Dejo la novela sobre la mesita supletoria. Me fatiga la lectura de Virginia Woolf. Estoy leyendo la 'Señora Dalloway'. Vargas Llosa, que escribe el prólogo, pondera su estilo, pero yo no lo resisto. Toda la acción se desarrolla en un día. Y para saber lo que ocurre en ese día hay que tragarse más de seiscientas páginas de letra menuda. Un montón de personajes variopintos se entrecruza. Y cada uno de ellos piensa, discurre y recuerda cosas de la vida propia y de la agena. De forma que seguir la trama y, sobre todo, recordar los nombres, causa fatiga y hasta un poco de hastío. Llego a un poco más de la mitad y no sé si acabaré de leerla.
Medio adormilado, la mente se me va por los cerros de Úbeda. Y sueño en que me gustaría saber escribir algo similar a esa novela, aunque solo sea por distracción. Sin darme cuenta, por una concatenación de ideas incomprensible, pienso en mi amigo Enrique, que el otro día, mientras comíamos en un restaurante, me explicó de su infancia, lo siguiente:
--Se me aparece mi infancia, cuando acompañado por mi tata, la gente me preguntaba: 'eres niño o niña', porque las melenas, que llegaban hasta los hombros, me daban un aspecto ambiguo. Pero esa duda también la suscitaba en algunos compañeros mayores de la escuela, que tomándome como niña, pretendían con sus tocamientos saciar las ansias sexuales que afloran en la pubertad. Yo me resistía a ese trato contra natura, y de modo violento, al llegar a casa, le pedía a mamá que me cortasen las melenas. Fue un martirio, hasta que al fin accedieron a mi petición. Ocurrió antes de que me enviaran interno a un colegio de frailes de una población cercana a mi pueblo. Allí descubrí lo que era el sexo malsano en unas novelas, que corrían por las aulas, de la colección la Novela Pícaresca, que los medio-pensionistas y los vigilados nos entregaban mediante el pago de alguna cantidad. A la hora de estudio, situábamos la novela en medio de la asignatura, y simulando la misma distracción que cuando estudiábamos, pues de otra forma el vigilante de turno se hubiera percatado de que algo raro ocurría, leíamos con gran afición las escenas pornográficas, que tan solo cruzar las piernas con el pene entre ellas, hacía que eyaculáramos con un placer inusitado.
"Con ese bagaje de conocimientos teóricos sobre el placer sexual, acabé mis estudios de bachillerato. Entonces me trasladé a la gran ciudad para estudiar la carrera. Quise llevar a la práctica todo cuanto había asimilado de aquellas lecturas, y con gran dedicación me puse a buscar las chicas que quisieran colaborar en mis designios. En la época a que me refiero, antes de nuestra guerra, tú bien lo sabes, la moral era muy estricta, y las chicas muy difíciles de convencer. Pero la serie de triquiñuelas que aprendimos en la novela Pícaresca, servían para engatusar a más de una, logrando se lanzara a la vorágine de nuestros deseos. Normalmente las llevaba a cualquier bosque cercano a la ciudad. Allí buscaba un rincón bien escondido. Empezaba desgranando en sus oídos la pasión amorosa más ardiente que un enamorado puede sentir por la mujer amada. Mientras, una de mis manos oprimía la suya, para transmitirle el calor vital de la carne, y la otra, como pluma de ave, acariciaba, apenas sin tocar, su cuello y espalda. Como el avezado cazador que espera el momento propicio para disparar, así yo estaba pendiente de la languidez que poquito a poco se iba apoderando de mi pareja, para, llegado ese momento, sin brusquedades ni abrazos prematuros, besar su frente, luego sus párpados, hasta que era ella la que buscaba ardiente mis labios. Momento, éste, en que las bocas se fundían en un apasionado beso, que yo aprovechaba para recostarla sobre el suelo y con mimo extremo rozar, sobre el vestido, sus pechos con la palma de la mano, hasta descubrir que los pezones se ponían duros. Fácil era, a partir de ese estado de cosas, que la casta y pura doncella se dejase dominar por los sentidos. Yo, prevaliéndome de su permisividad, lograba que mi mano libre acariciase sobre palpitante carne sus senos, el interior de los muslos, que se iban abriendo mientras la caricia ascendía. Tan solo recalar en el ardoroso receptáculo que enmarca sus labios pilosos, un estremecimiento de todo su cuerpo, acompañado de un profundo suspiro surgido de las entrañas, pregonaba a los pájaros y árboles del bosque, a las hacendosas hormigas, y a cuantos bichos pululaban por aquél recoleto rincón que tan tiernamente nos acogía, que el mas excelso de los orgasmos había alcanzado en mi cándida amante su cima. Huelga decir, que a contar de ese momento ninguna traba ponía a acariciar mi pene con la mano, y hasta, en ocasiones, lograba ponerlo entre sus muslos prietos, hasta obtener el goce. Pero lo que no obtuve casi nunca, es llegar a la introducción. A lo que se resistían como verdaderas leonas.
Así se expresaba mi amigo,quién había nacido en la segunda década del siglo pasado. Nunca mejor dicho: historia pasada. Pero que a él le satisfizo el contármela y que yo escuché con gran agrado, sacando la conclusión de que el mundo evoluciona a pasos ajigantados.
Jajajaja, la historia de tu amigo es bastante más entretenida, supongo, que la de Vargas Llosa. Como siempre, muy bien escrita. ( A mi también me aburre Vargas Llosa, me quedo con Juan Rulfo )Saludos míos.