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Mi esposa me había manifestado su interés de tener un encuentro sexual con un moreno; Yo se lo regalé de aniversario.
Primeramente debo confesar que mi esposa, desde que se adentró en sus cuarentas, vive en un estado de excitación y deseo permanente lo cual, dadas las circunstancias, le ha hecho explorar su sexualidad a los más altos niveles
de excitación. Su curiosidad ha traspasado las fronteras de lo convencional y en cada nueva experiencia quisiera saber qué tan lejos es capaz de llegar. A mi, particularmente, me hace muy feliz el hecho de verla a ella desarrollarse
plenamente como mujer en todas sus áreas de desempeño y que mejor que se descubra realmente cómo es…
Detrás de esas experiencias existe tos una coqueta curiosidad, pues cada en cada nuevo encuentro pareciera descubrir sensaciones nuevas, comportamientos dormidos o secretas fantasías en turno para ser exploradas. Y creo, piensa ella, no pierde la oportunidad de aprovechar esas aventuras
si existe la posibilidad abierta de acceder a ellas. Entonces, cada nueva propuesta que le hago definitivamente le resulta bienvenida.
Le estaba haciendo el amor a mi esposa en una fecha próxima a cumplir nuestro aniversario No 25 cuando, quizá esperando una respuesta diferente, le pregunté si deseaba volver a encontrarse con el muchacho mulato aquel con el que había tenido ya dos encuentros anteriores. Tal vez fue el momento
indicado para hacer la pregunta pues la respuesta, sin mucha vacilación, se dio de inmediato y en sentido positivo. Era indudable que ella había experimentado sensaciones muy especiales con aquel hombre y para nada descartaba
la posibilidad de revivir nuevamente esos momentos. Y, ante la oportunidad que yo le brindaba, con toda franqueza me daba su opinión: Sí… Ella quería nuevamente hacer el amor con él.
La verdad no me sorprendió, pero si me causaba curiosidad saber las razones por las cuales ella persistía en encontrarse especialmente con ese hombre. Siempre he pensado que si uno anda dispuesto, la pareja es lo de menos. La sensación llega siempre y cuando el estímulo sea el adecuado. Y si su apetito sexual estaba incontenible por aquellos días, ¿por qué debía calmarlos necesariamente con aquel mulato, habiendo tantas opciones disponibles? Sin embargo, y ante su respuesta tan concreta, quise complacerla una
vez más y le prometí que se lo regalaría de aniversario; pero a partir de ese día nunca volvimos a hablar de ello.
Tomé contacto con ANDRES, pues ese es el nombre de aquel muchacho, poniéndolo al tanto de mis intenciones: “Qué él fuera el regalo de aniversario para mi mujer”. Y claro, como era de esperarse, no se resistió para nada a la idea. Era sexo fácil, sin tanto trabajo… Y él, claro, estaba disponible. Como la vez anterior, me pidió instrucciones para actuar con ella, pero le indique que dejáramos que las cosas se dieran naturalmente y que cada quien se comportará como el momento y las circunstancias se lo indicaran.
Quedamos de acuerdo en que nos veríamos en un MOTEL, previamente acordado, sin que ella supiera nada del asunto. El encuentro tendría que ser una sorpresa total. Le comenté que mi esposa ansiaba verse de nuevo con él y que seguramente deseaba que él hiciera realidad todas aquellas cosas que había musitado en sus oídos, en medio de sus respiraciones agitadas, presa de pasión y excitación en anteriores ocasiones y que a la fecha no se habían realizado. El, encantado, prometió sacar lo mejor de su repertorio para este encuentro, y que tal como el anterior, fuera inolvidable y ella, por supuesto,
quedara encantada.
Era un viernes, 25 de febrero, cuando invité a mi esposa que me acompañara. Le dije que quería hacer algo raro para salirnos de la rutina lo cual, a todas luces, era totalmente cierto. Ella, tal vez extrañada, me preguntó cuál era mi
idea. Le respondí que no sabía exactamente, pero que tenía ganas de salir y que seguramente algo se nos ocurriría por el camino; Le manifesté mi deseo de que fuéramos a bailar o a ver un show, pero una vez más le dije que no tenía planeado nada en concreto. Conducía mi automóvil en ruta hacia un
sector céntrico y que necesariamente cruza por un lugar donde abundan los moteles. Al ir circulando por ese lugar le pregunté si le gustaría que estuviéramos en uno de esos sitios por un rato. Me manifestó que sería rico, lo cual se ajustaba a la perfección con la idea que tenía preconcebida.
Para agregar más expectativa y misterio a mi comportamiento, fingí mirar interesado varios lugares antes de decidirme a entrar en uno de ellos, lo cual finalmente hice. Estacioné mi vehículo, nos acercamos a la recepción, pedimos una habitación y nos registramos, sintiendo el ligero temor de irnos a encontrar con aquel muchacho y arruinar cualquier probable sorpresa. Pero afortunadamente no fue así… Al parecer él aún no había llegado.
Subimos a la habitación y nos instalamos, pero le indiqué a mi esposa que iba hasta la recepción para traer algunas bebidas. Le pareció buena idea y me dijo que le apetecería beber un “Dubonet”. Le indiqué que se pusiera cómoda y me
esperara unos minutos, pues no sabía cuanto demoraría en la diligencia.
Bajé a la recepción, pedí las bebidas y busqué a ANDRES, pues no había rastros de él. Y, con las bebidas servidas en bandeja, me dispuse a subir nuevamente a la habitación. Les indique a los recepcionistas, hombre y mujer, que esperábamos a alguien y di su descripción, rogándoles que le indicaran a dónde debía dirigirse. Pero, menos mal, no fue necesario nada de eso porque el hombre apareció mientras estaba en la puerta del ascensor, próximo a regresar a la habitación.
Se me ocurrió entonces que él llegara a la habitación llevando las bebidas, golpeara en la puerta y esperara ver la reacción de mi esposa. Estaba seguro de que su sorpresa sería mayúscula, pues no se esperaba nada de eso. Y así fue… Pero mayor fue mi sorpresa cuando, una vez entró, él puso las bebidas sobre una mesa y se abalanzó sobre mi mujer, quien para nada rechazó
la embestida. El, sutilmente, le preguntó si estaba esperando con ansia ese momento y ella le contestó que sí…
Se abrazaron y besaron por un largo, instantes durante los cuales aquel muchacho hábilmente recorría rítmicamente con sus manos el cuerpo de mi mujer: sus senos, su cadera, sus nalgas, sus mulsos y sus piernas. Ella, entretenida con esa bienvenida, aceptaba en gozoso silencio todas las atenciones que aquél le prodigaba. De un momento a otro él se echo hacia atrás y se dejó caer de espaldas en la cama. MI mujer, entonces, lo montó, aún vestida, mientras lo besaba y acariciaba, como devolviendo atenciones.
En aquella posición y mientras mi esposa disfrutaba acariciando
todo su cuerpo, él empezó a despojarla de su ropa; primero la chaqueta, luego la blusa, un instante más tarde su sujetador y luego la falda, quedando tan solo vestida con su collar, sus panties y sus zapatos. Y ahí, en esas condiciones, ella
siguió besando y acariciando a aquel como si jamás en la vida hubiese tenido un hombre… El, por su parte, se apresuró a desnudarla… quitándole lo que faltaba: sus panties, sus bragas y sus zapatos.
Ahora ella estaba a merced de ese macho… Y, sumisa, dejo que él la manipulara de diferentes maneras, tratando de elevar su excitación mediante la excitación de su clítoris. Para ello, hábilmente colocaba sus muslos en medio de las piernas de mi mujer y empujaba con ritmo y cadencia mientras
continuaba besándola y acariciando todo su cuerpo. Y ella, mientras tanto, respondía encantada a todas sus acciones… Nuevamente se tumbó de espaldas sobre la cama y mi mujer, ya muy excitada, desabrochó su cinturón, abrió su bragueta y expuso su pene para besarlo con una intensidad y ganas,
quizá para mí desconocidas. Esa no era mi esposa, era otra mujer…
Después de un largo rato sintiendo la lengua de mi mujer en su pene él se levantó y empezó a desnudarse a sí mismo, pues parece que a mi mujer le bastaba con aquello. Pero el, lógicamente y como es de suponerse, quería más… No podía desperdiciar el tener a aquella mujer, que le demostraba
tanta pasión y devoción, a su total disposición. Y poco a poco se fue despojando de su chaqueta, su camisa, su pantalón y sus interiores, dejando ver a mi mujer la plenitud de su cuerpo. Ese cuerpo que ella ansiaba disfrutar y que le prodigaba las más deliciosas sensaciones. Ella transmitía toda la excitación que experimentaba, pues sus pezones estaban duros y erectos, mientras sus manos acariciaban aquel pene, largo, duro y palpitante… Era evidente en sus movimientos la intención de poseer de inmediato a aquel mulato.
Este, una vez desnudo, se abalanzó nuevamente sobre mi esposa; continuaba besándola y acariciándola y permitía que ella hiciera lo mismo con él. Y, en ese intercambio de atenciones, busco que ella continuara chupando su ansiosa
y palpitante verga mientras él se acomodaba para besarle su sexo. Y así, prodigándose atenciones uno al otro, realizaron un excitante 69 que perduró por varios momentos… El, sin embargo, quería que ella siguiera chupando… así que se las arreglo para incorporarse, se puso de pie sobre la cama, apoyó sus manos en el respaldo y permitió que mi esposa, de rodillas, en medio de sus piernas, continuara con su labor… Parecía que nunca se cansara…
Siempre he creído, en parte, que aquel muchacho siempre se ha comportado así frente a mí, pues sabe que estoy fotografiando cada una de sus faenas; de manera que posa de una y otra forma para aumentar nuestra colección de imágenes, que también son de él, por supuesto.
Llegados a ese punto de excitación el hombre decidió que era hora de penetrarla. Se colocó el preservativo, la hizo colocar en la posición del perrito y la penetró desde atrás. Empujó y empujó durante unos instantes mientras mi mujer empezó a emitir gemidos, casi inaudibles, siguiendo el ritmo de sus embates. Después él se echó hacia atrás, colocando a mi mujer casi sentada sobre su miembro. Y allí, penetrándola casi lateralmente, prosiguió su embestida, empujando hacia ella una y otra vez mientras sus manos acariciaban con emoción sus prominentes senos. Ella, ahí sí, dejó oír unos sonidos un poco más fuertes…
Después él se ha retirado unos instantes preparando una nueva embestida, permitiendo que ella se acueste boca arriba. Y casi sin decirse nada mi mujer levantó sus piernas, abriéndolas a los costados, invitando a aquel hombre a
que la penetrase nuevamente. El, sin dudarlo, así lo hizo… Y de una manera delicada y suave, poco a poco fue introduciendo su miembro en la concha de mi mujer. Algo debía sentir ella en ese momento, pues extendía sus brazos colocando sus manos sobre sus sexo, sin llegar a tocarse, como absorbiendo
la energía que ese contacto producía… Y luego, quizá pasado el momento de mayor excitación, o tal vez cansada en aquella posición, bajó sus piernas. El, entonces, se colocó sobre ella en la posición del misionero, manteniendo aún su miembro adentro. Aprovechó allí para besarla nuevamente y prodigarle nuevas y más intensas embestidas, cada vez a mayor velocidad, hasta que eyaculó en el más sigiloso silencio. Luego de lo cual se retiró cautelosamente…
Sin embargo, el hombre aquel quería ganar tiempo y darse la oportunidad de recobrar fuerzas, por lo cual nos propuso tomarnos unas fotografías mientras hacíamos el amor. Ella lo miró, como interrogándole el porqué… También me miró a mí como buscando aprobación y finalmente ella estuvo
de acuerdo. Y yo, que estaba realmente excitado por la sesión que acababan de protagonizar, no tuve dificultad en desprenderme de mi ropa y estar muy rápido al lado de mi mujer. Al llegar a su lado ella me recibió con aceptación, pero con una actitud evidentemente diferente a la que mostrara con aquel muchacho. Con él era pura pasión y desenfreno; Conmigo la cosa era diferente. Sexo más reposado y quizá predecible. Pero aún así me coloqué sobre ella, quien me esperaba recostada en la cama boca abajo, penetrándola desde atrás. Empecé a moverme con ritmo y cadencia, tratando de ejercer presión con mi miembro en todos los rincones de su sexo. Y ella, al sentir eso, pareció volver a desconectarse de este mundo y entregarse a sus propias sensaciones.
Algo que he aprendido de estas experiencias es que mi esposa siempre disfruta del sexo, sea cual sea la condición en que nos encontremos, de manera que entra muy pronto en sintonía y realmente se da naturalmente a su intercambio con la pareja de turno; En este caso yo… ¡Claro! Hay una diferencia… Y, en su caso, creo que con su marido pudiera no existir la misma excitación que puede encontrar al sentir que es un extraño quien le proporciona tanto o más placer. Ese es un afrodisíaco indudable… para ella.
Mientras me concentraba en atender a mi esposa el muchacho, muy acomedido por demás, se preocupaba por sacarnos fotografías. Entonces, quizá envidioso de que ella encontrara tanto placer con aquel hombre, procuré presionar con intensidad mi pelvis contra su clítoris… Y con esa intensión varié mis posiciones en repetidas ocasiones; me coloque encima de ella en la típica posición del misionero y luego me acomodé para penetrarla lateralmente, lo cual me permite centrar mi presión sobre su punto “G”. Nunca me lo ha dicho, pero creo que la cosa funciona pues veo con satisfacción las facciones de su rostro, las cuales me indican un profundo y continuo placer…
Después de varios minutos de contacto, quizá de varios orgasmos en ella, me retiré retrasando a propósito mi propio placer. Le insinué a ella que atendiera mi sexo con su boca y ella así lo hizo… ANDRES se sintió excitado al ver el expuesto el trasero de mi esposa, quien estaba agachada, de rodillas sobre mí, chupando y chupando mi pene y, sin consultarlo, intentó penetrarla desde atrás, tal vez por su ano... Ella pareció sentirse incómoda y se resistió a aquello, entre otras cosas porque no ha tenido mucha experiencia y práctica en aquello del sexo anal, de manera que la intensidad del momento se perdió. Ella se levantó, pero me dio a entender que quería continuar, solo que quería poner aquel pene en el lugar en el que ella lo quería… su propia concha. Y así fue… Ella se puso en posición de perrito y dejó que aquel la penetrara desde atrás, en una acción que le resultaba más cómoda y apetecible, mientras procuraba seguir atendiendo mi sexo con su boca. No obstante era evidente que la sensación que aquel le producía le bloqueaba la atención que me prodigaba y ella, muy concentrada en lo que aquel hacía, claramente prefería dedicarse a sentir y sentir todo el placer que aquel le prodigaba. Así que yo, consciente de eso, recatadamente me retiré… Y ella, para nada, se opuso. ANDRES bombeó un poco más y creo, por su conducta, que eyaculó mientras lo hacía, de modo que muy pronto, también se retiro, echándose de espaldas sobre la cama.
Después de aquello se quedaron estáticos, inermes, abrazados por largo tiempo; cada cual recuperándose a su manera de los sobresaltos experimentados. Tratamos de hablar un poco los tres, pero todavía se percibía una elevada tensión sexual entre ellos, como si todavía estuviese pendiente el final de la aventura. Mi mujer no se quería separar de él y acariciaba ese cuerpo como si fuera suyo, el último hombre sobre la tierra, y de un momento a otro empezó a chupar nuevamente su verga, que para ese momento estaba en reposo…
No duró mucho aquello, pues la chupada de mi mujer despertó aquel miembro y pronto estuvo en condiciones de serle útil otra vez. Ella, sin decirlo, estaba dispuesta a gozar de aquel muchacho a su manera, siendo ella quien tomara el
control de los acontecimientos. Y, con ese propósito, una vez sintió aquel miembro duro y erecto, montó a ese muchacho e introdujo su miembro dentro de sí. Ahora era ella quien gobernaba los embates, adelante y atrás de sus caderas. Pude ver, desde atrás, como aquel miembro negro, largo y duro desaparecía en medio de sus piernas, introduciéndose poco a poco en lo más profundo de su sexo.
Las contracciones de sus nalgas indicaban a las claras la intensa emoción que ella sentía al estar montado sobre él y dueña absoluta de sus movimientos, lo cual evidenciaba el enorme placer que experimentaba. Cada embate de su cadera era acompañado por aumento paulatino de su respiración y, en pocos momentos, ambos transmitían su excitación por medio de rítmicos jadeos de su respiración, cada vez más rápida y agitada.
Mi mujer recogía y estiraba sus piernas hacia atrás, acompasadamente; luego las extendía a los costados y las recogía nuevamente, también de manera rítmica y cadenciosa. Estoy seguro que aquel hombre estaba sintiendo el más fuerte y acalorado apretón que jamás hubiera sentido en su pene, propiciado
por una mujer que estaba en uno de los mayores éxtasis de su vida. Ella empujaba, adelante y atrás, una y otra vez, mientras mantenía sus ojos cerrados, quizá concentrando toda su atención en las sensaciones que el roce con ese cuerpo moreno le producía. Y así, apretando y empujando, cada
vez a mayor velocidad, se produjo el desenlace…
Ambos parecieron llegar simultáneamente al orgasmo. Mi mujer se echó a un lado, como disparada de su posición, mientras aquel moreno pronunciaba un sonoro y gutural “Uuuuuuuuuuuuuyyyyyyyyyyyyy”, porque quizá sintió quemar su miembro en la plenitud del climáx y su propia eyaculación, la cual fue abundante y agitada, descargada en varios chorros… Ahí terminó todo, por esta ocasión.
No hubo palabras, quizás por mi presencia, pero se podía observar en sus rostros la satisfacción que les produjo el momento. Cada cual, por su lado, poco a poco se incorporó, se vistieron y después de algunos instantes, ya recuperados de la intensa agitación que ese encuentro, nos dispusimos
a abandonar aquella habitación y muy amistosamente nos despedimos, quizá hasta el próximo aniversario… ¡Veremos!
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