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“¡Qué bonita panocha…!”, me decía al oído al tiempo que su dedo índice entraba y salía de la viscosa y peluda raja que le gustaba mucho cuando yo estaba caliente, en tanto que con el pulgar me presionaba el clítoris. Mi cara mostraba con perfecta claridad el gozo que él me daba. Metió el pabellón de mi oreja en su boca y lo chupó con suavidad. Suspiré cuando me dio un beso en los labios, y él bajó a mi pubis para lamer mi sexo que ya había impregnado con su olor toda la oficina.
Me gustaba que él me chupara la pepa y que me expresara lo rica que yo la tenía. Mi marido me cogía bien y lo gozaba, pero a éste no le gustaba el sexo oral en mi pues decía que el sabor de mi raja era muy concentrado, que le amargaba al probarme; en cambio este señor, 25 años mayor que yo, me decía que era cierto, pero que le quedaba un delicioso gustillo en la boca y el aroma de mi vagina continuaba en el olfato por mucho tiempo y el olor le paraba la verga cuando menos se lo esperaba. Mi cónyuge no me chupaba, pero sí le encantaba que le mamara la verga hasta hacerlo venir dentro de mi boca, “¡A quién no, si tú mamas muy rico!”, me dijo mi jefe cuando se lo conté. Últimamente yo hacía que mi esposo eyaculara más veces en mi vagina para alimentar el juego sexual que disfrutaba con mi jefe al hacerme venir con sus mamadas en el clítoris y mis labios, alternadamente, con las navegaciones de su lengua en el interior de mi panocha, y por hacer el 69 frecuentemente.
Al llegar al trabajo, me preguntaba si le había traído leche fresca, cuando le contestaba que mi marido me había cogido un par de horas antes lo confirmaba en el sabor que caracterizaba a mi vulva, de mujer cogida, plena de orgasmos mutuos consumados, pero que seguía caliente y deseosa. Echaba la cabeza hacia atrás dando un suspiro y abandonándome a las caricias que mi jefe me daba como buenos días y él degustaba el sabor del amor matutino que mi esposo me había dado al caer en las provocaciones de mis manos y mu boca extendiéndose sobre de mi para que lo ordeñara con la pasión renovada de los recientes meses, pero ignorante de que mi calentura aumentaba cuando yo imaginaba la lengua que limpiaría esa leche que a borbotones me daban en el tamal. En el sillón del cubículo recibía la segunda sesión de sexo del día, con los besos de sus labios en los míos se abrían su boca y mi vagina, su lengua entraba a tomar la miel que quedaba del deber conyugal matutino y la llevaba para paladearla y deglutirla, cada vez que pasaba un pequeño trago sus labios aprisionaban mi clítoris, luego lamía mis labios para volver a abrirlos y “seguir degustando del sabor fuerte que tienen las pepas de las mujeres como tú que cogen varias veces al día y suelen perfumar el ambiente con sus feromonas para atraer a los machos que desean”, me decía. “Mama, mi Nene”, le contestaba entre un gemido y otro, al tiempo que le mesaba los cabellos y presionabas su cabeza contra mi pubis y sus manos acariciaban mis tetas presionando intermitentemente los pezones y jalándolos firme y suavemente. “Toma la lechita que te trajo mami, mi nene, está muy rica, papi te la manda para que me mames rico”, le decía yo a mi jefe entre suspiros y al borde del orgasmo. En mis palabras surgía el reproche que le hacía a mi marido por no querer chuparme la vulva y justificar mi entrega con este amante, “Toma la lechita de papi, mi nene”, le repetía retorciéndome de placer, usando su rostro para masturbarme al presionarlo, restregándolo por todo mi monte para complacerme. La fruición era tanta que el mueble quedaba cubierto de mis vellos y algunos de los pelos de sus cejas. Por mis labios escurrían la mezcla del flujo de mis venidas, su saliva y los restos del semen que había guardado para ese momento al no haberme limpiado después de hacer el amor con mi marido. Un día fue tanta la calentura que me dieron sus chupadas que mi frenesí aumentó y me di la vuelta para quedar sobre é y cabalgué sobre su cabeza restregando mi vagina en su cara llenándolo de mi flujo viscoso. “¡Mama, Nene, mama!” gritaba acompañando mis orgasmos. Mi jefe soportaba la fricción de mis vellos y metía mi lengua en mi panocha cada vez que podía hacerlo, tragaba los chorros de flujo vaginal que eran ya torrentes de néctar salado… hasta que mi ritmo cedió después de muchos orgasmos.
Cuando me calmé le agradecí acariciándole el pelo y la cara. Le pregunté si a él le había gustado y me preocupé porque quizá en mi desenfreno le hubiese lastimado el rostro. Me contestó que a él también le había gustado. “¿Cómo no me iban a gustar los chorros de puta que me bañaron la cara?”, contestó y me sentí mal porque me llamó puta. “Lástima que a tu esposo no le guste hacértelo así… Aunque viéndolo de otra forma, qué bueno que no le gusta pues de otra manera no me buscarías para gozar de mis mamadas”, precisó. Y era muy cierto, yo buscaba hacer el amor con mi jefe por eso y no sólo cuando andaba caliente porque no había podido coger con mi esposo.
“Me gusta tu panocha caliente que pide palo a toda hora; vulva con mucho jugo, tanto para perfumar y atraer al amor como para saciar la sed del ansioso y gustoso de los sabores fuertes, sabores de pasión, y ni se diga que tus ganas hacen resbalar la verga y la exprimen haciéndome perder la razón, volviéndome calor líquido que colma tu placer”. Me dijo ese día satisfecho, venido y con el pene aún dentro de mí. Lo besé y me empierné más a él. Me sentí enamorada con sus palabras. “Si así me hablara mi marido después de que se viene…”, pensé. Mis besos y mis abrazos lo hicieron reaccionar nuevamente. Sus manos fueron hacia mis nalgas para presionar su monte con el mío y enredar nuestros vellos en el fragor de nuevos estertores que inyectaron más de su vida dentro de mí. Caímos en el cielo… regresamos lentamente sintiendo arroyos de amor escurriendo en nuestros muslos. Su pene, flácido, salió de mi cuerpo y en un 69 nuestras lenguas dieron cuenta del néctar que juntos habíamos formado. En mi boca creció su pasión otra vez y sólo su glande me cabe entre tus labios. Nos acomodamos para volver a mezclar en nuestras bocas los sabores del amor que creamos mientras su mástil rígido se cobijó otra vez entre mis labios vellosos y entramos nuevamente al Paraíso…
Cuando regresamos, se quedó sobre de mí, quieto, sintiendo las contracciones con las que lo palpaba mi vagina, lamió mis pezones, estrechó, mis chiches antes de chuparlas y darles mordiscos en las areolas. Me retorcí de placer, mis piernas rodearon su cintura, me abracé a él y moviendo mi pubis le indiqué que quería más. Se movió al principio con lentitud mientras lamía mis labios y mi lengua; aumentó la frecuencia de sus incursiones en mi interior y lamió el pabellón de tu oreja, sentía tan rico como cuando lo hacía así en mi clítoris pues me excitas tanto como cuando lo hace así. “Más, más” le dije entre jadeos. Suelta mi oreja y su boca fue a mis labios, se movió más rápido, le enterré las uñas en la espalda, en sus brazos y todo lugar donde a él te aferraba. “Ah, ay, ay…” grité y me desvanecí en sus brazos. Él seguía con la verga bien tiesa, pero ahora la movió con lentitud. Mi cuerpo reposaba inmóvil, con los ojos cerrados, pero mi sonrisa daba cuenta de los movimientos que me hacía en la encharcada cueva con la que yo aprisionaba su deseo… Mi boca quiere besarlo y acerca su cara para que mis labios la llenen de chasquidos. Lame el sudor de mi cuerpo, su nariz aspira mis axilas y su miembro sigue en mí. Levanta mis piernas sobre sus hombros y las llena de besos, chupa cada uno de los dedos de mis pies y yo río sin abrir los ojos.
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