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Reacción ante el relato
Casi ni me lo podía creer cuando lo leí. Mi amiga de la pubertad había publicado un relato de aquella índole; cuando al conocerla, era una chica casi puritana que la sola mención de la palabra sexo, la volvía más bien arisca.
Cuando me propuso que lo leyera, los cambios hacia tiempo que se habían operado en su personalidad, más no esperaba que las cosas sucedieran así, y hoy, a pesar de todo, me sigo preguntando si obré bien.
Empecé a leer: era el relato sobre una experiencia con una webcam y un desconocido, y leí más por curiosidad que por otra cosa; y empezó el espectáculo:
Habló de cómo le propusieron que bajara la webcam y como ella, aunque se negaba, acababa por ponerse una camiseta que dejaba entrever su escote… Tal vez fueron las horas bajas por las que pasaba, o ese elemento oculto y diabólico que me posee al ponerme frente al ordenador; pero el caso es que la pude imaginar al detalle con esos magníficos pechos que tiene, libres de la dictatorial opresión del sujetador, y una brutal erección se formó debajo de mis pantalones.
"¡No puede ser!" Me decía a mí mismo, tratando en vano de convencerme "Es tu amiga, y esto que haces está mal". Pero el ente sexual que se había apoderado de mí, era mucho más fuerte en aquellos momentos; y como quien no quiere la cosa, mis dedos se posaron sobre el bulto del pantalón del pijama.
Mi polla agradeció el leve y cosquilleante roce de mis dedos; y se irguió enhiesta y orgullosa pidiendo más. Jadeante, la liberé de la prisión del calzoncillo, y ahí estaba; cual torre inclinada de Pisa, surcada por venas que parecía que iban a reventar en cualquier momento, y con su violáceo glande asomando por entre la piel; mi fiel amiga y compañera de los momentos de vicio, retándome a iniciar uno de esos juegos a los que la tengo acostumbrada desde los 12 años.
El relato seguía: ella había dejado sus senos libres y contaba cómo los lamía e intentaba alcanzar esos pezones que agradecían el húmedo contacto de su lengua, con una dureza sólo comparable en aquellos momentos a la de mi tenso miembro que sujetaba firmemente con mi mano izquierda… Mi respiración se entrecortaba; podía imaginarla perfectamente haciendo aquello para mí; imaginaba esos magníficos senos con los que había fantaseado alguna vez, prisioneros de mis manos, mis labios, mis dientes y mi lengua; y rogaba a Dios por tener la oportunidad de poder enterrar un día mi querida polla entre aquellas dos redondeces: sentir su tacto suave y esférico rodear mi miembro y frotarlo sin piedad.
Llegaba a las líneas en que bajaba la cámara a su entrepierna; y aunque lo más que la he visto era en bikini (que le sienta muy bien por cierto, resaltando aquellas dos ubérrimas y neumáticas tetas que nunca me he cansado de contemplar), juro que en aquellos momentos podía visualizarla totalmente desnuda, entregándose a mí en unos juegos nada inocentes que, si en aquellos momentos la tuviera delante y me los propusiese, habría aceptado sin dudar.
Apareció el consolador; y yo imaginaba que era mi propia polla la que entraba en ese peludo, apretado, mojado y acogedor coño; y una oleada fría recorría mi espalda, mientras un calor familiar invadía el resto del cuerpo; la excitación era mucho más fuerte que mis remordimientos, y ya estaba dispuesto a dedicarle aquella paja brutal que me iba a aliviar las tensiones aquella fría mañana de Enero.
Parecía que no tenía bastante, pues ahora el consolador (mi polla), entraba en su culo, obligándola a emitir quejidos de dolor placentero; sí, podía oírlos en mis oídos, y aquello me hacía apretar más fuerte mi miembro, y friccionar con más rapidez.
El morado glande asomaba con más rapidez y violencia, y yo apretaba más para asemejar que la introducía en el culo de mi amiga, mientras oía sus gemidos de placer; en el relato estaba a punto de correrse, y yo también…
El orgasmo llegó como una tremenda explosión; liberando mi mente de una presión como de una garra invisible, sacudiendo mi cuerpo con oleadas de frío y calor, e impregnando la pantalla del ordenador con mi blanca simiente. Jadeante, respirando entrecortadamente y con dificultad para hablar; como si hubiera corrido una maratón en sprint continuo, dije a la pantalla (a ella): "Te lo dedico, ya que ahora que me caso no habrá posibilidad de que lo disfrutes, virtualmente y sin saberlo, lo hemos pasado muy bien"
Tu relato acababa despidiéndote de tu desconocido mientras tu marido roncaba. Yo limpiaba la pantalla del ordenador mientras imprimía tu relato para pajas futuras y me empezaba a sentir culpable por haber utilizado a una amiga de toda la vida, sin hacérselo saber, para hacerme uno de los mejores pajotes que me he aplicado en años.
Y termino dirigiéndome a mi amiga: Aunque sigo teniendo sentimiento de culpabilidad por lo que hice, te sigo dedicando esas lefas a tu salud, pues es lo único que no hemos tenido en todos estos años de nuestra amistad.
¡Va por ti!
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