Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Dominación

Relato de una sumisa desobediente

- Ven cielo. Que suerte que te levantaste.Ya te preparé el desayuno. Hoy voy a cambiar un poco algunas cosas, eres muy rebelde y no veo que hayas progresado en la entrega a tu Señor, ¿estas de acuerdo?



- Si señor, voy a portarme bien y voy a hacerle caso. No tendrá ninguna queja de mi parte.



- Me parece muy bien. Ve allá, que está tu comida. Pero antes te pondré el collar, te vas a desnudar y a quedarte descalza. Quiero que te pongas esta falda corta, que será lo único que vistas hoy cuando estés frente a tu Señor.



Agarro la falda y atino a irme al cuarto a cambiarme.



- No te muevas de aquí -me ordena-. Vas a cambiarte delante de mí; eres mía, mi sumisa, y quiero verte.



Bajo la cabeza, y asiento. Lentamente me voy sacando la ropa y sospecho que el día de hoy no será fácil, pero pongo voluntad.



-Que bonita. -me das un beso suave rozando mis labios-. Ahora vete.



Miro la mesa, pero no hay nada sobre ella, no entiendo donde está mi desayuno. Me señalas el suelo.



Comerás así, sin manos.



- Pero Señor, ¿en el suelo y sin usar cubiertos?



- ¡Cállate zorrita!, ya empezaste con tus quejas; o lo haces así, o te quedas sin nada hasta la hora de la comida.



Tengo hambre y me doy cuenta de que la situación no es negociable. Me pongo a cuatro y comienzo a comer el cereal, que no me gusta, que sabe mal. Elegiste una clase de cereal para niños pequeños, es muy fino y me ensucio toda la cara al comerlo. Luego comienzo a beber la leche, pero un mal movimiento hace que tumbe el recipiente y la leche se derrame.



- ¡No puedes hacer nada bien, puta! -Dices enojado-. Vas a limpiar el piso, no voy a permitir que una putita como tú ensucie mi cocina... Y cambia esa cara, no veo que estés disfrutando del desayuno que preparé especialmente para tí.



Agarro el trapo con desgana y limpio bastante mal, estoy enojada por cómo me tratás, así que cumplo a medias tu órdenes.



- ¡Ya terminé, y yo no soy tu sirvienta!



Te miro desafiante, veo como cambia la expresión tu cara, pero te mantienes en calma. Tu voz no suena enojada y creo que me salí esta vez con la mía.



Estás sentado en una silla, cerca de mí, y me pides de buen modo que me acerque.



- No me gustó para nada tu comportamiento, ¿crees que eso es lo que espero de ti? ¿No puedes hacer nada bien sin que tenga castigarte?



- Es que yo no puedo comer así, y a mi no me gusta limpiar.



- Hay algo que tu no entiendes, y voy a tener que enseñártelo de otra manera. He tenido paciencia, he sido bueno contigo, pero esto no se trata de lo que a ti te guste o desees. Eres mía y voy a usarte como me plazca.



- ¿Tu sabes por qué aprecio esta mesa?



- No la veo diferente a otras mesas. Es de uso corriente, creo... ¿O no?



- Te equivocas. Ven, te lo mostraré. Túmbate boca abajo sobre ella y sujétate del borde con las manos. ¿Entiendes ahora para qué la uso y por qué le tengo tanto apego?



Entendía de qué hablabas, había visto en la películas que castigaban así a las sumisas, pero nunca me imaginé que sería protagosnista en una situación parecida.



Te veo en la mano una paleta rectangular y alargada, me levantas la pollera, me dices que separe las piernas y doble los pies hacia dentro.



 



Ser sumisa sexual es un 'deporte' de alto riesgo



El primer azote no tardó en llegar, me asustó hasta el ruido que hizo al golpear mi carne, salté del dolor e intenté pararme, pero me dijiste que esto recién comenzaba y que volviera a mi posición.



Los golpes se iban sucediendo cada vez con más fuerza. Procuré varias veces que desistieras de tu castigo y me perdonaras, pero esta vez no hubo vuelta atrás, estabas decidido a que fuera una buena lección por mi mala conducta.



Terminé con los ojos llorosos, mi culo estaba más que rojo, me ardía por los golpes.



Pasaste tu mano acariciando mis nalgas, las apreciabas como a una obra de arte.



- ¿Ves a lo que te expones por no obedecerme? Quiero que pienses en este castigo cada vez que intentes rebelarte. La próxima vez no seré tan benevolente contigo. Lo sabes y lo aceptas, ¿verdad?



- Si señor, sé que mi comportamiento merecía un castigo.



- ¿Eso es todo lo que vas a decirme, no se te olvida nada?



Pensaba en qué había obviado en esta oportunidad, no quería que volvieras a enojarte. Estaba por mover la cabeza en signo de negación cuando me acordé.



- Le agradezco Señor los azotes y por tomarse tiempo en educarme.



- Ahora esta mejor, bebe tranquila toda esta botella de agua y luego vete al rincón y te quedas de rodillas allí hasta que yo te ordene otra cosa.



Vos te sentás a desayunar en la misma mesa que sirvió para azotarme. Siento ese rico olor a café y a pan tostado que te preparaste. Estás muy tranquilo, leyendo el diario mientras yo tengo que quedarme con la cabeza gacha, contra la pared y sin quejarme.



El agua que bebí ya esta haciendo efecto. Tenía muchas ganas de orinar y te pedí permiso para ir al baño.



- Esta bien. Puedes ir, pero tendrás que comenzar de nuevo tu castigo. Te quedarás media hora más en el rincón, en esa posición.



Traté de aguantar todo lo que pude, sabía que sería severamente castigada si no lo hacía, por lo que me dirigí al baño dispuesta a comenzar nuevamente mi castigo.



Desde el rincón podía ver el reloj que avanzaba tan lentamente como si estuviera cansado. Los minutos parecían eternos, tenía ganas de sentarme con vos a tomar ese rico café y que me mimaras, a tu sumisa, a tu esclava.



Cuando ya parecia que la hora no terminaría nunca, el reloj dio la campanada anunciando el fin de mi castigo. Te miré suplicante, pero vos me dejaste unos minutos más.



- Ven, que quiero eseñarte algo.



Tenías en las manos unas esposas. Me ordenaste estirar los brazos y me las colocaste.



- Bien, ahora tienes trabajo que hacer, vas a planchar todas mis camisas y las quiero sin una arruga.



.- No puedo planchar con las esposas! Yo nunca plancho...



No me dejaste terminar la frase, agarraste una media y me la pusiste de mordaza.



- No quiero ni una queja, ni una palabra. Comienza ya si no quieres que vuelva a castigarte.



Me resultó complicado planchar con las esposas puestas. La cercanía con la plancha me dio mucho calor y comencé a transpirar. Viste como una pequeñas gotas caían por mis sienes y mis pechos estaban calientes.



Sin esperarlo, aumentas la temperatura de la plancha, tengo que moverla con rapidez para no quemar la camisa, pero me enredo las esposas con el cabe de la plancha y termino quemando tu ropa.



- ¡Ahora si que me has enojado, puta¡ -gritaste, sentado en una silla, muy cerca de mí.



Me tomas por la cintura y termino en tu regazo, boca abajo. Me sujetas las piernas con una soga, quedo totalmente expuesta ante ti. Siento una palmada muy fuerte en mis nalgas, ves como rápidamente va quedando la marca roja de tu mano.



- ¡Te deseo, perra! -dices babeando-. y.... ummm... ¡cómo me gusta tu culo...!


Datos del Relato
  • Categoría: Dominación
  • Media: 0
  • Votos: 0
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1451
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.145.19.231

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.523
»Autores Activos: 2.282
»Total Comentarios: 11.907
»Total Votos: 512.102
»Total Envios 21.927
»Total Lecturas 106.079.833