A Arturo
Hace tantos años dejé de recibir regalos en esta fecha que ni siquiera lo recuerdo.
En esta ocasión, durante la víspera de Día de Reyes, había pactado un encuentro con Arturo y me comprometí a no trabar contacto con nadie más para no afectar el interés dando cabida a terceros. Parecía extraño que dada la excitante sintonía de múltiples encuentros recientes pudiese ignorar las avanzadas de otros. Sin embargo, no acepté nuevas invitaciones de absolutamente nadie más.
Ni Arturo me canceló la cita ni yo a él. La perspectiva de un encuentro con alguien bien dotado y que hacía gala de sus atributos exhibiéndose a diestra a siniestra fue determinante, aunque algo más había influido en esa decisión de no empañar la concreción de ese compromiso al apartarme del sitio en el que nos habíamos conocido y así evitar la tentación de otros “postores”. Sin embargo no podía precisarlo y tendría que descubrirlo en persona.
Tuve la curiosidad de averiguar cierta información con cautela. En ningún momento me vi tentado a incomodar a un chico que pese a su manera de exhibirse, su trato mostraba calidez y urbanidad. Además, había sido precisamente esa actitud de mostrar su intimidad la que me había atraído inicialmente antes de invitarlo a trabar contacto conmigo. La cita fue pactada formalmente a las 8 de la noche en un sitio neutral próximo al domicilio de Art.
Aproveché el tiempo restante para ocuparme de diversas tareas que debía cumplir. Estaba en verdad emocionado y decidí a favor de la mejor presentación para causar una buena impresión a mi compañero en cierne.
Poco antes del encuentro pactado, Art sugirió encontrarnos directamente en su casa en lugar del sitio acordado. La propuesta me hizo comprender que el chico daba por hecho el “clic” que muchos esperan constatar antes de entregarse en los brazos de cualquiera. Encontrarnos directamente, y a solas, daba a la aventura un tono todavía más excitante y hasta cierto punto halagador para alguien como yo, que si bien acostumbrado a un encuentro previo, saltarse ese paso significaba más que nada un cumplido y la casi certeza de que le gustaba yo aun sin siquiera haberme visto en persona.
El movimiento de las calles dada la víspera de la Fiesta de la Epifanía me impidió llegar a tiempo a la cita, pero Art fue comprensivo una vez que fue debidamente informado y a tiempo de que mi retraso había sido involuntario. Mientras más me acercaba al lugar de la cita, la emoción seguía in crescendo…
El celular fue la guía que me condujo prácticamente hasta los aposentos de Art, aunque fui bienvenido en realidad en la cocina. Tuve una grata impresión al descubrir la grácil figura de Art. Vestía pantalones de mezclilla entallados y una camiseta con motivos, igualmente ajustada a su esbelto tórax. En conjunto, su apariencia juvenil y su amable sonrisa me brindaron tranquilidad.
Como era una noche fría, acepté una bebida caliente y fui invitado a pasar a su habitación. La cama de tamaño gigante lucía acogedora, cubierta por un edredón color pastel que invitaba a recostarse. Me senté tímidamente mientras Art ya se había recostado para observarme a cierta pero prudente distancia. Intercambiamos información personal, a manera de presentación, pero lamento admitir que fui yo quien más hablar. Ahora me lo reprocho…
No advertí en Art la intención de aproximarse a mí. Temí que tal vez no fuese lo que esperaba, pero antes de continuar con sospechas vanas, decidí tomar la iniciativa y cerrar el paso a cualquier especulación. Si tenía que partir inmediatamente, era mejor saberlo de una vez por todas. Sin embargo, estaba equivocado puesto que el chico no se negó a brindarme un poco de calor cuando él ya se encontraba en un nivel de temperatura tibio, mientras que mis extremidades todavía se veían afectadas por el frío exterior. Su sonrisa me indicó que podría acercarme más y más y cuando Art planteó la interrogante del caso, quedaron claramente definidos cuáles serían nuestros roles en el coito. Aludí a sus hermosos pies y extremidades, aunque él no pareció coincidir con mi apreciación.
Luego advertí con fruición el abultamiento en la entrepierna de Art y pregunté intencionalmente si ocultaba algo, pero sólo me invitó a descubrirlo por mí mismo. No vacilé en ningún momento… El chico vestía una tanga sensual tipo red a través de la cual se podía advertir a un miembro en turgencia gradual. La zona estaba perfectamente rasurada y emitía un aroma delicioso, pero cuando liberé el miembro de la preciosa red que lo contenía saltó prácticamente dentro de mi boca. Probé un pene rígido, grueso y glande superior al promedio con deleite mientras Art ya se retorcía de placer.
Para entonces ambos estábamos desnudos y nuestros cuerpos se acercaron de tal manera que comencé a emocionarme más y más aunque no diera señales obvias porque aunque me sentía tranquilo, me había intimidado una verga que de recibir en mis entrañas muy probablemente tendría consecuencias o un impacto mayor.
Art no dejó de besarme apasionadamente en todo momento y ni un solo instante dudó en ofrecerme su lengua y sus labios que también recorrieron sin misericordia tetillas y abdomen. Chupó mis pectorales y aunque brevemente, succionó mi pene inquieto para luego acomodarnos en distintas posiciones, a las que Art accedió con todo gusto y naturalidad. Hubiese aceptado sin el menor rechazo que el chico explorara mi palpitante cavidad con su lengua, pero lo detuve, temeroso de que un orificio no tan impecable como el que estuviera dispuesto a ofrecer, afectara un encuentro que ya me parecía delicioso. ¡No lo permitiría! Su interés me hizo comprender que estaba ante un tipo extraordinariamente complaciente y no lo defraudaría, por el contrario, participaría al parejo, sin esfuerzo alguno. En ese momento, era yo su propiedad y lo disfruté intensamente.
Ser poseído de frente y recibir ósculos para apagar mis gemidos mientras su poderoso miembro entraba y salía como amo y señor de esa palpitante cavidad, me hundió en una vorágine pero advertí que no sólo era yo, sino que ambos éramos arrastrados por la pasión lujuriosa del placer carnal. La mirada de Art estaba en blanco, respiraba agitadamente y podía sentir como su corazón palpitaba muy próximo a mis muslos y pantorrillas mientras el chico me mantenía ensartado aprovechando para palmear ocasionalmente, primero mi pecho y en ocasiones mis glúteos.
En algún momento detuvimos los embates para lubricarme todavía mejor y también para intercambiar un segundo preservativo y luego redoblar los esfuerzos. Cuando Art volvió a poseerme de frente –la posición más excitante de todas– el chico entró por enésima vez como absoluto dueño y sin pensarlo, me abandoné y subordiné por completo a sus deseos y a los propios. Me advirtió que si proseguía así, en esa actitud de entrega total, no tendría más remedio que eyacular, advertencia que desafié aún más. Eso quería, deseaba que Art ascendiera la cúspide y no permitirle ningún descenso adicional, tendría que regarse ya, no podía soportar más su dulce pero furiosa excitación. Mientras Art entraba, yo levantaba mi grupa con la fuerza que me permitían mis músculos, como si quisiera aprisionar su miembro dentro de mí para siempre y si no, para extraer de una vez por todas el líquido vital que amenazaba escupir.
Una vez más, la mirada de Art quedó en blanco, su respiración fue entrecortándose cada vez más, el corazón volvió a palpitar frenéticamente y aunque de vez en cuando me besaba, la inminencia del clímax lo convirtió en un exaltado y furioso macho erguido que de no haber sido por el condón, me habría inundado las entrañas.
Temí que Art perdiera el conocimiento, pero se trataba sólo de la exaltación que había sufrido al poseerme. Escupió y gimió repetidamente…
Poco después comencé a separarme con lentitud para quedar abrazados por breves momentos. Comprendí que debía partir y sin prisa fui recogiendo mis prendas que habían quedado esparcidas por la cama tanto como en el suelo alfombrado durante la furiosa pero voluntaria lucha.
Una vez arropado como había allegado, Art me despidió a las puertas de su casa, aún sin ropa. Lo abracé y besé antes de salir. El chico pidió que me cuidara y agradecido prometí que así lo haría. No podríamos vernos más porque saldría de viaje y yo volvería a mi lugar de origen antes de su regreso.
Apenas en la calle, comprendí que Melchor, Gaspar y Baltasar habían sido tan generosos conmigo con semejante regalo compartido.
FIN