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¡Caramba Orlando, cuánto tiempo sin saber de ti! –casi grité escapando por el pasillo que llevaba a mi despacho, tras despedirme de mis compañeras de departamento.
Y cuéntame muchacho, ¿Cómo te va la vida? ¿a qué te dedicas? –pregunté una vez cerrada la puerta del despacho.
No me va mal, doy clases en un instituto.
¿Literatura?
Sí, ya sabes que lo mío no era la gramática –concedió tuteándome pese a la diferencia de edad.
Lo sé, nunca te gustó aunque eras un buen estudiante en mi asignatura. Pero te gustaban más las fantasías literarias. Al final tuve que aceptar la derrota frente a mis colegas –exclamé sonriéndole abiertamente tras haber dejado la chaqueta y el pañuelo sobre el respaldo de la butaca.
Bueno, tampoco fue una derrota total. Algo de tus enseñanzas caló en mí también –dijo respondiendo a la sonrisa que cubría mi rostro.
Había vuelto a Barcelona tras varios años de ausencia. Seis largos años desde su traslado a Gijón donde daba clases de Literatura a muchachos difíciles de gobernar. Había encontrado la ciudad muy cambiada, dinámica como siempre pero diferente no sabía bien en qué sentido, pero lo cierto es que esa era la imagen que se había llevado tras unas horas callejeando por la misma. Se sentía extraño en aquella ciudad que había sido siempre la suya. Seis años dan mucho de sí y aquella era una muestra más. Llevaba apenas tres días y aún no se había hecho al cambio de ciudad, ya no era la ciudad que dejó aquel lejano día de un mes de marzo.
Adela era catedrática de Gramática Descriptiva desde hacía ya quince largos años, muchos muchachos y muchachas habían pasado por sus manos. Orlando había sido uno de sus alumnos en los primeros años de cátedra, años duros aunque también de grandes satisfacciones. El joven estudiante había asistido a alguna de las reuniones que celebraban en casa junto a colegas y alumnos y en las que corrían el alcohol y algún que otro porro para escapar de la rutina del día a día. Solía recordar los veranos en la Costa Brava o en la casa de sus suegros en el Ampurdán en los años felices de su matrimonio. Desde la muerte de su esposo, la vida se había vuelto aburrida y monótona, de la facultad a casa y de casa a la facultad con algún divertimento de fin de semana yendo al cine con algún matrimonio conocido o alguna compañera de cátedra.
¿Cuánto hace que estás en Barcelona?
Tres días escasos y la verdad es que aún no me he habituado. La noto como cambiada, diferente a cuando marché.
Suele pasar… tras años de ausencia siempre cuesta habituarse al lugar. Unos días más y no notarás tanta diferencia.
¿Y cuánto vas a estar? –pregunté echada cómodamente en la butaca.
Unos ocho-diez días. Tengo que volver a Gijón a mediados de mes.
¿Supongo que nos veremos? No vas a dejar abandonada a tu profesora favorita…
No, claro que no. Pasaré a verte de aquí dos días. Me enteré de lo de tu marido, lo siento de veras. Sabes el aprecio que le tenía.
Lo sé. José Manuel también te lo tenía. Puedes pasar por casa si quieres, sabes donde vivo. Me gusta recordar los viejos tiempos.
Adela vestía uno de sus trajes sastre habituales en ella. Desde sus años de estudiante se los había visto a menudo. Americanas entalladas a su figura delgada y bien cuidada y faldas por encima de la rodilla, nunca más arriba. La comodidad la reservaba para su casa o cuando salía por ahí, usando tejanos, jerseys de punto fino o cómodas y destartaladas camisetas que la hacían parecer otra. Siempre había estado enamorado de ella. Su timidez le había impedido ir más allá. Su timidez y José Manuel claro. El estar casada la hacía inaccesible para él. Los dos años que estuvo dando clases con ella, no hubo día que la deseara más y más. El tenerla tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Elegante, bella y hermosa, de sonrisa contagiosa y buen tipo por el que Orlando suspiraba desde su asiento en la tercera fila de aquella pequeña aula de la planta baja de la facultad. La veía entre clase y clase, paseando por el patio para ir a su despacho o a alguna reunión del departamento. Poco a poco fueron tomando confianza, visitando el muchacho el despacho de la profesora a la que deseaba en silencio. Adela le presentó a Tere con la que mantuvo un romance de pocas semanas. Era guapa y de familia bien aunque un poco simple. Luego las invitaciones a su casa para celebrar cualquiera de aquellas reuniones bohemias a las que José Manuel y Adela eran tan aficionados. En aquellos encuentros se vivía un ambiente de intelectualidad de lo más interesante.
Orlando era un muchacho agradable y tímido. Un gran estudiante, uno de los mejores que nunca tuvo si no fuera por su nulo interés por la gramática y las asignaturas de lengua en general. Lo suyo era la literatura, le fascinaba y a ello se dedicaba al cien por cien. Hablando con compañeros y compañeras, decían de él que era una esponja y que libro que caía en sus manos, libro que devoraba. Aprobó sus asignaturas con suficiencia insultante, una mente privilegiada la suya recopilando todo lo que se le daba. Uno de esos alumnos que aprueban sin apenas esfuerzo y que retienen los conocimientos con facilidad pasmosa. A los dos meses de conocerse entablaron amistad, invitándole a casa a alguna de las reuniones que con su marido solían llevar a cabo en las noches de fin de semana. Les gustaba la bohemia, el alcohol y los buenos ratos con las amistades. Orlando pronto se hizo amigo de José Manuel y a ella le agradaba su presencia. Era un chico alto y atractivo con el que no le hubiera importado tener algo si hubiera estado libre de relaciones maritales. Pero con José Manuel eso no era posible, le quería demasiado como para liarse con alguien de la facultad o algún alumno como Orlando.
Casi es la hora de comer. ¿te apetece que comamos juntos? La verdad, no me apetece nada estar sola. Hablaremos de los viejos tiempos, ¿quieres?
Ummm, iba a tomar cualquier cosa por aquí cerca. ¿qué hora es?
La una y cuarto. Acompáñame hasta las dos y vamos a comer algo. Aprovecha para curiosear la librería… aunque imagino que no habrá nada que te resulte interesante –comenté con una risilla cómplice.
¿Por qué dices eso? Siempre hay algo interesante que poder apreciar.
Adela se encontraba sentada e interesada aparentemente en unos papeles que no paraba de revisar. Nada le preguntó, siguiendo cotilleando por la amplia estantería de libros para de vez en cuando irle echando un vistazo. Era todavía una mujer hermosa. Aquel día vestía un blazer granate sobre blusa blanca acompañando una falda gris marengo a la altura de la rodilla. El pelo suelto por encima del cuello, liso y de aquel color castaño que le conocía de siempre. Los labios pintados de un leve tono marrón, maquillada pero no en exceso. Seguía a lo suyo sin prestarle atención alguna, así las miradas del chico se hacían más constantes. Como un chispazo, le vino a la mente aquella mañana de muchos años atrás en que la vio aparecer por el patio con su carpeta a cuestas y aquel traje chaqueta a cuadros negros y amarillos combinado con zapatos negros de altísimo tacón que la hacían resaltar la figura. El cabello corto y rubio que llevó durante una temporada, la hacía parecer mucho más joven de sus treinta y tantos años. Un bombón hecho mujer, una mujer que a cualquier hombre haría palidecer viéndola.
Eran segundo y tercero los años en que coincidieron. Ella daba otras asignaturas pero ya en cuarto y quinto cuando los chicos habían optado por una rama u otra. Tenía dos grupos, uno de mañana al que acudía Orlando y otro de tarde. Grupos de unos 25 alumnos con lo que se hacía mucho más fácil y ameno el preparar las clases y los trabajos a desarrollar. Hacían actividades en grupo e individuales y en todas ellas, Orlando resultaba un alumno brillante pese al poco interés que mostraba. Las más de las veces la exasperaba viéndole perder miserablemente las muchas condiciones que atesoraba. Luego los trabajos y exámenes los sacaba con nota. ¡Maldito muchacho! En todo el año le vio con una chica, al menos no le vio nada serio que pudiera hacer pensar en algo con alguna de ellas. Amigas tenía claro, pero ninguna con la que pareciera ir más allá de una buena amistad. Incluso llegó a pensar en su posible homosexualidad pero ya en cuarto le vio con una muchacha en el patio besándose y haciéndose arrumacos con lo que sus pensamientos hacia él cambiaron radicalmente.
Estando mirando la estantería de libros, la notó echarse sobre él sin esperarlo. Los tacones resonando en el terrazo del despacho hasta tenerla a su lado, abrazándole como desesperada al tiempo que abría la boca ofreciéndole sus trémulos labios y su lengua húmeda y jugosa. Buscó retirarse y escapar de su lado pero le fue imposible. El deseo parecía envolverla de manera diabólica. Sus bonitos ojos grisáceos brillaban de un modo diferente al habitual, alguna vez se los había visto en las fiestas a las que asistía. Noches en las que seguramente acababa junto a su esposo revolcándose entre alientos a alcohol y sexo. Pese a su aparente fragilidad, siempre la había imaginado activa y poderosa en el aspecto carnal. Al menos esa era la sensación que daban, ella dominante y dejando el papel pasivo de la pareja a su querido esposo.
Se abalanzó sobre el muchacho. Estaba bien segura que Orlando no lo haría, la respetaba demasiado así que debía ser ella quien no le respetara a él. Le besó con desenfreno, buscándole la boca que él trataba de retirar. Por su parte abrió los labios, sacando la lengua para que la tomara. La trató de loca, buscando separarse pero no le dejó. Hacía tiempo que deseaba aquello pero con José Manuel era imposible. Ahora sin embargo, nada la obligaba a dejar de lado sus deseos. Después de muchos años lo tenía allí a su lado y algo desconocido se apoderó de ella, una locura transitoria pero que no quería dejar pasar. Le besó tomándole el rostro con las manos, luchando con Orlando de manera furiosa para hacerlo entrar en razón. La razón de una hembra deseosa de besos y caricias que hacía mucho no tenía.
¿Pero aquí? –dijo el muchacho disfrutando el ataque que le lanzaba.
Sí, tenemos un rato… nadie nos molestará tranquilo…
Pero… pero, estás loca… -exclamó intentando desembarazarse.
Loca por ti sí… hace ya mucho pero con mi marido resultaba imposible buscar algo más. Ahora todo es distinto… no me rechaces Orlando, por favor…
Poco a poco fue cediendo a lo que la mujer le proponía. Uno no era de piedra y el muchacho evidentemente no pudo resistirse a los encantos de la cuarentona. Pese a sus arrugas resultaba hermosa, tan hermosa como muchos años atrás. La atracción por Adela se mantenía intacta y fresca como cuando Orlando tenía 20 años y fantaseaba con la hembra madura, con la profesora bella y atractiva que tanto le excitaba cada vez que la veía. Dejó que la lengua entrara en su boca, respondiendo al beso que deseaba tanto como ella. La enlazó por la cintura atrayéndola hacia él, dejando que Adela lo tomara con sus manos besándole con descaro. Unieron las lenguas notándolas húmedas y apasionadas. Un beso largo y cálido entre los gemidos continuos que ella emitía. Las manos no estuvieron quietas, reconociendo los cuerpos por encima de las ropas. Ella apretándole con fuerza la espalda y él haciéndolas caer camino de las bellas formas que tanto tiempo deseó probar. Ninguna parte quedó sin recorrer. Brazos, muslos y piernas para caer finalmente sobre las nalgas lo que la hizo gemir aún con mayor fuerza. Ella también agarró las del chico, abrazándolas entre los dedos para notarlas duras y prietas.
¡Te deseo cariño, te deseo… hace tanto que te deseaba en silencio, sin poder decirte nada, sin que supieras de mi deseo por ti!
Bésame Orlando, bésame –le pedí dejando caer la mano sobre el hombro del chico.
Yo también te deseaba y lo sabes. Supongo que esas cosas se notan más en un hombre…
Lo sé. Sé cómo me mirabas, tus miradas no llevaban a engaño y eso me hacía sufrir más.
El recorrido de las manos seguía su curso. Las de Orlando cayeron sobre uno de los pechos de la mujer mientras la otra continuaba en el trasero levantado y escondido bajo la falda. Deseaba tocarlo, conocer la delicada prenda interior de la madura que imaginaba encantadora y sobria. Se hizo con la ropa, levantándola con dificultad hasta dejar a la vista los muslos rollizos y rotundos de ella. Adela no paraba de gimotear junto a su oído, haciéndole conocer lo caliente que se encontraba. Caliente como hacía mucho no lo estaba, habían sido dos largos años sin estar con un hombre y ya no recordaba aquel estado de entrega a los placeres del amor.
Acaricíame muchacho… hacía tanto tiempo que no sentía algo así.
¿Lo deseas tanto como yo? –me preguntó notándose su voz turbada por el deseo.
Lo deseo sí. Deseo que me beses y acaricies. Que acaricies mi cuerpo con tus fuertes manos…
Ven aquí Adela… deja que te desnude.
Oh sí cariño, hazlo… no me hagas esperar más
Se desnudaron con prisas, fue la mujer la que empezó. Al muchacho le sorprendió agradablemente la rápida iniciativa femenina. Siguieron besándose mientras las manos trabajaban a destajo con las ropas del otro. Le fue soltando uno a uno los botones de la camisa color negro que llevaba, una juvenil camisa de algodón que le hacía resaltar su cara algo desaliñada con aquella barba rala y poco poblada. Los pelos le pinchaban cada vez que la besaba pero ello no era óbice para que la mujer buscara los besos que tanto ansiaba. Las respiraciones entrecortadas por el deseo, el tono débil en sus voces animándose a continuar con aquello. La llevó contra la estantería de forma furiosa, haciéndola gritar de pura emoción. Orlando también la fue desnudando de forma casi salvaje. Quitándole la blusa sin esperar a más, se encontró con el canalillo de aquel par de pechos acogidos en la exquisitez que era la tela de blonda del sujetador negro con pequeños detalles azules. Siempre había sido una mujer coqueta y el descubrimiento de aquella prenda resultó encantador para el muchacho. Se lanzó sobre ellos cubriéndolos de besos. La madura mujer, reía divertida emitiendo tímidos grititos. Le preocupaba que alguien les pudiera oír. No pasaba así con Adela que no paraba de gemir y jadear animándole a seguir.
Las manos en su cintura apretándola contra él la hacían reír. Parecían dos jovencitos en su primera cita, llevaban tanto tiempo deseando aquello que el resto del mundo parecía no existir. Poco a poco fueron desapareciendo las ropas, tiradas por el suelo o allí donde caían. La pasión les devoraba, la pasión por el otro y por todo aquel tiempo pasado y que trataban de recuperar. La camisa ya fuera, se encontró con el pecho velludo y varonil de su amante. Lo besó de forma desenfrenada, jugando con los pelillos mientras el chico le tomaba el cabello enredándolo entre sus dedos. Besó el pecho, pasándole la lengua de manera perversa por el mismo. Aquello gustó al chico que la cogió para llevarla a su boca y besarla una vez más. Las bocas húmedas, dándose a conocer lo mucho que se deseaban. Al fin juntos, ya nada les iba a detener. Le comió el cuello haciéndola sentir en una nube. Hacía tanto que no recordaba aquello. Notaba los labios carnosos sobre su fina y delicada piel. Gemía, sollozaba, se dejaba llevar por aquella caricia que la tenía loca. Todo el cuerpo le temblaba por la necesidad de un nuevo avance. Ella volvió a la carga respondiendo al caer las manos por encima del tejano, apretando el duro trasero con lascivia. Le gustaba el cuerpo joven y bien formado del muchacho. Montones de ideas le pasaban por la cabeza para poder hacer con él. Cosas que nunca le hubiera confesado a su esposo pese a la libertad que les caracterizaba en sus encuentros íntimos. Notó el bulto pegado a ella y un largo sollozo salió de su boca.
Desnúdame cariño… qué cachonda me tienes.
¿Estás cachonda eh?
Sí maldito… me tienes cardíaca…
Déjame que te quite la blusa… ayúdame.
Sí hazlo… no, la falda no… no tenemos mucho tiempo… ´-musité parándole la mano con la mía para que no se hiciera con la falda.
¿Cuánto? –preguntó el joven sin poder evitar mostrar su ardiente anhelo.
Una media hora… cuando acabe María su clase, supongo que no tardará en venir.
Más que suficiente –exclamó antes de hacerla callar con un nuevo beso lleno de vicio.
No le dejó que le subiera la falda, al menos no de momento. Echando la mano atrás paró la del chico, invitándole con la mirada a nuevos besos. La mirada ardiente, los labios gordezuelos eran una tentación demasiado grande como para que Orlando no volviera a caer sobre ellos. Se besaron comiéndose las bocas, ahogando el frenesí que les devoraba. Ella llevó la mano sobre el tejano de su joven amante. Manoseándole, tocándole, palpando aquella presencia que tanto deseaba. Lanzó un largo suspiro al sentir la fuerza incontrolable que el macho presentaba. No estaba nada mal e iba a ser todo para ella. Pronto se entregaría a él, estaba bien segura de ello. El hombre continuaba besándola, comiéndole los labios, mordiéndolos con suavidad cosa que a la mujer la excitaba aún más. Cayó su cara sobre el hombro permitiendo que le besara el cabello, la pequeña orejilla lamiéndola por completo para llenarla de sus babas. Adela no podía aguantar tanto placer, estaba muy muy caliente y se lo demostró volviendo a plantar la mano sobre el bulto prominente que el pantalón escondía.
Lo que el muchacho guardaba la hizo gemir de emoción. No estaba nada mal, no señor. Un miembro que acarició pasándole la mano lentamente por encima del pantalón. Él la besó una vez más, uniendo las bocas, haciéndola callar en sus pedidos. El rostro sobre el hombro, dejando que la besara los cabellos para enseguida apartarlos y caer sobre la oreja que chupó y lamió con complacencia. Cerró los ojos gozando la caricia de aquella boca, se notó mojada entre las piernas, una humedad irrefrenable y que parecía crecer con cada roce de la lengua en su oreja. Las palabras del uno se mezclaban con las de la otra, palabras llenas de lascivia y perversión. Se pegó al chico sintiendo el bulto sobre su vientre. Estaba muy cachonda, muy cachonda y no sabía si iba a poder resistirlo mucho más. Levantó una pierna cruzándola por detrás de Orlando, haciéndosela notar sensual y femenina. El muchacho la tomó con la mano apretando el muslo con algo de violencia, clavándole los dedos en la piel erizada.
Hazme el amor cariño, me tienes loca.
¿Eso quieres? –preguntó haciéndose su voz entrecortada como la de la mujer.
Sí lo quiero, necesito que me hagas el amor… sentirme entregada de nuevo.
No imaginaba que fueras así.
¿Así cómo?
No sé tan ardiente y salvaje… pero me gusta.
Calla y bésame… necesito tus besos chico malo…
Cada vez se encontraban más lanzados. Ya no solo se besaban y abrazaban sino que las manos corrían por cada rincón de sus cuerpos. Orlando se apoderó de los pechos sacándolos de las cazoletas hasta quedar frente a él, duros y tersos y ansiosos de nuevos besos. Los pezones se veían gruesos y muy oscuros sobre la piel clara. Los chupó, lamiéndolos con delicadeza y amor extremo. Pasó la lengua notándolos crecer bajo su boca, primero el uno y luego el otro, un buen par de pezones agradables de chupar. Ella tiraba la cabeza atrás disfrutando las succiones que le daba. Tenía los pezones sensibles y fáciles de excitar. Los fue lamiendo recorriendo la aureola para luego hacerse nuevamente con el pezón hinchado y elevado. Al mismo tiempo bajó la mano hacia el vientre de la madura. Bajó más buscando meterla bajo la falda, subiendo la tela ahora sí sin quejas por parte de su amada. Pasó los dedos por encima de la braga escuchándola jadear inquieta y muerta de deseo. Acentuó la caricia en el pecho, mordisqueando suavemente el pezón lo que la hizo gritar sin remedio. Le cerró la boca con los dedos dándoselos a chupar y obligándola a callar. La muy malvada los chupó con lascivia infinita, mirándole a los ojos con mirada nublada. Los ojos en blanco parecía una ramera.
La mano corriendo entre sus piernas mientras devoraba el pezón de forma desenfrenada, chupándolo como si fuera un bebé. Con dificultad trataba de deshacerse de la falda, levantándola para dejarla alrededor de su cintura. Una vez conseguido el resto resultó mucho más simple. Los dedos vivarachos apartaron la tela de la braga a un lado y pronto se hicieron con el sexo empapado en jugos. Se corrió ahogando sus lamentos en la boca del chico. Llevaba tanto rato esperándolo que no pudo aguantar su placer. Entre las piernas, un manantial de jugos la fue abandonando en un orgasmo intenso y que la dejó con cara de agradecimiento. Orlando la miró con un gesto de sorpresa, quizá no esperaba el orgasmo rápido de la cuarentona. Las piernas le fallaban sobre los finos tacones que la sostenían. Hubiese caído de no ser por estar sujeta al chico que la tenía bien cogida por la cintura. Se mordió el labio, humedeciéndolo para aplacar el placer que la consumía. Enganchó la cabeza del chico y lo acercó para musitarle lo mucho que lo había disfrutado. Lo quería a su lado, sentirlo cerca, amándola hasta el último segundo de aquel cálido encuentro.
Me corro cariño… me co… rrooooo –exclamó notando el orgasmo correrle entre las piernas.
Acaríciame amor, acaríciamelo… -reclamó al sentir los dedos apoderarse de la vulva y de los labios, resbalando con facilidad gracias a los muchos jugos que producía.
Sí córrete Adela… córrete… tanto tiempo deseándolo…
Sí, sí… dios qué bueno es esto –era difícil entender lo que decía, tan enloquecida se hallaba.
Qué hermosa estás cariño… me encanta verte así de entregada y caliente.
Oh sí, bésame… bésame de nuevo chico malo.
Se abandonó sobre el chico hecha un guiñapo. Le costó recuperarse un tiempo no corto, tan intenso lo había sentido que se notaba cansada pero feliz. Quedó cogida a su joven amante, el brazo caído sobre el hombro masculino que la tenía bien enganchada por la cadera. Nunca había visto correrse así a una mujer, ¿Sería verdad lo que se oye de las maduras fogosas e insaciables? Dejó que se recobrara, los cabellos por encima del rostro perlado en sudor. Nuevos gemidos quedaron acallados por la boca siempre presta a cubrir sus labios. Se fue calmando, recuperándose de aquel estado de sopor al que la había llevado. Era maravilloso, apenas unos minutos antes acababan de volver a verse tras muchos años de ausencia. No sabían reconocer el qué, pero algo indefinible les había llevado a aquel estado de enamoramiento carnal. No aguantó más, ella le pidió que la amara, deseaba entregarse a él hasta el final. No tenían mucho tiempo para ello.
Se había corrido como una bendita. Se notaba aturdida y entre las piernas corriéndole un manantial abundante de jugos. Amablemente la besó haciéndola calmar en su desesperación. Se sentía cansada, los pies no la sostenían y si no hubiera sido por las manos del muchacho seguramente le hubiese costado mantenerse en pie. Los ojos oscuros acabaron en los suyos, observándola con detenimiento para tomarla del mentón haciéndola ladear la cabeza antes de terminar en un último beso de profunda delicadeza. Era delicado en sus movimientos, en cada uno de sus gestos, posiblemente la timidez lo impulsaba a ello. Pero a ella le gustaba, ya con José Manuel le resultaba cómodo el papel activo en la relación, estaba acostumbrada a ello y le gustaba dominar aunque también ser llevada. Con voz acariciadora reclamó que la hiciera el amor, que la hiciera suya por entero, sentirlo dentro de ella hasta acabar fundidos en uno solo. Soltándole el botón del tejano, indagó tratando de encontrar lo que quería. No tardó en conseguir su propósito, tras bajar con urgencia la cremallera que mantenía el pantalón aún sujeto. De forma lenta lo fue bajando, resbalando por los muslos y las piernas hasta detenerse en el suelo, alrededor de los pies de Orlando. Con los dedos agarró la prenda masculina haciéndola seguir el mismo camino. Ya desnudo se agachó teniendo bien agarrado el miembro que tanto deseaba probar.
Déjame que te la coma…
Claro hazlo –le indicó aturdido por las palabras directas de la mujer a la que tenía tan venerada.
Me encanta… que dura y gruesa la tienes.
Toda para ti Adela… chúpala y dame placer.
Sí claro, eso quiero. Darte el mismo placer que tú me has dado.
Hazlo –reclamó ahora él no pudiendo soportar las ganas.
Metida entre sus piernas, comenzó a lamer de forma suave pero continua, pasando y repasando la lengua por encima del grueso tallo. La lengua húmeda recorriendo el miembro de arriba abajo, saboreándolo con ojos de gata al sonreír viéndole gozar de aquel modo. Una vez llegó arriba se dedicó a jugar con el glande que aparecía inflamado y rosado, brillante gracias a la saliva con la que la mujer lo impregnó. Ahora era él quien creía que los pies no soportaban su peso. Las rodillas le temblaban, teniéndose que coger a la cabeza de ella para mantener el equilibrio. La cabeza le daba vueltas, gozando el trabajo con que le obsequiaba. El día pareció hacerse noche, la luz que entraba por la ventana pareció desaparecer para el hombre.
Adela continuó, esta vez chupando y lamiendo los huevos al tiempo que con la mano mantenía el pene atrapado. Estuvo comiéndole los testículos unos segundos, envolviéndolos con los labios para dejarlos ir abandonados en su interés. El miembro viril quedó en libertad, poderoso y robusto, doblado hacia arriba en una prueba palpable de su vitalidad. Lo observó con detenimiento, disfrutándolo en su masculinidad, un miembro que a cualquier mujer gustaría. Cerró los ojos y se lo tragó de una vez, provocando en el muchacho un gemido lastimero. La madura era experta en aquellos menesteres para su total placer. Se la estuvo chupando un rato largo, tomándola y expulsándola de la boca, la cabeza adelante y atrás ayudada por las manos de su joven amante que no paraba de empujar también con el vientre. Esto la hacía ahogar, era tanto el grosor del sexo que le costaba alojarlo en la boca. Tuvo que dejarlo ir para respirar, sin embargo pronto volvió a la carga de manera furiosa. La dejó limpia y brillante, dura como la roca y lista para el feliz encuentro. Se puso en pie elevando una pierna para que la penetrara con facilidad.
¡Vamos métemela… dámela toda Orlando! –exclamé notándome arder por dentro.
Sí cariño… tómala, tómala toda –respondió llevando el miembro a la entrada del coño para de forma lenta ir ingresando en el interior de la vagina.
¡Diossssssssssss sí, empuja muchacho… em… puja fuerte!
Sí sí, cuántas veces había soñado con esto –confesó quedando quieto entre las paredes femeninas.
Oh sí cariño… qué duro te siento, es fantástico…
Empezó a moverse una vez dejó que Adela se acostumbrara al tamaño de su sexo. Las paredes de la vagina lo envolvían haciéndolo sentir agradablemente encajado. Había resultado más fácil de lo previsto. Unos leves grititos, seguidos de unos gemidos resonando junto a su oído. La tenía bien sujeta de la pierna, manteniéndola elevada para así favorecer el movimiento de entrada y salida. Empujó primero lentamente para poco a poco ir aumentando el ritmo de la follada. Ella se agarraba a él, gimoteando mientras le pasaba el brazo por detrás del cuello. Le hablaba animándole a seguir, loca de deseo por un mayor desempeño. Apoyada en la estantería, notaba la madera clavarse en su piel. Los golpes del joven eran cada vez más duros y secos. Entraba y salía para volver a entrar con violencia casi insultante. Y así una y otra vez obligándola a acallar los gritos que estaba a punto de soltar. Le costaba horrores no hacerlo, no dar rienda suelta a la locura de aquel polvo que tanto la hacía vibrar. Un escalofrío se apoderó de ella, notando el orgasmo volver a visitarla. Se corrió removiéndose inquieta, removiéndose como la loba en celo en que Orlando la había convertido. Ni en sus mejores sueños hubiera imaginado una mañana así. El joven amante se detuvo, obsequioso con la tremenda tormenta que envolvía a la hermosa madura. La besó haciéndola callar, aguantando el dolor al sentir los dientes de ella morder su labio inferior.
Volvieron a la carga con igual interés desbocado. Penetrándola con golpes bruscos y secos que la hacían suspirar de emoción. ¡Dios, qué polvo… qué polvo más rico le estaba pegando! –pensó la mujer con la poca razón que le quedaba. La tenía firmemente cogida del culo y la polla la golpeaba de manera insistente, resbalando hasta llegarle a lo más hondo. Ella pedía más y más, parecía no tener bastante y su joven amante complacido, se lo daba con creces. Uno, dos, tres golpes para salir de ella en un breve receso con el que la hizo sentir molesta. Cogiéndosela con la mano y en la misma postura, entró de nuevo poniéndose al instante los dos a moverse perfectamente acoplados el uno al otro. Parecía que lo hubieran hecho toda la vida, la mujer estaba tan mojada que la follada resultaba de lo más gratificante para ambos. Los sexos unidos, mordiéndole el hombro para moderar sus sollozos de hembra consumida por un placer largo tiempo olvidado. La mataba de gusto, enloquecía gracias a la follada que parecía no tener fin. El muchacho se mostraba incansable para mayor regocijo de la madura. Los movimientos se hicieron mucho más rápidos, trepidantes para ella que notó crecerle un nuevo placer por todo el cuerpo. Se lo dijo excitándole para que se corriera junto a ella. La mirada perdida, los cabellos revueltos por encima del rostro, los labios resecos y necesitados de besos. Se corrió de nuevo, en esta ocasión por última vez.
Fóllame, fóllame… te deseo muchacho.
Empuja, em… puja con fuerza… la quiero toda –gimoteaba llevada por la pasión del momento.
Tómala cariño… siéntela toda dentro de ti.
Sí, la siento… me llena entera Orlando.
Me ven… go, me vengo otra vez, córrete conmigo –avisó resoplando y estremecida entre los brazos de su joven amante.
Sí me viene… me viene –indicó él haciendo las embestidas imparables.
¡Sí cariño, sí… sácala, échalo fueraaaaaaaaaaaaaaa!
Se corrió obedeciendo la petición de la mujer. Saliendo de ella, la leche saltó por los aires yendo a caer encima del vientre y el pubis poblado de vello. Varios disparos que fueron a parar sobre su cuerpo entre el ombligo y el coño. Orlando bufaba como un toro herido, había sido un encuentro inesperado y de lo más satisfactorio. Se dobló sobre la madura dejando que lo acogiera entre sus brazos. Necesitaba respirar, se sentía derrotado pero había valido la pena. Al fin la había hecho suya, un polvo salvaje y lleno de amor. La besó de forma frenética, morreándose en una última muestra de deseo por el otro. Ella jadeaba de forma entrecortada, cansada como él lo estaba. Recuperando poco a poco el control sobre su cuerpo que notaba contraído por el postrero orgasmo. Había sido aquella una mañana inolvidable, nunca hubiera imaginado algo así y menos con Orlando al que tenía olvidado hacía tiempo. Con gran pesar por parte de ambos, se separaron buscando la mujer el bolso para limpiarse con prisas el desastre que le había propinado. Le limpió también a él tomando un segundo pañuelo.
Se besaron unos segundos, jugando con las lenguas y dándose placer con las manos por encima de sus cuerpos. Había sido algo rápido pero lo suficiente para conocer el deseo del uno por el otro, lo suficiente para encender la llama que había permanecido tanto tiempo apagada. María no tardaría en venir, miró el reloj de pulsera viendo confirmado que eran menos diez. Al fin se vistieron, quedando pronto listos para ir a comer. El tiempo justo para acicalarse y recuperar el aliento perdido. María llegó con sus cosas encontrándolos en el despacho. Saludó al muchacho al que conocía de manera difusa. Adela se lo presentó de manera políticamente correcta aunque a la mujer no le pasó desapercibido el nerviosismo que la embargaba. La conocía bien y sabía que algo había ocurrido entre ellos. No era fácil engañarla aunque nada dijo despidiéndose del chico con dos tiernos besos en las mejillas. Adela se echó la gabardina por encima, tapándose con ella. Parecía que iba a llover y hacía frío.
¿Hacía mucho que no lo hacías?
Desde la última vez con José Manuel.
Se nota.
¿Tan mal estuve?
¡Oh, no quise decir eso. Estuviste fabulosa, me gustó mucho.
A mí también me gustó… ven bésame.
Ven a buscarme a las seis. Pasearemos por la ciudad y luego iremos a casa a cenar –le dijo tras acabar la comida.
¿Te acompaño a la facultad? –ofreció mientras retiraba la silla tras verla levantarse.
No gracias, mejor vuelvo sola. Necesito pensar.
Como quieras –respondió lacónicamente.
¿Te molesta? –preguntó ella tras colocarse el pañuelo por encima de la chaqueta.
Oh no, entiendo que quieras estar sola. Paso sobre las seis a buscarte, así aprovecho para hacer cosas.
¿Tienes cosas que hacer?
Bueno, pensar en lo de antes y en lo que pueda venir.
¿Te gustaría repetirlo?
Pues claro, ¿a ti no?
Claro que sí tonto –respondió entregándole los labios para que los besara…
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