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"Una mujer aparece en la vida de un hombre, alterando todo su universo y llevándole ante experiencias y realidades que nunca hubiera sospechado."
Si hay algo que me revienta es ir a las oficinas de teléfonos. Son varias las razones, la primera es que los que te atienden siempre te miran con aire de perdonavidas, tal cual si te estuviesen haciendo un favor al prestarte los servicios que prestan. El segundo motivo es que siempre hay unas filas enormes para pagar el teléfono, las cuales son casi ineludibles porque el recibo nunca te llega oportunamente a forma que lo pudieras pagar en un banco o en un supermercado. Y para colmo, el estacionamiento es un estacionamiento precario que en sus seis cajones no puede albergar a los autos de los setenta usuarios que acudimos de manera simultánea a pagar el recibo. Lo que orilla a que encima tú estaciones tu coche y algún cabrón desconsiderado se te estacione detrás y no te deje salir. Sin embargo, no es lo único malo que puede ocurrirte, pueden pasarte muchas cosas más, sólo basta que esperes pacientemente. Los problemas llegarán y puede que llegues a amarlos, desearlos, pedírselos a Dios en tus oraciones, soñar con ellos.
Ese día pretendí llegar muy temprano a la oficina de teléfonos para evitarme el mayor número de molestias posibles. Lo malo fue que media ciudad pensó lo mismo y de todas formas no salí de mi apuro. Para variar los seis cajones del estacionamiento estaban ocupados seguramente por los autos de los seis empleados de la compañía que no tienen ninguna restricción de no usar el lugar de los indeseables clientes. Me quedé petrificado a media calle, recibiendo un par de claxonazos, durante tres segundos que me costó enviar mi moral a la basura y convencerme de que el día de hoy me tocaría ser ese cabrón desconsiderado que no deja salir al inocente y buen ciudadano que se estaciona debidamente en el cajón.
Puse mi Mustang detrás de un espantoso Volkswagen Sedán modelo 75, y aunque mi coche también es 75, por alguna cojonuda razón el mío es clásico y el bochito es una carcacha. Debo admitir que gocé jodiendo al de adelante. Durante la fila imaginé su cara cuando saliera de las oficinas y viera un pinche Mustang detrás de su Volkswagen, como si fuese un perrillo que le oliera el trasero, o mejor dicho el mofle. Sus hombros se harían para atrás en un claro enfado, luego los dejaría caer como un perdedor, y cabizbajo regresaría al edificio, franquearía la pesada puerta de vidrio tornasol y con cara de imbécil enojado, pero en el fondo imbécil, diría "Mustang rojo. El dueño de un Mustang rojo favor de moverlo". Todos voltearían a verle y pensarían que es un completo pendejo, y por alguna razón yo me movería lento como una tortuga, él fingiría estar razonablemente encabronado, y más aun por mi paso lerdo, y aunque el mamón de la historia fuera yo, todos sentirían simpatía por mí, mientras que por el otro experimentarían una rara compasión.
Curiosamente la fila avanzó rápido. Faltando dos personas para pasar a pagar mi recibo intuí que no sería hoy el día en que me tocaba ser insoportable. Total que pasé, pagué, recogí mi comprobante y me dirigí a la puerta de salida. Mi sorpresa no pudo ser mayor cuando vi que detrás de mi Mustang estaba un Toyota Célica, casi nuevo, tentándole las nalgas para no estorbar en la tercera fila en que estaba. Alcé los brazos encabronado y luego los bajé en medio de un berrinche, y cabizbajo como un completo pendejo regresé al edificio y franqueé la pesada puerta de cristal y con mi mejor cara de histeria dije "Toyota Célica, el dueño de un Toyota Célica verde olivo favor de moverlo". Todos me miraban como al imbécil que era. Tres veces repetí la misma frase como si fuera un perico muy idiota, a diferencia de mi fantasía jodedora en que el dueño del coche estorboso se movería lento pero seguro a quitarlo, en mi caso nadie dijo ser dueño del Toyota.
Más encabronado que antes me salí de la oficina y me recargué en uno de los costados de mi Mustang, esperando que el hijo de su puta madre dueño de ese Toyota Célica lo moviera para poder salir.
Luego de diez minutos de perder la cordura, de estar mirando para todos lados, de contar cuantos vehículos pasaban por la avenida y de ver que no cruzara un conocido que me reconociera en este predicamento tan insulso, luego de ubicar cada tienda que estaba enfrente, luego de dudar si valdría la pena almorzar mientras espero que el cretino del Toyota apareciera, después de todo enfrente estaba un puesto de almuerzos y varias gentes comían con gusto, me fui encaminando a los almuerzos, esperando que se desocupara una silla, después de todo había que sacarle buena cara a esta situación tan molesta.
Miraba los platos de los que comían sobre las banquillas individuales y alzadas del puesto de almuerzos callejero. Cruzando la calle seguía el Toyota detrás de mi Mustang. Si miraba los platos era para ver que surtido elegiría ya que me sentara, además que calculaba cuál de ellos acabaría primero. Todos comían como si les pagaran por tardarse más, y la más aventajada era una chica bajita que comía como una ardilla, hasta eso, valía la pena ponerse cerca de ella porque olía a una fragancia dulce que no alcanzaba a distinguir, además que se le dibujaban unas caderitas bastante aceptables. Su masticar era extraño, como si se riera de alguna maldad que estaba haciendo o de alguna que recordaba en ese instante, como si masticara pequeños liliputienses.
Vi que la chica ardilla se limpiaba la boca con una servilleta, pagaba y sacaba de su bolso unas llaves de auto. Se paró de su banquito y noté que realmente era muy bajita, no era una enana pero si lucía como una belleza a escala 70:100, sus tacones la elevaban a la normalidad, me sonreí, supongo que no me ligaría con una chica así de singular. Puse mayor atención, las llaves eran ciertamente de un Toyota. Mi mente era una vaporera sólo de pensar que la tipa hubiera estado viéndome histérico e iracundo y que ello no hiciera nada por apresurar la velocidad de sus mandíbulas. Bueno, nada estaba dicho, ella podía ser dueña de otro Toyota y no del que le tentaba el culo a mi Mustang.
En cuanto intentó abrir la puerta de su coche, que sí era el Toyota Célica color verde oliva, sentí la necesidad de decirle lo que fuera, así que corrí abandonando mi sitio en el puesto de comidas, provoqué un rayón de llanta de un auto al que me le atravesé por cruzar la calle furioso y sin precaución, abrí la boca y le dije:
-"¿Qué se supone que pretendes poniendo tu coche detrás del mío?"
Ella alzó un par de ojazos negros y me los clavó hasta el fondo de mi alma y sin disimulo dijo: -Darte problemas.
-¿Darme problemas...?
No podía creer semejante derroche de cinismo, sin embargo me detuve a ver a la chica y del examen que hice de sus ojos tuve una extraña visión. En esa visión el mundo era cruel y hostil, y sin embargo la dueña de estos ojos no me daría problemas, o no los consideraría yo así al menos. Me reí nerviosamente y luego dije:
-¿Pero qué clase de carbonería te traes...?- Le miraba el cuerpo, demasiado delgado para mi gusto, casi un hombre, con manos cortas, quizá blanditas, una escasa caderita y sus pechos de broma, su boca carnosa y encima de esta un ligero bigotillo que si bien no era un mostacho si le tintaba de gris el rostro, su nariz recta y larga, aunque con una hendidura en su punta, como si la nariz fuese la barbilla de una sub cara que se apoltronara en su propio rostro y esta barbilla fuera barbilla partida.
Guiñó un ojo, sonrió y me mentó mi madre con una seña de su mano. Dio un portazo a su Toyota, le dio un empellón a mi Mustang, dio reversa y se fue velozmente. Tanto cinismo me dejó petrificado que ni siquiera tuve la lucidez para arrojarle una piedra en el parabrisas, escupirle el cofre o de perdido darle un manotazo en el capacete de su coche. Durante el día no pude desprenderme de esta escena. Por lo regular no me ocurren cosas que sean muy dignas de contar, aunque estas sean malas experiencias, no me pasa lo bueno, tampoco lo malo, me pasa lo normal, lo ordinario. Sin embargo no supe ver que aquel encuentro sería el principio de las cosas que empezarían a ocurrirme, y que ello vendría a revolucionar aquello que yo creía eran mis gustos muy definidos, mis preferencias.
En mi mente se había grabado muy bien la imagen de la chica del Toyota, y lo que más recordaba era la ambigüedad que existía en su cara sonriéndome agresivamente, tal como si buscara mi simpatía, mientras su mano de decía "ve y jode a tu puta madre, metete el dedo en el culo, cabrón"
Un segundo encuentro fue totalmente accidental, extraño también. Por causas de ecología, uno de los grandes almacenes de la ciudad cambió sus bolsas de plástico por unas de papel. El papel, como se sabe, cede muy cobardemente cuando se moja. Fue en el estacionamiento de ese centro comercial. Yo no la había visto, sino que una lata rodó hasta mi pie, yo sin dudar me agaché a recogerla y ayudarle a aquel que fuera su dueño. No sólo eso, rodaban más y más cosas porque una bolsa de papel se había desintegrado en las manos de quien la cargaba y todo se regaba entre los coches. Ya que vi el dueño de la bolsa rota la reconocí, era ella, con su cara sudada de pena o de calor, apurada. No sé qué sentí, en teoría la odiaba, pero quería ayudarle, quería restregarle su falta de cortesía y mentarle también su madre, pero nada de eso hice, junté sus latas, sus jabones, sus aguacates y sus cajas de condones...
Me jaló las cosas que le daba, como si se las estuviera robando. Puse cara de imbécil. Igual se marchó y no dijimos nada. Sólo nos vimos a los ojos, todo se me oscureció por dentro. El sabor de boca fue extraño. Creo en el destino, y esto, de alguna forma, era un tipo de destino.
El tercer encuentro fue donde las cosas comenzaron a suceder. No he dicho ni media palabra, pero tenía una novia, como casi todo el mundo, su nombre era Brenda, era alta, rubia, de cuerpo firme y en su lugar, muy atractiva. Sus caderas podrían hacer perder a cualquiera, y era bastante caliente. Lo que más me gustaba de ella era verla mientras me mamaba el sexo. Sus labios carnosos se abrían de una manera voraz, y su lengua era larga y puntiaguda, tan larga y tan puntiaguda que me daba la sensación que era un reptil que abrazaba mi pene con su lengua que era a su vez otro reptil más pequeño e independiente. Mientras me mamaba me miraba a los ojos y sonreía, sin dejar de mamar. Aunque mamaba riquísimo, tenía sus bemoles, odiaba las corridas en la boca y se calentaba tanto mientras follabamos que se inhibía su sistema nervioso, desactivándose, quedando bastante inmóvil. Su coño no era muy carnoso, pero apretaba muy bien. Es importante esto de la lengua, pues dentro de mis manías para elegir chica está la de que tengan las manos largas y que su lengua sea también larga y puntiaguda. ¿Por qué?, no lo sé, pero lo cierto es que les compro una nieve con tal de ver como la devoran, como la lamen, y sobre todo, ver la anatomía de esa lengua. Brenda sabía de esta fijación, tan así que cuando me pedía ella que folláramos no lo hacía con palabras, sólo sacaba su aguda lengua y la movía rápido y filosamente como una cobra.
Esa vez fui al cine con Brenda, que es bastante impuntual. Llegamos y la película había empezado. Además era estreno de la película "Amores Perros" que había tenido buena publicidad. Tuvimos que quedarnos en el fondo de la sala de cine, recargados en una pequeña bardita. Cuando entramos al cine me pareció ver la silueta de la chica del Toyota, de manera que poca atención pude poner a la película, me la pasé buscándola de manera casi permanente. Tocó el intermedio.
-Voy por algo para comer, tú mientras aprovecha que han prendido las luces y observa si hay algunos asientos en que podamos estar.- Le dije a Brenda.
-Está bien, amor-
En realidad quería estar sólo para mirar por todos lados y ver a mi vieja amiga, teníamos casi un mes de saber uno del otro y la verdad no había pasado un solo día en que, saliendo a la calle no esperara encontrármela. Miré para todos lados y no la vi. Sin embargo el aire se respiraba extraño, seguro que andaba cerca.
Me metí a orinar al baño y mientras descargaba mi vejiga en el mingitorio vi que a mi lado estaba ella, parada como un hombre, orinando como un hombre, luciendo como una mujer bastante asexuada. Yo no tenía el valor de asomarme a su mingitorio para ver si tenía pene o una habilidad extraordinaria para orinar parada sin mojar sus pantalones. Ella en cambio dio un pequeño vistazo a lo que tenía yo en mi mano, evaluó, pero nada en su rostro me dio una pista de su opinión.
Pese a que sentí cierta incomodidad, no dije palabra. Sin pensar, notaba que mi pene orinaba con poca convicción, y sin embargo lo que empezaba a hacer con total convicción era hincharse. Yo no quería delatar mi interés. Sin embargo mi miembro no acataba mis razonables ordenes, y se hinchaba. Escuché que ella cerró su bragueta. El baño estaba solo, se escuchaba una reyerta afuera, como si hubiera problemas.
Ella, porque hasta ese entonces yo seguía pensando que se trataba de una mujer, me tomó de la cintura y me metió a un privado de un retrete. Se sentó en la taza luego de ponerle la tapa protectora y me puso de espaldas a la puerta y comenzó a tocar mi verga, con una suavidad y fuerza que me hacían relinchar. Con sus dos manos me tomaba del falo y de los testículos, haciendo un ovillo. Se escupió en la mano y puso mi palo entre sus dedos índice y anular, y comenzó a pajearme de una manera soberbia. Por fin mi palo estaba a su máximo tamaño. Sentía inquietud en los huevos y el esperma comenzaba a tocar sus trompetas que iniciaran su marcha guerrera. Para mi sorpresa, ella dejó de pajearme. Miró mi verga y la analizó. Puso cara de tristeza, de gran decepción, algo así como melancolía pura. Se paró del retrete, abrió la portezuela y se salió del baño. Nada más salió y entró una avalancha de cabrones que daban señas de estar reventando sus vejigas desde hacía rato. Los miré extrañado, ¿Por qué no entraban antes si se morían de ganas de mear?. Ellos me miraron extrañados también, y no sólo eso, también me mentaban mi madre, "hijo de puta", decían. Hasta entonces reparé que me veían extraño porque lucía extraño, así, parado frente a un retrete con tapa puesta, con la verga demasiado erecta y de fuera del pantalón.
Salí del baño pensando que Brenda seguro sospecharía que había tardado demasiado. Compré palomitas de maíz y refrescos y me apuré pues de nuevo habían apagado las luces de la sala. Seguro lucía muy extravagante, y sin embargo no le contaría nada. Ella no sabía nada acerca de esta extraña, no le había contado lo del estacionamiento y menos lo de las latas, y por supuesto no era momento para contarle de esta mujer ahora. Con semblante de hipócrita me adentré a la oscura sala del cine, diría que me sentía mal del estomago o algo así. Para mi sorpresa Brenda no había encontrado asientos, seguía parada en la bardita del pasillo final del cine. Caminé lento, encabronado, mirando absorto que un fulano le masajeaba las nalgas con parsimonia, se las tocaba con toda la intención.
-¿Pero qué chingaderas pasa aquí?- Grité.
En el cine empezaron a abuchearme, "Shhh", "Cállate", "Vete a pelear a tu casa cabrón", el tipo corrió y se sentó quién sabe dónde.
-¿Cómo es que te tocan las nalgas y no dices nada?- dije ya en tono casi inaudible.
-No te enojes- Dijo Brenda con cinismo- Estamos parados en el fondo de la sala, pasa mucha gente, alguna de ella te rozará el culo, ni modo de hacerle pleito a todo el mundo.
-Pero el tipo no te rozó el culo, te estaba metiendo mano.
-¿Quién va a saber más, tu que no sé lo que viste en la oscuridad o yo que soy la dueña de las nalgas?
"Ya fóllense y cállense" rugió alguien dentro del cine. Todos rieron.
-Ya vez- Dijo Brenda fingiendo indignación- Me haces pasar muchas vergüenzas. Nada de esto pasaría si no te hubieras tardado tanto en el baño, ¿Qué hacías?, ¿Parías un lagarto o te pajeabas?
Ya no contesté.
De regreso a la casa yo iba hipócritamente indignado. A ser honestos, lo suyo era menos grave que lo que a mí me había ocurrido en el baño, pues ella seguro que no echó cuenta de quién era el toqueteador, y sólo consideró como un abuso agradable aquella magreada. No le creía su perorata, pues clarito vi la forma en que la tocaba, le ha de haber metido el dedo en el coño, y me tardé como un minuto en decir algo, además ella echó el culo un poquito para atrás. Igual no me iba a ponerme a oler los dedos de los sujetos que estuvieran en el cine. Sin embargo, me quedaba claro que entre la chica del Toyota y yo ya había algún tipo de obsesión.
Aproveché la culpa de Brenda, quien sugirió compensar la poca falta que hubiera tenido. Nos metimos a nuestro hotel predilecto, habitación seis, como siempre, en honor a la película de "La insoportable levedad del ser" en la que se meten a la puerta seis por ser el número del amor en el Tarot, y me dio una mamada de lujo. La follé con una agresividad inusitada, su cuerpo se ponía muy caliente. Por primera vez en mi vida le solté una maldición a una mujer mientras la follaba. No es cosa del otro mundo, pero era extraordinario en mi. "Te voy a tratar como la puta que eres" fue lo que le dije, ella pareció excitarse de haber sido bautizada puta, así que casi al terminar de follar, desprendió sus caderas de mi palo y se echó sobre sus rodillas y comenzó a mamarme, su lengua se movía con el nerviosismo de una llama de un mechero muy irregular, su boca era una matriz cósmica, caliente, enervante. El incidente del baño me había excitado demasiado mis glándulas, había provocado que mi cuerpo elaborara reservas de semen para mi verga damnificada, y sin embargo ese semen no se había regado. Yo que estaba consciente que no podría dormir con semejante cargamento de leche en el cuerpo hubiera tenido que pajearme en el baño de mi casa, pero la historia se había enchuecado, y estaba aquí Brenda, mamándomela en miércoles siendo que sólo lo hacemos los fines de semana, y agitaba su mano como si no pudiese esperar más para recibir una lluvia de semen. Contra pronóstico, empezó a provocar que me corriera en su lengua, en su boca, chorros y chorros de leche volcánica comenzaba a inundar toda su boca y lengua, la cual se movía con mayor agresividad que nunca. Luego que terminé de manar, ella me siguió mamando, hasta dejar flácido mi miembro.
No dijimos nada. Ella era ahora una puta confesa, yo su padrote. La fui a dejar a su casa y ella me comentó, luego de un silencio abrumador, que le había gustado mucho el sexo de hoy, que me había sentido más fuerte, que a ser honestos ella deseaba en secreto que eso sucediera, que fuera más malévolo, más atrevido. Yo no dije nada. Sabía que ese cambio de normal a agresivo no era espontáneo, que tenía su causa encarnada en una mujer bajita que lejos de hacerme feliz parecía boicotearme, ahora ya Brenda dejaba que me corriera en su boca, pero yo sólo pensaba en la mamada que la chica del Toyota no me había dado.
Luego de una semana en que no era yo mismo sino otro, volví a ver a la chica, pero esta vez no estaba yo sólo, iba con Brenda, quien parecía más enamorada de mí luego que la trataba como una puta. Era un concierto de un grupo pop que le gustaba mucho a Brenda aunque a mí me enferma, ahí estaba la chica, y me daba la impresión de que no estaba ahí por gusto al grupo, aunque tampoco era tan pretencioso para pensar que estaba ahí por mí.
Mientras escuchábamos al grupo, sentí que detrás de mí se me repegaban unos pechitos afilados, sentía que me tentaban el culo, una pierna me rozaba las corvas. No necesitaba voltear para saber de quién se trataba. Brenda me tomaba de la mano izquierda. Cada que alguien atravesaba por detrás de las gentes que estaban a nuestras espaldas, empujaban un poco a Brenda, mientras que a mí me empujaban mucho, casi me follaba la chica del Toyota cada vez pe eso pasaba. A la primera Brenda no dijo nada. A la segunda se molestó. A la tercera me dijo que nos moviéramos. A la cuarta, luego de ver que la chica del vestido rojo me había seguido como un satélite, se encabritó y le dijo:
-¿Pero qué te has creído?- Y le dio un empellón.
La bajita respondió el empellón con un aventón. Empezaron a pelearse. -Pégale Raúl- me decía Brenda cuando la chica se le echó encima del cuerpo, y yo no hice nada. No sabía que hacer, por decirlo de esta forma, las respetaba igual.
Nos echaron del lugar por rijosos. Una vez afuera, la chica fue al estacionamiento, se agachó al suelo, cogió algo de barro y lo tiró encima de mi Mustang. Brenda se enfureció y me empezó a gritar cosas, dentro de ellas dijo, "Ensúciale su coche también". Tomé barro, corrí cinco carros más allá y vacié el lodo sobre el Toyota. La chica llegó después a él, se subió y, como siempre, arrancó velozmente.
Cuando volví con Brenda esta estaba enfurecida. -Ha de ser una loca, no te dejes consumir por el odio por una extraña que no vale la pena- le dije compasivo.
-¿Qué tan extraña es esa mujer?
-¿Cómo?
-No te hagas el idiota. ¿Qué tan extraña es esa psicópata?
-Supongo que del todo extraña.
-¿Cómo supo que ese Mustang es nuestro?, y peor aún, ¿Cómo supiste tú que ese carro verde era de ella?, ¿Se conocen?, ¿Están enrollados?
Totalmente atrapado le contesté, -Todo empezó...
-¿Todo?, ¿Hay un "todo" entre ustedes?
Le conté lo de la oficina de teléfonos, pero me guardé lo del almacén y desde luego lo del cine. Fui poco convincente y Brenda me siguió preguntando. Conté mal contada la historia del baño del cine, en la cual no narré que me pajeó, ni narré que me había mirado la verga, sólo dije que extrañamente se había metido al baño de hombres, que con peligro y era un gay, pero eso sólo empeoró las cosas, pues para ella había sido muy notoria mi tardanza aquel día y sobre todo mi cambio en mi actividad sexual. Me juzgó y condenó culpable de mentir. Me dio el cortón en el acto, paró un taxi y se fue luego de escupir mi Mustang.
Como en las películas de Stanley Kubrik, siempre hay una primera mitad de la historia y una segunda mitad, las segundas mitades encierran siempre más estridencias que las primeras. La segunda mitad empezó un día domingo, a ser exactos el segundo domingo después de que Brenda me había dejado. Salí a media mañana para comprar leche y frente a mi casa estaba aparcado el Toyota Celica. Busqué por todos lados y no la vi a ella. Así, el Toyota Celica duró todo el día domingo y todo el día lunes afuera de mi casa. El lunes por la tarde llamó Brenda y sólo me dedicó seis palabras para luego colgar: "Eres un cabrón hijo de puta", no pude decir nada, lo cierto es que mi madre ha sido nombrada puta muchas veces desde que la chica del Toyota apareció en mi vida. "Darte problemas" retumbó en mi cabeza.
Sobra decir que durante el domingo y el lunes fui un inútil para todo, pues sólo estaba pendiente de ver el momento en que llegara ella por su coche, sin saber para qué. Pensé en ella esos dos días enteros, era una presencia absoluta, era como un Dios que está en todas partes. La madrugada del martes había desaparecido el coche. Me dirigí a la comandancia de policía para denunciar el robo pero luego pensé en lo idiota que era, si el carro no era mío, no conocía siquiera el nombre de la dueña, que pudiera ser quien lo manejara en este momento.
El miércoles que regresé de trabajar me encontré con la entrada de mi casa violada, se habían metido pero no habían robado nada, sólo un portarretratos en que estaba una foto de Brenda y yo, en la que aparecemos queriéndonos mucho. Sin embargo dudo que fuera Brenda capaz de meterse así a mi casa, pues no me devolvió la llave, qué necesidad de violar la cerradura, además, si se tratara de una coartada, ésta sería estúpida porque nadie se robaría el portarretratos únicamente. Empecé a tener problemas.
Luego de ver mi casa toda volteada, o al menos desordenada, ya que nada estaba roto, me puse a pensar seriamente en todo y cuanto ocurría. Las cosas parecían salidas de una película de enredos. Además, estaba perdiendo a una novia de dos años, con la cual había tenido siempre una comunicación bastante abierta, con la cual me entendía cada vez mejor físicamente, con la que había tenido una última noche muy prometedora acerca de un amplio catálogo de locuras que podíamos llevar a cabo. Además, estaba seguro de quererla y de que me quería. ¿Y qué tenía a cambio?, la presencia oscura de una desconocida, inquietante, es cierto, pero destructiva. Como siempre nuestras pertenencias siempre refleja cómo estamos interiormente, así como está tu casa, así está tu corazón. Mi corazón estaba entonces violado, desvalijado, ultrajado, y la causa, al igual que el supuesto robo de mi casa, era, con casi entera seguridad, la micro mujer del Toyota.
Llamé a Brenda y le expliqué que nada tenía que ver con todo, le dije que en realidad tan poca importancia tenía la chica en cuestión que se me había hecho inútil o aun irritante contarle lo ocurrido, que comprendiera que me dio pena contarle lo estúpido que fui en el estacionamiento de la oficina de teléfonos, lo bruto que fue ser cortés con la chica cuando ella era toda apatía, y que lo del concierto fue loquera de ella y no mía. Me creyó a medias, pero quedamos en términos mejores, yo rogando casi de rodillas, ella suprema perdonándome, Etc. Etc. Etc.
Colgué el teléfono y me sentí más tranquilo, así que me prometí a mí mismo dejar en paz a la chica del Toyota. Sonó el timbre. Mi cuerpo se estremeció por una curiosidad nerviosa y acudí a abrir. Era la chica menudita del Toyota. Me quedé paralizado por un instante del cinismo de esta chiquilla. Tendría diecinueve, acaso veinte años. Se supone que las relaciones personales son una especie de juego, pero ¿Qué pasa cuando las reglas de ese juego no las impone uno mismo?, y más aún, ¿Qué hacer cuando esas reglas no corresponden a nada que hayas jugado antes?.
Se pasó a dentro de mi casa sin mi permiso, como si lo necesitara. Empezó a husmear, como para verificar que sus pillos empleados hubiesen hecho bien su trabajo desordenando mi hogar. Reaccioné y le dije:
-¿Qué te has creído? Entras a mi casa como si no pudiera echarte a patadas.
-No prometas cosas que no vas a cumplirme.
-Pero qué carajo... deja de sonar tan profeta y lárgate, te quiero fuera de mi casa y de mi vida, evádeme si me ves por la calle, considérame tu enemigo, tenme asco, señálame como aquel a quien más mal le caes, eres la peor extraña que conozco
-Me llamo Pandora
-Como si me importara
Se tiró sobre mí, como un luchador, abrazándome. Habría que ver esa escena que seguro daría risa a cualquiera, aun a mí me era difícil de imaginar. La chica abalanzándose sobre mi cintura y atándome con sus brazos, tal cual si yo fuese uno de los Beatles y ella una fanática americana que pudo evadir el cerco de seguridad en pleno concierto del Holywood Bowl, y aquí está lo increíble, yo rechazándola con mis brazos, empellándola, intentando zafarla, separarla, y ella abrazándose más, quitándomela de encima. Siempre pensé que me dejaría querer por cualquier mujer, a menos que estuviera muy fea, y sin embargo aquí estaba una chica prometedoramente deliciosa, histérica, rematada de la cabeza, abrazándome como un pulpo, narcotizada por su propia hormona, y yo en lucha greco romana con ella, quitándomela de encima. Me plantó un beso con su labial rojo, y con la lengua me lamió el cuello.
Por si no fueran bastantes problemas el tener demasiados escrúpulos para darle un puñetazo que la calmara, en la puerta apareció ni más ni menos que Brenda, la cual sólo vio mi boca manchada de labial, y como la chica me tenía atado como boa constrictora, lo que le fue suficiente para llevarse las manos al rostro y llorar mucho, y correr fuera de mi propiedad.
Ahora sí estaba enfurecido. Apreté los brazos de Pandora tan fuerte que seguro le saldrían moretones. Me chocaba además empezar a considerarla como Pandora, así de familiar. La fui jalando y paulatinamente la separé de mis hombros, caía ella cada vez más al suelo. Creí que tenía éxito hasta que vi que lo conseguido era obra de su capricho. ¡Habrá de verse!, con los dientes bajaba el cierre de mi cremallera. Con una mano se arriesgó a dislocar su brazo izquierdo metiéndolo entre el cinto de mi pantalón y mi cintura. Fija como estaba ya no ocupaba las dos manos, con una me pellizcaba la espalda, lo que me hacía usar una de las mías para intentar arrancar el pellizco, y su otra mano la usaba para sacar mi pene del pantalón. Engulló mi miembro como ballena que devora plancton. Empezó a chupar y chupar con fuerza, su boca era poco hábil para estas lides, pues sus dientes seguido se accidentaban con mi carne.
Manaba saliva como si fuese un cacto abierto en canal y devoraba. La lucha no podía ser ahora más ridícula, yo intentando apartarla en forma estúpida y ella sin tomar en cuenta mi opinión, pues la única opinión que parecía entender era lo duro que se me estaba poniendo el palo. Aquí me voy a permitir indicar dos citas legales que investigué después, por absurdo que parezca. Comete el delito de violación quien tenga acceso carnal con una persona, sea hombre o mujer, por medio de violencia física o moral, y contra de su voluntad. Comete el delito de exposición inmoral la persona que, por sí o por tercera persona, realice exhibiciones obscenas. He aquí que esta chica me estaba violando, y adicionalmente Brenda había dejado la puerta de entrada abierta, por lo que cualquiera que pasara vería que ella me estaba mamando la verga. La violencia de su boca, su hambre, su desesperación, me proporcionaba a mi una lluvia de sensaciones que no había sentido jamás, me sentía elegido, único, me sentía un objeto sexual, yo que toda la vida había tenido que convencer a las chicas de que me amaran, yo que siempre tuve que ser simpático, agradable y buen partido, yo que siempre había pedido, ahora estaba siendo presa de un predador de mi sexualidad, y eso me gustaba, me gustaba la sensación de provocar en esta chica semejante locura, dejó de pellizcarme, dejé de apartarla, le tomé la cabeza, podía arrancársela si quisiera, pero no quería porque me estaba corriendo sobre su cuello y su pecho. Se escuchó una sirena:
-Nos van a tener que acompañar a la comandancia. Dijo el oficial de policía.
En vez de bramar de placer como me hubiera gustado, dije con voz entrecortada, extasiada.
-Pero si es mi casa, puedo hacer lo que quiera.
-Menos esto con la puerta abierta cabrón. Haz lo que se te dice y no saldrás lastimado, órale, moviéndose los dos. Usted aséese ese cuello y mejillas señorita.
Íbamos pues detenidos sobre la patrulla, que era de esas camionetas con caja y techo. A ella la sentaron en un cojín y a mí me esposaron de un tubo. Estábamos sentados juntos y yo poco humor tenía de decirle lo que fuera. Iba en la caja un sujeto pintoresco con una cámara fotográfica al cuello, juraría que su pinche bigotillo era falso.
-Posen para la foto amigos. - Dijo el muy cretino.
Pandora se puso a mi lado y se acurrucó con una sonrisa, CLICK, se escuchó luego de un flashazo. Yo la hice a un lado.
-¿Es usted reportero, verdad?
-Por supuesto-
-Esa foto es mía-
-Lo sé
-No se me haga el chistoso, quiero decir que me la tendrá que entregar.
-Ni lo sueñes, es parte de mi reportaje
-¡Mi reportaje! ¿Qué reportaje es ese, qué no sabe que tratándose de violación no puede difundir ni siquiera los nombres?
-Espere un momento, esto si que salva mi noche. ¿Se trata de violación?, déjeme ver, ¿Este angelito lo violó a usted?, ella de dieciocho, tal vez una menor, lo violó a usted que fácil tiene sus veinticinco. ¿Y usted no pudo hacer nada por evitarlo? Esto sí que va a vender.
-Espere, no soy abogado, en verdad no sé por qué se nos detuvo.
-Amigo, si me da usted un buen de plata olvidaré que esto se trata de una violación, pero como amigo no le recomiendo que diga semejantes pendejadas en la comandancia. ¿Sabe cuando encerrarán a esta preciosidad? NUNCA, y en cambio usted será el hazmerreír SIEMPRE. Seguro le creerán que la chica le dijo a su miembro que se hinchara.
Hice el arreglo económico. Me quedé en la vil calle sólo por comprar ese rollo fotográfico. Perra vida, yo trabajo quince días para cobrar y este hijo de puta se lleva el 80% de mi sueldo a cambio de una foto oportunista y su nada confiable promesa de callarse la boca. Nos bajaron en la comisaría y nos llevaron con un gordo inspector de averiguaciones previas.
-¿Por qué están aquí? -Dijo el inspector dejando mucho qué desear.
-No lo sé. Habría que preguntarle a los oficiales.
-Con un carajo. Enciérrenme a este par en el calabozo, y mándame traer a Padilla y a Ortiz.
Nos condujeron hasta un cuartillo que olía a vómito y orines. Ahí sentía una mezcla de repudio con extrañeza. Me quedé viendo a Pandora, quien parecía muy tranquila, como si esperara el desenlace de las cosas, segura de que era vano preocuparse por estar ahí, plenamente convencida que lo único que faltaba por hacer era dejar que el reloj corriera.
-¿Por qué me haces esto? - Le pregunté sin pretensiones de juez.
-Mereces vivir mejor.
-¿A esto le llamas mejor?, ¿Te parece mejor esta mazmorra que mi casa? Créeme, estás loca y te quiero fuera de mi vida.
No imaginé que empezara a llorar con tanto dolor. Su cuerpito frágil parecía más quebradizo que nunca.
-Mira, esto me hace sentir muy mal. No quise herirte, pero, desde que te conocí he tenido únicamente problemas. Yo vivía muy feliz...
-Vivías muy estable, únicamente muy estable.
-Di lo que quieras, pero esto no es lo que quiero.
-Si tu felicidad estuviera en tus manos ya la hubieras obtenido. ¿Es tan malo que te ame?
¡Vaya plática de calabozo! Me sentía muy conmovido por aquella chica. Su error era generar fricción en mi vida, pero ¿Y si tenía razón?, tal vez mi vida caminaba demasiado tranquilamente, posiblemente en un año me case con Brenda, si es que me perdona esta "segunda ofensa", tengamos dos hijos tal vez, vendamos el Mustang y compremos una vagoneta más familiar, criemos a algún perro muy casero, con suerte y hasta compremos un canario, o me empiecen a gustar las novelas, y así. Hice a un lado toda mi aversión y le dije que nada sabía de su vida, que ella se metía deliberadamente en mi vida, que ahora me decía que me amaba y sin embargo seguía siendo una extraña. Iba ella a empezar a hablar, pero vinieron unos guardias y se la llevaron sólo a ella. "Después te cuento", fue lo último que dijo. A mí me sacaron después.
Volví a mi casa y la sentí incompleta. Brenda no me contestó al teléfono. Dormí teniendo muchas pesadillas, en ellas hacían el amor Brenda y Pandora, para esto Pandora resultaba tener un pene monstruoso con el cual barrenaba el culo de Brenda, quien gritaba en forma angustiosa pero sumisa. Teniéndola así, en cuatro patas, la embestía duramente y en cada arribo se escuchaba un grito. Brenda, cegada por la posesión carnal inclinaba su cuerpo hasta las colchas, mismas que mordía con rabia, mientras Pandora aprovechaba esta ceguera para sacar una navaja afilada, y en el lienzo que era la espalda blanquísima y perfecta de Brenda, teñía a punta de heridas un retrato que no era otra cosa que mi rostro riendo.
Al día siguiente tiré a la basura el costoso rollo. Luego lo saqué del cesto de basura, sin saber por qué lo llevé a revelar. El revelado me salió más costoso de lo que esperaba, pues las imágenes no eran del todo publicables, sino del tipo obsceno. Las pagué. Mi sorpresa fue grande debido a varias cuestiones. Cabe decir que el sitio donde revelé las fotos queda enfrente de la catedral, también hay que prestar atención a que el calor en la ciudad era ese día sofocante. Ambos elementos justificaron que me metiera a la catedral, que si bien no tiene aire acondicionado, sus muros son tan gruesos, sus ventanales y techos tan altos, que en las bancas del templo se siente un fresco delicioso. Ahí, sobre una de las bancas de mero atrás del templo casi vacío, me senté para ver las fotos que había tomado el reportero. Terminé por sentirme blasfemo.
En la primera, estábamos Pandora y yo, sentados en la patrulla, ella libre, yo esposado, ella sonriendo a la cámara, yo cabreadísimo, hecho una furia. Ella con su forma corporal en dirección absolutamente mía, yo con mis hombros hacia fuera, como si quisiera huir. Había algo en su mirada a la cámara, amor, ternura, intensidad, y sin embargo había un toque malévolo. Sus pechos se veían bastante bien. La segunda de las fotos éramos nosotros dos también, en dicha foto ella engullía por completo mi verga con su boca, sus ojos aparecían puestos en blanco, como si estuviera envuelta en la embriaguez total, mientras que mi cara era de placer absoluto. Nadie que viera esa foto me creería que yo estaba recibiendo esa mamada a fuerzas. Todo se me hacía muy extraño, para que el reportero hubiera tomado la foto era preciso que hubiese estado ahí desde antes que apareciera la policía, pues los uniformados llegaron luego que me había corrido. En otra de las fotos aparecía un hombre a lado de Brenda, estaban dentro de un coche, y la penetraba fuertemente. En una de esas fotos ella lo montaba a horcajadas, mientras el tipo sonreía no sé si a la cámara mientras le mordía una de las tetas sobre la blusa, en otra foto ella le comía la verga, y en una tercera foto él se la cogía a lo perro y ella repegaba su cara al cristal, loca de calentura, borrando con su mejilla el vaho que había terminado por poner gris de humedad la ventanilla. Otra foto era de un sitio, el Hotel América, que era el hotel que Brenda y yo acostumbrábamos, y una última foto era de la puerta de la habitación seis, nuestra habitación. La cámara era de esas que inscriben la fecha y la hora. Brenda me había sustituido antier a las 21:35. Y este reportero más que un reportero común, parecía un duende íncubo escapado de una película de David Lynch.
El sábado me llamó Brenda, quería hablar de todo lo ocurrido. Nos vimos en mi casa. Ella estaba muy confundida, decía, y pese a que sentía que tenía razones para estar enfadada conmigo no podía olvidarme, que caía en cuenta que el tiempo que habíamos tenido como pareja nos había mostrado que hacíamos una bonita pareja, que no había por qué perder esa relación tan bonita. Después de todo, decía, qué bueno que las dificultades surgían para probar nuestro amor, para probar que nuestro amor es más grande que las vicisitudes que pudiera enfrentarnos el destino. Mientras ella hablaba yo pensaba en lo estúpido que había sido al quemar el rollo de fotos y las fotos mismas excepto aquellas en que Pandora y yo aparecíamos juntos. Viendo la cara de Brenda sonándome tan sincera, me gustaría tener en mis manos las fotos, no para echárselas en cara, sino para verlas detenidamente, ¿Y si no era ella?, ¿Si sólo se trataba de una chica muy parecida con un top de girasoles idéntico al suyo, con unos tacones idénticos a los suyos, con una pulsera igual, con unas nalgas iguales?. Empecé a decirme que al menos no me había engañado estando de novia conmigo, sino en esos días en que ella y yo no éramos nada.
"Quiero que seas mi novio de nuevo" Dijo como si me estuviera rogando. Se arrodilló inclusive, aunque no era necesario. Mi respuesta fue pararme frente suyo, dejando a la altura de su boca mi bragueta. Ella sonrió luminosamente considerando eso como un sí, y engulló mi verga, recorriéndola con esa lengua que tiene que es mágica. Me quitó los pantalones y comenzó a comer los testículos, luego se puso mi palo en la entrada de su boca, como si sólo me fuera a mamar el glande, para luego tomarme de las nalgas e impulsar mis caderas hacia delante, metiéndose mi sexo en su boca. Así estuvo un rato. Luego me pidió que me desnudara completamente, ella hizo lo mismo.
Sobre su columna vertebral, a la altura de la cintura, llevaba un tatuaje que no tenía antes, una pequeña figurita de una araña que en su bolsita gorda y negra llevaba una mancha, tal cual si fuese una viuda negra y su mancha roja fuese una araña más pequeña, posiblemente su consorte recién devorado. Me senté en el sofá y tenía mi palo muy parado, apuntando al cielo, y ella se alzó en cuclillas sobre los cojines del sillón, como si fuera una nave que tuviera que alunizar, cuidando de embonar con el abastecedor de combustible que yacía en terreno firme, y así, despacio empezó a dejarse enclavar, envolviendo mi pene en un fuego abrasador, terminando por envolverme entero, subiendo y bajando con pasión. La tomé de las nalgas y las apretaba, jugando con su vaivén, rozándole el ano de vez en cuando con mi dedo índice. Ella se ponía más y más caliente, la puse tendida sobre el borde del sillón y así empinada comencé a darle duro. Se corrió abundantemente, y yo, que ya estaba de punto, saqué mi palo para que el ojo de mi pene besara la entrada de su culo, y así, sin penetrarla analmente, froté mi verga en su ano, esperando que mi semen ardiente comenzara a teñirle de blanco su oscuro esfínter, y así fue, comenzó a manar mi leche, que salió primero tan violentamente que una gota de crema voló cayendo justo sobre su tatuaje nuevo, mientras que el resto de semen daba de beber a aquel culo que se retraía sediento.
Esa noche se quedó a dormir en mi casa, había mentido en su casa diciendo que iría a un campamento. La follé sin tregua durante esa noche hasta que caímos dormidos uno abrazado del otro. Cuando desperté, ella ya no estaba, la luz entraba por la ventana y degustar la noche anterior me duró lo que me tardé en ver que en la mesa del comedor estaban cortadas con tijeras el par de fotos de Pandora y yo. El corte estaba hecho de tal manera que nos separaba, como si las mitades fueran la silueta de cada uno de nosotros. Me encabroné. Había sido un estúpido en guardar esas fotos, en no tirarlas de saber que Brenda volvería. Ella no atendió mis llamadas durante el día.
Por la tarde se aparcó frente a mi casa el Toyota Célica. Pandora tocó el claxon y yo salí a preguntarle qué quería, "Darte problemas" contestó en una broma que me pareció de pésimo gusto. Me invitó a salir, a una sorpresa si es que tenía valor. Yo acepté en medio de un trance casi hipnótico. Ella me dijo que para que fuera sorpresa debería dejarme atar de los ojos. Pese a que sabía que eso no dejaba de ser un riesgo tratándose de esta esquizofrénica, acepté. Durante el camino fui escuchando su voz cantando las canciones que salían en la radio, sintiendo cómo con la mano con la que no sostenía el volante me tocaba la pierna, la mano, sintiendo como jalaba mi mano a fin de que la colocara sobre su pierna, aunque impidió que la encaminara hasta su coño. Volvieron a asaltarme las dudas si entre sus piernas habría un coño o una verga.
Llegamos a un lugar, al cual inútilmente quería identificar por el olor, pues aunque me olía familiar, olía como cualquier hotel. Entramos en una habitación, escuché que cerró las dos aldabas de la puerta. Me quitó el vendaje de la cara. No había nada particular en esta habitación, que si bien era una suite, era una suite ordinaria. Con una cama inmensa, una mesita con dos sillas alrededor, espejos en los muros. Me invitó a sentarme en las sillas. Allí platicaríamos. Su voz no era como siempre, se escuchaba más gruesa que antes. Me dio escalofríos pensar que se tratara de un hombre, cosa que sería prácticamente imposible a menos que mi edad no hubiera sido suficiente para distinguir a una mujer de un excelente travesti.
-Debes tener muchas preguntas. ¿Cuál es la que más quisieras responder?
-¿Por qué yo?
-Porque me gustas y siempre tomo aquello que me gusta.
-Pero no me pediste mi opinión.
-Tu opinión es algo que me has dado todo el tiempo. No ha pasado un segundo en que no hayas dejado de pensar en mí, sales a la calle y estas son sólo una oportunidad más de toparte conmigo, aun en tus sueños me llamas, y créeme, soy muy sensible a eso, a ser el objeto de pasión de un hombre. Sólo te devuelvo el favor pensando en el momento en que has de abrirme completamente, llenarme de caricias, aprovecharme completamente, es decir, te devuelvo el favor pensando en este momento.
Sirvió un té en un par de tazas que había ahí y comenzamos a beberlo. Nunca me ha gustado el té, pero este lo bebí ciegamente, como si se tratara de la primera de las ordenes que iba a tener que cumplir. Bebí varias tazas. Empecé a sentirme algo relajado, visceral, intenso.
-¿De qué es este té? Pregunté.
-De Marihuana y otras hierbas.
¡Vaya, ahora me encontraba inclusive drogado!. La verdad es que siempre he creído que la ilegalidad de la marihuana es algo muy injusto, considerando que alcohol y tabaco se pasean por la calle sin ningún tipo de restricción, siendo que no son más nobles que la cannabis, sin embargo no me agradaba la idea de estar ahora drogado sin haberlo consentido, aunque pensándolo bien, esta manera cobarde de hacerlo "sin saberlo" es la que mejor le sienta a gente cobarde como yo.
Ella se paró de su silla, parándose frente a mí, desanudó el cintillo de su vestido y lo abrió como si fuese una naranja exhibicionista, dejando ver que estaba desnuda, fragante, blanquísima, con su sexo repleto de un vello grueso y abundante. Una mujer afortunadamente. Parecía un ángel inconcluso, inocente, frágil, todavía sin virtudes, todavía sin alas, hermoso. La yerba estaba comenzando a hacerme sentir el don de ver la belleza, de tal forma que comencé a mirarla como nunca había visto antes a una mujer, su piel me parecía brillante, como si fuese un retazo de sol, y cada poro me parecía tan vital que casi escuchaba el quieto silbido que hacen al respirar, su olor me embriagaba por completo a la vez que sentía un calor intenso en todo mi cuerpo. Sentía que cada brizna de aire golpeaba cada uno de mis vellos, como si estos fuesen palmeras que danzan a la orilla de una playa a punto de huracanarse, mientras que mi sangre se volvía una compleja red de ríos que avanzaban en una ebullición incesante, bañando mi cuerpo completamente.
Tocarla fue una sensación eléctrica, sus pechos eran un par de volcanes que se hacían a la forma de mis dedos, resistiendo con su fuerza propia la fuerza de mis dedos. Su cintura, sus nalgas, sus piernas, sus pies, sus manos, su cuello, sus orejas, todo había que besarlo. Ella me recostó en la cama, dejando que mi verga se izara como el asta de una bandera ausente, y sacó su lengua, boludita, no de punta, y comenzó a tocar con ella mi glande. Yo sentía como si sobre la cabeza de mi pene se paseara un caracol del infierno, o cuando menos un trozo de lava consciente. Con su boca comenzó a mamarme, primero bastante mal, parecía como si sometiera mi verga a un sacapuntas, pero pareciera que de pronto el lápiz comenzara a encontrarle el gusto al sacapuntas. Me mordía, me chupaba, me lamía, y cada una de estas acciones las disfrutaba tanto. Su mano me apretaba los testículos en un pellizco que me excitaba mucho. Me alzó y me puso en cuatro patas, metió su cara bajo mis piernas y siguió mamando. De mi pene se fue a mis testículos, y de ahí al tramo de carne que tengo entre el ano y los testículos, mordiéndome, y mientras más me mordía más se me paraba el falo, el que bailaba como la espada cantarina de cierta caricatura que vi. Ella se puso de rodillas y la falta de contacto de su boca con mi cuerpo me sugería que estaba mirando el mapa de mi culo, memorizando mi huella anal, luego sentí una mordida en pleno culo, el paso de una lengua caliente que hacía su tarea de dilatar mi esfínter.
Tal caricia era para mí no sólo desconocida, sino que en otras condiciones probablemente y hasta me cuidaría de que no me la practicaran. Pero la verdad es que sentía maravilloso el recorrer de esa lengua por entre las arrugas de mi ano. Ella notó que cuando metía su lengua entre el aro de mi culo contraía las nalgas, mientras que cuando lo recorría por fuera me agachaba más, abriendo mis carnes, lo que le dio pista de algo que es cierto, la penetración no me llamaba la atención, más no así la lamida de culo y la mordida en las nalgas. Mientras me chupaba el culo, una de sus manos me pajeaba con furia, tanto que casi reviento en su mano.
Me paré y quise corresponderle la mamada, poniéndola a su vez en cuatro patas. El olor de su sexo era dulce, y su sabor también. Mamé vorazmente durante largo rato su sexo, y a diferencia del sexo oral que le practicaba a Brenda, en el cual me quedaba claro que lo hacía para que ella sintiera rico aunque para mí fuera más bien algo así como un sacrificio venial; tratándose de Pandora, lo disfrutaba por mí mismo, sintiendo su coño como una boca alienígena muy atrayente que correspondía mi beso con un sin fin de manifestaciones. Luego quise sentir lo que ella en la boca cuando empecé a mamar su ano, lenta y cadenciosamente primero, más fuerte y profundo después. A cada mamada de ano le acompañaba un gemido de placer que ella emitía con su divina voz. Tenerla ahí, empinada, con sus manos abriéndose las nalgas, me puso muy caliente. Me paré y comencé a penetrarla a lo perro, y ella se separó violentamente de mí, aterrada.
Yo la seguí, la tendí boca arriba con las piernas abiertas, pero ella seguía con su cara de venado en cacería. Jugué con su sexo y la punta de mi pene, y ella parecía disfrutar, pero al penetrar ponía cara de pánico. Me incliné un poco para besarla y cuando nos besábamos en un beso muy profundo la atravesé de nuevo, metiéndosela completamente. Ella no era virgen, e incluso su sexo estaba tan hinchado o tan acostumbrado a un pene inmenso que me era difícil suponer el por qué de su terror. Lo cierto es que la penetré hasta el fondo y la sujeté de la parte exterior de la pierna y nalgas, a fin de no dejarla escapar. Pataleaba como una araña, mientras que yo clavaba mi aguijón en forma letal.
Era como si su cuerpo estuviera abierto a la penetración pero su alma se resistiera a entregarse por completo. La penetré más suavemente, mirándole a los ojos, notando el color que tenían, sus pestañas, su humedad, y durante ese instante algo cedió, pues su alma dejó de resistirse y se compenetró también. No me cabía la duda de que ahora sí estábamos en una fusión total. Pese a que la suite sugería muchas cosas, nosotros nos quedamos en la posición básica, pues no era necesario mucho circo para gozar como lo estábamos haciendo. De rato nos sorprendimos mirando al espejo para ver cómo lucíamos. Su coño formaba alrededor de mi palo un ovillo perfecto, como si fuese una gota de cayera del cuerpo de un Dios líquido, mientras que mi palo se marcaba con una silueta interna que dejaba ver que dentro de la piel pasaba una actividad celular enorme.
Mientras la poseía afanosamente, ella me dio una bofetada fortísima. Le sujeté la mano incrédulo. Ella me sujetó con las piernas para que no saliera de su cuerpo. "Pégame tú a mí", me dijo, y yo que nunca había tenido esas aficiones me mostré renuente. Ella me dio otro golpe. Por fin le pegué. Ella hizo una mueca de gusto. Le pegaba en las nalgas porque sentía que era el sitio dónde menor daño haría. Pero de rato le daba golpecitos en las tetas, en el culo, la sujetaba del cuello, del cabello. Seguía sobreexcitado. De rato era ya violencia pura, hasta que la violencia máxima se manifestó en una eyaculación que tuve, tan intensa que lo que produjo fue dolor, y por primera vez me quedó claro que mi semen era parte de mí, parte viva de mí que permanecía en ella aun después de habernos separado. Ella gimió también cuando me vine.
Me preguntó que cómo me sentía, le dije que fabuloso. Ella me llamó "Mi Monstruo", lo que no sé como tomarlo. Estaba tendido en la cama, aun sudado. Ella se paró de la cama dichosa. Sacó del frigorífico una jarra que contenía un elixir verde, como pulpa de pepino, pero considerablemente más verde, más oscura. Me dio de beber, el sabor era acedo. Con desagrado le dije que no me gustaba, pero insistió que lo bebiera, que era para revitalizar mi cuerpo, para modificar el efecto del té, y para prepararme para lo que seguía.
Cuando me colocó la venda de nuevo, luego que sólo yo tomé del elixir, empecé a pensar qué era eso que ella llamaba, "lo que seguía". Me llevó caminando por el hotel, llevándome a otra habitación, lo supe porque el lugar al que entramos estaba fresco, casi frío, me sentó en una silla y me ató de las manos y pies. Yo le dejé hacer porque imaginé que se trataba de un juego más atrevido. En cierto modo lo era. Me quitó la venda y vi que estaba a un metro de un muro, que en ese muro, justo frente a mí, habían unas cortinas rojas. Vi que la silla en que estaba se encontraba atornillada al suelo y que en definitiva estaba bastante bien atado.
Ella se puso atrás de mí y comenzó a decirme:
-¿No me preguntas de qué era el licuado?
-Supongo que es seguro lo que me diste de beber.
-Es un licuado de peyote. Mañana tendrás suelto el estomago, eso será normal, pero no será normal que vayas al médico por ello.
Era asombroso todo esto. Haberme dado de beber té de marihuana no era nada comparado con darme licuado de peyote. Haberle pegado mientras le hacía el amor era algo que no provenía de mí. Dejar a mi novia no era algo de mí. Parar a la policía. Ella era además bajita, demasiado para que fuera mi pareja, su tono de piel no es el que me agrada y su cuerpo tan menudito es casi la antítesis de mi gusto, su lengua es para colmo boludita, y sus manos no son como las que me agradan. Es justo lo contrario a mi gusto, y sin embargo esta mujer tan contraria me ha hecho sentir en menos de tres meses una gama de sensaciones que para mí estaban vedadas. No estoy seguro de quedar a su lado, pero por lo pronto es una alternativa de placer que me ofrezco.
Jaló de un cordel y las cortinas se abrieron, quedando una especie de marco, como si fuese una pantalla de televisor de cincuenta pulgadas. Sin embargo el cristal estaba gris. No parecía que fuera una ventana, tampoco un televisor. Se iluminó el cuadro cuando alguien abrió la puerta del cuarto contiguo. Ya entendía, la habitación contigua tenía seguramente un espejo, de esos que permiten que un voyeur pueda ver hacia el otro lado, así, tu te reflejas en el espejo sin saber que estás siendo observado
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