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Categoría: Infidelidad

Ricardo

Mi marido, Martín, es viajante de comercio y un buen hombre, que me ha dado un buen pasar económico y hasta puedo darme varios gustos extras y caros. Tenemos seis años de matrimonio, es muy formal, con poca chispa y corta inventiva. Entre las sábanas es muy predecible y rutinario. No se le cae una idea nueva: una vez por semana, misionero, eyaculación y “si te he visto no me acuerdo”. Tal vez el problema sea yo, pero lo cierto es que en la cama con él me aburro y, rara vez, disfruto de un orgasmo decente.

Cuando está de viaje, paciencia, pero si está en casa, a mi gustaría una dosis de verga diaria o casi, como me cuenta mi amiga Mabel de su marido Ricardo (Riky) “que en la cama aguanta como un toro”, que su verga es un portento, que la coge, a repetición, en cualquier lugar de la casa y la deja, invariablemente después de múltiples orgasmos, con la concha inundada y maltrecha.

Un día, sorpresivamente, recibí un whatsapp de Riky:

“¿Cuándo vuelve Martin? Necesito hablar con él”

“¿Te puedo ayudar yo?” le respondí.

“Me encantaría pero no en esta, otra vez… puede ser.”

***************

A partir de ese breve diálogo, intercambiamos muchos otros –con cualquier pretexto, válido o como escusa– sin enterar a nuestras parejas, un secreto entre los dos.

Él me iba tirando cautelosos “globos de ensayo” y, a mí, me gustó el jueguito.

Los mensajes fueron adquiriendo en ambas direcciones, tinte erótico cada vez más subido.

Con el anuncio previo: “Te compré un par de regalitos. Paso por tu casa y te los dejo. Obvio que esto queda entre los dos”, avanzada la tarde, un día tocó el timbre. Cuando abrí la puerta me lo encontré con, en la mano, una de esas casitas de madera, para pajaritos, que se cuelgan de los árboles, a la altura de su entrepiernas con la “puertita” hacia él.

Me ruboricé intensamente:

*La casita tenía más de 20 cm de profundidad

*La “puertita” estaba orientada hacia él

*Se me ocurrió que su “verga, portentosa, según Mabel” la había introducido en la casita.

Él se dio cuenta que su estratagema había dado en el blanco, y me gastó. Separó el juguete de su cuerpo y:

-No seas mal pensada, los regalitos son estos –y puso en mi mano una bolsa de papel, con el logo de un shopping conocido. Me dio un beso en la mejilla y se fue, diciendo:

-Se me ha hecho tarde, tengo que retirar el auto del taller, antes de que cierre. Mañana hablamos.

Dentro de envoltorio había un perfume caro y un conjuntito –bombacha y corpiño– negro muy bonito, una tarjetita con la leyenda “Ojala, pronto, dejes que vea como te quedan, puestos, los dos presentes - Beso”. Dentro de mi calzón había humedad.

El día siguiente:

“¿Qué tal las chucherías que te dejé?”

“Muy lindas, gracias”

“Mañana, si podes, paso después del almuerzo, confío que las vistas”

Martín, ajeno a todo, se iba de viaje temprano, la noche anterior mientras me cogía, se me presentaba la imagen de Riky endulzando mis oídos… no pude resistirlo…

“Dale… la lencería está bien, me la pongo… pero… ¿y la fragancia?“

“Ponete una gota en cada uno de tus siete orificios”

Con la info que tenía de Mabel, sobre las preferencias del marido, me preparé a conciencia: cabello recogido en cola de caballo, pubis depilado, la lencería regalada, tacos altos, minifalda diminuta, escote generoso y derroche de perfume.

Llegó, apenas después de las 13:00 hs., ambos sabíamos a qué había venido. Fue al grano sin muchas vueltas. Antes de la 14:00 estábamos cogiendo.

Apenas nos sentamos, lado a lado, en el sofá del living, me estremeció con sus labios en los míos, su lengua trenzada con la mía, sus fuertes manos acariciando mis piernas, nalgas y concha, calzón de por medio. De ahí a poco, la emprendió con mi blusa, corpiño, minifalda, bombacha y zapatos, quedé desnuda a su merced.

En escasos segundos, se deshizo de su vestuario, su miembro, templado al tacto, no me pareció tan portentoso como lo describía Mabel, pero si considerable en largo y diámetro.

Me acostó, separó mis piernas, sentí su piel caliente apoyada en la mía, su pecho aplastando mis pezones, mi concha desnuda topada por algo, lo acomodé con una mano y él presionó suavemente haciendo que se introdujera, flexioné las rodillas, entró hasta que percibí sus testículos chocar con mis nalgas y un placer imposible de describir mientras me llenaba. Unos pocos “pistonazos” después, grité, exploté, tuve un terrible primer orgasmo. No me había hecho más de lo que proponía mi marido… pero era toda otra cosa. Él siguió con el entra y sale, regalándome un par de orgasmos más, hasta que el turno de gritar fue el suyo, mientras me inundaba la concha con su semen.

A continuación tras una breve pausa, en el dormitorio, Ricky confirmó con creces la que mi amiga Mabel me había dicho de él “que en la cama aguanta como un toro”. Me dio para que tenga y guarde: sexo oral –en eso yo le retribuí algo mamándole la verga-, tres nuevas cogidas, una de ella culminando en mi culo, orgasmos múltiples. Cuatro, fantásticos, polvos en una tarde, ni por asomo, los había imaginado antes.

Al despedirnos tenía concha y culo maltrechos, llenos de su leche, pero una euforia “desbocada” por el festival de los sentidos que había disfrutado.

Diariamente cuando Martín se acurruca a mis espaldas, a veces me abraza, simulo estar dormida, pero, muy adentro, acuso su reproche y el de mi amiga Mabel, por mi falta de lealtad.

Sin embargo, no veo la hora de que, mi marido, viaje de nuevo.

Datos del Relato
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