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Categoría: Hetero

Quizá la mejor experiencia de mi vida

Suelen decir que hay que saber aprovechar los buenos momentos y oportunidades de la vida. Pero no sé yo si lo de bueno se queda un poco corto, o es un eufemismo, cuando me refiero a lo que me ocurrió en la ocasión que paso a relatar. Lo hago intentando reflejar al detalle lo que me sucedió y sentí, para justificar así, de la mejor manera posible, que aquello fue algo más que simplemente bueno.



De hecho, todo fue tan íntimo y lo viví tan intensamente, que por eso enfatizo el relato en primera persona desde el principio.



Yo era una asidua usuaria del tren porque me aburría en los viajes soberanamente, y al menos en ellos encontraba algo de comodidad. Yo, mujer ya entrada en los treinta, ocupaba mis días, como la mayor parte de los mortales, en ocupaciones de lo más banales: mi trabajo de secretaria, mis amigos, mis aficiones y poco más; sin que, por otra parte, nunca nada extraordinariamente excitante me sucediera. Yo, me solía conformar con las pequeñas alegrías de la vida, y por eso mismo iba en aquel tren ilusionada con el largo puente que me esperaba en el pueblo de mi infancia. Yo, que era, en definitiva, una mujer como tantas otras, con bastantes fantasías y sueños, pero pocas realidades, no podía nunca haber imaginado que situaciones como en la que me había visto inmersa esa noche en ese tren podían suceder realmente.



Pero allí estaba yo, en aquel estrecho compartimento de dos camas, con un acompañante desconocido y con el que no había cruzado siquiera una palabra. En medio de la noche, con la suave luz de la luna que se filtraba por la ventana, mientras el tren avanzaba repitiendo una y otra vez con su traqueteo esa especie de rítmico mantra que tanto me gustaba oír. Sí, allí estaba yo, tumbada de lado y destapada, sintiendo como aquel extraño, que se encontraba totalmente desnudo, metía su mano dentro de mis ya húmedas bragas, y hacía lo que quería sobre mi culo, mientras al mismo tiempo me masturbaba descaradamente con los dedos de la otra mano entre mis muslos y a través de la tela de algodón.



No sabía muy bien cómo había podido pasar, qué me había llevado a dejarme hacer algo que en una circunstancia normal mi acentuado sentido del pudor habría considerado casi sucio y reprobable; pero estaba sucediendo, y, sobre todo, me estaba gustando. Quizá fue simplemente la visión que tuve de su cuerpo desnudo cuando lo creía dormido, con su llamativo pene bien exhibido, la que estimuló mi lívido de forma imparable. Quizá fuera algo así como un imperativo de mi subconsciente el que me salió a flote aquella noche en aquel tren, y que me inducía a satisfacer mi necesidad de sexo, mi necesidad de hombre, porque de hecho ya llevaba bastantes meses, demasiados, sin sentir la caricia y el abrazo de un hombre excitado, sin sentir su penetrante presencia. Puede que el lugar y el momento: el tren, la noche de luna, el calor, la intimidad compartida con el desconocido... todo parecía ser la plasmación perfecta de una de mis fantasías preferidas. Segura y simplemente todas las piezas conjuntaban perfectamente para que mi cuerpo se entregara y gozara como nunca.



Sólo sé que ya metida de lleno en aquella situación, no podía pensar racionalmente, que lo que mi cuerpo sentía me dominaba por completo y que estaba en sus manos. Que un deseo oculto y primario, deseo de sentirme mojada, acariciada en mis intimidades, manoseada... deseo de sentirme desnuda, abierta y entregada, y en último término tomada y llenada por el pene de aquel hombre que presumía tan obsceno y tan lleno de energía sexual, se estaba apoderando por entero de mí.



Y él sabía perfectamente lo que se hacía. Una vez que ya no le quedaba ninguna duda del gran estado de excitación al que había conseguido llevarme, bien porque lo había podido comprobar con sus propios dedos al tocarme por el borde de la braga mis húmedos labios externos, o por mi audible respiración, que anunciaba bien a las claras la agitación que por todo mi cuerpo empezaba a propagarse en forma de tibia sensación, y que me subía por toda la médula espinal desde la vulva y el culo hasta la cabeza, para, luego, reflejarse desde aquélla como una nerviosa inquietud que yo misma podía observarme en los dedos de las manos y en los pies; pues bien -como decía-, una vez que me sabía bien excitada, tomó, por fin, la decisión de quitarme las bragas.



Poquito a poco procedió a bajármelas tirando suavemente desde delante y detrás con ambas manos a la vez. Todo lo que él hacía llevaba consigo una carga increíble de morbo, lento y premeditado morbo, que no hacía más que incrementar mi excitación. Así, al tiempo que las bajaba lentamente, no perdía la oportunidad de rastrearme con sus dedos tanto la raja del culo como el monte de venus por el otro lado.  Uuff!! sentir cómo aquellos dedos extraños me desnudaban para dejarme el culo y el coño expuestos a lo que él quisiera, me produjo una sensación indefinible que casi diría que nunca antes había tenido, era como sentirme muy zorra en el sentido más lascivo de la palabra. ¡Y es que me notaba tan caliente entre sus manos!



Por eso, me alegré de sentir como me iba retirando la mojada braga. Pero cuando la tenía a medio muslo, se detuvo, y por un momento perdí su contacto por primera vez en bastante tiempo. Casi al instante noté cómo se sentaba al borde de la cama mientras yo todavía permanecía en mi posición inicial ladeada y dándole la espalda. Desde allí percibí cómo se inclinaba sobre mí para a continuación besarme suave, larga y tiernamente en mi cuello al tiempo que con una mano acariciaba mi corta melena. Aquel gesto suyo acabó por entregarme del todo, lo sentía como un macho caliente pero tierno. Su aliento me calentaba la garganta mientras algo había al mismo tiempo que rozaba mi culo ahí abajo según su cuerpo se torsionaba para besarme, algo que era muchísimo más grueso que un dedo, y que lo sentía caliente y tentador sobre mis glúteos. Fue una sensación tan especial la que su largo beso mezclado con esa obscena caricia trasera me proporcionó, estando como estaba además con las bragas bajadas, que leves y placenteros escalofríos me estremecieron los pechos y todo el espacio entre los muslos. Me sentía en la gloria.



No sé por qué, pero cuando comenzó a retirarse de nuevo tuve un impulso que me llevó a romper mi quietud, y quitarme las bragas por completo yo misma sacándomelas por los tobillos. Al hacerlo, no pude resistir la tentación de torcer la vista hacia donde él se encontraba, otra vez de pie, pero no para escudriñar su cara e intentar adivinar qué tipo de hombre era, no; lo único que en realidad me intrigaba de él en aquel momento era su pene, su órgano sexual, que yo ya empezaba a desear sentirlo entre mis muslos y cuya primera visión mientras él aparentemente dormía, había sido el desencadenante de lo que ahora me estaba sucediendo, incluido ese primer y gozoso roce suyo en mi culo.



Y sí, pude por unos intensos instantes apreciar cómo era aquel excitante miembro, fijé descaradamente la vista en él hasta que el hombre me sujetó de un hombro y de la cintura para, haciéndome girar, volver a tener que tumbarme, ahora más bien boca abajo. Ahí, en esa postura, tras darme él un par de suaves cachetes en las nalgas entendí que me conminaba a que me dejara hacer lo que él quisiera, como queriéndome decir que no era el momento aún de darme su polla, sino que él sabía muy bien lo que había de hacer durante aquella larga noche para que mi cuerpo gozara, para que él me gozara.



No me opuse para nada, al contrario, me seducía enormemente jugar ese papel de cierta sumisión y ponerme en sus manos para que me manejara a su manera. En definitiva, me excitaba sobremanera que me lo hiciera un desconocido como él.



En mi nueva postura, llevaba bien grabada en la retina la imagen que pude captar momentos antes y que no hacía más que incrementar mi deseo. Un nuevo y mantenido estremecimiento me llenaba el bajo vientre mientras sentía todo mi culo totalmente expuesto y desnudo, y recordaba la forma colgante de ese cilindro de puro sexo que tenía como atributo mi anónimo pero íntimo acompañante. Y es que no podía evitar sentirme morbosa e irremediablemente atraída por su órgano sexual. Sin saber objetivar del todo el por qué, me atraía y lo veía ciertamente diferente a los pocos que había visto y disfrutado hasta entonces. A pesar de que lo tenía todavía en un estado que se aproximaba más a la semierección que a la completa excitación, se presentaba en sí mismo poderoso, dilatado y pesado diría yo. Con un tamaño apreciable y un grosor como el de las bananas grandes, colgaba entre sus muslos más o menos vertical como un salchichón, pero al sentirse observado creí notarle cómo muy pequeños espasmos que lo tensaban hacia arriba, y eso me gustaba porque demostraba de alguna manera que también yo conseguía excitarle a él, simplemente con que intuyera mi expectación por su aparato, por su aparatoso rabo. Rabo que desde luego necesitaba de un esfuerzo considerable para conseguir elevar toda esa masa venciendo a la gravedad.



Y allí boca abajo, sintiendo ya su contacto manoseándome el culo, yo me recreaba mentalmente con la imagen captada de su polla, me recreaba en todos sus detalles y al mismo tiempo me excitaba. Desde luego era una verga francamente ancha desde su base y con una cabezota, todavía encerrada parcialmente en su estuche protector, que sobresalía marcadamente, sobre todo allí donde le resaltaba la corona del glande. Éste último me pareció, pese a la escasa luz, que quería asomar ya su punta húmeda bajo la piel retráctil y rugosa que lo cubría. En definitiva, todo me presagiaba un potente órgano penetrador, una lasciva polla deseándome, que quería imaginar bien cargada de semen lechoso en las pelotas que la adornaban; y yo, irremediablemente, me sentía afortunada y muy mojada porque presentía lo que se me venía encima, cuando todo aquello se acercara y tocara la entrada de mi sensible cueva.



Ahora nuevamente él se inclinó sobre mí. Comenzó a besarme suave y repetidamente el culo. Notaba perfectamente el roce de sus labios por toda su superficie, a la vez que sus manos me subían desde las caderas por los laterales. Jugaban a sujetarme y cosquillearme, a introducirse por debajo de la camiseta que todavía vestía, retirándomela hacia arriba. Sus manos buscaban mi torso, buscaban mis pechos, y acabaron por encontrarlos y apoderarse de ellos. El empuje de sus manos bajo mi cuerpo me impulsaba hacia arriba, tanto que decidí finalmente facilitarle la tarea; me incorporé hasta quedar de rodillas con la cabeza apoyada sobre la almohada. Con ello el trasero, totalmente en pompa, le era totalmente accesible, y mis hermosas tetas también, al quedar colgando y bamboleantes.



Sus labios, ahora más golosamente, no cesaban en su trabajo, iban de fuera hacia dentro saltando por ambas nalgas, y al llegar a la grieta central, sacó su lengua y entre lametones y presiones me la fue metiendo en la raja. Era electrizante sentir aquel apéndice mojado perforando con su punta oscilante para abrirse camino hacia abajo por el desfiladero del culo. Así fue bajando poco a poco. Se entretuvo en el agujerito del ano, que por mi postura quedaba a su alcance. Me lo rodeó con la punta de la lengua trazando círculos por los bordes del esfínter, y acabó por incidir directamente en la entrada. Nunca a nadie antes le había permitido hacer algo semejante. Siempre había conservado un pudor especial con mi orificio trasero en todas las relaciones que había tenido hasta entonces. Sin embargo, en esos momentos, me sentía deliciosamente puta entregándoselo sin restricciones a aquel desconocido. ¡Cómo me gustaba lo que me hacía!



Porque no sólo mi culo era su objetivo, también mis pechos; mis consistentes, redondos y abultados pechos, erógenos y excitables, eran como un juguete entre sus manos calientes. Los acariciaban y amasaban, los sopesaban recogiéndolos entre sus palmas abiertas, me los cubría por completo como si sus manos fueran un delicioso sujetador para mis tetas. Se esmeraba recorriendo con sus yemas la ligera protuberancia de las areolas, y me tentaba los pezones con suaves roces laterales. Yo los tenía erguidos y duros por toda la excitación acumulada, y me los notaba bailando al impulso de sus caricias. Por fin me los atrapó entre sus dedos y me los manipuló y pellizcó suave y largamente.



Desde mi postura, mirando hacia atrás, podía ver perfectamente todos los movimientos de sus manos en mis pechos, y allí, al fondo, el bulto de su polla, ahora sí, perfectamente erecta, desafiante en todo su poderío, preciosa. Con toda su dureza oscilando suavemente con ligeros impulsos verticales. Aquella visión era lo más afrodisíaco que una mujer pueda imaginar y desear: sexo desnudo y excitado de macho caliente en estado puro.



Tras entretenerse lo que quiso en mi entrada posterior, su rostro continúo el camino descendente por las hondonadas del culo con su lengua abierta. Yo ya la aguardaba ansiosa con los pétalos de mi flor bien lubricados. Y allí llegó una vez que me lamió la zona entre el ano y los labios.



Por sorpresa, me depositó directamente un largo beso en toda la vulva, y acto seguido comenzó a mover sus labios sobre los míos. Con el empuje de su boca, hacía que mis labios íntimos externos fueran separándose del todo, y entonces, extrajo de nuevo su lengua y comenzó a lamerme en los labios internos, de arriba abajo y de abajo arriba, una y otra vez, sin descanso, me recorría multitud de veces desde el perineo hasta la comisura superior. Se detenía a veces para cosquillearme justo con la punta de la lengua todos los rebordes de las ninfas carnosas que me guardaban la entrada de la vagina. Entonces, distanciándose un poco, volvió a lanzarme un cachete en la nalga y me habló por primera vez en toda la noche, lo justo para decirme:



"Túmbate boca arriba y abre bien las piernas, voy a hacer que se te moje bien el coño!"



Aquél lenguaje suyo, directo, y obsceno, disparó todas mis expectativas, y automáticamente cumplí su deseo, su doble deseo. Me giré y procuré hacerle sitio entre mis muslos ansiosos, y mientras lo hacía, me sentía abierta y entregada, caliente como nunca, allí en aquel pequeño compartimento cerrado convertido en una especie de celda para el sexo. Percibía la atmósfera cargada de aromas de sexo, y yo me sentía como una hembra en celo. De él, no sé si era algo imaginado por mi o era real, pero un aroma intenso, como de almizcle y piel curtida, me llegaba directamente, era como si su pecho, y su vientre exhalaran fragancias donde se mezclaban el olor natural de su piel con componentes más fuertes y penetrantes, algo acres incluso, como si su polla encendida de deseo y sus testículos destilaran volátilmente su esperma interior. Todo me embriagaba y me predisponía a abrirle la vulva.



Girándome, me saqué la camiseta por los hombros y me tumbé boca arriba abriendo las piernas. Esperé impaciente su siguiente movimiento, mientras me observaba el bultito de mis pezones erguidos.



Él se arrodilló entre mis muslos y llevando dos de sus dedos a mi boca, me los introdujo para que se los ensalivara. Se los chupé con gusto. Me deleitaba la sensación de tener mi boca ocupada con algo de él, recorrerle los dedos con mi lengua para mojarle su piel, saboreárselos como dulce presagio de su otro apéndice, su miembro más deseado por mí, ese otro mucho más obsceno, perverso y tentador que los dedos que ahora me ocupaban. Según enroscaba mi lengua por entre sus dedos, imaginaba su falo tieso entre mis labios, con su glande húmedo y descubierto introduciéndose juguetón entre mi lengua y el paladar, quería imaginar el sabor afrodisíaco de esa gruesa fruta lasciva que brotaba de su vientre, la deseaba, la quería palpar y explorar para excitársela al máximo, para que luego ella me tomara y me penetrara entre mis piernas.



Cuando tuvo sus dedos bien embadurnados de mi saliva, los extrajo de mi boca, y bajándolos por el canal de entre mis pechos, fue cosquilleándome por el ombligo, hasta llegar a mi pubis desnudo. Me acarició suavemente el vello que ligeramente lo cubría, y aproximándolos al empiece de la rajita, profundizó hasta dar con mi botón secreto. Rodeando el clítoris con los dedos, uno por cada lado, presionó ligeramente mientras los movía longitudinalmente; con ello, conseguía que mi capuchón resaltara y lo iba haciendo más prominente. Acercando su rostro, colocó de nuevo sus labios y su lengua jugando en la entrada de mi vagina. Yo esperaba que le gustara el jugoso manjar que le entregaba. Al mismo tiempo llevó los dedos de la mano libre a mi culo y comenzó a cosquillearme la entrada del ano, primero los radios que tensaban el agujerito, luego cada vez más cerca del orificio. Yo podía sentir como el cosquilleo continuo hacía que se me abriera y cerrara el esfínter. Se atrevió a introducirme la punta de un dedo poco a poco y lo dejó ahí como esperando a que se me dilatara progresivamente el hueco bajo su presión. En el otro extremo de mi vientre, con la yema de su índice comenzó a trazar círculos rodeándome el clítoris. Cuando lo pasaba por la zona inferior impulsaba un poco hacia arriba como intentando levantarme el botón lo más posible. Mientras, su lengua se me iba introduciendo dentro de la vagina, como si intentara follarme con ella, la impulsaba hacia delante y me la metía tres o cuatro centímetros, de hecho, todo lo que le daba de sí. Antes de sacarla cada vez, procuraba darme un ligero lametón hacia arriba.



Después de un buen rato de repetirme el juego en el clítoris, con la misma yema empezó a frotarme directamente todo el tallo del mismo cada vez más deprisa, y finalmente se decidió a presionar directamente en su puntita, suaves toques pero muy repetidos en ese punto de sensibilidad extrema.



Mi agitación era manifiesta, mis brazos, mis hombros, mi cabeza se movían y oscilaban en un nervioso baile. Sus expertos dedos, su incisiva lengua trabajaban sin parar todo mi coño, y yo, yo gemía ya claramente entrando en un estado de excitación incontenible. Los pies los tenía en tensión con los dedos encogidos. Algo parecido a una estimulante vibración interior me recorría todo el bajo vientre. El optó entonces por cambiar el juego, para provocarme definitivamente el orgasmo que buscaba.



Ahora era su lengua la que se dedicaba a degustar mi clítoris mientras con sus dedos me follaba a la vez, y mantenía impertérrito el otro dedo dentro de mi estrecho culito. Comenzó a lamerme el clítoris de abajo a arriba, suavemente pero insistentemente, sin parar, una y otra vez, una y otra vez. Me metió dos dedos por la vagina y los movía en círculo a la vez frotándome toda la pared interior. Me estaba volviendo loca, comenzaba a percibir como unas ligeras contracciones por las ingles. Mi músculo PC empezaba sin duda a activarse descontroladamente. Era una gozada intensa para mí, me sentía el orgasmo como algo imparable, todo el coño vivo, hipersensible y lleno de una húmeda sensación, lleno de ondas de placer que me hacían vibrar el orificio del ano y la vulva entera. Sus dedos ya casi chapoteaban en mi interior. Se podía percibir una especie de plash, plash, plash cada vez que iban y venían. Y yo me dejaba ir, me abandonaba por completo y sólo acertaba a musitar monosílabos ansiosos, rítmicos y acompasados al sonido de fondo del avance del tren por la vía: "Sí, Sí, Sí..." repetía constantemente con cada contracción del coño. Con la punta de la lengua apretada, comenzó a golpearme rápidamente la cabeza del clítoris, en un suave martilleo continuo, algo me impulsaba a cerrar los muslos y atrapársela entre ellos. No pude evitar atraerlo hacia mí impulsándolo por la nuca para que se tragara todo mi clítoris. El no cejaba, lo chupaba con avidez, la lengua lo golpeaba sin parar, ya no aguantaba más, me iba sin remedio, con unos clarísimos estremecimientos en toda la pelvis. La vagina y el ano se me contraían y se me relajaban alternativamente, y creo que le mojé su cara con mi miel. Uuufff!!! le di una corrida maravillosa, mientras dentro de la vagina, con sus dedos doblados hacia arriba, él me rascaba la pared superior como queriendo extraerme, secarme el manantial hasta la última gota. No dejó de chuparme el clítoris mientras me duraban las dulces contracciones.



Desde luego él había conseguido lo que pretendía porque me tenía bien empapada. Todos mis genitales se encontraban a punto de caramelo. El néctar que había segregado con generosidad me lubricaba todo el conducto vaginal y me humedecía toda la zona de la entrepierna, y, en consecuencia, me sentía en un estado de éxtasis, complacida y complaciente a todos sus deseos. Él, perfectamente consciente de ello, se resituó, y colocando sus rodillas por ambos lados de mi cuerpo a la altura de la cintura, se medio sentó sobre mí con el tronco hacia delante, de manera que su falo quedaba a la altura de mis pechos de forma insinuante y desafiante.



No sé si por sí mismo, o a consecuencia del ligero ajetreo que le daba la marcha del tren, pero aquello le oscilaba con un movimiento que denotaba su sólida consistencia. Entonces, él me tomó una de mis manos por la muñeca, y la llevó directamente sobre su verga invitándome a que se la cogiera. Así lo hice rodeándola con la palma, y la verdad es que justo conseguía abarcar por completo su circunferencia. Aquel contacto me produjo una agradable sensación que me hizo estremecer al mismo tiempo, al constatar las anchas dimensiones de ese lascivo salchichón que empezaba a reclamar su protagonismo.



Yo inicialmente quedé como atontada y sin saber lo que hacer, quizá sorprendida por la magnitud del aparato. Pero un impulso de su mano, que todavía me sujetaba, me llevó a iniciar un vaivén sobre la vaina del pene, de la que podía apreciar su perfil rugoso por las hinchadas venas que la surcaban. Providencialmente el tren atravesaba una zona poblada e iluminada, con lo que el añadido de luz que entraba por la ventana me permitía observar bastante bien lo que mi mano recogía. Así, claramente veía que alternativamente con mis idas y venidas, la piel del prepucio le retrocedía para dejar al descubierto su brillante y húmedo glande con forma como de hongo prominente, que nuevamente quedaba a resguardo bajo su funda cuando mi mano tiraba de ella hacia mí. La verdad es que era de una obscenidad clamorosa ver esa cabeza lubricada asomándose y escondiéndose bajo el pellejo externo que se entretenía y arrugaba unas veces y otras quedaba perfectamente estirado y terso.



Adelantándose ligeramente me acercó su miembro hasta situarlo casi sobre mi cara. Su invitación era más que evidente. Yo intenté entonces reincorporarme ligeramente para aproximarme a él. Tenía ya toda la lujuriosa geografía carnal de su sexo a escasos centímetros de mí. Me llegaba su aroma de sexo puro, su presencia cercana me atraía sin remedio, me sentía niña golosa ante aquel caramelo dulce. Entonces él se inclinó ligeramente y empezó a pasearme el capullo por todos los rincones de mi rostro: me lo pasó por los ojos, dibujó con él el perfil de mi nariz, me golpeó cariñosamente las mejillas, y me lo restregó por la barbilla acercándolo hacia mi boca.



Me tentaba enormemente su fruta jugosa y entreabrí mis labios para acogerla. Ciertamente no era la primera vez que degustaba un sexo de hombre. Nunca le había hecho ascos en el juego sexual a chupar y lamer un buen pene, deleitarme con su sabor particular, apreciar su sólida textura carnosa, su rígida blandura, y sentir su estremecimiento de placer al dejarse lamer, pero ante aquella personificación de Príapo era inevitable sentir una gula y un deseo mucho mayor. Noté como se posaba la superficie suave y húmeda de su glande entre mis labios, entonces lo hizo oscilar ligeramente para recubrírmelos con su sutil esencia y empujó suavemente haciéndome abrirle de par en par la entrada que buscaba. Me fue penetrando lentamente. Me inquietaba que no pudiera soportar su contacto si me llegaba hasta la campanilla, pero se detuvo a medio camino. Mis labios tuvieron que abrirse al máximo para franquearle el paso a aquel émbolo caliente, y la sensación de plenitud que me produjo cuando sentí su cabeza entre mi lengua y el paladar fue completa. Intenté rodearle el glande con la lengua para recoger y saborear su concentrado regusto a macho. A él seguro que le gustaba sentirse mamado, movía su pelvis para recorrerme toda la cavidad bucal, inflándome los mofletes por dentro con su voluminoso capullo. A ratos, alternaba la penetración bucal con retiradas momentáneas que yo aprovechaba para besarle y lamerle todo el tronco. Al subir mi lengua hacía la punta de la polla, procuraba incidir especialmente en lo que suponía sus dos puntos más sensibles, el frenillo que se le tensaba en la corona del glande y justo en la puntita donde se le marcaba el pequeño orificio por donde antes o después tendría que eyacular su carga de semen desde las pelotas. De hecho me apareció atrapar una gotita de su líquido preseminal saliéndosele por el agujerito, porque aprecié con la lengua justo ahí, un tacto muy viscoso con sabor algo áspero, que me supo claramente a esperma diluido.



Quedaba claro que el también gozaba, y que yo estaba consiguiendo calentarle la caldera de los testículos. Pero no sé si por eso mismo, temeroso quizá de correrse antes de lo que deseaba, o simplemente porque quería pasar a metérmela cuanto antes entre las piernas, el caso es que decidió recolocarse, y pasó a tumbarse a mi lado. Me hizo ladearme lo justo, y desde atrás mío, pegado a mi culo, me separó lo suficiente las piernas, abriéndomelas, para que pudiera acomodar su falo tieso entre mis muslos. Poco a poco, siempre moviéndose con parsimonia y excitante morbo, lo fue acercando hasta la comisura de mis labios subiéndolo y acariciándome la cara interna de los muslos. Procuró centrarlo y comenzó a tocarme suavemente con la punta del glande húmedo y ensalivado en mi excitado clítoris. Mientras, sus brazos rodeaban mi cuerpo por ambos lados teniéndome estrechamente abrazada, y sus manos se entretenían amasándome la superficie de los pechos.



Después de martillearme mi botón del placer durante un buen rato paseó el miembro por toda la vulva desde el ano hasta el pubis. Podía sentir los brochazos de la verga en la húmeda blandura de entre los labios, el agradable cosquilleo que su capullo me producía en mi jardín íntimo.



La sensación para mí era terriblemente estimulante y agradable: mecida por el suave traquetear del tren, mi cuerpo desnudo atrapado entre los brazos de aquel hombre que jugaba con su gorda polla por toda mi vulva, por todo mi nido caliente. Es como si me comenzara una nueva masturbación, pero ahora el agente provocador era lo que yo ya más deseaba de él, su tremendo cipote dispuesto a penetrarme de un momento a otro.



El balanceo de su vientre era cada vez más sutil, de forma que procuraba frotar su miembro cada vez más despacio, cada vez más preciso, frenándose al pasar por la entrada del orificio vaginal y presionando con la punta un poquito más en cada pasada, así me iba abriendo paulatinamente y al mismo tiempo me rascaba y estimulaba las mucosas de la entrada. Era el más lascivo beso que podía desear para mi húmeda boca sexual, y es que sentir el empuje de su falo hurgando en la entrada de la vagina y haciéndose un hueco a través de mis labios sexuales era sencillamente delicioso. Finalmente noté como se me acomodaba la cabeza del pene atrapada entre los labios internos y la dejó ahí por un instante.



Sus manos jugaban con entera libertad por todo mi torso, desde los pezones hasta el clítoris subían y bajaban sin parar en un estimulante y sensual masaje.



Nuevamente sin tregua, casi imperceptiblemente, empujaba el pene milímetro a milímetro y poco a poco todo el glande hinchado se me fue introduciendo en la chorreante vagina. Yo me sentía casi casi, y así él me trataba, como si fuera mi primera vez, como si me estuviera desvirgando, tal era la delicadeza de sus primeros movimientos dentro de mí. Aunque en realidad, se podía decir que así era, porque nunca una polla tan generosa en dimensiones me había follado hasta entonces. Estaba deseando sentirme ya ensartada del todo, empalada por aquel formidable órgano de placer que comenzaba a penetrarme.



El orgasmo que poco antes me había provocado me había dejado tan bien lubricada que hubiera bastado un leve empujón por su parte para que me penetrara por completo sin la menor dificultad. Pero él seguía con su lento juego morboso. Por lo visto no quería de momento ir más allá y la retuvo apenas introducida 5 o 6 centímetros, lo suficiente para tenerme bien abierto el coño y poderme acariciar las paredes más sensibles de su entrada con toda la gruesa cabeza de la polla que se esforzaba en girar en redondo todo lo que su posición le permitía.



Mi excitación era tal con aquel taladro carnoso insinuándose en mi orificio que, inquieta y ansiosa, estiraba el cuello, movía los pies y las piernas, agitaba los brazos cada vez más, y él me sujetaba para que no se le saliera el pene. Estaba deliciosamente presa, atrapada por el cepo más deseado. Me besó en la nuca y mordisqueó en el cuello, debajo de la oreja y me susurró por segunda vez en toda la noche algo así como esto:



"Córrete de nuevo, preciosa, quiero que me mojes bien ahora, antes de que yo te empape luego con mi caldo".



Nuevamente sus palabras tuvieron un efecto hipnótico e inmediato sobre mí.



Mi pelvis comenzó a moverse alrededor de su polla quieta, y aunque el intentaba sujetarme con sus manos yo notaba cómo todo mi cuerpo tiraba para abajo buscando que todo aquel cilindro acabara por introducirse en mí hasta el fondo. Él me retorcía un pezón y me masturbaba en el clítoris repitiendo una y otra vez sus caricias. Y mi vagina comenzaba a contraerse instintivamente de nuevo, oprimiendo la punta de su polla y una nueva sensación de abandono, de que se me licuaba el coño otra vez, se apoderó de mi ser.



Entonces él me giró boca arriba y se situó sobre mí alzándome y abriéndome las piernas que me atrapó por las pantorrillas. Situando su ariete en mi entrada, no tuvo ahora contemplaciones; zas! empujó y me la ensartó por completo de golpe. Una maravillosa sensación de sentirme traspasada, llena y dilatada se apoderó de mí, me abrió las entrañas al placer y un gritito incontrolado se me escapó. La retuvo del todo metida durante un buen rato como para que tomara consciencia de su voluminosa masa, y luego la fue retirando lentamente hasta extraerla del todo.



En la semipenumbra del compartimento, allí entre mis muslos, se mostraba su falo brillante y mojado apuntando a mi abertura. Y yo sentía mi vagina dilatada, con sus comisuras y pliegues internos moldeados por el intruso, justo allí donde la cabeza de su pene había estado enredando y jugueteando, abriendo y empujando poco antes.



Tras quizá contemplarse y contemplarme, me la metió de nuevo de un impulso, e inició una serie de penetraciones completas... Notaba como se deslizaba con una facilidad increíble, se me acomodaba sin dejar resquicio. Mi vagina era el guante perfecto que cubría y calentaba su verga. Me la introducía hasta el fondo y hacía girar la cadera en redondo para que la polla me oprimiera por los cuatro costados, Luego, en las siguientes embestidas procuraba empujar cada vez hacia un lado diferente de la vagina. Me subió los muslos haciendo que apoyase las pantorrillas en sus hombros, y así las penetraciones alcanzaban el máximo de profundidad. Yo también, hacía girar mi culo intentando acompasar nuestros movimientos: el del falo en mi interior con mis propias palpitaciones, todo mi vientre y culo giraban y oscilaban , se balanceaban al ritmo que su polla imponía incrustada como estaba entre mis piernas,



No sé si por autocontrol o como parte de su juego, empezó a intercalar penetraciones cortas y suaves con alguna profunda. Luego me la llevó hasta el fondo y dejándola ahí, descansó. Todo mi cuerpo era una completa excitación, las tetas me subían y bajaban al ritmo acelerado de la respiración, el corazón se me salía y toda la epidermis me sudaba,



Entonces me sujetó de las manos y percibí un nuevo movimiento en mi interior, su polla totalmente ensartada en mí, comenzó a efectuar una especie de contracciones y relajaciones alternativas, que hacían que el rígido falo palpitara verticalmente, supongo que todo ello a impulsos del entrenado músculo que aquel animal sexual debía poseer en su vientre. Notaba los espasmos de la polla allí en lo más profundo, lo que la hacía convertirse en una especie de palanca que quería impulsar todo mi vientre, ahora hacia arriba, ahora dejándolo caer. Aquel juego desconocido para mí, me sorprendió y acrecentó mi placer al sentir ese tronco bamboleante y casi ya incandescente de sangre y calor moviéndose rítmicamente muy, muy dentro de mí. Desde luego me estaba follando como nunca nadie antes lo había hecho.



Por lo visto, él también se encontraba cerca de su límite, porque de nuevo aceleró sus movimientos. Yo liberé mi mente por completo, previendo el final gozoso de su juego, deseando sentirme llena de lo que él antes había llamado "su caldo". Me solté una de las manos y la llevé a sus testículos. Quería darle mi calor para que le hirviera la leche; los acaricié y estreché como queriendo ayudarle a bombear su contenido.



Sus acometidas eran ya descontroladas, me penetraba con fuerza desmedida y se le veía dispuesto a acabar. Se le tensionó todo el cuerpo mientras yo le estrujaba las pelotas y la polla le comenzó a excretar su caliente leche entre espasmos de su vientre que me elevaban el culo de la cama. Sentí cerca de una decena de chorretones en mi interior golpeándome la pared del útero, y me sentí llena, repleta de caliente esperma.



Él fue retrasando el ritmo de sus penetraciones al tiempo que sus descargas se iban espaciando en el tiempo, hasta que dejando que su cuerpo descansara sobre el mío, mantuvo su pene metido en mí mientras se le relajaba la respiración. Uuuufff!!! qué gusto, qué maravilla de sensación me embargaba, mientras movía mi pelvis suavemente queriendo alargar aquel increíble momento, queriendo exprimirle las últimas gotas de su zumo. Me sentía llena, llena de polla y saturada de sus secreciones.



Cuando por fin decidió sacarla haciéndose a un lado, la vi salir empapada, y yo no pude evitar la tentación de acariciarme toda la entrada haciendo que mis dedos se embadurnaran con esa mezcla de mi néctar y su semen que rebosaba desde la vagina hacia fuera. Así, pegados nuestros cuerpos sudorosos, con una mano suya entre mis muslos y otra mía sobre su pegajoso pene, permanecimos durante un buen rato, hasta que el decidió volverse a su cama superior, Yo ya no pude dormir el resto de la noche.



Desde aquel día, aunque nunca nada parecido me ha vuelto a suceder, me he vuelto todavía más incondicional defensora de los viajes en tren; y siempre que puedo, en mis viajes al pueblo o a cualquier otro lado, reservo con antelación un coche cama con la secreta esperanza de que algo parecido se me repita. Y en su falta, me paso la noche en vela, me voy desnudando yo misma, y sumida en una agradable sensación me masturbo, con el recuerdo de aquella aventura, de aquel maravilloso y ocasional amante que será, seguro que para siempre, mi fantasía recurrente, la que me hace vivir mis mejores sensaciones cuando estoy sola.


Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
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