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~~Me he obsesionado con él. De su sonrisa blanca, de sus dientes casi perfectos. De su fina nariz. De su rostro desenfadado. De su pelo alborotado, nunca peinado. De su voz cariñosa y amable. De su cuerpo levemente esculpido. De sus singulares contestaciones; graciosas—o al menos a mi me hacen reír. Me he obsesionado de esas veces en las que nos imagino juntos, solos. Me he obsesionado al verle correr cada mañana por la ventana, con camiseta y sin ella. Con su sudor. Con todo. Con él.
Pero hay algo de él que me gusta por encima de todo. Sus ojos. Azules oscuros, metalizados con reflejos verdes y grisáceos como el acero. La forma de su boca parece estar diseñada acorde a ellos. Me encanta. Cuando habla, mueve sus labios de forma tan atractiva. Cuando me mira, pestañea de una forma tan atractiva. Me atrae. Tan solo verle me hace morderme el labio inferior y resistirme. Resistirme a él, a su gran carga, opuesta a la mía. Esa carga, la que genera tantas sensaciones en mí. La que me vuelve loco. La que me empuja a empujarme a acercarme a él. Aveces, cuando estoy cerca de él dudo sobre la existencia del amor. Cuando mi cuerpo está cerca del suyo pienso que el amor no existe. Pienso que lo que sentimos es más un fiero sentimiento de pasión en nuestro interior—en mi interior—que me hace cosquillas en el pecho, y a su vez me hace volver a morderme el labio. Me duele de apretarlo tan fuerte, y mi respiración se acelera. Cierro los ojos y le idealizo. Y me siento, como si fueran suyas las manos que recorren mi cuerpo. Me toco por debajo de la camisa, despacio. Estoy solo, pero en mi mente él está conmigo. Y me sigo tocando, despacio y con movimientos continuos. Mi cuerpo siente escalofríos de calor ardiente pensando en él, en su tacto. Respiro más rápido. Se me corta la respiración mientras mis manos ascienden por mi vientre. Me siento, me siente. Mi frente comienza a calentarse al igual que el resto de mi cuerpo. Mis pies se estremecen del placer que comienzo a sentir, y mi cabeza muy lentamente comienza a girar en todas direcciones intentando encontrar la manera de escapar de este dulce dolor. Cada uno de mis poros desprende calor. Lo siento. Siento como despierta en mí el calor que solo él puede darme. Es su mirada felina, su sonrisa de ángel, su dulce aroma. Su cuerpo me atrae, su mirada me imnotiza. Le quiero junto a mi. Le quiero sientiéndome, tocándome, respirándome. Le quiero mío, y le quiero ahora, aunque sepa que no puedo tenerle.
Pero cuando no estoy con él, es entonces cuando noto de nuevo un cosquilleo en el pecho. Como si fuera su respiracion lentamente en mi oreja, o en mi cuello, o en cualquier otra parte de mi cuerpo. Por dentro y por fuera sensaciones me recorren. No aguanto. Le necesito. Es algo bello, más delicado que una suave brisa por mi rostro, que uno de sus besos besos que imagino en mi mejilla. Es distinto al que siento cuando estamos a escasos metros, centímetros. Es menos intenso. Es algo más lento. Es el que estoy sintiendo ahora, frente al ordenador. Es lo que me ha impulsado a escribir sin leer por un momento lo que escribo. Tan solo a desahogarme de otra manera. A seguir expresando, y a seguir de algún modo. Sin embargo, es del mismo modo el sentimiento que me hace más daño. Es mucho más indagante, me penetra con fuerza y recorre mis sentidos. Cada parte de mi se somete a él. Lo noto. Me recorre de forma más pausada, marcando fijamente cada parte de mi pecho, despacio. Es ahora cuando creo que no importa si no hay amor, porque ésto es todo lo que necesito. Le quiero mío. Esto es todo lo que deseo. Este sentimiento de calor que me enloquece. Me vuelve loco, me lleva a otro mundo. Hace que mi corazón palpite con la fuerza de un preso a escasos minutos de ser liberado. Hace que cada parte de mí, física y mentalmente, reaccione a todo lo que tenga que ver con él. Me siento como un tigre domesticado a sus palabras, a su mirada, a sus órdenes jamás impuestas. Quiero que me ordene, y que me pida. Y quiero complacerle. Quiero darle placer, y hacerle querer más, y más. Quiero que quiera.
Me sigo sintiendo, respiro despacio. Comienzo a desabrochar los botones de la camisa azul. Uno a uno, mientras que mi mano izquierda se apresura a calmar el calor que desprendo. Me desabrocho el pantalón, y lentamente bajo mi cremallera. Me aprieta todo. Me aprieta. Pensando en él hasta me duele. Casi he terminado de desabrochar mi camisa. Y mi en mi cuerpo se refleja la luz de mi cuarto. Es de noche, y está oscuro. No hay ruido. Nada se escucha. Nada además de mis movimientos sigilosos y mi respiración descontrolada. Mi mano izquierda sigue jugando escondida. Y ahora ambas manos se unen para jugar. Lentamente me desago de lo que me aprieta, lo empujo lentamente hacia abajo, fuera, con cuidado. El momento es mágico y él es el mago de mis pensamientos. Le imagino. Le veo. Le huelo. Y respiro. Y respiro. Y me hace falta más aire. Me siento bien. Huelo a la pasión que el implora sobre mi cuerpo. Me sigo tocando, es un juego. Despacio toco mi pecho y me masturbo. Me gusta sentirme así, con los ojos cerrados pero sintiendo cada uno de mis sentidos al máximo. Le imagino cerca de mí, acariciando mis piernas, y acercándose lentamente al foco de mi calor. Me acaricia, me acaricio. Se arrodilla, y mi mano derecha juega con su pelo mientras que le invito a universe a mi juego. Se acerca. Su calor respira muy cerca de mi. Lo siento todo. Y rápido. Más rápido. Me siento fuerte. Me siento débil. Lo siento todo, y no siento nada.
Hace nueve meses que me fijo en él. Desde entonces vivo en otro mundo. Pero qué idealizado está este mundo. Han pasado ya nueve meses y aún me sigo fijando en él. Cada vez nos acercamos un poco más, escondiéndonos de quien nos pueda ver. ¿O soy yo más bien quién se acerca a él, y me escondo más de los demás? No lo sé. Tan solo se que siempre pienso en él. Cuando estoy triste, a punto de llorar, pienso que va a ser él quien venga y me mire con sus imponentes ojos, y me abrace fuertemente, y me haga sentir mejor. Y es entonces cuando me hundo más y más. En esos momentos me doy cuenta de que yo soy quien me hago sentir triste a mí mismo. Yo me hago llorar. Funcina. Me hace sentirme mal, y me hace sentir bien porque le siento a él. Que él me va abrazar. Que él va a venir. Que él va a estar conmigo. Ven por favor,¡ven ahora que te necesito! Pero no viene. ¿Porqué no vienes? Me hago sentir triste, para esperar que venga, pero no viene. Por qué no ha venido. Ojalá eso fuera lo último. Ojalá aquí acabase todo esta dolorosa pasión.
Once letras tiene su nombre completo. Once es un número tan perfecto… Todo lo que se relaciona con él, para mí es bonito, y hermoso, y todo lo demás sobra. Su nombre, al principio susurrado por mis labios, ha dejado de ser el tabú de mis fonemas. Ahora es el tema principal. Canto su nombre. Lo sigo susurrando. Lo tartamudeo en momentos de miedo. Lo grito en momentos de euforia. Lo pienso en momentos de soledad. Lo siento en mis momentos de placer. Y tan solo en el momento en que lo tenga cerca de mí, mirándome de nuevo con su mirada persuasiva y encantadora enlazaré su nombre con dos palabras más.
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