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REQUIEM PARA UN HECHIZO

Como muchos adolescentes, finalizando la secundaria, Adán y Eva, fueron sorprendidos por un amor tan intenso que muchas veces lloraron abrazados, temerosos de verse expulsados del paraíso.

De las lágrimas aprendieron lo deleitable de la humedad en los cuerpos acoplados. Eligieron, entonces, para amarse, los mares, los ríos y las cataratas porque el agua incrementaba el gozo.

Pero también se deleitaron, amándose, sobre la tierra desnuda, porque un aluvión de minerales y vegetales invade el olfato, haciendo intensísimo el gozo.

Otras veces, impacientes, lo hicieron sobre las piedras del camino y les supo tan bueno el rejón de las piedras incrustadas en sus carnes que llenaron sus bolsos con las más filosas para vestir los caminos, desnudos de piedras.

Otras, sin voluntad para esperar, se entregaron pletóricos sobre la vegetación xerófila, cuyas espinas devinieron ensangrentadas, pero los amantes, con alegrías de auto flagelados, gozaron en todo sus cuerpos lo que para la frente de Cristo fue un suplicio.

Más tarde, experimentaron una mística intensidad, calcando la lentitud de los grandes reptiles prehistóricos. Impregnados de aceites aromáticos, reptaban entrelazados, sorbiéndose del uno al otro, cada milímetro de piel, deteniendo sus bocas trémulas y voraces en todos aquellos puntos donde se agolpa la sangre y se hace escarlata la carne.

La intensidad suprema en esta lentitud portentosa, alcanzó su cúspide cuando sin proferir palabras, decidieron turnar sus posiciones en el milenario juego sensual: el uno sería un Dios receptor, recibiendo toda la adoración carnal del otro, que haría de oficiante. Y viceversa. El intercambio infinito de los roles, devino en el goce perenne.

En una ocasión, ella, de oficiante, amó con tanto fervor que permaneció ocho horas continuas con su boca colmada de un lentísimo fellatio, mientras sus versátiles dedos llevaban la cuenta de los pelos de él, que se inician en el área anal y terminan en la púbica. En ese momento, él no pudo contener la serenidad de un Dios, pues se derramó en llanto y sollozos compulsivos.

El quiso amoroso corresponder a aquel gesto infinito de delicia e inició un viaje al centro de aquella carne prodigiosa de piel exquisita, pero al cabo de las tres horas de afanosa adoración, igual al infante recién nacido conectado al pecho de la madre, quedóse dormido lamiendo el atizado clítoris, mientras, ya sin mucha firmezas, los dedos de sus manos, invadían, unos, la boca ansiosa y los de la otra mano, abajo, penetraban profundo los hermosos y contiguos esfínteres.

Todas las pasiones están expuestas a un momento fatal. La fatalidad que extinguió a ésta, se produjo como se produce cualquier terremoto. Eva había iniciado el rito cárnico, era ella la que casi siempre lo iniciaba, y Adán, acariciándole los hombros con infinita ternura, dirigióse a ella con una dulzura recién nacida:
- Amor, debemos hablar.

Por la expresión del rostro de Eva, aquellas tres palabras cayeron como rayos catastróficos; poderosísimos rayos en sus oídos y tornóse su belleza en una mueca de desencanto, confirmado por la aspereza de su voz:
-¡Qué lástima querido, has roto el hechizo! Adán, métete esto en la cabeza: nosotros veníamos a tirar, a cogernos, no a hablar.
Datos del Relato
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