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¿Quieres que te folle?

Estaba bastante ocupado cuando alguien entró al negocio en donde trabajo. Buenos días, le saludé. Era un tipo alto, cara de payaso, blanco, panzón y con la voz más idiota que había escuchado. Preguntó si vendía cerveza, le dije que no, que aquí sólo vendíamos lencería. ¿Vendes droga? Tampoco, respondí. Ya me sentía incómodo y estaba por llamar a seguridad para que se lleven aquel orate cuando se me acercó casi hasta el mostrador y me dijo: Oye, ¿quieres que te folle? ¿Cómo?, le dije. Saqué un martillo que tenia por allí, y le dije que se largara del negocio. ¡Seguridad!, grité. Vinieron los chicos de seguridad y preguntaron qué ocurría. Les dije que este loco estaba molestando al personal de mostrador. Llévenselo, por favor, les dije. No fue fácil. El tipo no se dejó tocar por los chicos de seguridad. Al rato, todo fue un despelote. Puñete por aquí, puñete por allá... Los platos volaban como ovnis y caían por todo el salón de recepción. Tuve que llamar a la policía, pues el tipo era fuerte y reloco, un verdadero troglodita. Vinieron cuando ya el cerdo había noqueado a los dos de seguridad ante la consternación de todos los empleados del trabajo. Sin esperarlo, el dueño del negocio llegó a recepción como nunca lo hacía, al menos no desde que yo laboraba en dicho trabajo, y dijo algo que cambio radicalmente la cosa. Sobrino, le dijo al loco, qué haces por acá. Nada, nada tío, lo que pasa es que este retaco de mierda me ha pedido que me lo folle... Todos me miraron, directo a los ojos, asombrados, boquiabiertos, como si vieran a un ser repulsivo. Me sentí más enano que nunca. Iba a decir que no era verdad, pero ya todos me habían juzgado. Tuve unas ganas de matar a ese maldito panzón pero era demasiado grande para mí. Señor, eso que dice su sobrino no es verdad, dije. Está bien, está bien..., no se preocupe que yo me encargo de todo, dijo el patrón. Luego, les vi entrando a la oficina del jefe en medio de unas risitas que escuchaba en cada rincón del centro de trabajo. Que locura, pensé. Miré mi reloj y ya era la hora de salida. Ya estaba enrumbándome hacia el cafetín cuando vi a los chicos de seguridad que, con gran fatiga, se iban a enfermería con las caras mordidas y moreteadas, la ropa hecha jirones, los brazos arañados... Pobre chicos, pensé. Esa mierda es toda una gata salvaje, volví a pensar. Entré al restaurante y pedí una cerveza. La tomé de un solo trago, y pedí otra... ¿Qué té pasa?, preguntó el camarero. Nada, no-pasa nada. Ya estaba por irme cuando nuevamente vi al cerdo que venia hacia mí. ¿Quieres que te folle? Ya concha tu madre, le dije. Cogí una botella vacía y se la reventé por la cara, luego, vi una banca y se la metí por la espalada... El pobre cayó como un saco de arena. Pero yo estaba hecho un animal, y le pegaba y pegaba con lo que tenia a la mano, gritándole: ¡Que te folle tu madre!... y mientras gritaba el tipo empezó a reírse sin parar, como un demente, descoyuntando y diciendo: ¡Quiero mas, mas...! Enardecido, salí del restaurante en medio de toda la gente que me miraba como si fuera un fantasma y fui hacia mi casa. Apenas llegué, el teléfono sonó. Lo levanté y escuché: ¿Quieres que te folle?... Colgué. San isidro, agosto de 2006

Datos del Relato
  • Autor: joe
  • Código: 17153
  • Fecha: 05-08-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 4.69
  • Votos: 54
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3573
  • Valoración:
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