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Era un día lluvioso y frío. Las calles del centro estaban casi desiertas. Pocos comerciantes mantenían los locales abiertos a la hora de la siesta. La desolación era intensificada porque siendo fin de mes, y faltando varios días para el cobro, nadie tenía dinero para salir de compras.
Yo trabajaba en un bazar, el cual era uno de esos pocos locales que se mantenían abierto todo el día.
La tarde transcurría normal y no sucedía nada que prometiera emoción.
En un momento entró una cliente. Al menos eso era lo que yo pensaba. No se me hubiera ocurrido que esa mujer tan bien vestida era una ladrona, y mucho menos que iba a terminar cogiéndomela en el vestuario del local.
Pero estoy yendo muy rápido. La chica era alta y tenía el pelo corto, muy joven, de unos veintitantos. Apenas la vi y me gustó muchísimo. A pesar de que estaba ataviada por una campera roja de lluvia bastante larga, se notaba su buena figura de piernas largas y pechos que parecían a punto de explotar, atrapados por los botones de la campera. El cinturón que rodeaba su cintura dejaba en evidencia su figura curva. A pesar de ser bastante delgada tenía lugares de donde disfrutar.
Saludó con una sonrisa. “hola, como estas” dijo. Su tono de voz era el típico de las chetas de Palermo o Núñez. “estoy buscando un regalito para mi sobrino ¿puedo pasar a ver?” a diferencia de la mayoría de las mujeres hermosas, no se sintió cohibida al ver cómo me la comía con la mirada. “obvio, ¿te ayudo en algo? ¿buscas algo en particular?” contesté tratando que no se me desvíen los ojos hacia sus tetas. “no gracias, voy mirando y te digo cuando encuentro algo que me guste” no soy de prejuzgar, pero su sonrisa fácil y su mirada sinvergüenza me hicieron pensar que era una puta. Pero no de las que cobran, sino de las que se entregan al sexo sin problemas y se mueven en la cama como unas profesionales.
Entró al local que era bastante profundo. Había toda clase de regalos y adornos, así que tenía para rato. El bazar tenía cámaras puestas estratégicamente para evitar robos, y yo las utilizaba para observarla desde el monitor que tenía en el mostrador. En eso se acerca desde la vereda Pedro, el policía de la cuadra. “¿todo bien?” preguntó al entrar al local. “todo perfecto” contesté señalando el monitor donde veía a la mujer de cuello de cisne que se estiraba para agarrar un portarretrato. “Ahh, pero vos sí que la pasas bien” bromeó Pedro que a sus cincuenta años y con varios kilos de más, se derretía cada vez que veía carne fresca. Vimos a la mujer un rato más. Luego pedro entró para recorrer el interior del local, o, mejor dicho, para ver de cerca a la hembra que estaba desfilando por los pasillos del bazar. “que puta hermosa” susurró cuando volvió a la entrada al lado del mostrador. Sabía que no se iba a ir hasta que ella saliera, y muy probablemente la seguiría un par de cuadras sólo para mirarle las piernas que estaban desnudas desde un poco encima de la rodilla (que era hasta donde llegaba la campera), hacia abajo.
Pero entonces ocurrió algo raro. En un movimiento rapidísimo, la mujer tomó algo de una de las góndolas y lo metió dentro de su campera. Miré a Pedro para saber si había visto lo mismo que yo “mirá la turrita, que chorra” dijo.
Me costaba creer que fuese una ladrona. Pensé que simplemente guardó el objeto para después pagarlo. Era evidente que no necesitaba robar, su ropa y su forma de hablar así lo demostraban. “no le digas nada hasta que pase por la caja” dijo Pedro. Lo comprendí, ya que no podría considerarse un robo hasta que llegue al mostrador y no pague lo que ocultó. La situación me parecía ridícula, y mas aun cuando supuse que aquello que tomó no era más que un adorno de madera con una inscripción en inglés que decía “i love you” de 34 pesos.
Pasaron los minutos y la seguimos observando de cerca, yo a través del monitor y Jorge caminando de un lado a otro a través de los pasillos. Para mi alivio la chica agarró un par de adornos de cerámica y se dirigió al mostrador. Apoyó tres productos en el mostrador. Finalmente parecía que habíamos cometido un error. Pero cuando los pasé por la caja registradora noté que no estaba el adorno de madera. Su sonrisa seductora continuaba imperturbable.
Le cobré 250 pesos por los regalos que llevaba. Estaba seguro de que me había equivocado, no tenía sentido que gaste ese dinero y robe algo de casi el diez por ciento de su valor. Sin embargo Pedro estaba mucho más escéptico. “permítame ver su cartera señorita” dijo. “¿qué?” peguntó ella sorprendida. “Su cartera por favor” la mujer parecía ahora ofendida, pero mostró su cartera con gesto triunfal sabiendo que nada había en ella mas que sus cosas. “Abrase la campera” ordenó esta vez el policía. Ahora la chica empalideció. “no tengo porque hacer eso” retrucó. “señorita, la tenemos grabada” dijo Pedro con calma. Aunque yo noté, sin comprender, que aquella situación lo estaba excitando. “acompáñeme, por favor” pidió amablemente. Señalando con la mano hacía el vestuario donde realizaba los cacheos a los chorros, las pocas veces que sucedía ese tipo de cosas. Yo sabía que a las mujeres sólo podían revisarlas personal femenino, pero por lo visto ella no lo sabía, porque no lo exigió. Toda la seguridad y el descaro que imperaban en su semblante hasta hace unos minutos había desaparecido. “perdón, me olvidé de pagar esto” dijo sacando el ridículo presente.
“Ah no, un robo es un robo” dijo Pedro. Se notaba cómo se le hacía agua la boca. La agarró del brazo y la llevó, mientras ella hacía un inútil esfuerzo por no ser arrastrada hacia su castigo. “Vení un rato Carlitos” me ordenó. El local quedaría sin nadie que lo cuide pero supuse que sólo sería un rato.
Cuando llegué al vestuario, apenas segundos después que ellos, Pedro ya la tenía arrinconada, de cara contra la pared, con las piernas abiertas y las manos arriba y apoyadas en la pared.
Pedro revisaba la cartera “Rocío Galarza” dijo mirándome, como si me la estuviese presentando, una vez que encontró el documento de la ladrona.
Roció tenía unas piernas realmente bellas y largas, pero con esa campera no me permitía saber si su culo estaba a la altura.
“bueno nene, vos mirá que yo voy a registrarla a ver si no se estaba llevando algo mas”. “no llevo nada, por favor. Yo no soy chorra es que tengo una enfermedad que se llama cleptomanía, si quieren pregúntenle a mi psicóloga, yo no hago estas cosas porque quiero” lloriqueó Rocío.
Pedro rió. “callate que de acá vas en cana” dijo, despiadado. Comenzó a cachear a Rocío. Lo hacía deliberadamente lento, principalmente cuando recorría las piernas desnudas, lo cual era innecesario. Luego cuando subía la mano por debajo de la campera se acercaba, rozándola con su miembro. Se notaba que disfrutaba tocarla, y era evidente que no lo hacía de manera profesional, porque a cada centímetro que avanzaban sus dedos, soltaba un suspiro. Sin embargo, sabía dónde detenerse. Solo alcanzaba a intuir sus partes íntimas, sin llegar a tocarlas. Así lo hizo también cuando cacheó por encima de la campera, rayando apenas el nacimiento de los senos, rodeándolos con los dedos en toda su circunferencia, percibiendo su forma. Yo miraba inmóvil. Lo que hacía Pedro era abuso de autoridad. Por un instante estuve a punto de decirle que la deje en paz, pero la verdad es que estaba fascinado.
“Ahora cacheala vos” me ordenó. “pero si ya me revisaste” se quejó Rocío girando su cabellera negra. “usted se calla y mira la pared” fue la respuesta del policía.
Yo me acerqué tímidamente. Sabía que estaba haciendo algo malo, pero aquellas piernas kilométricas, estaban abiertas y me llamaban a gritos. Rocío giró nuevamente. Me miraba expectante, como si sintiera la inminencia de lo que iba a pasar, y deseando que ocurra rápido. Yo realmente no tenía pensado abusar de ella. El susto que le estábamos haciendo pasar era suficiente. Pero su actitud resignada me instó a al menos imitar a Pedro. Y así lo hice. Deslice mi mano por su pierna derecha, empezando por los tobillos, como si tuviese pantalones y pudiera ocultar algo ahí. Se notaba que hacía ejercicio periódicamente, porque sus gemelos eran duros y estaban hinchados. Sentí su piel sedosa mientras subía despacio hasta las rodillas, pasándola de largo, invadiéndola por debajo de la campera, frenando sólo cuando sentí la tela del diminuto short que llevaba debajo, para llegar a sus muslos, y tantear el nacimiento de sus nalgas con una mano, y disfrutar de la rigidez de los aductores con la otra. Repetí la operación con la otra pierna, igual de despacio, pero esta vez me detuve mas tiempo en el borde de sus nalgas, sintiendo con mi dedo gordo el inicio de la curva que se elevaría como una pequeña montaña de placer. Sacudí la cabeza como para volver en mí, porque si seguía así iba a cometer un verdadero crimen. La palmeé a la altura de la cintura y repitiendo lo que hizo Pedro, bordeé sus senos con la yema de los dedos. Para entonces mi sexo estaba durísimo. No lo había notado por estar tan concentrado, pero casi dolía por la presión del pantalón.
Los pechos eran hermosos. Me pregunté si serían operados, porque parecían demasiado perfectos, tanto por su tamaño como por su forma y rigidez. Instintivamente los estrujé. Se sentían deliciosos aun por encima de la campera. Solo lo hice por unos segundos, Rocío se estremeció, y yo fingí revisar entre los pechos por si había ocultado algo en el corpiño.
Cuando terminé de manosearla di unos pasos atrás Rocío salió de la posición en que estaba y miró a Pedro. “¿me puedo ir ya?”
“señorita usted parece olvidar que cometió un delito. Ya mismo me acompaña a la comisaría. Usted está detenida y se le hará la denuncia correspondiente”
“no por favor. Ya tengo una denuncia, con esto voy presa” suplicó Rocío haciendo trompita y con los ojos brillantes, a punto de llorar.
“bueno, usted dirá como arreglamos esto, señorita Rocío” propuso el policía.
“Acá no tengo plata, pero podemos ir al cajero y…”
“no no no” interrumpió Pedro. “me parece que no nos estamos entendiendo”. Sacó la macana del cinturón.
“No por favor” dijo rocío con voz temblorosa.
“quítese la campera'
“No” insistió Rocío. Cruzándose de brazo, tapándose el pecho instintivamente. Me miró a mí como buscando mi compasión. De hecho sentí algo de lástima por ella, pero estaba muy caliente y primó mi instinto animal por encima de mi consciencia.
“Sacate la campera, chorra” le dije, no sin sentir una puntada de culpa.
Rocío se desabrochó el cinturón de la campera y luego, lentamente, con mirada de miedo y reproche, se la fue desabotonando, para finalmente quitársela y tirarla al suelo.
“No me lastimen” susurró mirando la cachiporra de Pedro.
“Ponete de nuevo contra la pared, con las manos arriba y las piernas abiertas”
Llevaba una remera blanca con las mangas cortas y escote pronunciado, y un short de jean muy corto que apenas la tapaban. Despacio, giró, apoyó las manos alzadas contra la pared y separó las piernas.
“Ahora te vamos a registrar mas profundamente” dijo el policía, acercándose a ella con macana en mano, para luego usar la punta de la misma para deslizarla lentamente por sus nalgas, las cuales, ahora las veía bien. Eran redonditas y tan ejercitadas como sus piernas. Luego hizo el mismo movimiento hacia arriba, pero esta vez, recorriendo la costura del short que marcaba la separación de los glúteos. “No me lastimen” repitió Rocío que todavía tenía miedo. Mientras decía esto Pedro volvía a bajar la macana, haciéndole sentir su dureza, recorriendo de nuevo la raya del ano, y luego la metió entre las piernas frotándola con todo su largo, “ahora te vamos a quitar las ganas de robar” dijo mientras metía y sacaba su artefacto, frotando el sexo de la ladrona. “Vení Carlitos no seas tímido” me llamó.
No me había dado cuenta pero me estaba tocando la pija dura a través del pantalón mientras observaba la escena.
Me acerqué a ellos. Rocío me miró nuevamente suplicante, y esta vez se deslizaba una lágrima por su mejilla. Le apreté una teta. Esta vez me tomé mi tiempo, me pareció que eran naturales, la estrujé con fuerza, mientras Pedro se cansó de usar su juguete y lo colocó en su cintura y comenzó a desabrocharse la camisa azul.
Rocío había agachado la cabeza, ya resignada. Le quité la remera. La fui a colgar en una percha que había en un locker vacío. No quería que se vaya con la ropa arrugada.
“Mirà las gomas que tiene la chorra” exclamó el policía que ya estaba en cueros, pero no se sacaba el pantalón, ya que como es su costumbre, nunca dejaba su pistola reglamentaria en ningún lugar. Se apoyó en ella y pasando los brazos por detrás de rocío fue a estrujar las gomas con mucha más violencia de la que yo ejercí. “A ver, ¿no llevarás nada acá escondido no? Se burlaba mientras apretaba y hacía sentir a la ladrona tanto la dureza de su macana, como la de su arma y su pija.
Le desabrochó el corpiño y lo tiró al piso. Ella seguía con la cabeza gacha, cada tanto emitía un “ay” de dolor por la violencia con que mi compañero le pellizcaba los pezones. Cuando me acerqué de nuevo, él se hizo a un lado. Yo desabroché el short y se lo bajé, deslizándolo por las piernas finas y musculosas. Ahora sólo tenía una tanga blanca. Pedro, que no tenía el mismo cuidado que yo con la ropa de la ladrona, sacó su macana de nuevo y con ella estiró el elástico de la cintura de la ropa interior hasta que esta se rompió, y usando también la macana, metiéndola entre el medio de los cachetes, agarró la tela diminuta que cubría su hermosa zanja y finalmente se deshizo de la tanga dejándola completamente desnuda.
“¿Que te parece Carlitos? parece que acá no puede esconder nada más ¿no?” me dijo con un guiño de ojo.
“mmm. Yo no estoy tan seguro” dije siguiéndole el jugo. Me arrodillé detrás de ella. Le bese el culo. Estaba realmente bien ejercitado, y para mi mayor placer, estaba completamente depilada. Le di varios besos en el glúteo, mordiéndolo cada tanto, sintiendo el estremecimiento de la hermosa chorra cada vez que lo hacía. Luego separé sus nalgas con las manos para enterrar mi cara en esa zanja deliciosa, lamiéndola, y llenándola de saliva.
“Aca podría esconder algo” dije mirando a mi colega, para luego enterrar mi dedo en el agujero resbaladizo. “aahh” gritó Rocío, retorciéndose, pegándose a la pared.
“¿encontraste algo?” preguntó Pedro, jocoso. “fíjate bien adentro”, y así lo hice, metiendo el dedo índice hasta el fondo, haciendo chocar mis otros dedos cerrados con el culo de Rocío. “ay” gimió la ladrona, recibiendo su castigo. Metí y saqué el dedo varias veces y cuando pareció dilatarse lo suficiente, como para no sufrir la penetración, me ayudé con el dedo del medio, metiendo ambas extremidades sin preámbulos. “aaay, no, despacio” se quejó Rocío, recibiendo como única respuesta los dos dedos invadiendo profundamente su ano.
“A ver, tráela para acá” llamó Pedro, que si bien no se sacó el pantalón, sí se bajó la bragueta, y exhibía su miembro erecto. La llevé hasta donde me indicaba que era un banco largo, de madera, que estaba en el fondo del vestuario.
“acostate ahí chorra” ordenó el policía. El ancho de la madera era muy angosto, pero Rocío desparramó su despampanante cuerpo sobre él. Quedó boca arriba. Su espala y nalgas sobre el banco, pero sus piernas flexionadas, apoyadas en el piso y bien abiertas, y su cabeza que no tenía apoyo alguno ya que el banco no era tan lago como ella, quedó suspendida en el aire, en la posición perfecta para que yo le meta mi miembro en la boca.
Así lo hice, aferrándome de sus gomas clavé mi lanza directo a su boca, a lo que ella respondió abriéndola, para recibirla. Se ayudó con una mano para manipular mi pija mejor pero el ritmo lo marcaba yo, haciendo difícil su trabajo. “trágatela” le dije, y mandé el tronco hasta su garganta, ahogándola, solo liberándola luego del cuarto o quinto golpe suave que me daba en las piernas para avisarme que necesitaba respirar. Mientras tanto, Pedro le lamía el sexo, y a juzgar por los espasmos del cuerpo de la ladrona, no lo hacía del todo mal.
Sin embargo Rocío seguía largando lágrimas, que le corrían un poco el maquillaje. No sabía si era porque se sentía humillada o sólo porque se estaba atragantando con mi pija. En todo caso, la pena que sentía por ella ya había desaparecido y sólo quedaba la lujuria sádica, por lo que, para que siga llorando, mientras se tragaba mi pija, le tapé la nariz. Enseguida sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a golpear mi pierna, pero yo la ignoré y le tapé con más fuerza la nariz, mientras con la otra mano le pellizcaba los pezones. “agaghgagagh glglglgl aagagg” sólo alcanzaba a decir Rocío. La liberé de mi pene unos segundos después, pero a ella seguramente le parecieron eternos. Comenzó a escupir y a toser a un costado, y cuando terminó de hacerlo ya le estaba metiendo la pija de nuevo. Pedro había comenzado a penetrarla. Estaba en una posición incómoda pero se las ingenió para ponerse encima de ella y embestirla con fuerza. Yo seguía violándole la boca. Rocío se estaba acostumbrando a tragar sin ahogarse. Le estrujaba las tetas con violencia y estiraba de sus pezones, luego sacaba la pija de su boca, sólo para darle pijazos en la cara. Le pegaba duro. “ay, no, ay ay” se quejaba la ladrona. Pedro gemía como un animal mientras la embestía con más fuerza. El banco se movía mucho y parecía que en cualquier momento iba a romperse, pero a ni uno de los dos le importó. “a ver chorra, tomá la leche” dijo el policía, para luego eyacular en el ombligo de ella. Yo ya estaba que no daba más, así que luego de uno latigazos en su cara le tiré toda la leche encima. El semen se mezcló con sus lágrimas. Abrió la boca y se tragó un poco, pero la mayoría quedó en su rostro cual crema facial.
Mientras se lavaba la cara y se arreglaba el pelo, pasaron suficientes minutos como para que Pedro se pusiera al palo de nuevo. Sin mediar palabras, la sorprendió clavándole la pija en el culo. “¡ay, no, basta, ay, aya!” sufría Rocío la embestidas del policía mientras miraba como se transformaba su cara a través del espejo, al recibir los pijazos. “mhmhm así se te van mhmh a quitar las ganas hmhmh de robar” gemía y hablaba Pedro mientras la violaba por el culo. Luego de muchos pijazos retiró su sexo del interior de Rocío y le escupió la leche en las nalgas.
La escena me calentó, y no quería ser menos. Rocío apenas podía caminar después de semejante cogida. Mientras buscaba lentamente su ropa fui a por ella, la tiré al piso y poniendo sus piernas en mis hombros, agarrándola de las tetas, me la cogí con una intensidad que desconocía en mí. No tardé mucho en acabar. Me paré y eyaculé tirando mi leche a todo lo largo de su cuerpo, un poco en las tetas, otro poco en la cara, y en las piernas.
Una vez que nos cansamos de ella, la dejamos ir. Seguramente que la próxima vez que tenga el impulso de robar, se lo va a pensar muy bien.
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