las perversiones a que Luis la indujera, sus, aunque deliciosas, aberrantes penetraciones, aquellos asfixiantes apretones a su cuello ante cada negativa a la sodomía y la humillación de saber como se encamaba con sus amantes mientras ella lo creía trabajando y finalmente, la satisfacción de haberse hecho poseer tras la separación por el propio ex marido de su amante.
Toda la lujuria e incontinencia que la habían hecho gozar de aquello, parecieron concentrarse en ese instante y dispuesta a una entrega total, dejó que una de sus manos se dirigiera hacia atrás a la búsqueda del bulto que presionaba sus nalgas. Ya no era la tímida colegiala ni él el torpe muchachote de otro tiempo y toda su sapiencia se volcó en la habilidad de la mano para que se deslizara ligera dentro del pantalón que Julio había desabotonado. Aunque húmeda de sudores y jugos masculinos, el contacto con la verga le encantó y con diestros movimientos, inició una masturbación que dio sus frutos con el endurecimiento del órgano.
Con los años, él había ganado en corpulencia y dominándola totalmente, la obligó a abrir las piernas. Levantándole el vestido hasta la cintura, asió la potente verga y avasallando la débil resistencia de la bombacha, la había penetrado violentamente. Ella no estaba gozando de la cópula por una mezcla de temor, asco y vergüenza por lo qué y cómo estaba haciéndolo, pero, inclinándose aferrada a las canillas, continuó debatiéndose y meneando la grupa para que él la penetrara mejor, sintiendo como flexionaba las piernas para darse impulso y la cabeza del falo golpeaba duramente contra su cuello uterino.
Obnubilada por ese placer-odio, se debatió hasta desasirse de sus manos y dándose vuelta, se dejó caer arrodillada para aprisionar al miembro entre sus dedos. Golosamente, hizo tremolar la lengua a lo largo del tronco abundantemente mojado por sus propios jugos vaginales y subyugada por los aromas y sabores, inauguró un juego infernal en el que labios y lengua competían en lamer y succionar cada centímetro del falo que era lo más grande que conociera después del de Luis.
Experta en felaciones, desplegó todo su repertorio, haciendo bramar a su primo cada vez que, después de introducirla en la boca hasta que el glande invadía su garganta, sacudía la cabeza lado a lado para luego sacarla lentamente, ciñéndola con los labios y dejando que los dientes trazaran surcos en la piel de la verga.
En el ínterin, había bajado los pantalones y calzoncillos de Julio y sus manos se aferraban a las poderosas nalgas para hacerle emprender un vaivén con el penetraba su boca como si fuera un sexo.
Tan enfurecidamente excitado como ella, él acercó una silla y sentándose, la levantó por las axilas al tiempo que la ayudaba a que lo montara. Sacándose la mojada bombacha y resollando agitada, Rocío se ahorcajó contra su cuerpo, deslizándose hacia abajo para sentir como todo el falo se introducía en la vagina. Con los pies asentados firmemente en el piso y asiéndose con las dos manos a su nuca, inició una cabalgata que arrancó groseros epítetos en el hombre elogiando su calidad como viciosa putita doméstica, lo que provocó en ella un iracundo deseo de sacrificarse como si con ello le infligiera a su marido algún daño físico.
Sacándose el holgado vestido por sobre la cabeza, estiró las piernas en toda su longitud para que el cuerpo se alzara y luego dejarse caer sobre la verga en un trote que se convirtió en furibundo galopar y entonces, como si aquello no hubiera bastado, se dio vuelta para quedar de espaldas y apoyándose en sus rodillas, dirigió con su mano el falo de su primo para tratar de embocarlo en el ano, deseando comprobar cuanto placer obtenía con la sodomización.
El goce parecía haber exacerbado la brutalidad de Julio, quien, asiéndola por la cintura, la arrastró hasta la mesa cercana. Aplastándola rudamente boca abajo contra el tablero, hizo que su cabeza golpeara contra la madera y, mareada por el porrazo y la intensidad que la dejaba sin aliento, sintió como él apoyaba la ovalada punta del pene en el ano y apretaba con bestial empuje. No podía calificarlo sólo como dolor pero la distensión de los esfínteres había puesto una especie de clavo caliente en la columna vertebral que estallaba en su nuca y, soltando un bramido tan animal como no se consideraba capaz de hacerlo, sintió estrellar la pelvis de Julio contra sus nalgas.
A pesar de sus fingidas negativas, con Luis había aprendido lo maravillosa que puede llegar a ser la sodomía y como del mayor dolor surgen los mejores placeres no permitiendo distinguir cuando finaliza uno y comienza el otro; ahora confirmaba como el sufrimiento podía ir mutando hacia el goce pero ella no se permitió la flaqueza de admitirlo. Sintiendo como la tremenda verga socavaba totalmente la tripa y poniendo voluntariamente la rodilla de una pierna encogida sobre la mesa, recibió aun con mayor vigor la intrusión al recto y, verdaderamente sintió toda la belleza de aquel sexo.
Tomando la pierna encogida del tablero, Julio la alzó verticalmente para apoyarla en su hombro y así, semi de costado, apoyada con un brazo en la mesa y sus aberturas dilatadas hasta su máxima expresión, él fue alternando la penetración de un agujero al otro. Finalmente, la colocó acostada boca arriba sobre el borde de la mesa y haciéndole encoger las piernas hasta que las rodillas rozaron sus orejas, volvió a penetrarla por el ano mientras se inclinaba sobre su pecho para que labios, lengua y dientes hicieron una carnicería en los senos hasta que, en el límite de su eufórica exaltación y en medio de terribles remezones, anunciándole su inminente eyaculación, la hizo arrodillarse delante suyo para volcar el calor de su leche en la boca que buscaba desesperadamente abierta la descarga del almendrado semen.
Deglutiendo los espasmódicos chorros melosos del esperma luego de masturbarlo y chuparlo con vehemencia, ella se deleitó en sorber con fruición hasta la última gota que logró arrancarle, tras lo cual su primo alzó calzoncillo y pantalones de sus tobillos y dejándola temblorosa en el piso por tan violenta cópula, se metió en su habitación como si nada hubiera sucedido.
Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
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