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Raquel, Mario y yo

Raquel, Mario y yo

Desde que terminaron el bachillerato Raquel estuvo encaprichada, que no enamorada, con Mario. Fueron compañeros de grado. Mario era el chico más buen mozo del liceo y Raquel ya había sido desvirgada, sin mucha emoción para ella, pero entendía que coger era muy placentero, tanto más cuanto el macho fuera de mejor aspecto; así que quería que él la cogiera. Pero había un pequeño problema: A Mario no le gustaban las chicas, sino los chicos. Se hicieron buenos amigos, a pesar de que inultimente Raquel le pidió varias veces a Mario que le cumpliera su sueño de ser cogida por él. Muchas veces lo visitó en su casa y se desnudó delante de él, pidiéndole, rogándole, suplicándole que la penetrara. Pero siempre tenía que conformarse con hacerse una paja delante del adolescente, junto de él, untado su cuerpo desnudo al de Mario.
Al terminar el bachillerato Mario fue al exterior a seguir sus estudios. Raquel entró a la academia comercial y se convirtió en una excelente secretaria ejecutiva. En el trabajo y en algunos otros círculos Raquel era conocida como la muchacha más caliente, siempre dispuesta a que la llevaran al hotel o a que la entretuvieran en el carro con besos, caricias, penetración digital o incluso con introducción de pene, cuando las circunstancias lo permitían. Eso para no hablar de las múltiples ocasiones en que accedía a que la llevaran al hotel o la invitaran al departamento de alguno de los muchos hombres que la asediaban. Porque, para decirlo pronto, Raquel era una hembra capaz de atraer al más pintado de los machos, y dejarlo pensar que él la conquistaba, cuando que era ella, como lo afirmaba siempre, quien "se los cogía".
Llegó el tiempo en que Raquel maduró, accedió a casarse conmigo y, por el mismo tiempo, Mario regreso al país y comenzó a ejercer la profesión que con mucho éxito había estudiado en el extranjero. Como no habían interrumpido la comunicación, mantenida a través del correo, en cuanto Mario llegó, convertido en un hombre muy buen mozo, sin modales feminoides pero con el mismo gusto por los de su mismo sexo, Raquel siguió viéndolo, haciéndole las mismas confidencias que por correo siempre le hizo acerca de sus actividades sexuales, a las que Mario correspondía con sus propias experiencias homosexuales. Como era lógico, las visitas de Mario a Raquel, que ahora era mi mujer, eran frecuentes. Para mí era un muchacho agradable, que no tenía el inconveniente del amaneramiento tan generalizado entre los de su condición, así que no había ningún problema por lo que respecta a su presentación ni a su modo de comportarse. Y, además, era un hombre muy culto y muy bien educado, por lo que desarrollamos una amistad muy grata.
Con frecuencia salíamos los tres a pasear los fines de semana en el vehículo de Mario o en el nuestro. En uno de tantos viajes, fuimos a un sitio turístico, a unas tres horas del lugar donde vivimos. Íbamos los tres: Mario, manejando el auto, Raquel, en el asiento trasero y yo en el asiento del copiloto. Nos divertimos mucho, disfrutamos de comidas muy ricas, bebimos un poco, charlamos, discutimos, paseamos, gozamos de los atractivos y de la compañía mutua, y cuando quisimos regresar a la ciudad, nos encontramos conque la carretera estaba cerrada por una densa neblina que se había presentado inesperadamente. No había otro remedio que regresar al lugar turístico y buscar donde pasar el resto de la tarde y la noche, para salir a toda prisa a la mañana siguiente, a fin de que Mario y Raquel pudieran estar a tiempo en su respectivo trabajo. Yo, sin embargo, no tenía prisa. Mi trabajo es por mi cuenta y no tengo horario.
Muchos, como nosotros, tuvieron el mismo problema, así que el hospedaje en el sitio en que nos encontrábamos estaba bastante escaso. Yendo, como quien dice, de casa en casa, encontramos una en la que nos aceptaron a los tres, a condición de que teníamos una sola habitación, una sola cama matrimonial, y (eso sí) cobijas extra, pues el frío se anunciaba bueno. Antes de encerrarnos en la habitación, compramos algunas carnes frías y pan para cenar y un par de botellas de vino para bajar la cena.
Llegó la hora de dormir, sin mayores problemas, Raquel pidió estar entre los dos varones y ninguno de los dos protestó. Yo, porque percibí una mirada pícara de mi mujer, y Mario porque se consideraba a salvo de los encantos femeninos. Mario se desvistió hasta quedar únicamente en calzoncillos, que casi podría decirse que eran pantaletas femeninas; yo, como de costumbre, desnudo porque no puedo dormir con ropa, y Raquel haciéndome segunda, aunque normalmente ella sí usaba una bata o por lo menos un beibidol para dormir. Esa noche, sin embargo, también se desnudó por completo porque tenía su segunda intención..
Cuando los tres estuvimos en la cama nos dimos cuenta que no habíamos apagado la luz. Tuvimos que echar a suertes para ver quien la apagaba, porque después de estar bajo las cobijas, el pensar en salir de debajo de ellas no era cosa grata. El frío nos había puesto a los tres la piel de gallina y a Raquel le había endurecido y alargado los pezones. Me tocó la suerte de apagar la luz y quedamos casi totalmente a oscuras. Regresé como pude a la cama y me pegué al cuerpo desnudo de Raquel. Ella se corrió un poco y quedó pegada a Mario, o sea, emparedada entre los dos, Raquel de espaldas a Mario y yo dándole el frente a Raquel. Todavía bromeamos un rato, riéndonos de Raquel que no iba a poder cambiar de posición porque a ambos lados tenía una verga y corría peligro de quedar ensartada. Hablando de eso, dijo Raquel, no es justo que Mario tenga una prenda de vestir. Sí, dije yo, que se quite el calzón. Mario no quiso, y entonces le dije a Raquel que se lo quitara. Ni corta ni perezosa comenzó a la tarea de dejar a Mario en traje de Adán. Mario se defendió un poco, pero terminó por ceder, porque en la ligera lucha que se armó las cobijas dejaron a la intemperie nuestra parte superior, de la cintura hacia arriba. Nos apretamos más unos contra los otros, cuando se terminó la operación desnudar a Mario, y entonces comenzó la otra burla. Mario, decía Raquel. ¿Qué es lo que me pica en mis nalgas? Mario, no abuses de las circunstancias, decía yo. Y con ese tipo de burlas, estuvimos un buen rato, hasta que noté un cierto movimiento en el brazo de Raquel. Estaba acariciándole el miembro a Mario y él se dejaba acariciar. Pensé que debía cooperar, y tomé la mano de Mario y la pasé hacia el frente de Raquel, dejándola sobre sus tetas. No la movía Mario, así que la volví a tomar y comencé a moverla pasándola de una teta a la otra. Un rato después, bajé la mano de Mario e intenté ponerla en el sexo de Raquel. Ella Levantó su pierna, la puso encima de las mías, y dejó el camino libre para que la mano de Mario la acariciara.
Quiero voltearme, dijo Raquel, y me empujó para que me separara de ella. Giró el cuerpo para quedar de frente a Mario, pasó su pierna sobre él, de modo que el miembro de Mario quedaba en la entrepierna de Raquel. Ella seguía masajeando el miembro, y pronto comenzó a respirar fuerte. Se estaba calentando. Yo también. Estaba presenciando la seducción de un gay por mi mujer. Nuevamente tomé la mano de Mario y la coloqué sobre las nalgas de Raquel, iniciando un masaje. Allí Mario respondió mejor; le gustaba acariciar nalgas y, dada la casi oscuridad, como que le era igual que fueran masculinas o femeninas.
Un poco después, Raquel comenzó a besar a Mario. Él no decía nada y se dejaba hacer, sin cesar en sus caricias en las nalgas de Raquel, ni ella de masajear el miembro de Mario. De pronto Mario dijo: Voltéate, pidiendo que Raquel quedara como al principio, dándole la espalda y a mí el frente.
¿Ves que sí se puede? dijo Raquel, mientras continuaba masturbando a Mario. Ya había logrado que su amigo tuviera una erección, y él estaba aceptando meterle el miembro a mi mujer, pero quería hacerlo desde atrás, posiblemente por el culo. No importaba. Raquel había prometido que haría que Mario la cogiera, y fuera por donde fuera, lo estaba logrando. Dispuesta a todo, Raquel arrojó las cobijas con los pies y me pidió que encendiera la luz. Lo hice, y entonces pude ver cómo la mano de Raquel estaba dirigiendo el miembro erecto de Mario hacia su vagina. Lo introdujo con gran disfrute, según se veía; se movió repetidas veces como ella sabía hacerlo tan sabroso, tanto para que entrara y saliera el miembro, como para que le rozara por diferentes puntos de la cuca. Pronto la respiración se entrecortó, cerró los ojos, abrió la boca como para respirara mejor y empujando hacia atrás su cadera, tuvo su primer orgasmo de la noche.
Pasó un momento en que se distendieron sus miembros, recuperó la respiración, se aflojaron sus músculos y, entonces sacó el miembro de su cuca y lo llevó a la entrada del ano. Empuja, le dijo a Mario. Ese era terreno que Mario conocía bien, tanto por haber recibido miembros en su culo como por haber disfrutado de otros ajenos, así que tomó la iniciativa y enterró el miembro hasta el fondo en el culo de mi mujer.
Después de un largo tiempo en que estuvieron cogiendo, Mario sacó el miembro, acostó boca abajo a Raquel, se montó encima de ella y con el roce a lo largo de la separación entre las nalgas, acabó por echarle seis o siete buenos chorros de leche que le encantaron a mi mujer, que los agradecía con palabras cariñosas.
Cuando Mario se hizo a un lado, mi mujer tuvo que ir al baño a asearse. Luego regresó, contenta y sonriente, se volvió a colocar entre los dos y con una verga en cada una de sus manos y una pierna encima de cada uno de nosotros, no se preocupó por otra cosa que por saborear su triunfo. Había hecho que Mario, su amigo gay, la cogiera, como lo anhelaba desde que tenía doce años.
Datos del Relato
  • Autor: Charlitros
  • Código: 22188
  • Fecha: 24-01-2010
  • Categoría: Fantasías
  • Media: 5.05
  • Votos: 21
  • Envios: 0
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