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Después del estreno en el gimnasio, aventura en y con los de la oficina.
Había pasado un par de semanas desde lo de Juan Rafael y durante ese tiempo me tenía que conformar con salir los fines de semana lo más sexy posible, disfrutar de las miradas de deseo de otros hombres y con los relatos porno de la web. Me aficioné tanto a ellos que incluso en el trabajo había alguna vez que los leía, sobre todo a la hora del café, aprovechando que todo el mundo en la oficina salía.
Me moría de ganas de masturbarme en mi propia mesa, pero siempre el pudor acababa ganándome y me satisfacía en el baño. Eso sí, me atrevía a dejar la puerta entreabierta y la del retrete donde estaba, de par en par, arriesgándome a ser vista. Aunque sabía bien lo difícil que era, pues mis compañeros y compañeras salían en estampida a las 11:30.
Te diré, Ricardo, que en mis fantasías eróticas en la oficina, el que más se me pasaba por la mente era el nuevo jefe, Víctor, nada que ver con el imbécil de Carlos, que nos trataba a todos como escoria. Y no sólo era más amable, sino que era más joven (poco más de 30 años) y estaba buenísimo. Las chicas lo comentábamos entre nosotras. Con los otros no había tenido demasiadas fantasías, a menos de alguna orgía. Y menos con Agustín, un hombre casado de 56 años, con tres hijos y muy rutinario. Simpático y agradable, no pasaba del "qué guapa estás hoy" y poca cosa más. Creo que siempre le he gustado, aunque no ha pasado de admirarme.
Esa mañana me había puesto cachonda perdida con varios relatos y salí urgentemente al baño a calmarme. Todos habían salido ya. Esta vez ni entrecerré la puerta. Me bajé la falda (en la oficina vestimos la discreta y funcional falda un poco por encima de las rodillas y blusa) y me metí la mano por debajo de mi braga roja para perforarme la raja, candente y empapada.
Ahí estaba yo, Ricardo, con una cara de viciosa que no te puedes imaginar, cuando la puerta del baño de los hombres se abre. Era Agustín, que se quedó de piedra al verme en el retrete masturbándome. Aunque me dio un poco de vergüenza, estaba tan salida que no dejé de menear el dedo. Yo pensaba que Agustín se cortaría y se iría, pero nada más lejos de la realidad. Entró al baño y se sacó su verga. Me la puso a un par de palmos de distancia de mi cara y empezó a cascársela furiosamente mientras me decía con un tono de voz alteradísimo que estaba buenísima y que era una zorra calientapollas. Me puso más a tono.
Cómo olía su polla, Ricardo! No estaba mal, unos 15 centímetros, su capullo un poco amoratado y gordo y sus testículos peludos y abultados. Antes de que me corriese, él acabó derramándose sobre mi cara y mi blusa, al menos las dos primeras descargas, pues las siguientes terminaron en el suelo y en su mano. Sentir su semen encima de mí hizo que mi orgasmo fuera escandaloso. Luego Agustín se guardó la cola y se subió la cremallera. Yo me lavé la cara y como pude, la blusa.
Luego Agustín el resto del día evitó mirarme a los ojos. Supongo que se habría arrepentido. Yo ni le busqué ni dejé de buscarle y pasó el día. Salí del trabajo por la tarde. Ya hasta se me había olvidado el "affaire" del baño. Iba a subirme al coche cuando Agustín me llamó. Estaba esperándome. Intentó besarme en la boca, pero lo paré. El tío se quedó cortado y sus palabras se entrecortaron. "No me entiendas mal, Agustín, pero no eres mi tipo". "¿Y lo del baño no te ha parecido excitante?". No había estado mal.
Me puso una cara de pena que no sé. Le pregunté por su esposa y si no era feliz. Me contestó lo típico y que quería una aventura. Me lo pensé mejor y le dije que subiera. En cierta forma, me ponía que aquel hombre madurito estuviera empalmado sólo con verme y que quisiera meterme mano como un chiquillo. Fuimos a un hotel y subimos.
Agustín quería besarme a toda costa y acariciarme los pechos. Era su obsesión y estuvo a punto de romperme los botones de la blusa. Entonces me enfadé y tomé la iniciativa. "Aquí mando yo. Tú no me puedes tocar si yo no te doy permiso, ¿me entiendes? Y si no, me largo de aquí". Le ordené que se desnudara y lo hizo. Cuando se quitó el calzón (tipo pantalón corto de futbolista) le dio mucha vergüenza. Estaba su verga a tope y chorreando líquido transparente. "Túmbate y abre tus piernas y tus brazos". Lo hizo y le até con sus pantalones y su jersey sus brazos a los barrotes de la cama".
Entonces comencé a hacerle un streaptease, aunque no me quité el sujetador, también rojo. Pero las bragas me las deslicé por los muslos lentamente dejándole ver mi coño. Era graciosa la posición de Agustín para poder verme, con la cabeza levantada como una grulla. Me subí a la cama y me situé encima de su cabeza. Fui bajando mi cuerpo lentamente en dirección a su cabeza. "Chúpame el coño, esclavo". Y Agustín, como un perrito, chupándome el chocho.
No estaba mal, pero me cansaba estar de cuclillas, así que le puse un preservativo y me fui acercando a su estaca. Agustín, totalmente fuera de sí, se puso a insultarme porque quería que le enseñara los pezones y que me sentara de una puta vez sobre él. "¿Quién te ha dado permiso para que abras la bocaza, insecto? Ahora como castigo, me quitaré el sostén, pero tú no verás nada". Me di la vuelta y me desabroché el bra, como dicen en algunas partes. Y me senté lo más lento posible sobre la verga de Agustín, gimiendo poco a poco como él gemía. Me lo metí hasta el fondo y luego comencé a cabalgarlo.
Haberlo tratado de ese modo me había puesto muy cachonda y me llegó un orgasmo rápidamente, por suerte, ya que él se corrió en seguida. Le quité la goma y la tiré al suelo. Le dije que me iba a duchar. Agustín me pidió que le desatara, pero no le hice caso. Me duché y volví. Incluso le amagué con dejarle ahí atado, pero al final me compadecí de él y le desaté. Antes le dejé claro que no volveríamos a follar.
Lo de Agustín no fue el único suceso con gente de la oficina. ¿Te acuerdas del viaje que hice con Víctor un par de días para acompañarle en una conferencia? Como tuvimos que esperar en el aeropuerto por el retraso de nuestro vuelo, trabamos una animada conversación. Al llegar al hotel, antes de instalarnos cada uno en nuestra habitación, Víctor me invitó a tomar una copa. No era demasiado tarde y acepté.
Antes me había hablado de su esposa, con la que llevaba casado 3 años y de sus planes. Luego dejamos de hablar de trabajo y vimos que teníamos muchos gustos en común, como algunas películas y bailar, cosa que hicimos entonces. Y bebimos demasiado. Él me consolaba porque yo le había hablado de ti y de lo mal que estaba contigo al descubrirte una querida.
Hubo algo especial, una chispa. Estábamos en la puerta de mi habitación y se estaba despidiendo. Noté que quería besarme e incliné la cabeza y cerré los ojos. Me besó. Un beso algo tímido, al que siguió otro más intenso, y luego otro, así mientras abrí la puerta y entramos los dos. Aunque estábamos bastante bebidos, lo que ocurrió esa noche fue bastante romántico.
Él me desnudaba a mí y yo a él y sin dejarnos de besar y acariciarnos. Sus movimientos eran suaves y confiados. Me hacía sentir como si fuese la única mujer en su vida y besaba con adoración cada rincón de mi cuerpo. Fuimos al grano desde el principio: nos acoplamos en la cama y alternamos varias posiciones, todas muy eróticas. Si no acabamos los dos a la vez, faltó poco, aunque no importó. Había sido maravilloso. Por la mañana me explicó que él quería mucho a su mujer, que le comprendiese, etc. Lo nuestro no podía ser. Aunque yo tampoco buscaba nada serio. Bueno, Ricardo, otro día sigo, ahora estoy cansada.
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