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Categoría: Confesiones

Querido Ricardo (3 de 6)

¿Qué tal estás hoy, Ricardo? ¿Asimilando que no eres el único que puede tener una vida sexual satisfactoria? Hoy te voy a contar lo que sucedió en una fiesta que di en casa el fin de semana que tuviste que irte a una convención. Marisa me convenció de que no podía quedarme sola teniendo toda la casa para mí. Así que decidimos dar una fiesta.



Al principio iba a ser a lo grande, pero luego por determinadas circunstancias se quedó en algo bastante íntimo, tres o cuatro parejas y tres o cuatro solteros confirmaron su asistencia. Supongo que el haber avisado con tan poco tiempo influyó. El día anterior, mientras Marisa y yo tomábamos un café, vimos a Juan.



Sí, Juan, tu amigo de toda la vida, con quien hiciste la mili y con quien has pasado mil y una juerga. Esa persona de tu edad, mejor conservado, todo hay que decirlo, sus canas le dan un puntito, el tipo socarrón y divertido que está casado como tú y que como tú se folla a quien le da la gana, aunque hasta ese día te había sido fiel. Supongo que como no tenía los pechos grandes, no se había interesado demasiado en mí. Y eso que yo siempre he pensado que ese hombre tenía un polvo, aunque sin reconocérmelo hasta ahora.



Se alegró de verme y preguntó por ti, como si no te hubiera visto el fin de semana anterior. Le dije eso, que tú le veías más que yo. El caso es que Marisa le comentó la fiesta y se apuntó. Así que quedamos para el día siguiente.



La fiesta resultó más entretenida de lo pensado. Bailes, pero sobre todo mucha conversación, muchas risas y mucha bebida. Marisa me presentó su último ligue, Alberto, un muchachín de 21 años, alto, delgado, pelo largo, barba, un poco descuidado, lenguaraz y muy acaramelado con Marisa, con la que formaba un gracioso contrapunto, dado que Marisa es bajita, rellenita y muy elegante. Llevaban juntos un par de semanas y presumían de no parar de follar.



Juan también se lo pasó muy bien, pese a que nos confesó que no esperaba hacerlo y que si había aceptado la invitación era para no quedar mal conmigo. Durante la velada me confesó que me veía distinta (¿por el aumento de pecho?), mucho más abierta y alegre. Le gustó mi cambio, supongo que porque le sonreía más abiertamente y le miraba con mayor atención.



Las horas fueron pasando y los invitados empezaron a marcharse. Incluso Alberto, al que le llamaron unos compañeros de facultad que estaban en una fiesta, para disgusto de Marisa, aunque duró poco, porque se unió a Juan y a mí, que no habíamos dejado de bromear. Casi ni nos dimos cuenta de que sólo estábamos los tres.



Las cosas empezaron a ponerse picantes cuando Juan nos preguntó qué cosas nos gustaban más de nuestros cuerpos, hablando de todo un poco. Marisa se confesó orgullosa de sus tetas, talla 120. Aunque de adolescente le había creado muchos traumas, comenzó a ver que era lo que más atraía a los hombres. Tampoco se cortó en decir que también su coño era lo mejor de su cuerpo, porque tenía la suerte de sentir múltiples orgasmos. Cuando llegó mi turno no era cuestión de quedarme atrás, así que les dije que mi culo y mis piernas era lo mejor de mi cuerpo. El cabrón de Juan dijo que lo que más le gustaba del suyo eran sus ojos verdes.



Luego fue Marisa la que abrió un nuevo tema de conversación: las relaciones homosexuales, qué pensábamos sobre esto. Juan se mostró en contra. Marisa le propuso un par de ejemplos que le hicieron cambiar de opinión. Porque ella estaba a favor, claro, decía que no había nada malo en tener sexo con alguien de tu propio sexo. "¿O no te pone que dos tías se den el palo? ¿No es una de tus fantasías ver como dos tías se enrollan? Entonces Juan me preguntó si yo follaría con una tía. Dudé. Marisa tomó la palabra y dijo que había tenido un par de experiencias y habían estado genial.



Juan me animó a tenerlas. Sin duda las copas nos habían desinhibido. A mí no del todo, como puedes comprobar, Ricardo. Fue entonces cuando Marisa se me acercó y me acarició el pelo. "Para todo hay una primera vez, cariño". Y me plantó un beso en los labios súper cálido. Sus caricias me excitaron y la seguí el juego, correspondiendo a sus besos con igual entrega.



Marisa me quitó el top y me dejó en sujetador. Juan para nosotras no existía. Yo le desabotoné la blusa y contemplé el enorme sujetador que sostenía sus senos. Mientras, Marisa había metido su mano debajo de mi mini elástica y jugueteaba con sus dedos sobre mi tanga. A la vez, su otra mano me bajaba los tirantes del sujetador y buscaba el cierre.



Mis pechos quedaron a la vista de ella y de Juan. Marisa me dijo que tenía unos pezones preciosos, que siempre que los había visto los había deseado. Yo no sentía lo mismo por los suyos porque siempre en las duchas me había dado vergüenza mirarla desnuda. Así que cuando la liberé de su sujetador, me quedé admirada del tamaño de los pezones de Marisa, enormes y muy claros.



La primera en lanzarse a chuparlos fue ella. ¡Uff! Me hizo levitar con sus lametones. Además ya me había subido la falda por encima de las caderas y su mano estaba trabajándome dentro del tanga, haciéndome gemir con las caricias que me daba en el clítoris. Fue moviéndose de tal modo que acabamos en el salón haciendo un 69. Su almeja estaba totalmente depilada y destilaba unos jugos enormes. Olía muy fuerte su gruta, pero estaba caliente y metí mi cabeza.



No sé si la mamada que le hice fue tan intensa como la que me dio a mí. Ella hizo correrme como una loca y yo tardé en tocarla el clítoris. Aunque no tardó mucho en estallar su orgasmo. Juan, que estaba con la polla fuera masturbándose, con una cara de vicioso, nos propuso que nos cabalgáramos, que quería ver a dos tías frotándose los coños.



Marisa se subió sobre mí y encajó su juguete con el mío y se puso a moverse como si estuviera cabalgando una polla. Las sensaciones que sentí fueron extrañas. El roce era muy placentero y tuve otro orgasmo. Casi no podía moverme. Marisa dijo que se iba a la ducha y me plantó un beso de despedida. Me susurró que esto había que repetirlo (y lo hemos hecho alguna otra vez: con tíos mirando empalmados como nos morreábamos, con algún juguetito, con nata, es un vicio follar con ella, me encanta agarrarme a sus tetazas y probar cosas nuevas con ella).



Casi estuve a punto de quedarme dormida. Entonces oí la voz de Juan y le vi. Estaba desnudo y su polla flácida, aunque rebosante de grumos. Se había masturbado con la visión. Me dijo con una voz alterada que había sido muy excitante. Se agarraba su miebro caído y me lo iba acercando. Yo estaba tumbada y él tuvo que agacharse. Me dijo que le limpiara el rabo. Lo dijo de tal forma que no me negué cuando me lo posó sobre los labios. Me incorporé un poco y la mamada fue tan bestial que de nuevo tenía una erección fuerte.



¿Sabes lo que me decía mientras se la chupaba? Que era una puta, que tú eras un cabrón con suerte, que no sabía que era tan zorra, que le gustaba mi cuerpo y quería follarme, que iba a meterme su polla hasta el fondo e iba a probar lo que era una buena polla. Tampoco era tanta cosa, 16 centímetros como mucho, aunque supongo que te la habría visto y supondría que comparado con la tuya era un coloso.



Se puso un condón y se puso sobre mí. No dejaba de magrearme los pechos y de chupar mis pezones. También apretaba mis nalgas y me acariciaba la piel. No dejaba de decirme guarradas, supongo que para mantener su erección. Qué coño tienes, repetía, qué coñazo tienes, puta, te voy a follar hasta que no puedas más. Y salía y entraba con ganas. No lo hacía mal, he de reconocerte. Fue un buen polvo. El tío se corrió y se vistió.



Y no creas que esta ha sido la única vez. Hubo otra aún más excitante en que me presentó a dos socios suyos y me presentó a ellos como su puta. Pero esa es otra historia que ya te contaré, cariño.



Bueno, esta ha sido la lección de hoy, Ricardito. Otro día, más. Un beso.


Datos del Relato
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