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-Me temo que no, seria demasiado sencillo y siempre me pareció de perdedores. Para cualquiera de mi edad, sois demasiado predecibles y fáciles de manipular. Se os convence con técnicas básicas porque en vuestra inseguridad y ganas de experimentarlo todo están todas las herramientas necesarias: basta con ser alguien seguro, algo chulesco y decidido. Y así no hay reto.-
Con una sonrisa, me di la vuelta y me alejé, dejando plantada a la "tía buena" de clase: Laura. Uno se siente poderoso cuando hace algo así y reconozco que mi ego creció ligeramente a medida que me alejaba de su cara sorprendida. Ella, desde luego, no se esperaba esa respuesta, aunque he de reconocer que había sido completamente sincero con ella.
Y es que, con casi seis años más que ella, había un abismo entre ambos. Ella acababa de entrar en primero de Sociología y yo estaba en su mismo curso... pero era mi segunda carrera. Mi Licenciatura en Periodismo, y las experiencias que la acompañaban en cuanto a aprendizaje, maduración y demás... bueno, eran de otra escala por completo.
Los años fueron pasando entre clases, trabajos y fiestas. Nunca perdimos del todo el contacto, ya que siempre teníamos alguna asignatura en común, pero tampoco nos movíamos en los mismos círculos. Manteníamos la clásica relación cordial de compañeros. Ella tuvo un novio y luego otro; yo tuve una novia que me dejó tras dos años, y muchos rollos aquí y allá. Todo avanzaba según uno esperaría.
Y, ante mis ojos (y los de cualquiera que la viese pasar con su suave movimiento de caderas), ella se transformó lentamente de la niña guapa a una mujer en el sentido pleno de la palabra. ¡Y menuda mujer! Sexy sería la palabra que la describiese, aunque quizás los americanos elegirían hot: una cascada de ideas castañas enmarcaban una cara ovalada y delicada, dulce y sensual, que miraba desde dos pozos de inteligencia pardos a juego con su pelo. Su cuerpo estaba cargado de las curvas justas para ser inmejorable, que se encargaba de ensalzar como Marx a la clase obrera, pero siempre sin mostrar, simplemente sugiriendo y animando a la imaginación. Y sus movimientos eran suaves y felinos, cargados de esa sensualidad que sólo tiene aquel que no necesita esforzarse ni fuerza los gestos sino que le sale de modo natural. Y, si por fuera era espectacular, era su interior lo que más brillaba: juguetona, inteligente, carismática, modesta... ¡una entre un millón!
Cuando me di cuenta de que me gustaba, decidí que no iba a dejar pasar el último año juntos sin intentar tener algo con ella. Además, con mis años de ventaja, ¡seguro que sería fácil! Bastaría con apretar las cuatro piezas clave, y ella caería rendida a mis pies.
Así que un día que la vi paseando por los pasillos de la facultad me aproximé por detrás y directamente la abracé. No me apreté, tampoco era plan, pero sí que le hablé al oído con voz firme y sensual.
-¿A dónde va la chica guapa de la facultad?-
Mis palabras atravesaron la breve distancia que separaba mis labios de su orejita pequeña y suave, donde un pendiente dorado con forma de luna brillaba levemente. Podía notar el leve calor de su cuerpo, el olor a champú suave de su pelo, el suave roce de la tela de su camiseta...
-A reprografía, y si crees que con esto vas a conseguir algo, te equivocas mucho.-
Y, con un suave giro de cadera se desprendió de mis brazos, me sonrió con sexy ironía, y se alejó delante mía. No me había dado tiempo ni siquiera a mirarle el espectacular canalillo que se le marcaba mientras se marchaba por el pasillo, dejándome de piedra en el sitio.
Intenté técnicas tan sofisticadas como esa un par de veces más, lo reconozco, y lo que conseguí fue siempre una sonrisa pícara cargada de ironía y un firme "no".
-Lo siento, pero esta pequeña ya se aburrió y aprendió las técnicas de los maestros de la seducción como tú- me dijo la última vez, mientras se alejaba, tras darme una suave palmadita en la cara como quien regaña a un niño.
Con cada negativa, Laura me gustaba más, porque dejaba ver pequeños trocitos de su mente brillante y segura de si misma. Así que pasé al segundo plan: recolección de información. Lo que le gustaba, que no tenía pareja, cosas así. Era increíble que, tras cuatro años de clase juntos, supiese tan poco sobre ella.
Así que pregunté entre la gente de clase, con suavidad y sutileza, intentando que no se notase mi interés por ella ya que no quería que se diese cuenta de que sus dos almendras brillantes me hechizaban cada vez que nuestras miradas se cruzaban. Bueno, eso cuando no me sentía completamente arrebatado por cualquiera de sus otras poderosas argumentaciones, como sus pechazos firmes y redondos, o la suave curvatura que sus pantalones hacían a la altura de su culo.
Fue preguntando como me enteré de que su grupo favorito era Supertramp, y su película favorita El Hundimiento. Que le gustaba el rojo, y que escribía en un blog que nadie de la facultad conseguía encontrar en Internet, ya que ella lo mantenía celosamente escondido. Ya sabía de sobra de sus buenas notas a lo largo de la carrera, pero no sabía que desde el año anterior trabajaba como becaria en uno de los departamentos de la facultad. Ni que se pirraba por el sushi.
Ya con esta información en la mano, y mucha otra, fue cuando decidí dar el siguiente paso: fase tres del plan, organizar una "salida de clase". Así que fui hablando con los compañeros de clase, y que ellos invitasen a quienes quisiesen. La excusa era que habíamos vuelto de las vacaciones de navidad y teníamos que aprovechar los últimos meses juntos antes de que se acabase la carrera. El miedo al final, los nervios e inseguridades que este produce, eran perfectos para conseguir convencer a todos.
Eso si, nunca le dije nada a Laura de la salida. Había plantado las piezas para que se enterase a través de otros, pero no quería que lo supiese por mi parte, pensando así que me tenía en sus manos. Eso claramente no valdría para ligar con ella.
Así que los reuní a todos en mi bar favorito, uno donde ponen música de rock clásico a un volumen aceptable, donde bailar, beber y reírse juntos. Como era temprano, el local aún no estaba muy lleno cuando llegué, y me junté con los pocos que habían llegado antes que yo. Estábamos bebiendo una copa, saludando a los que iban llegando con sonrisas y abrazos, con esa típica efusividad que por alguna razón sólo se da cuando se sale de fiesta, aunque luego vayas a ver a esas personas todos los días en clase; bueno, pues en eso estábamos cuando de pronto llega ella, tal y como esperaba: una camiseta roja ceñida del The Wall de Pink Floyd que le marcaba su generoso pecho y dejaba sus hombros descubiertos al estar sostenida sólo por dos finas tiras; una minifalda vaquera por la mitad de los muslos que dejaba disfrutar de la vista de sus preciosas piernas enfundadas en medias color carne, y un bolsito negro pequeño donde llevaba sus cosas. La verdad es que me sorprendía que no tuviese frío con esa ropa, pero por lo visto había venido en taxi y pensaba irse de la misma forma. ¡Suerte del taxista que la llevase! Ella fue saludando uno por uno, beso a las chicas y dando la mano a los chicos, y cuando llegó mi turno necesité hacer el acopio de todo mi valor para no mostrar nerviosismo ni sorpresa ni nada. Lo conseguí, aunque tampoco es que Laura se parase mucho antes de ir a saludar al siguiente. ¡Y yo que esperaba poder charlar con ella! Pues nada, un chasco.
He de reconocer que esa noche no conseguí nada, salvo llevarme un calentón de tres pares de cojones. Y es que verla charlando tranquilamente, riéndose y sonriendo era mucho... ¡pero verla bailar y menear las caderas suavemente en la pista era una locura! ¿Cómo podía ser tan increíblemente sexy incluso cuando lo que estaba haciendo era el payaso al ritmo de Born to be Wild? No hablemos de cuando sonó You Can Leave Your Hat On, donde la potente y tentadora voz de Joe Cocker fue incapaz de siquiera hacerse oír por encima del tronar en mis oídos de mis propios latidos al verla moverse cadenciosamente de un lado a otro. ¡Ni Afrodita misma podría bailar así de bien!
Pese a mi calentón, y que ella pasaba la mayor parte del tiempo con la gente que más conocía, la noche fue genial. Todos nos reímos un montón, contamos batallitas de las navidades, recordamos los momentos embarazosos con los profesores... y alguno y alguna incluso tuvieron más suerte que yo y acabaron enrollados entre si. Al final, si conseguí hablar algunos ratos con Laura, aunque siempre en grupos más amplios, lo cual me permitió dejar caer alguna de las perlas que sabía que a ella le encantaría oir, como mi afición por el sushi (ojo, que no miento, ¡mira que está rico el endiablado!).
Esa noche no pasó nada más, pero como el plan fue un éxito para todos, decidimos repetirlo dos semanas después. Yo sabía que de esa noche no pasaba, que ella caía fijo... y apareció cogida del brazo de un chico. ¡Maldito cabrón con suerte! Bailamos, charlamos, nos divertimos, pero cada vez que el rubio le daba un beso me llevaban los demonios. Y no fueron pocas veces...
Y, para joderse, ella claramente besaba de puta madre...
Pero aún así fue divertido, y salir en grupo se convirtió en una tradición. Laura y su rubio estuvieron saliendo un mes antes de cortar, según supe porque él la atosigaba mucho y ella quería su espacio vital; sin embargo, las malas lenguas decían que él era un machista y que ella lo había puesto en su sitio. Sea como fuera, ella volvió a salir con nosotros sola, y yo aproveché el alcohol y las risas para irme acercando poco a poco. Jueves tras jueves conseguía enganchar alguna conversación con ella y, mientras me perdía en como ella mordía la pajita o en el brillo de sus ojazos, siempre acabábamos encontrando algún tema interesante del que charlar, que nos motivaba a ambos.
Incluso el 8 de Febrero, en la cuarta salida del grupo, ella bailó conmigo bastante pegados. No me tiraré flores, ya que no bailó solo conmigo a lo largo de la noche, pero ser uno de los elegidos ya era mucho. Notaba cada vez más la cercanía entre ambos y saber que era capaz de hacerla reír incluso cuando me meneaba en la pista (porque, tras tres rones con cola dudo que se pueda llamar a lo que hago bailar) era mucho. Y sentir sus brazos alrededor de mi cuello, el roce casual y ocasional de sus pechos contra mi, o de sus rodillas al hacer algún movimiento... bueno, me tenían al borde del descontrol y me gustaría creer que a ella también, aunque siempre se alejaba antes de que nos pudiésemos acercar a la barrera donde pasase algo de verdad.
Así que decidí que de la semana siguiente no pasaba. ¡Laura y yo acabaríamos juntos! Sin embargo, el Destino es un cabrón, y justo ese miércoles vino a la ciudad Anita.
Anita es el amor de mi vida: mi hermanastra pequeña que, con sus 15 recién cumplidos, es un sol: vivaracha, encantadora, inteligente... La quiero con locura, con el amor de un verdadero hermano mayor hacia su hermana pequeña, aunque sólo compartamos la mitad de la sangre. La consiento sus caprichos, vamos al cine juntos, charlamos de los chicos que la gustan o de sus problemas en el instituto, le dejo "música de viejos" para culturizarla mientras me bombardea con horrores como Justin Bieber (de hecho, si no la quisiese tanto, la habría estrangulado después de que me pusiese su insoportable Boyfriend).
Pero necesitaba pensar algo, porque no podía dejar pasar ese jueves en que todo estaba a puntito de caramelo con Laura. Así que convencí a Anita para que se viniera con nosotros. Sabía que salir con un grupo de universitarios le encantaría y daría historias para presumir con sus amigas del insti, además de que me permitiría enseñarle a beber y que no se pillase las tremendas mierdas que todos hemos pillado a su edad. Malvado de mi, además conseguí que aceptase pretender que estábamos tonteando (aunque la muy cabrona me sacó la historia de Laura entera a cambio, y que la invitase a la bebida por la noche, pero por Anita lo que sea...).
Ese toque de ironía y demás debería servir para que Laura se sorprendiese y se enfadase, y darme la herramienta necesaria para arrancarla un beso de los de verdad usando sus celos. ¡Plan malévolo en marcha!
Entramos cogidos de la cintura y todos nos miraron sorprendidos. Fui presentando a Ana a todos, y ella encantada de salir con nosotros les iba dando besos con los ojos brillantes. Cuando le llegó el turno a Laura, esta la recibió encantadora con una sonrisa y dos besos.
¿¡Cómo!? ¿No se picaba ni se celaba? ¿¡Qué demonios!?
La pequeña se integró rápidamente en el grupo y se puso a bailar, charlar y pasárselo bien. Yo ocasionalmente, la cogía por la cintura y demás para mantener la fachada, pero sólo le sacaba una sonrisa irónica a Laura. ¡Y que sonrisa! Fue hacia medianoche que, cuando cuadramos solos, ella me dijo:
-Puedes dejar de pretender lo que no es, claramente no hay esa química entre vosotros dos y tiene tus mismos ojos- y me dio un par de palmaditas en la cara antes de irse a la barra a por una copa.
Me quedé de piedra. Una vez más, había desarmado mis planes e ideas como si fueran castillos de cartas al viento. ¿Cómo podía leerme con tanta facilidad? Me quedé viendo el vaivén hipnótico de sus caderas a medida que se colaba entre la gente hacia la camarera del local de salsa donde habíamos salido aquel jueves.
El resto de la velada fue genial, pero Anita y yo ya no fingimos, sino que nos centramos en pasarlo bien. Ella acabó borracha, pero menos que de otra forma, y me gusta creer que conseguí que aprendiera algo acerca de los límites de lo que puede o no beber. Y Laura se rió de mi todo lo que quiso y más a lo largo de la noche, con lindezas de doble sentido. ¡Que cabrona!
Para entonces se acercaban los exámenes de Febrero. Y, con ello, se cancelaron las salidas. He de reconocer que soy "un jodido genio", así que dejé todo para última hora... como siempre. No es que sea mal estudiante, que para nada, sólo que me sobre valoro. Y como tengo hábito de estudio y método, así como muchos conocimientos de cuando estudié Periodismo, pues salgo adelante pese a ello y no aprendo a organizarme. Así que cuando llegan los exámenes mis días se convierten en sucesiones de horas desperdiciadas sin hacer nada, y otras de locura en que tengo que estudiar todo lo que no he hecho hasta entonces.
Sin embargo, incluso en los días en que más estresado estoy y llevo catorce horas en la biblioteca, me tomo el tiempo que haga falta para explicarles a mis compañeros las cosas que ellos no entiendan, en debatir con ellos los apuntes y demás. Es algo que me ayuda a aprender, la verdad, y además me hace ser el tío más molón de clase. Bueno, quizás no, pero me hace sentir bien saber que ayudo a la gente que aprecio y eso es suficiente.
Fue en uno de esos días estresantes en que Laura se me acercó directa y decidida. Yo estaba saliendo de clase y me paré ante ella con una sonrisa, sorprendido de que viniese hacia mi ya que normalmente ella estudia sola. Sin embargo, en silencio, se puso de puntillas y me dio un pico suave y dulce.
-Eres tonto.-
Y se fue. Como el viento. Dejándome de piedra. Y con el tacto de sus labios grabados a fuego en los míos.
Cuando la vi en el intercambio de clases, me aproximé raudo a ella esperando alguna explicación. Pero no me la dio, ni a la siguiente, ni la de después. Dos días después la arrinconé en la escalera y le pregunté a bocajarro por el beso.
-Pues eso, que eres tonto. Mira que das vueltas para las cosas sencillas y haces las cosas complejas fáciles. Y para no alargarlo innecesariamente, te he animado.-
Se quedó mirándome con una sonrisa tranquila, deliciosa, mientras yo procesaba sus palabras. Y, a medida que las procesaba, la distancia entre ambos se reducía, hasta que el sabor del cacao de sus labios llegó a los míos. Un beso, otro, una lengua que decide explorar territorios desconocidos, un abrazo que se cierra. Y, cuando quisimos saberlo, nos estábamos besando con todo. Desde luego, confirmaba sin dudas que besaba de puta madre. Mis manos descendieron a sus caderas sinuosas, mientras comenzaba a besar suavemente su cuello y ella dejaba escapar un suave suspiro.
-¡Vamos!- dijo ella con la voz ronca por la excitación, mientras me tomaba de la mano.
Con rapidez, subimos a los baños del último piso aprovechando que la gente entraba a clase para preguntar las últimas dudas. No era el lugar más elegante, es cierto, pero necesitábamos sentirnos el uno contra el otro sin molesta ropa de por medio. Su camiseta voló nada más cruzar la puerta, la mía se decidió por el puenting sin cuerda; sus pantalones descendieron a rappel a través de las engañosas curvas de sus piernas, los míos hicieron espeleología. Y, cuando nos dimos cuenta, nos parecíamos a Adán y Eva pero sin hoja de parra.
Me quedé mirándola unos segundos: sus pechos se movían acompasados con sus respiración acelerada, hinchándose como frutas maduras listas para la recolección. Su pubis estaba cuidadosamente recortado, de forma que quedaba un mechoncito suave y breve. Su vientre era plano como una tabla de planchar, con un pequeño piercing dorado en el ombligo del que colgaba un smiley que se movía acompasado con ella. Sus ojos me devoraban igualmente, hasta que los pocos segundos de separación se hicieron insoportables y volvimos a abrazarnos y enredar nuestras lenguas. ¡Su saliva era de fuego!
La subí sobre uno de los lavabos que estaban limpios (¡benditos baños de chicas!) y nos apresuramos a fundirnos en un ser. No había tiempo que perder, ya llevábamos años de retraso. La levanté de sus glúteos duros y firmes y, con dificultad, la fui colocando más cerca del borde. ¡Que olor desprendía desde abajo! Como néctar, o como una dosis de viagra, consiguió que mi pene se endureciese aún más, hasta resultar casi doloroso. ¡Y me llamaba!
Así que no pude negarme a su reclamo y, con dolor en el alma, tuve que romper nuestro beso. Con una mirada cómplice y tentadora, comencé a descender por su cuello firme, por encima de las clavículas y de sus tersos pechos... besando, acariciando, lamiendo. Los pezones salieron a mi encuentro y pronto estaba succionándolos como si no hubiese un mañana. Podía sentirlos endurecerse entre mis labios y dientes, a medida que la sangre los llenaba y se volvían más rojos. Y, cuando parecían a punto de explotar, los abandoné y continué descendiendo suavemente por su tripita, dejando un rastro de saliva allá por donde mi lengua había explorado el camino hasta su cueva inferior.
La cual, sin sorpresas para nadie, devoré como si no hubiese comido en toda la semana. Primero jugué por los alrededores, arrancándola una sonrisa entre frustrada y apasionada que me calentó tanto que el mismo Infierno a mi lado parecería una nevera. Así que jugué, tentándola suavemente, sin decidirme a ir a por el plato principal hasta que ella me guió hasta él con sus manos y me encerró con sus piernas para que no pudiese escapar. ¡Como si pudiese querer huir de tan dulce prisión! Lamí, besé, succioné, legüeteé su clítoris... e infinidad de cosas más para las que no tengo palabras adecuadas, mientras ella suspiraba encima de mi, mirándome con sus ojos brillantes por el placer. Su espalda se fue arqueando, sus ojos se clavaron en el neón que iluminaba el lugar y sus hombros chocaron con el espejo lentamente, como si de un vals de placer se tratase... y llegó a su orgasmo. Silencioso, apasionado, cargado de energía.
Dejé que se repusiese besando con suavidad sus pantorillas, perfilando sus músculos firmes y su piel aterciopelada, y finalmente subiendo de nuevo al encuentro con su boca que me recibió ansiosa por compartir sus néctares y compensarme por el placer que le había dado. No fue un beso, fue un mordisco, y otro, de labios que no se desean sino que directamente se necesitan. Manos que se reconocen, miradas cómplices. Devoré su cuello como si no hubiera lugar más sacrosanto en el mundo, y sus pechos encajaron en mis manos como si estuviesen moldeados para ellas, mientras me preparaba para penetrarla. Me recibió con una sonrisa, que sellé con un beso cuando desapareció nuestra individualidad. Y, como si quisiésemos recuperar los años perdidos, nos entregamos completamente el uno al otro.
No fui brusco porque, aunque mis músculos me pidiesen acelerar a cada minuto, no quería que aquello acabase. Pero tampoco fue un polvo suave de película romántica. No, fue firme, acompasado, profundo. Exploraba su interior como si Teseo quisiese recorrer el laberinto en busca de un placentero minotauro. Un laberinto húmedo, cálido, que parecía querer retenerme cuando me tocaba alejarme.
Los minutos fueron pasando en tan placentero ejercicio, aunque ambos ignorábamos al tiempo, perdidos el uno en el otro. Y, finalmente, con un beso que sellaba nuestros labios, nos corrimos, primero yo y poco después ella.
Quedamos abrazados, con sólo el ruido de nuestra respiración acompasada para romper el silencio del baño. Y estallamos en risas. La abracé con más fuerza y, durante una eternidad, permanecimos así, el uno en brazos del otro, como si no existiese el mundo más allá de la puerta.
-Tonto- dijo, cariñosamente, con una sonrisa, mientras acurrucaba su cabeza en mi hombro - . ¿Ha sido esto suficiente reto así para tener tu interés?-
Y se rió, con su risa cristalina y deliciosa.
Ahora se acercan los exámenes de Junio, con los que ambos esperamos Licenciarnos. Seguimos juntos desde entonces, y no hay día que pase que no de gracias por ello. ¿A dónde llegará esto? No lo se, pero han sido los mejores meses de mi vida, y la mejor despedida posible para la Facultad.
Y siempre que voy de camino a la facu o a quedar con ella, no puedo dejar de poner a Supertramp en el móvil, y su "Give a Little Bit".
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